Septiembre 3, 2020
En días pasados caminaba por un parque y pude ver a un par de enamorados que sentados en una banca se besaban y se entregaban la vida con cada mirada. Me dio envidia, no lo niego. Aunque más que envidia me llené de deseo. Quería ser ese enamorado que mirando a su enamorada le prometía no dejarla de amarla a pesar de las circunstancias, a pesar del tiempo, a pesar de la distancia. Y además, quería que tú fueras esa enamorada que llena de esperanza le prometía a su enamorado que lo esperaría, fuera lo que fuera, pasara lo que pasara. Me llené de nostalgia y recordé esa tarde que entre copas de sangría te hacía reír y te contaba de mi vida, de mi forma de ser, de cómo me gustaría pasar la vida con alguien como tú. Confieso que tu sonrisa me invitaba a ser directo, a mirarte a los ojos y decirte que si te arriesgabas conmigo serías feliz, que si decías que sí, nos escaparíamos para hacer el amor con tanta pasión que nuestros cuerpos se fundirían en uno solo y convencerte que esta vida no iba a ser suficiente para que tu y yo expresáramos nuestro deseo. Tal vez esa tarde me faltó valentía pero hoy quiero arriesgarlo todo porque estoy lleno de un impulso que me mueve hacia ti y que me tiene convencido de que mi vida sin ti está vacía, que estoy incompleto porque cuando te dí el primer beso, sin darme cuenta, te entregué mi corazón.