Terminábamos de hacer el amor, nos abrazamos, como queriendo agradecerle al otro por el momento, por lo que cada uno hizo y por cómo nos sentimos. Al rato de un descanso me monté sobre él y me quedé recostada, conversando sobre la semana, sobre nuestras emociones y demás. Durante la conversación comencé a sentir cómo su pene se iba poniendo erecto, y eso no era más que una reacción al contacto con mis nalgas. Al sentirlo me quedé mirándolo mientras sonreía, él me preguntó qué sucedía y luego se dio cuenta el porqué de mi emoción. Comencé entonces a besarlo, quería demostrarle, a punta de besos, lo mucho que me gustaba estar con él: empecé con su rostro, su frente, sus cachetes, su nariz, sus labios, sus ojos; continué besando sus orejas, fui bajando por su cuello, y ahí me detuve por un rato, sabía lo mucho que le gustaba y quise disfrutar de todas su reacciones mientras mis labios dejaban su marca húmeda en aquella piel. Seguí bajando por su pecho, besando sus tetillas y mirándolo, él tenía los ojos cerrados, simplemente quería dejarme hacer lo que quisiera hacerle y estar en la disposición de disfrutarlo. Giré hacia la izquierda, en dirección a su mano, besé cada parte de ella, deseando llegar a sus dedos, aquellos que tanto me gustan, y bese cada uno, como un dulce que se saborea con detenimiento y no deseas que se acabe. Hice lo mismo con su otra mano, pero esta vez inicié de abajo hacia arriba. En ese momento su pene era el que me indicaba cómo la estaba pasando, cada vez crecía más, y se movía bruscamente en partes específicas de su cuerpo que mis labios detectaban como puntos cruciales de su sentir. Llegué a su abdomen, ahí se estremecía mucho, le gustaba y eso me gustaba, su ombligo, su vello, su piel, todo de él. Continué bajando por su pierna izquierda, con mucho detenimiento y delicadeza rosé cada parte de ella con mis labios, él no podía controlar su cuerpo: ahora sus piernas se movían y temblaban, a la par que su pene despertaba cada vez más y al mismo tiempo que sus gestos lo seguían delatando. Recorrí todo el camino hasta llegar a sus pies, y besé sus dedos, cada uno como evocando el mismo recuerdo del dulce sabroso. Me desplacé hacia su otra pierna, comenzando por sus pies y subiendo hasta llegar a su pene. Ya él estaba esperando ese momento, se puso más cómodo todavía y sus piernas las abrió un poco, como dándome espacio para acomodarme en medio de él. Comencé mirándolo, se veía hermoso, esta vez quise aprovechar mis manos: primero un dedo, sentir sus venas, la dureza de su miembro, la contextura de su piel en sus testículos; después usé varios dedos y finalmente volví a mi lengua.

Inicié por sus testículos, sintiendo la textura con mis labios, humedeciéndolo y saboreándolo; fui subiendo sin prisa, sintiendo sus reacciones y observando el rosa intenso que aparecía en su pene. Cubrí con mis labios todo su miembro, mi lengua participaba activamente hasta sentirlo a él completamente desesperado de placer, al punto de querer estar dentro de mí. Entonces me levanté, me monté sobre él, y aprovechando lo húmedo que había dejado su pene decidí introducirlo en mi vagina, previamente excitada por lo que había hecho. Combinaba los movimientos, y él simplemente no encontraba qué hacer, me miraba, gemía, temblaba o sostenía una almohada. Cuando decidí parar para bajarme a seguirlo besando ya él no quería salirse de mí, pero yo era la que tenía el control de la situación, y él no podía hacer más que dejarme continuar con lo que yo quería. No aguantó la sensación de volver a sentir mis labios junto con mis manos, y reaccionó con gemidos y con su semen que me indicó, por la cantidad, lo mucho que había

disfrutado. Volví a sus brazos, habiendo terminado lo que comencé y recibiendo el más hermoso abrazo, junto con sus palabras de agradecimiento, por lo que le hice sentir.