🔥 Nuestro secreto siendo esposos

Capítulo 12: “Todos miraban a Mireya”

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🏖️ Cien años de historia… y uno más de deseo

La casa de playa estaba llena. Casi cuarenta personas entre tíos, primos, cuñadas, sobrinos y amigos cercanos. Todos reunidos para celebrar el cumpleaños número 100 del abuelo de su esposo.

Mireya llegó tomada de su esposo, ambos sonrientes. Él con una camisa ligera y ella con un vestido blanco, largo, sin sostén… que se deslizaba con el viento marino, dejando entrever más de lo que cubría.

—Siempre tan elegante —dijo una de las tías, con una media sonrisa.

—Y tan bella —agregó uno de los primos, con ojos que tardaron más de la cuenta en mirar a otro lado.

El morbo no era directo.

Pero estaba en el aire.

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💫 El efecto Mireya

Durante el almuerzo, Mireya notó cómo varias miradas se detenían en su escote cada vez que se inclinaba. Cómo algunos hombres bajaban la voz al hablarle… o cómo otras mujeres la observaban con una mezcla de envidia y curiosidad.

Su suegro estaba allí también. El mismo con el que, años atrás, había cruzado una línea que nadie imaginaba.

Cruzaron miradas fugazmente. Un gesto leve, una complicidad que solo ellos entendían.

Pero no pasó de ahí.

Y sin embargo… era suficiente para incendiar la imaginación.

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🌅 El bikini rojo

Por la tarde, ya con el sol cayendo, Mireya salió con un bikini rojo de tiras delgadas y una salida de baño translúcida.

Jugaba con los niños en la arena, reía con las mujeres, se estiraba en la reposera frente a todos.

Su esposo, siempre cerca, sabía lo que provocaba. Y la deseaba más por eso. Por ese poder invisible que ella manejaba con naturalidad, sin arrogancia.

—¿Sabes lo que están pensando todos? —le susurró él, mientras le daba un beso en la nuca.

—Sí —respondió ella, con una media sonrisa—. Y no pienso darles el gusto.

—Entonces esta noche, todo ese fuego será solo mío.

Ella se giró para verlo, con los ojos encendidos.

—Esa es la idea.

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🌙 Un secreto que ardía en silencio

Esa noche, mientras las familias se reían en la terraza, Mireya y su esposo se encerraron en la habitación de huéspedes.

Ahí no hubo miradas externas, ni roces sutiles, ni bromas disimuladas.

Ahí, simplemente, toda esa tensión acumulada estalló en ellos dos, sin palabras, con la urgencia de lo contenido.

Y mientras tanto, en la casa…

Todos recordaban los movimientos de Mireya.

Sus piernas cruzadas.

La forma en que recogía el cabello.

Su risa…

Y la certeza inconfesable de que algo en ella los había tocado. Aunque fuera solo con la imaginación.

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