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MORBO CON UN BI

Luis es ese amigo heterosexual que merece la pena tener. Educado, divertido, culto y comprensivo, siempre es un placer pasar un rato con él y conversar sobre cualquier cosa.

Esa noche fuimos a tomar una copa a un bar de heteros. A mí la verdad me daba un poco igual, de hecho, ni lo conocía, con tal de pasar un rato divertido y agradable ya me daba por contento.

Además, siempre con Luis pasan cosas interesantes. Es un tipo improvisador, impredecible y abierto a todo. Precisamente eso es lo que más me gusta de él. Siempre transmite confianza y seguridad y yo me impregno de él siempre que pasamos tiempo juntos.

El sitio era muy cool, con sillones muy cómodos, música agradable y la luz justa para lanzarse a conocer gente nueva.

Enfrente de nosotros, una parejita hetero no le quitaba el ojo a Luis.

Yo ya me había dado cuenta, pero él me lo comentó por lo bajo: “esos buscan carne fresca”, me susurró.

A Luis le gustaba de vez en cuando experimentar nuevas aventuras sexuales. Hacer un trío con una pareja era una de sus prácticas habituales, también le gustaba el sexo en grupo, fiestas de máscaras y un sinfín de cosas típicas de heteros que siempre me contaba en nuestras conversaciones.

Antes de que me diera cuenta ya estaba hablando con ellos y enseguida me los presentó. Confieso que me sentí un tanto incómodo, porque no me apetecía conocer a nadie en ese momento, pero eran muy simpáticos, ella rubia y exuberante y él pequeñito, delgadito y bien vestido. Rondaría los 40 años y noté enseguida que me desnudaba con la mirada

“Es bi, me lo ha dicho su mujer, si te gusta nos lo montamos los cuatro”, me dijo Luis al oído.

Le miré con una mezcla de reproche y de pudor. ¡Habíamos salido sólo a tomar una copa! No me apetecía nada ponerme a ligar con un desconocido.

El tipo tenía una verborrea muy sexy, realmente es lo que me embaucó. No tenía un físico que enganchara, ni tampoco era guapo, ni tenía buen culo, ni nada que llamara la atención, pero tenía un tono de voz y usaba unas palabras que me estaban poniendo muy caliente. Parecía un locutor de radio erótica que estuviera 24 horas sin parar de contar encuentros sexuales. Él, por su parte, estaba obnubilado con mis músculos, me pidió permiso para tocar y vaya si tocó. Si le dejo me desnuda allí mismo.

Me estrujó los brazos de arriba abajo hasta llegar a la palma de la mano donde me acarició los dedos fugazmente. Confieso que me ruboricé. Me gustaba cómo se lo montaba ese tío. Después pasó la mano por mis abdominales y el pecho. Pellizcó mis pezones hasta ponerlos erectos y luego rozó suavemente mi bragueta varias veces. Su respiración empezó a acelerarse y me miraba con los ojos entreabiertos cada vez más fuera de sí.

Él notó rápidamente mi erección y me sonrió lascivamente. Yo evité su mirada y busqué a Luis para que me salvara del naufragio… Pero el muy cabrón estaba morreándose con la rubia y metiéndole mano en los sillones.

Ahí me desarmé y bajé la guardia. En una décima de segundo tenía al pequeñín encima comiéndome la boca. Era de lengüecilla ágil y vivaracha, muy, muy húmeda, y recorrió con ella mis labios de una forma tan excitante que mojé los calzones a base de bien.

“Mira cómo me estás poniendo, moreno”, me dijo al oído mientras me llevaba la mano a su entrepierna. Uff, aquello sí que me sorprendió.

Cómo de un cuerpo tan pequeño podía emerger un apéndice tan grande… Casi se le salía del pantalón. Se dibujaba perfectamente en su bragueta aquel pedazo de pene, con el enorme tallo en medio y el glande peleando por asomar a lo alto. ¡Mamma mía! Me relamí ante aquella visión y le agarré los huevos con lujuria.

Él se estremeció de placer mientras su lengua seguía sembrando el caos en mi boca. Luego metió la mano por detrás y me agarró el culo con una fuerza que me dejó desconcertado. Me dio un cachete en la espalda y clavó su rodilla izquierda en mi pene. Cerré los ojos y me dejé llevar. ¿De dónde había salido aquel tipo? ¡Qué manera de excitarnos!

En ese momento llegó Luis y dijo sonriendo con la rubia besándole en el cuello: “Chicos, ¿nos vamos?”.

La casa era enorme y la cama aún más. Nunca había visto una cama como aquella. Yo creo que cabían diez personas perfectamente. Estaba tan alucinado que cuando me quise dar cuenta tenía a mi lado, desnudos, a Luis y la rubia metiéndose mano como animales. Marco, que así se llamaba “el mío”, estaba solo con el calzoncillo, encendiendo unas velas. Sólo se escuchaban los gemidos y las lenguas de los otros dos que se estaban devorando. De repente se apagó la luz y me sentí solo. Pero por poco tiempo. Enseguida noté las manos de Marco en mi pecho y sus labios deslizándose por mi cuello.

Noté un hormigueo en mi pene que fue en aumento a medida que se iban intensificando los besos y las caricias por todas las partes de mi cuerpo. Como era el único que aún tenía ropa, Marco se dedicó a quitármela cuidadosamente mientras me obsequiaba con cálidos besos y recorría su lengua por los lugares más insospechados. De repente, llegó a mi cintura y de un latigazo me arrancó a la vez pantalón y calzoncillo y dejó al aire mi pértiga que estaba palpitando después de tanto estímulo. Me hubiera gustado observar bien su cara cuando la vio. Debía estar relamiéndose. Sin esperar un solo instante la atacó con ferocidad y noté como entraba en su boca hasta el fondo.

Gemí intensamente y noté un silencio de varias décimas de segundo, como si todos los presentes dijeran al unísono: “Vaya, al fin despertó este…”. Me llevó a la cama y me lanzó con furia mientras seguía succionándome sin piedad. A escasos centímetros a mi derecha se estaba, derramando las cataratas del Niágara a juzgar por la intensidad de los jadeos y los movimientos ondulantes del colchón. Me dio por palpar a ver qué encontraba y me topé con piel palpitando, con saliva y sudor que me excitaron aún más.

¿Quién era? ¿Él o ella? Qué mas da. Seguí tocando y tocando hasta que de improviso me encontré con la polla de Luis. Me quedé bloqueado. Nunca había tenido el más mínimo roce con él pero tampoco me puse a pensar. La rubia se había hecho con ella en su boca y sólo me dejó una pequeña porción junto a sus huevos. Se los estrujé bien y le escuché aullar de placer. Mientras, Marcao, después de dejármela bien dura se subió encima de mí y la introdujo bien adentro. Empezó a subir y a bajar poseído por la lujuria y yo me armonicé con sus movimientos como si fuéramos una pieza de ingeniería cachonda.

Mi mano derecha se deslizaba de un lado a otro tocando culos, pechos, piernas y penes. Empezamos a gritar los cuatro en una especie de sinfonía del placer dirigida por un director en pelotas y con el pene bien erecto que hacía las veces de batuta. Oía gritar a Marco como si fuera a romperse en dos. Notaba cómo le atravesaba en cada movimiento y cómo sus nalgas golpeaban mis testículos con fiereza. Con mi mano izquierda le cogí su polla, durísima y erguida como una lanza y empecé a pajearle a toda velocidad. Eso no hizo más que aumentar sus gemidos y elevar el compás de sus movimientos. Con mi mano derecha introduje mis dedos en un agujero cautivo, no me preguntéis cuál, y me dediqué a explorarlo y a comprobar hasta dónde podía llegar.

Así permanecimos un tiempo indeterminado esperando que uno de los cuatro explotara en mil pedazos, o quizá los cuatro a la vez. En la penumbra de las velas observaba a Luis retorcerse de placer mientras probaba todo tipo de posturas con la rubia y encima de mí podía notar la respiración de Marco totalmente descontrolada con su sudor corriendo por su pecho. No estoy acostumbrado a este tipo de escenas. De repente tomé conciencia de que estaba en el templo del morbo y noté mi magma blanca ascendiendo lentamente. En mi delirio, escuché descorchar las botellas de champán de los demás, uno por uno, como si celebráramos el inicio de un año intenso de placer y lujuria.

fernando4040

Soy hombre heterosexual

visitas: 944
Categoria: Fantasías
Fecha de Publicación: 2018-11-06 15:34:07
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