Guía Cereza
por: fantasiabogota Publicado hace 6 días Categoría: Tríos 510 Vistas
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El sonido tenue de la música de fondo y las luces cálidas del bar creaban el ambiente perfecto para perderse en conversaciones y miradas. Yo estaba sentado en la barra, jugando con el borde de mi vaso de whisky cuando ellos entraron.

Eran una pareja magnética. Ella llevaba un vestido negro que se ajustaba a sus curvas con una elegancia provocadora, y él, con una camisa ligeramente desabotonada, irradiaba una confianza tranquila. Nuestros ojos se cruzaron brevemente y, en ese instante, supe que algo especial podría suceder esa noche.

No tardaron en acercarse. Fue él quien inició la conversación. Su voz era grave y seductora, y mientras hablaba, ella me observaba con una intensidad que parecía desnudarme. Me hablaron de lo que les gustaba, de cómo disfrutaban explorar nuevas experiencias. Fue él quien dejó caer la propuesta, con una naturalidad que me desarmó.

—Estamos buscando a alguien especial para esta noche, —dijo, tomando un sorbo de su copa. Ella sonrió de manera traviesa, jugando con un mechón de su cabello.

La idea era tentadora, y la química entre nosotros tres era innegable. Tras algunos tragos más y una conversación cargada de insinuaciones, acepté. Nos levantamos y salimos del bar, caminando juntos hacia su coche. El trayecto al motel fue un preludio cargado de tensión. Ella se giraba desde el asiento delantero para mirarme, sus labios pintados curvándose en sonrisas cómplices. Mientras tanto, él dejaba una mano en su muslo, acariciándola de manera perezosa.

El motel era discreto, iluminado por luces néon. Subimos a una habitación decorada con tonos cálidos y una cama amplia que dominaba el espacio. Apenas cerré la puerta, la atmósfera cambió. Ella se acercó primero, deslizando sus manos por mi pecho, mientras él observaba desde un rincón, disfrutando del espectáculo inicial. Su perfume era embriagador, una mezcla de vainilla y almizcle, y su proximidad encendió mis sentidos.

Pronto, los tres estuvimos envueltos en una danza de caricias y besos. Sus labios eran suaves y demandantes, mientras sus manos exploraban mi cuerpo con una destreza que hablaba de experiencia y deseo. La ropa desapareció rápido, dejándonos expuestos bajo la luz tenue de las lámparas.

Cada movimiento parecía coreografiado, pero a la vez, espontáneo. Ella tomó la iniciativa, guiándome hacia la cama mientras él se unía, cubriendo su espalda con besos que la hacían gemir suavemente. Sus manos trabajaban al unísono, creando una sinfonía de sensaciones que electrificaban mi piel.

El tiempo parecía haberse detenido. No había palabras, solo jadeos, suspiros y los sonidos de nuestros cuerpos entrelazados. Todo era un torbellino de placer compartido, donde cada uno encontraba su lugar, su ritmo, su momento. Ella alternaba entre los dos, sus labios y manos repartiendo atención, mientras él se aseguraba de que ninguno quedara rezagado en la experiencia.

Fue una noche que desafió los límites de lo que conocía sobre deseo y conexión. Cuando todo terminó, yacíamos enredados en la cama, con nuestras respiraciones acompasándose mientras las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse por las cortinas. No hicieron falta palabras; las sonrisas satisfechas en nuestros rostros decían todo lo que necesitábamos saber.

Esa noche no fue solo un encuentro casual. Fue un recordatorio de cómo, a veces, las conexiones inesperadas pueden encender fuegos que arden intensamente, aunque sea por un breve instante.

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