Guía Cereza
Publicado hace 14 horas Categoría: Hetero: General 80 Vistas
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 El calor del sol acaricia mi piel desnuda mientras me despierto lentamente, los primeros rayos de luz colándose a través de las cortinas. Mi cuerpo aún está relajado, un ligero dolor en los músculos que me recuerda la intensidad de la noche anterior. Siento la respiración cálida de él en mi cuello, su brazo aún envuelto alrededor de mi cintura, abrazándome desde atrás. Sigue dormido, completamente exhausto. Aún puedo sentir su peso, su piel contra la mía, una sensación que provoca una sonrisa perezosa en mis labios, los mismos que anoche, hace tan solo algunas horas al abrigo de la oscuridad natural, recorrieron ese cuerpo masculino, varonil. Escultural.

El cuarto está impregnado de por esa atmósfera de calor, piel y sexo que aún flota en el aire. Me estiro un poco, intentando no despertarlo, aparto las sábanas, deslizándome con lentitud para no interrumpir su sueño. Me levanté, me puse una remera cómoda para cubrirme el torso y las caderas, pero dándome la libertad de mantener desnudo el resto de mi cuerpo. Eché un vistazo rápido hacia la cama antes de salir de la habitación. Ahí seguía, tan tranquilo, tan ajeno al mundo por ahora.

Entré a la cocina, directo a prepararme un café. Necesitaba algo que me recompusiera la energía que aquél que dormía en mi cuarto me había arrancado con fuerza bruta y ferocidad. Me recosté en la silla, recordando cada detalle. No es solo el sexo lo que me excita cuando pienso en lo que pasó esa noche, y todas las otras veces que lo hice con otros hombres. Desde el primer momento en que mi amante me toca, sea cual fuere, sé que estoy siendo disfrutada, no como una mujer, ni tan siquiera como una persona con autonomía sexual. A veces me gusta sentirme una herramienta, un recurso para el placer del otro, de machos que, aunque ahora de a entender que me dominan, en realidad yo los elijo, yo tengo la última palabra antes de entregármeles. Me gusta tomar el control de la situación desde el principio, y lo disfruto, porque sé que eso es lo que ellos quieren ver: una mujer sensual y experimentada, abandonándose por completo al placer, haciéndolo que parezca que yo no tomé ninguna decisión, sino que obedecí. Y la forma en que ellos me admiran y gozan de mi cuerpo, mis gemidos, mis movimientos pélvicos y bucales, es un regalo del cielo. Pero Dios no me querría en su séquito, más bien el Diablo me recibiría como su escort predilecta.

Los recuerdos de la noche anterior me envolvían mientras tomaba mi café, pero mi mente comenzaba a divagar. Todo empezaba a regresar en ráfagas de imágenes, sonidos y sensaciones.

Pero antes, les brindaré un poco de contexto.

Hace poco más de un mes comencé a trabajar en una cafetería en el barrio de Belgrano, el ambiente, por suerte, está siempre cargado de risas, aromas de café y la cálida luz que entra por las ventanas. Había algo especial en la forma en que intercambiaba miradas con Álex, mi compañero de trabajo. Era un juego sutil, lleno de insinuaciones, sonrisas cómplices y un roce ocasional que hacía que mi corazón se acelerara. En varias ocasiones él había insinuado un encuentro más íntimo. Y un buen día, algo se sentía diferente.

La idea comenzó como un susurro en mi mente, una pequeña chispa que se transformó en una llama. Mientras servía café y sonreía a los clientes (los hombres me dejaban muy buenas propinas, por lo que yo no hacía escándalo si cuando les daba la espalda para regresar a la barra ellos me clavaban los ojos cargados de deseo), mi mirada se deslizaba hacia Álex, atrapado en su propio mundo. Lo vi, con su cabello despeinado y su sonrisa encantadora, y no pude evitar sentir un escalofrío recorriendo mi espalda. La conexión entre nosotros era palpable, como un hilo invisible que nos unía, y aunque todavía me embargaban ciertas dudas, la tentación crecía más y más.

Con cada rayo de sol que iluminaba el lugar, la idea de ceder al deseo se hacía más fuerte. La emoción de poder compartir un momento así, de desafiar las normas y romper los límites de lo que se consideraba aceptable, me llenaba de adrenalina.

Finalmente, mientras preparaba una bebida, la cafetería se llenaba de clientes y las conversaciones resonaban en el aire, decidí que tenía que ser sincera con mis deseos.

Un día, mientras estábamos trabajando juntos, Álex y yo compartimos una mirada que duró un poco más de lo normal. Él me sonrió, esa sonrisa traviesa que siempre llevaba consigo, y sentí el calor subir por mis mejillas. Lo que antes había sido solo una fantasía en mi mente, ahora comenzaba a tomar forma. Me imaginé cómo sería si realmente cediéramos a esas insinuaciones que tantas veces había pasado por alto.

Una tarde después del trabajo, cuando la cafetería ya estaba cerrada y solo quedábamos Álex y yo limpiando las últimas mesas, el ambiente se volvió más íntimo. La música suave de fondo y la luz cálida del atardecer creaban una atmósfera perfecta para lo inesperado. Me acerqué a él, intentando mantener la compostura, pero con el corazón latiendo fuerte en mi pecho.

—Che… estuve pensando en nosotros —le dije, mi voz suave pero firme, mientras jugaba con un trapo en mis manos, limpiando la barra.

Él levantó la mirada, sorprendido por el tono de mi voz, y una sonrisa lenta se dibujó en sus labios.

—¿Qué cosa, Anita?

Sentí una oleada de nervios recorrerme, pero también una emoción indescriptible. Esta vez, no estaba jugando. Esta vez, estaba considerando cruzar esa línea que había mantenido clara por tanto tiempo.

Con un guiño de ojo y una sonrisa atrevida, le respondí más claro que el agua.

—Ahh, eso… Y, bueno ¿ahora te decidiste por sí? —preguntó Álex, dando un paso más cerca de mí, hasta que pude sentir su calor.

Lo miré a los ojos, esa chispa de travesura entre nosotros más viva que nunca. Por un segundo, dudé. ¿Estaba realmente dispuesta a llevar esto más allá?

—Tal vez… tal vez deberíamos dejar de pensar y hacerlo de una vez —susurré, sintiendo cómo las palabras salían de mi boca con más decisión de la que esperaba.

Álex me miró fijamente, evaluando si hablaba en serio. Cuando vio que mis ojos no mentían, su sonrisa se ensanchó.

—Sabía que tarde o temprano aceptarías —dijo con un tono seguro, pero juguetón.

El siguiente paso lo di yo. Rompí esa última barrera al acercarme aún más, sintiendo cómo la tensión entre nosotros crecía. Lo besé suavemente, una prueba, un pequeño adelanto de lo que vendría. Y cuando nuestras bocas se separaron, supe que ya no había vuelta atrás.

Después de ese beso, la realidad de lo que estaba a punto de suceder cayó sobre mí como una corriente eléctrica. Mi corazón latía con fuerza, y el aire entre nosotros se sentía denso, cargado de deseo y una extraña mezcla de ansiedad y emoción. Álex me miró con una intensidad nueva, como si hubiese estado esperando este momento por mucho tiempo. Yo lo había sentido también, esa atracción no resuelta, ese juego que había estado presente en cada mirada, en cada conversación entre nosotros.

—¿Estás segura? —me preguntó, aunque su voz tenía un matiz de expectativa. Sabía que lo estaba.

Asentí, sabiendo que la decisión ya estaba tomada.

—Quiero que sea mañana por la noche —dije, con más firmeza de la que sentía.

Álex sonrió de manera confiada, como si ya hubiese anticipado ese desenlace.

—Entonces hagámoslo. No te das una idea de las ganas que te tengo.

La noche siguiente, cuando Álex llegó a mi departamento a eso de las 19:00 hs., la tensión era palpable.

Me vestí para la ocasión: un sugerente top blanco escotado y holgado, un short negro elastizado, muy cortito y ajustado para que se me marcara bien la cintura y la cola, y unas zapatillas que uso de entrecasa. Yo misma me encargué de recibirlo en la puerta, dándonos nuestro primer apasionado beso sin miedo a que nos vieran en el trabajo. Subimos por el ascensor, nos dejamos llevar un poco por el frenesí que nos invadía en la intimidad que ese espacio reducido nos ofrecía, hasta que llegamos.

Cuando entramos, me quité las zapatillas y me quedé descalza. Le ofrecí ponerse cómodo en la mesa de la cocina. Me observaba con una mezcla de adoración y deseo; podía sentirle la mirada siguiendo cada uno de mis movimientos, lo que solo añadía más intensidad al momento.

Cenamos, comimos helado, nos reímos mucho… y luego tocó el verdadero postre.

Nos dirigimos la habitación y Álex no tardó en tomar el control de la situación. Se sentó en el borde de la cama y me jaló hacia él, sus manos recorrieron mi cuerpo de una manera que había imaginado tantas veces. El sonido de su respiración entrecortada entre besos y chupones a mi piel solo alimentaba la excitación.

El primer contacto fue eléctrico, la piel de Álex cálida bajo mis dedos, sus manos recorriendo mis caderas con firmeza, mientras me desnudaba lentamente, retirándome el top con facilidad, luego mi short, tomándose su tiempo para deslizarlo suavemente mientras contemplaba fascinado mi cola, mi durazno suculento, acariciando mis nalgas despacio para luego apretujar cada una y cachetearlas. Estiraba el elástico de mi tanguita blanca hacia los costados, hacia afuera, solo para terminar buscando mi vulva con los dedos.

—Seguro es la conchita más rica del mundo.

Todo era tan distinto, tan excitante. Su tacto, su manera de moverse, la forma en que me besaba el cuello, con hambre, con deseo. Mis manos recorrieron el pecho Álex mientras él me saboreaba por completo, sus labios trazando un camino ardiente desde mi cuello hasta mis senos, tomando su tiempo para explorar cada rincón de mi cuerpo. El calor creció en mi vientre, y me volteé sobre el colchón, abriéndome a él sin reservas.

—Ahora vas a tener que probarme para enterarte si es la más rica del mundo.

Sentí cómo sus manos fuertes agarraron mis muslos, abriéndolos con suavidad pero con firmeza, su lengua descendiendo, haciéndome gemir apenas tocó mi piel. Mis caderas se movieron instintivamente contra su boca, su lengua encontrando el ritmo exacto que me hacía temblar. Sabía lo que estaba haciendo, y me llevó al borde en poco tiempo. Mi respiración se aceleraba, mi mano aferrándose a su cuero cabelludo mientras todo mi cuerpo se tensaba, esperando el estallido que sabía que vendría.

No había vuelta atrás. Nos dejábamos llevar por la corriente de deseo, el ritmo de nuestros cuerpos sincronizados.

Y entonces, Álex se deslizó sobre mí. Sus manos recorrieron mi piel, susurrándome al oído cosas que apenas entendía en ese momento, porque mi mente estaba nublada por el placer. Sentí el peso de su cuerpo sobre el mío, aprisionándome contra la cama, cómo sus labios volvían a encontrar los míos en un beso feroz. Y luego, sin preámbulos, se hundió dentro de mí, llenándome por completo.

El ritmo que marcaba era lento al principio, pero lleno de fuerza, con movimientos precisos, profundos. Mis piernas se enrollaron alrededor de su cintura, mis uñas arañando su espalda. Sentir a otro hombre una vez más dentro de mí, sabiendo que mi novio lo estaba viendo todo, fue una de las experiencias más intensas que había tenido.

Los movimientos se hicieron más rápidos, más fuertes, mis gemidos se mezclaban con los suyos, y el sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación. Cada embestida me llevaba más cerca del límite, y cuando finalmente acabé otra vez, me dejé ir por completo, gritando su nombre.

Volvimos a girarnos, esta vez yo encima de Álex. Me acomodé en sus piernas, sintiendo el calor de su piel desnuda contra la mía.

Mis manos encontraron su pecho mientras me movía lentamente sobre él, mis caderas encajando con una fluidez natural. Sus manos, cálidas y firmes, se posaron en mis nalgas, guiándome con suavidad, mientras nuestros cuerpos comenzaban a responderse mutuamente.

Mi respiración se aceleraba a medida que nuestros cuerpos se alineaban, el roce de su piel contra la mía enviando escalofríos por mi espalda. Mis labios buscaron los suyos, y lo besé con una mezcla de hambre y ternura, sintiendo cómo su erección crecía y latía debajo de mí, presionando contra mi piel desnuda, la suave fricción de nuestras entrepiernas ardiendo.

No necesitábamos palabras. El calor entre nosotros era suficiente.

Moví mis caderas con más intención, dejando que nuestras respiraciones se entrelazaran mientras el deseo nos envolvía de nuevo. Lentamente, me levanté un poco para guiarlo dentro de mí, sintiendo cómo su miembro vigorizado empequeñecía mi delicada mano, deslizándose con facilidad hacia mi profundidad, llenándome por completo. Un suspiro escapó de mis labios al sentir toda esa dureza penetrándome, y dejé caer mi cabeza hacia atrás, disfrutando de la sensación de estar tan íntimamente conectados.

El ritmo aumentaba con cada segundo, mis caderas moviéndose de manera instintiva, buscando más de él, necesitando más. Mis manos se apoyaron en sus hombros mientras nuestros cuerpos se movían en perfecta sincronía, el placer intensificándose con cada embestida.

Sentí sus manos recorrer mi espalda, luego bajar hasta mis muslos, agarrándome con fuerza mientras él tomaba el control por momentos, empujando con más fuerza, llenándome con más intensidad. Cada vez que lo hacía, mis gemidos llenaban el cuarto, resonando en el aire entre nosotros.

El placer creció rápidamente, y mis movimientos se volvieron más urgentes, más desesperados por alcanzar ese punto donde todo lo demás desaparecía. Mis ojos se cerraron, y todo lo que podía sentir era el calor, el frote de nuestras pieles calientes, el sonido de nuestros cuerpos encontrándose una y otra vez.

—¡Ay si, si, así Álex! ¡Qué lindo se siente!

—¡Cómo me calentás, Anabella! Sos una diosa…

—Hmmm, qué lindo como me cogés.

Sentada sobre él, el calor entre nosotros se hacía palpable, pero sentía que ambos queríamos más. Una conexión más profunda, más física. Me moví lentamente de sus piernas, y él entendió al instante lo que buscaba. Adopté una pose gatuna, arqueando la cintura hacia abajo y lo miré por encima de mi hombro, mientras sus manos recorrían mis caderas.

Abrí un poco más mis piernas y me incliné hacia abajo, apoyándome sobre mis antebrazos cruzados en el colchón, dejando mi cuerpo expuesto a él. Sabía lo que vendría, y la anticipación hizo que todo mi cuerpo se estremeciera de expectación. Lo escuché moverse detrás de mí, sus manos preparando una vez más su pene, luego deslizándose por mis nalgas, separándolas suavemente, hasta que su cuerpo estuvo justo donde lo quería.

—Cómo me gusta tu cola, por Dios… —murmuró, su voz grave resonando en mi oído mientras se acercaba más y su glande humedecido abriéndose paso a través de mis labios vaginales.

Mis manos se aferraron a las sábanas cuando, con un movimiento fluido, se deslizó dentro de mí, llenándome de una manera que me dejó sin aliento. El placer me recorrió de inmediato, una oleada cálida que hizo que mi espalda se arquease involuntariamente, empujando mis caderas hacia atrás, deseando más de él.

—Así, justo así —dije en un susurro entrecortado, moviendo mis caderas para ajustarme a su ritmo.

Su respuesta fue un gruñido bajo mientras sus manos se aferraban con más fuerza a mis caderas, comenzando a moverse con un ritmo firme pero controlado, entrando y saliendo de mí con una precisión que solo aumentaba mi deseo. Cada embestida me hacía gemir más fuerte, mis sonidos resonando en la habitación y escabulléndose por el resto del departamento, mientras él me tomaba con una fuerza que me dejaba en un estado de éxtasis absoluto.

Cada vez que él empujaba, mi cuerpo se movía hacia adelante mientras el ritmo se hacía más frenético. Los sonidos de nuestros cuerpos chocando, de nuestras respiraciones entrecortadas y gemidos mezclándose, llenaban el cuarto en un afán por buscar ser escuchados por el mundo exterior. El placer era abrumador, haciéndome perderme completamente en el momento.

—No pares, por favor, seguí así... —gemí, sintiendo cómo el orgasmo se acercaba una vez más.

Sus movimientos se volvieron más rápidos, más profundos, cada embestida llevándome al borde del éxtasis. Mi cuerpo temblaba, mis piernas se debilitaban, completamente perdida en el placer que él me estaba dando.

Lo sentí de inmediato cuando, con un movimiento firme, tomó mi pelo y echó mi cabeza hacia atrás. Esa acción desató un torbellino de sensaciones dentro de mí, una mezcla de sorpresa y excitación que me recorrió el cuerpo. Mi cuello quedó expuesto, vulnerable, y la mirada de Álex se volvió intensa, casi devoradora. Podía ver en sus ojos el deseo, y eso me hizo sentir aún más viva.

—¡Metémela más, metémela toda!

Me miró desde arriba con esos ojos cargados de excitación animal y, sin dejar de moverse con frenesí ni soltarme el pelo, me dijo:

—Qué putita resultaste al final.

Lo miré fijamente con media sonrisa pero con firmeza.

—Sí… re putita. La más puta de todas, mejor que cualquiera con la que hayas estado antes.

—¿Ah sí? ¿Y te gusta cómo te estoy garchando?

—Me encanta. Sos de los mejores… tenés una pija hermosa.

Con la otra mano agarró mi cuello con la firmeza que demostraba que tenía el control. Me sentí atrapada, una sensación electrizante que encendía mi piel. Cada toque, cada roce, parecía amplificar el deseo que ardía entre nosotros.

Mientras mantenía mi cabeza inclinada hacia atrás, su mano libre descendió por mi cuerpo, acariciando mi abdomen con una suavidad que contrastaba con la dureza de su agarre en mi cuello.

—Me encanta tu culo —me tiró, con una voz ya grave presumiblemente por la fatiga.

Volví a abrir apenas los ojos para mirarlo y le respondí:

—Es tuyo esta noche. Hacele lo que quieras.

Ese comentario fue suficiente, una orden disfrazada de entrega. Con un movimiento repentino, comenzó a propinarme duras nalgadas, el sonido del contacto resonando en la habitación, una mezcla de placer y un toque de dolor que solo intensificaba mi excitación.

Cada golpe era como un pequeño trueno en mi piel, una explosión de sensaciones que me hacían gemir más fuerte, haciéndome sentir totalmente suya, su puta, su juguete, él siendo el fuerte y yo debiendo someterme a esa condición. La combinación de sus caricias y las nalgadas creaba un equilibrio entre la suavidad y la dureza, la ternura y el estado más puro de brutalidad primigenia; un tira y afloja que me mantenía al borde de un clímax que parecía acercarse cada vez más rápido. Sentí cómo mi cuerpo respondía a cada acción, cómo cada golpe resonaba en mí de maneras que nunca había experimentado antes.

Mientras él continuaba, su mano en mi cuello se volvió más posesiva, y yo me entregué a esa sensación, dejándome llevar por la corriente de placer. No podía evitar dejar escapar gemidos que escapaban de mis labios, los cuales resonaban en la habitación. Mi mente se nubló mientras las sensaciones se apoderaban de mí. La intensidad de su agarre y el calor de su cuerpo junto al mío, todo se unió en una sinfonía de placer que me llevó más allá de mis límites. Era un baile primal, donde cada movimiento contaba una historia de deseo, de entrega y de libertad.

Me enderecé lentamente, dándome la vuelta para mirarlo. Su cuerpo aún estaba tensado, su respiración apenas comenzando a calmarse. Me arrodillé ante él, mis ojos fijos en los suyos, mientras mis manos descendían por su abdomen firme, recorriendo cada centímetro de su piel hasta llegar a su entrepierna.

Sin romper el contacto visual, mis dedos rodearon su erección, que todavía estaba húmeda y cálida por mi flujo, y noté cómo sus labios se separaban levemente en respuesta. Mi otra mano acariciaba su muslo, sintiendo la tensión en su cuerpo, y cada vez que lo estimulaba, podía escuchar sus gemidos de placer, un canto que solo aumentaba mi deseo.

Me agaché y lo tomé en mi boca, despacio al principio, disfrutando de cada segundo, de cada respuesta que su cuerpo daba ante mis movimientos. Sentí sus manos caer pesadamente sobre mi cabeza, enredando sus dedos en mi cabello mientras mis labios descendían por su dura pija, tomándolo completamente, saboreándolo. Mis movimientos eran suaves al principio, exploratorios, pero a medida que él comenzaba a moverse ligeramente, empujando sus caderas hacia mí, aumenté el ritmo, chupando con más presión.

Lo escuché gemir en lo más profundo de su garganta, un sonido gutural que me hizo estremecer. Mis manos trabajaban en sincronía con mi boca, alternando entre caricias firmes y suaves, buscando arrancarle más gemidos, más jadeos. Podía sentir el poder en mis manos y mi boca, el control que ejercía sobre su placer, y eso solo me excitaba más.

La textura de su piel era suave pero firme, y sentí cómo mi lengua se deslizaba alrededor de su grosor. Cada movimiento era una danza, una conexión que me hacía sentir más viva que nunca. Su miembro tenía un calor que irradiaba en mis labios, y la presión al succionar me llenaba de una profunda satisfacción. Era como si estuviera conectando con su esencia, con lo más íntimo de su ser, y eso me hacía sentir poderosa.

Al avanzar un poco más, podía sentir cómo su pulso latía entre mi lengua y mi paladar, y cada vez que lo absorbía más profundamente, el deseo en mí se intensificaba. Me perdía en esa vorágine, dejándome llevar por la rítmica presión y el sabor salado que impregnaba mi boca. Era un acto de devoción, de entrega; el mundo exterior se desvanecía mientras me sumergía en ese instante de absoluta lujuria.

La manera en que su miembro rozaba el fondo de mi garganta era una mezcla de placer y desafío. Sentía esa oleada de satisfacción en mi estómago, una necesidad de satisfacer su deseo mientras el mío crecía a medida que él se entregaba al placer. Mis labios se ceñían a él, y el sonido de su respiración se convertía en una melodía que aumentaba mi excitación.

Cada pequeño gemido que escapaba de sus labios se transformaba en combustible para mi propio deseo. Me deleitaba en la forma en que su cuerpo respondía, cómo sus caderas se movían suavemente hacia mí, empujando más en mi boca, instándome a que me entregara aún más. Sentía cómo su tensión aumentaba, y eso me hacía sentir aún más deseosa de llevarlo al límite, de ser la razón de su placer. Cada vez que me alejaba un poco, disfrutando del espacio entre nosotros, podía ver cómo sus ojos brillaban con deseo y sorpresa. Entonces, regresaba a esa intimidad, jugando con su virilidad, sintiendo cómo respondía a cada uno de mis movimientos, a cada caricia de mi lengua.

Era un juego, una exploración de sensaciones en la que me entregaba por completo. Cada contacto, cada succión, se sentía como una promesa silenciosa, un intercambio de placer que nos unía en un nivel que iba más allá de las palabras.

Mis labios se deslizaban de manera experta, alternando entre lamer su longitud y tomarlo profundamente hasta que casi me ahogaba, sabiendo exactamente cómo y cuándo acelerar. Sus reacciones me guiaban, sus manos apretándose en mi cabello con más fuerza mientras yo continuaba, deleitándome con cada uno de sus jadeos entrecortados.

El ritmo aumentó, cada vez más rápido, más desesperado. Mi boca trabajaba con una intensidad creciente, mi lengua girando a su alrededor, acariciándolo, llevándolo al borde una y otra vez. Pude sentir cómo su cuerpo comenzaba a tensarse, sus piernas temblando ligeramente mientras se acercaba al clímax.

Sus manos se apretaron una última vez en mi cabello, y con un profundo gemido, lo sentí acabar en mi boca, llenándome con su semen, caliente y abundante, sin poder evitar tragar, sintiendo cómo su esencia me llenaba. No me detuve; lo tomé todo, dejando que el placer lo recorriera mientras mis labios continuaban moviéndose suavemente, prolongando su orgasmo hasta que todo su cuerpo se relajó bajo mi toque.

La calidez de su líquido resbalando por mi lengua era un elixir que me encendía. Cada gota me hacía sentir más viva, más deseada. Sabía que había cumplido con lo que él deseaba, y eso me llenaba de una profunda satisfacción. Sus manos se enredaron en mi pelo, tirando suavemente mientras él intentaba mantener el control, pero era evidente que se estaba entregando por completo a la marea de placer que lo arrastraba.

Con cada convulsión de su cuerpo, yo sentía una oleada de energía que resonaba en mí, y no podía evitar jugar con la situación. Mi lengua danzaba alrededor de su miembro, asegurándome de no dejar nada sin disfrutar, explorando cada rincón, cada pulgada de él. Al hacerlo, no podía dejar de mirar sus ojos, que brillaban con una mezcla de sorpresa y satisfacción, como si no pudiese creer lo que estaba sucediendo.

Finalmente, me separé de él con una última lamida, levantando la mirada para ver su rostro satisfecho, su respiración pesada y su cuerpo completamente relajado.

El aroma del café recién hecho flotaba en el aire cuando escuché el crujido de la cama. Mi amante, mi semental, finalmente se despertó. Me giré justo a tiempo para verlo salir de la habitación, vestido solo con su bóxer azul marino, el torso al descubierto, relajado después de la noche anterior.

Se detuvo en la puerta, sonriendo con esa mezcla de picardía y confianza. Mis dedos jugueteaban con la taza en mis manos mientras él se servía una taza de café sin decir una palabra, antes de sentarse a mi lado.

—¿Dormiste bien? —pregunté, rompiendo la tensión con una sonrisa.

Álex soltó una risa suave mientras se recostaba en la silla, tomando un sorbo de café.

—Como un tronco. Después de anoche, cualquiera dormiría como un bebé.

Mi estómago se contrajo ante el recuerdo, y no puedo evitar que una sonrisa lenta se dibuje en mi rostro.

—Fue intenso —dije suavemente—. Más de lo que imaginé.

Álex asintió, y su sonrisa se ampliaba mientras me miraba fijamente. El peso de la noche aún estaba en el aire, como si las emociones aún no se hubieran disipado por completo.

—¿Lo disfrutaste?

Mis labios se curvan en una pequeña sonrisa antes de responderle.

—Sí. Fue... increíble.

Mi amante asintió una vez más, aparentemente complacido con mi respuesta.

—¿Y vos? —le pregunté a mi compañero de trabajo (qué raro se siente al recordar quién es después de todo), con la misma curiosidad que siempre siento después de una experiencia como esta—. ¿Cómo te sentiste?

Él se recuesta un poco más en la silla, como si estuviera considerando la respuesta. Luego sonríe, una sonrisa que me hace recordar cada segundo de la noche pasada.

—Fue hermoso —dijo con honestidad—. ¿Te gustaría repetirlo?

—Cuando gustes. Pero de esto nada a los chicos en el laburo.

Álex hizo un gesto con los dedos como si deslizara un cierre entre sus labios.

—“Muzzarella”, señorita.

Me río suavemente, mirándolo con emoción.

—Es más —continuó—, hasta podríamos arrancar este lindo día con todo ¿no?

Sonreí divertida por la rapidez con la que pensaba.

—¿Un mañanero decís?

—Es casi mediodía, pero sí. Así con los cuerpos medio torrados para desperezarnos.

Dejé la taza sobre la mesa y puse toda mi atención en ese hombre que me había hecho ver las estrellas. Me bajé de la silla y me arrodillé frente a él, posando mis manos sobre sus rodillas, arrastrándolas con firmeza por sus muslos. Lo miré directo a los ojos sonriéndole. Él intentó devolverme el gesto, pero apenas pudo esbozar una mueca por la creciente excitación y la anticipación de saber que lo que le iba a hacer ya lo había disfrutado anoche. Mis manos llegaron al bulto pronunciado de su bóxer, duro como una piedra y moviéndose por sí solo como si quisiera romper la fina tela que lo sometía a ese encierro. Acaricié con deseo ese músculo carnoso, el punto de control principal de todo hombre. Me acerqué más, abrí mi boca y, prácticamente, devoré ese paquete. Sentí incluso una vena latiendo con fuerza a través de la tela, y supe que sería rápido, pero gustoso para ambos.

Tomé con ambas manos el borde de su calzón y se lo bajé hasta la mitad de los muslos. Volví a encontrarme con esa masa erecta de carne, de cuya punta ya alcanzaba a asomarse ese glande brilloso y rosado. Le agarré del tronco y llevé mi boca hasta la base de su órgano, besuqueando toda su entrepierna desprovista de vello, toda esa piel bien depilada. Succioné su escroto, sus testículos endurecidos, inflamados. La sensación en mi boca fue riquísima. Y mientras le hacía todo esto, escuchaba sus gemidos roncos y su respirar ahogado bajo mi influjo. La pelvis, el abdomen y las piernas se le habían tensado, traduciéndose en que yo tenía ese control sobre su cuerpo.

—¿Te gusta, bebé?

—Me… encanta… sos la mejor.

—Lo sé…

Incliné su verga hacia delante. Estaba tan dura que apenas podía manipularla sin hacer un poco de fuerza con la muñeca. Lo masturbé un poco, arrancándole verdaderos jadeos desgarrados mientras apretaba el miembro con la palma y le acariciaba con suavidad el glande, humedeciéndome el pulgar con su presemen. Me volví a llevar toda su pija a la boca y, literalmente, se la comí. Me enfoqué en la cabecita, chupándola fuerte. Las piernas de Álex se empezaba a mover en reacción a ese estímulo, involuntariamente. Lo estaba convirtiendo en mi juguete.

—¿Te gusta mi pija? —me preguntó. Pero él ya sabía la respuesta.

—Sí, mucho, mucho. Me estoy volviendo adicta ya.

—Sí pero… ya no doy más. Lo estás haciendo más fuerte que anoche y yo estoy aguantándome desde hace un rato para no terminar ya.

Lo miré mientras se la seguía chupando, le atrapé la cintura con ambas manos y le dije que podía volver a acabarme en la boca si quería. Que me lo iba a tragar todo de nuevo.

—Bueno… entonces apuralo. Chupala más rápido, putita, dale. Chupámela y pajeame con ganas.

Hice caso, obviamente. Le di un fuerte e intenso sexo oral mientras apretaba y estimulaba con más firmeza y velocidad con la mano. Y mientras le hacía esto, le gemía con la boca llena. La vibración de mi voz apagada pulsando sobre su piel viva dentro de mi boca lo encendía todavía más.

Gemidos cortos, pero reiterados y cada vez más agudos reverberando en torno a su miembro, haciendo presión sobre su glande.

—¡Ay, paráaa!No, no aguanto más, Anabella…

Y entonces, me agarró del cuero cabelludo en un gesto urgente como de no querer que me escape a último momento, y me dijo:

—Ahí va, puta hermosa. Abrí bien grande la boca.

Obedecí gustosa. Abrí mi boca con una sonrisa, le ofrecí incluso mi lengua, y soltó su pija en esa dirección.

Recibí su leche en mi boca, salpicándome en los labios, bañándome el mentón y luego escurriéndose por mi cuello hasta fluir entre mis pechos. Tenía la mitad de mi cara embadurnada con su semen espeso y delicioso.

Me relamí como una gatita y saboreé mis labios.

—Qué rico desayuno —le dije, con mi voz más sensual.

Luego de un rato, volvimos a la normalidad. Álex terminó de vestirse y lo acompañé abajo hasta la puerta. Nos dimos un fuerte abrazo y un besazo lleno de lengua. Nos dijimos un par de cosas lindas y después se fue, no sin antes recordándole yo absoluta discreción. Él asintió con sinceridad y se fue.

Pero ahora me embargaba otras preguntas: ¿Qué pasará de ahora en más con Álex en el trabajo? ¿Podrá resistirse cada día, cada hora y minuto que pasemos juntos? ¿Podré incluso yo no sucumbir a la tentación de acercarme a él en horario laboral, rozándole las nalgas contra su entrepierna tal vez o acariciarle el bulto? Va a ser difícil, aunque, pensándolo bien y conociéndome, no me sorprendería que me dejara llevar y provocarlo en plena jornada. Estaba más que cantado que volvería a encamarme con mi compañero de trabajo una o varias veces más, sea de nuevo en mi departamento, en su casa, en un telo, o en donde pinte. Y sé también que con toda probabilidad, mi próximo encuentro sexual sea con uno distinto.

Pero pensando en Álex, inevitablemente.

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