La conocí en la guía cereza. Yo trabajaba en Cali, pero me tocaba venir a rendir cuentas a la empresa. Medellín era una fiesta. Nos refugiábamos en el hotel San Fernando Real y allí intercambiamos maromas sexuales y el estremecimiento de la piel. Sabía muy poco de su vida privada. Me encantaba escuchar sus historias llenas de lujuria al punto que publiqué en este mismo espacio uno de nuestros encuentros swinger cambiándole el nombre a Emma (para leerlo buscar en Mis relatos: "Jueves santo en Medellín: la chica de la diadema"). 

Dejé de trabajar para la gran empresa paisa y nos dejamos de ver. Retomamos en el 2019 y volvimos a nuestras andanzas. Nos agarró el encierro y allí nos unió la solidaridad. El no perdernos, en un momento en que la vida se puso inestable, distópica. Hablábamos y chateábamos. Con ella me sentía como un pipiolo, en el amor libre. Me enviaba videos calientes con alguno de sus amantes. O primeros planos de masturbadas. Era la mejor manera de pasar la incertidumbre: soñando volver a cruzar las lenguas, abrazarnos como en aquellos días del hotel.

De repente el 7 de agosto del 2020 se cortó a la comunicación. Desapareció en WhatsApp y el número va al buzón.

¿Qué le pasó a mi heroína? No contesta los e-mails, ni los mensajes de Facebook. Eliminó el perfil de la guía. Con el número de cédula rastree donde votó la última vez. Allá en su zona de El Tablazo.

¿Me voy para allá, con una banda de músicos cantando la canción de Leo Dan?

¿Se murió en un aparatoso accidente donde el celular se volvió trizas?

¿Se unió a una religión evangélica, cual Linda Lovelace, que terminó abominando de su pasado?

¿Se suicidó, agobiada por la pandemia, y eliminó todo rastro de comunicación?

Me quedan unas cuantas imágenes de nuestro último encuentro el día los inocentes del 2019. Antes de acostarme elevo los ojos al firmamento y le grito: “dame una señal, dame una señal”. Nada. Las comunicaciones últimamente están atrofiadas. Exceso de tráfico.

Para escuchar al maestro Leo Dan pique aquí