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Regresé a la ciudad después de muchos años, habiendo estado de viaje por trabajo. Volver a casa siempre trae una mezcla de emociones, pero esta vez, al reencontrarme con la familia, sentí una oleada de nostalgia. Mi abuela, al verme, insistió en que pasara el mayor tiempo posible con ellos, ya que hacía mucho que no nos veíamos. Me indicó que solo por ese día me tocaría dormir en el sofá, pero que para próximas ocasiones me buscaría un sitio más cómodo.
Recordé los tiempos en que éramos niños y jugábamos con Valeria, corriendo por los jardines y riendo sin parar. Ahora, al verla, sentí una conexión instantánea, como si el tiempo no hubiera pasado.
El día del cumpleaños del abuelo, la casa estaba llena de conversaciones cruzadas y risas que se mezclaban con el olor a comida recién servida. Los familiares, entre tragos y bocadillos, comenzaron a retirarse poco a poco, dejando a Valeria y a mí cada vez más solos. Nos quedamos solos en la sala porque Valeria estaba interesada en escuchar las historias de mis viajes.
En la sala, la tensión entre nosotros era palpable. Nos besamos con urgencia, nuestras lenguas explorándose con deseo. La ropa comenzó a volverse un estorbo, y subimos a la habitación de Valeria con una naturalidad que solo se tiene cuando el deseo ya está decidido. Allí, lejos de todos, compartimos un momento intenso y reservado, uno que solo nosotros sabíamos leer.
En la habitación, quité el vestido de Valeria y fui sorprendido por su ropa interior de encaje transparente, hilo dental, además de un brasier también de encaje transparente que permitía ver cómo estaban erectos sus pezones. Quité su brasier, apretando y besando sus senos con avidez. Valeria gimió suavemente, sus manos enredándose en mi cabello, guiándome. Metí mi mano dentro de su ropa interior, deslizando mis dedos lentamente hasta encontrar su clítoris. Lo acaricié con movimientos circulares, sintiendo cómo se humedecía más con cada toque. Valeria se retorció, sus caderas moviéndose contra mi mano, pidiendo más. Introduje dos dedos en su interior, moviéndolos en un ritmo que la hizo gemir más fuerte, sus uñas clavándose en mi espalda. La llevé al borde del orgasmo, pero me detuve, queriendo prolongar su placer.
La tumbé en la cama, posicionándome entre sus piernas. Puse mi pene en la entrada de su sexo, y Valeria, con sus ojos llenos de deseo, me suplicó en silencio que la penetrara de un solo golpe. Así lo hice, entrando en ella con una embestida fuerte y profunda. Nos movimos juntos, nuestros cuerpos sincronizados en un baile antiguo y primario. Cambiamos de ritmo, penetrándola fuerte y luego suave, a veces rápido, logrando que Valeria alcanzara el éxtasis. La coloqué de costado, penetrándola desde atrás, mis manos agarrando sus caderas con fuerza, mientras ella arqueaba su espalda, pidiendo más.
Debíamos mantener el silencio para no ser descubiertos, pero el placer era tan intenso que era difícil contener los gemidos. Nos movimos juntos, nuestros cuerpos sudorosos y entrelazados, hasta que ambos alcanzamos el clímax, nuestros cuerpos temblando con la intensidad de nuestra liberación.
Valeria deseaba más, pero yo, exhausto, no podía continuar. Decidí bajar al sofá, donde anteriormente me habían preparado para dormir. Al rato, Valeria llegó al sofá a buscar un poco de mi compañía.
Nos tendimos en un abrazo, nuestros cuerpos desnudos y entrelazados, descansando juntos.
Meses más tarde, en una fiesta familiar, Valeria y yo nos encontramos de nuevo. Debido a la gran cantidad de personas, el trago se acabó antes de lo esperado. Me ofrecí a ir a buscar más, pero Valeria insistió en ir ella, ya que yo estaba visiblemente afectado por el alcohol y la casa estaba cerca. Salimos sin problemas y, de regreso con el trago, aproveché una pared para empujar a Valeria contra ella. En la soledad y la oscuridad de la noche, comencé a besarla con pasión, mis manos explorando su cuerpo bajo la ropa. Valeria respondió a mis caricias, excitada. Toqué sus senos sobre el brasier, apretándolos con fuerza. Luego, sacé sus senos de debajo de la blusa y el brasier, chupándolos fuertemente. Valeria, incapaz de resistir, metió su mano dentro de mi pantalón y tomó mi pene. Lo acarició con movimientos suaves pero firmes, haciendo que mi deseo aumentara. Quería que me realizara sexo oral, pero justo cuando iba a sacarla para meterla en su boca, sonaron nuestros celulares. Eran los familiares, preocupados porque no regresábamos. Valeria, con un momento de lucidez, me indicó que estábamos en un lugar público y que no era el momento. Regresamos a la fiesta, y, como en la anterior ocasión, todos se fueron retirando. Debido a que yo estaba muy tomado, no me permitieron irme de la casa y me dieron una habitación para que terminara de pasar la noche.
Valeria no podía dormir, la idea de lo que había pasado no la dejaba en paz. Se dirigió a mi habitación, donde encontramos un momento de intensa pasión. Valeria, al llegar, se había quitado su brasier y su ropa interior, sabiendo que algo pasaría y no queriendo tener nada que la detuviera. Entendí su deseo y respondí con entusiasmo.
Valeria se subió encima de mí, moviéndose con un ritmo lento y profundo. Exploré su cuerpo con mis manos, mis dedos encontrando los puntos más sensibles. La penetré con embestidas fuertes y rítmicas, cambiando de posición para que ella quedara de espaldas, sus piernas envolviendo mi cintura. Nos movimos juntos, nuestros cuerpos sincronizados en un baile de deseo y placer. La penetré desde atrás, agarrando sus caderas con fuerza, mientras ella arqueaba su espalda, pidiendo más. Cambiamos de posición nuevamente, con Valeria encima, controlando el ritmo, moviéndose arriba y abajo con una intensidad que nos llevó al éxtasis. Nos movimos juntos, nuestros cuerpos sudorosos y entrelazados, hasta que ambos alcanzamos el clímax, nuestros cuerpos temblando con la intensidad de nuestra liberación. Luego, nos tendimos en un abrazo, nuestros cuerpos desnudos y entrelazados, descansando juntos. pronto otras historias narradas por valeria






