Con toda la espuma que había construimos un manojo de nubes, un pequeño cielo resbaloso que permitía que mi piel se deslizara con la suya, mis manos en la percha de su hombros, y mis senos talla 36 friccionando su pecho, y mi boca que lo besaba yo tocando esos labios masculinos adueñándome de esa metáfora genital que es la lengua, así todo, la buscaba en intervalos dados por el movimiento de mi cuerpo… hacia arriba y hacia abajo, con la frecuencia poco ortodoxa de un péndulo, pero lo caótico de este ordenado frenesí es mano en la entrepierna o vulva rozando su pierna… como el volumen que va subiendo asimismo me voy poniendo, de modo que me siento en el borde del jacuzzi para que los dioses del olimpo coman ambrosía… y sí, la lamió tan rico así como yo se lo chupe al cambiar de puesto. Verle el miembro de cerca me excita. Y no con los ojos, sino con la lengua puedes sentir tres distintas texturas… empiezo con la base de su falo recorriéndole los costados con el sello de mi beso todo liso alrededor, to-man-do-se el tiempo necesario (como quisiera que durara mas esta sensación). Sigo con los testículos haciendo como si aprovechara la tapita del yogurt. Debes saber que repito para luego ir al premio mayor, la punta, ese lugar clitorianamente varonil que chupo y saboreo… chupo y saboreo… chupo y saboreo… hasta metérmelo todo en mi boca… cómelo… cómelo… ráyame la espalda y disfrútalo tanto como nunca antes… flota por las nubes.

Al salir del agua me ubique en la silla gim-sex sentada con las piernas bien abiertas, puertas del cielo para que entrara carnoso ángel, y después de hacerme gemir de su oral, me clavó con profundidad, despacio y profundo, pescando el grito perfecto dentro de mi ser. Me clavó constante y parejo intercalando con su lengua y manos… estaba rebosante en éxtasis (quiero sexo, te quiero a ti), seguía dándome duro… llegue cuantiosa. Así, después de un intermedio de chupárselo a él, allí mismo me puse en 4 frente a un espejo… empezó a clavarme fuerte, rápido, despacio, duro, constante y yo me miraba y lo veía y observábamos nuestro placer unidos, avivando la incandescencia… mirarnos nos producía efervescencia, a mí que me sometiera especialmente cuando decide tirar de mi cabello. Me daba todo. Yo respondía a todo. Explotamos…

Al final dije algo que él recordaría (o nunca olvidaría) más tarde… “yo me dejaría hacer todo lo que usted quiera”.