Sola y en camino a un lugar paradisiaco lleno de color, sé lo que me espera, un escape de 15 días donde todo se vale. Llego a la 1:00 pm, las 12 del medio día en mi país, de camino al hotel, veo el mirador -el imperdible mirador- que permite apreciar la belleza e imponencia del caribe, contemplo el mar azul y un sol brillante que hace a mi cuerpo más caliente y liviano. Quiero quitarme la ropa, desnudarme y liberarme, entro a la habitación del piso 13, donde me despojo totalmente de las prendas, que para este momento pesan toneladas; el sonido de las olas no hacían más que encontrar en mi mente todos los pensamientos posibles, muchos de ellos éroticos y sexuales, un momento de vibración en el que me siento mojada y exitada, roso mi mano sobre mi vulva para comprobar qué tan mojada estoy, solo saboreo mi dedo y sigo adelante buscando la playa de arena blanca. Asi, llega la noche con un menú y bebida típicos, los mejores de la región, próxima estación, el bar y la rumba, oficialmente comienza el desfogue, las miradas que coinciden, las preguntas, las fantasías sexuales o las desepciones respecto de cada guapo o guapa que estamos por ahí. Regreso al hotel después de presentaciones mágicas, arte, diseño, estética y seis horas de rumba, tengo ganas de sentirme y consentirme, lo hago de frente al mar desde el balcón en el piso 13, me siento inmensa y tranquila, mientras mis gemidos discretos se confunden con el sonido del mar. Pasó el primer día…