Los nervios estaban al límite, al igual que mi frecuencia cardiaca. Era una emoción pura a lo desconocido, como probar una pastilla de éxtasis en medio del desenfreno de la fiesta. Desde temprano en la mañana se me insinuó la invitación por parte de una amiga.

Ella, aún más desquiciada que yo, me hablaba al oído como lo haría satanás al mismísimo Jesucristo en el desierto.

“¿Quieres experimentar?” me dice

Yo con voz de inocente e idiota respondo: “¿Algún alucinógeno nuevo?”

Ella sólo sonrió y acercándose a mi rostro me susurra: “¿Quieres hacer parte de una fiesta sexual?”

Mi mente tuvo un Ctrl-Alt-Suprimir al instante. Tuve que resetear mis pensamientos, pero sólo se halló en mi corteza cerebral una puta neurona que atinó a decir: “¿Y eso cómo es?”.

Ella mirándome con cara de “te van a comer viva”, simplemente suavizó la situación embarazosa refiriendo que era una reunión muy reservada, con gente selecta, donde solo irían a dar desfogue a su pasión. Luego, con el mismo verbo de un man que se lo quiere llevar a uno a la cama, me vendió la idea de que no pasaría nada que yo no quisiera que sucediera. En fin, me convenció.

De repente, apareció ese demonio en mi hombro izquierdo frotándose las manos, con ganas de que mi ello de pervertida solapada saciara, sin arrepentimiento alguno, ese pecado capital llamado lujuria.

Ya me hallaba en medio de la fiesta, a altas horas de la noche, donde muchos de los allí presentes tenían ya algunos grados de alcohol y droga en su cabeza. La líbido corría por sus venas. Bueno, si me siguen hasta acá pensarán que estaba saciando mi lado morboso y de puta barata, pero no. Una cosa es sentir deseo, fantasear y estar follando en privado con tu amante. Otra muy distinta es continuar con una toalla puesta, completamente desnuda debajo de ella y ver a los demás asistentes completamente desinhibidos. Yo era la amargada del lugar, la miedosa y racional, que no era capaz de dejarme llevar por los instintos y las ligazones de satisfacción. Mi demonio no aparecía y solo el ángel, con su aureola, brotaba en mi hombro derecho acariciando mi cabeza como si fuese una perrita entrenada.

Siempre es bueno mirarse al espejo, mandar a la mierda esta ridícula toalla y desplumar a tu ángel. Ojear ese cuerpo delicioso que tienes, ese al que tantas veces le brindaste noches orgásmicas de masturbación y sexo. Me gustaba lo que veía, no sé si era por un ataque de sinceridad o los pases que acababa de aspirar. Mis tetas operadas las notaba más redondas, dignas para una paja rusa. Mis piernas y hasta el poco culo que tengo lo veía comestible. La música sonaba al fondo y la melodía de Smack My Bitch Up de Prodigy se adentraba por mis oídos hasta contaminar mi sangre y elevarla al punto de no regreso. Me adentraba a Sodoma y Gomorra, al mismo lupanar del infierno. Nuevamente mi demonio aparecía, pero esta vez personificado de Asmodeo, el demonio de la lujuria.

Al salir del baño era otra. Caminaba con seguridad en medio de la multitud. Me sentía María Magdalena en medio de los 12 apóstoles, a punto de ser lapidada y sin miedo alguno. La oscuridad era fiel confidente, sentía que acariciaban mi piel sin saber de parte de quién o quiénes, pero no quería enterarme. Me gustaba ser morboseada, ser ese bufete humano, esa inspiración para volver erectos muchos penes. No quería pensar en el mañana ni en la luz del día del arrepentimiento, deseaba vivir el ahora y no pensar que el efecto de las sustancias psicoactivas iba a desaparecer.

Por vez primera en mi vida experimento entre la testosterona y las feromonas. Me encanta sentir ese latir del miembro erecto en mi mano mientras lo masturbo suavemente y mirar, por encima de mis lentes con ojos de succubus insaciable, a aquella presa retorcerse de placer. Me abrazan desde mi espalda, siento unas manos suaves de mujer. Se excita frotando mis pezones y tomando a mano abierta mis tetas. Es extraño para mí, pero me gusta, estoy en completa euforia. La escena me recuerda aquellos relatos orgiásticos romanos.

Cada quien hace parte de su papel en dicho lugar: El felatio y el voyeur pululan allí. Otros con más arrojo follan, mientras en mi escena quiero brindar placer para recibirlo de igual manera. Me obligan desde la oscuridad a abrir mi boca para lamer un pene que casi me ahoga. Mientras mis manos se ocupan en masturbar otro par. Mi cuello es testigo de dulces lamidos lésbicos que me ponen a mil. Pierdo mi voluntad, el diablo se lleva mi alma a partir de dicho momento. Soy esa puta de Babilonia, esa prostituta barata llevada por las mieles del importaculismo.

Por un instante fui el centro de atención. Había muchas mujeres, pero era la única que me deleitaba ofreciendo sexo oral a varios penes a la vez, mientras otra nena me regalaba un oportuno viaje al nirvana pasando su lengua y dedos por mi clítoris.

No permití que me penetraran, más por jugar con el desespero de los hombres que por las mismas consecuencias de coger con desconocidos. Di luz verde a que hicieran conmigo lo que desearan. No sé cuántos, ni cómo se llamaban, pero mi cuerpo quedó lleno de leche al final de este big bang mundano. La tibia esperma le brindaba tibieza a este cuerpo y alma desnuda, a merced de varios lobos del bosque quienes tomaron a esta demente caperucita. Volvía en sí. El dolor de cabeza llegaba como efecto de tanta droga inhalada. Esa jaqueca me traía de nuevo a este mundo, a la conciencia y el super yo me apretujaba hacia la culpa. La depresión nuevamente se convertía en mi compañera permanente. Por unas horas el sexo fue mi escape de la realidad.