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Los azares del ano de mi prima

En los años transcurridos desde la adolescencia, cuando estuvo de visita en mi casa en Medellín, mi prima pasó de ser una linda y esbelta costeñita de teticas paraditas, a una atractiva mujer, de piel canela clara, esbelta y con hermosas tetas prominentes que aún podían sostenerse sin ayuda y deliciosos pezones oscuros. Con caderas apretaditas, hermosas piernas y muslos suaves y un hermoso triángulo de vello púbico, cuidado pero abundante. Después de la tórrida noche de sexo que pasamos en su apartamento en Bogotá, cuando yo estaba en la capital a veces pasábamos la noche juntos. No siempre era posible, por visitas de sus parientes de Barranquilla o porque andaba en alguno de sus enredos con novios que no duraban. 

Cuando podíamos hacerlo salíamos a comer a algún buen restaurante o pedíamos algo a domicilio. Ya en el apartamento conversábamos un rato, aunque no tardábamos mucho en liberarnos de la ropa en el sofá y comenzar a besarnos y acariciarnos viendo tv, con ella sentada desnuda entre mis piernas recostada contra mi pecho, mientras yo le besaba el cuello y le acariciaba sus deliciosas tetas, dejando a veces un dedo explorador en su lujuriosa selva entre los muslos, antes de irnos a la cama a disfrutar de un buen rato de sexo antes de dormir.

A veces, cuando ella me veía tenso o aburrido, se sentaba en la alfombra entre mis piernas y me daba una de sus deliciosas mamadas, que indefectiblemente me dejaban como nuevo. Igual hacía yo cuando la encontraba de mal genio, eso usualmente solo requería una buena sesión de lengua con su chochita, para la que yo siempre estaba listo y que surtía el mismo efecto.

En una de esas, ya ambos desnudos, yo estaba sentado en la alfombra y ella en el sofá casi en el borde con las piernas bien levantadas y sostenidas por ella bajo sus corvas. No era la posición mas cómoda para ella, pero me daba fácil acceso a su chochita.

Sin intención, antes de comenzar con la chochita le toqué el culito y ella pegó un brinco y me preguntó qué hice. Yo le pregunté que pasaba y ella me miró pensativa y me dijo que después hablábamos.

Como siempre, después de un buen rato de sexo oral, me besó, pero esta vez la noté pensativa. Lo menos que yo quería eran secretos entre nosotros así que me senté con ella en el sofá, le di un beso, le pasé un brazo por los hombros y le dije que me contara por qué estaba preocupada.

Al parecer, algunas de sus amigas hablaban con frecuencia del sexo anal y cuando ella les preguntó se extrañaron de su ignorancia al respecto asegurándole que era algo delicioso y que a los hombres les encantaba, prefiriéndolo incluso al sexo vaginal. Ella por entonces descartó el asunto pero un amigo que tenia en esos días la convenció de probarlo con él. En resumen, el tal amigo, que al parece tenía una verga descomunal, resultó ser un ignorante total del asunto y el tal ensayo fue algo muy doloroso y un desastre total.

Esto me lo contó entre sollosos  y lágrimas y me dijo que se sentía muy avergonzada con el asunto pero que lo que mas la atormentaba era que yo me fuera a sentir con ella por no haber buscado antes mi apoyo. Yo, que por esos días no había estado en Bogotá, la tranquilicé y le dije que en el caso de los hombres, cuando querían tener penetraciones esa era la única opción. Con las mujeres era solo una alternativa opcional y exótica, pero que muchas lo disfrutaban. El problema era que el ano no estaba diseñado para entrar cosas y que era necesario acostumbrarlo antes de intentarlo. Eso la tranquilizó y me preguntó que cuando empezábamos con el entrenamiento. Eso me dio risa y le pregunté si seguía con ganas. Ella me miró y me dijo, pero dijiste que muchos lo disfrutan... ok, pero ármate de paciencia primita.

Como se lo advertí, fue una labor de paciencia y mucho amor. Duchas calientes y masajes en las nalgas y el culito ayudaron a bajar la tensión. Poco a poco fui incorporándolo en nuestro frecuente sexo oral y en las caricias que nos hacíamos en el sofá, hasta que ella empezó a disfrutarlo sin tensiones.

Comencé metiéndole la punta de un dedo y poco a poco fui entrando mas, siempre lubricándolo, hasta que me dijo que se sentía rico. Luego dejaba el dedo en el culito mientras le hacia sexo oral, lo que le encantó y mas cuando le dije que muchos hombres, yo entre ellos, disfrutábamos también con eso, y ella empezó a hacerlo también conmigo.

Cuando ya los culitos eran parte de nuestras prácticas sexuales habituales y metíamos y sacábamos un dedo sin sentir ninguna molestia, le pregunté si ya era suficiente. Ella me miró y me dijo que la meta siempre había sido entrar una verga en su culito. Yo le dije que aunque ya habíamos ganado mucho terreno, aún faltaba trabajo. De hecho, lo mas importante había sido recuperar su confianza, el resto era solo práctica. 

Fue entonces cuando empecé con dos dedos, y como era de esperar el culito protestó, pero con paciencia y lubricante pronto también lo superamos e igual pasó con los tres dedos. Después, con un trio de dilatadores anales (butt plugs) de silicona pura, buena lubricación y paciencia, logramos el resto.

Finalmente hubo una noche cuando ella se tendió boca abajo en la cama, le puse una almohada bajo la pelvis, me puse un condón con mucho lubricante y le quité el dilatador. Ella clavó la cabeza en la almohada y yo me tendí sobre sus nalgas y la penetré lentamente. Ella, sintiendo finalmente mi verga en su culito, me miró con alivio y me preguntó si la tenía toda adentro. Le dije que si, pero que esperara algo de dolor al mover la pelvis en un principio. Me dijo que no importaba pero que por el momento no sentía nada especial, solo diferente.

No fue mucho lo que hicimos en esa primera penetración anal, pero sí en las noches que siguieron, pero eso serán otras historias.

Prudencio

Soy hombre bisexual

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Categoria: Sexo anal
Fecha de Publicación: 2019-08-29 21:49:09
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