Guía Cereza

Este usuario es

Premium icon
Premium
Verificado icon
Verificado
Featured icon
Destacado
Publicado hace 15 años 4K Vistas
Compartir en:

Es muy particular que después de superar un proceso tan largo y complejo como lo fue la aceptación de mi orientación sexual homosexual y, más aún, hacerla pública, tuviera que emprender nuevamente un camino igualmente difícil, en busca de otra identidad. 

Por Bondagero Paisa trajano78@hotmail.comFoto: GuiaCereza

El primer recuerdo que tengo relacionado con el tema BDSM data de cuando tenía escasos 4 años. Estaba en la habitación de mi madre, ella estaba en la ducha y yo jugaba en su cama, brincando. En algún momento agarré un pañuelo y me amordacé. ¿De dónde me salió este impulso? ¿Por qué sentí ese deseo de ser amordazado? Hasta el día de hoy no tengo la más mínima idea. Sólo sé que lo que hice en ese momento me produjo un gran placer pero al mismo tiempo lo percibía como algo malo y vergonzoso, porque en el momento en que escuché que mamá salía de la ducha, rápidamente intenté quitarme la mordaza, quedando a mitad de camino cubriendo mis ojos. Mi madre simplemente preguntó "¿Estás jugando a la gallina ciega?", a lo que respondí asintiendo con la cabeza.

A partir de este punto puedo decir que empezó mi pasión por el BDSM. La imagen de hombres que eran atados en series de televisión y películas generaba en mí una atracción y curiosidad inmensas, pero todo se quedaba en el imaginario. Entonces sucedió un episodio que atesoro entre mis recuerdos más preciados.

Tenía 8 años, por motivos laborales de mi padre que obligaban a mi familia a mudarse temporalmente de ciudad, me fui a vivir con mis abuelos paternos para continuar estudiando en el mismo colegio. Cursaba tercer grado. En aquel entonces vivían la en casa, además de los abuelos, dos de mis tías solteronas, otra de las tías "la menor, que aún no había terminado colegio, mi primo Camilo "quien había sido criado por mi abuela dada la muerte prematura de su mamá y la irresponsabilidad de su papá, y la empleada del servicio doméstico. La casa era de dos pisos y como buen matriarcado que se respete "de los 12 hijos que los abuelos trajeron al mundo 8 fueron mujeres, a excepción del abuelo los hombres debían dormir en el primer piso. Yo compartía habitación con mi primo Camilo, de doce años.

Ya llevaba un par de meses viviendo en esta casa y todo marchaba normalmente. Una noche estaba ya en mi cama y a pocos metros la cama en la que dormía Camilo. Al menos eso creía yo. De pronto sentí que se levantó, luego estaba a mi lado, sentado en mi cama. Retiró la cobija y, sin mediar palabra, me bajó el pantalón del pijama y me chupó el pene. Yo no hice nada, me quedé quieto, sintiendo y esperando. A los ocho años no tenía yo un sentido del sexo claro, y ciertamente aún faltaba todo el flujo hormonal de la adolescencia que despierta lo que duerme en la niñez, pero lo cierto es que se sentía bien y no lo detuve. Esto sucedió en varias ocasiones y nunca nos pillaron en el acto. No señor lector, no es esta la razón por la cual soy homosexual, tampoco me sentí abusado ni tuve problemas sicológicos o sociales durante mi desarrollo. A decir verdad este tipo de experiencias tempranas son muy comunes.

En medio de esta situación se dio el episodio aquel que atesoro y que aún no he relatado. Era un día de semana, más o menos las cuatro de la tarde. Todos estaban en la casa, y yo hacía tareas en el comedor. Cuando fui a la habitación por un libro, mi primo cerró la puerta y me dijo que íbamos a jugar. Yo expliqué que estaba ocupado pero a él no le importó. "Yo voy a ser un guerrillero y te voy a secuestrar", nunca olvidaré sus palabras. Yo me dejé hacer. Me sentó en el suelo, junto a uno de los pies de la cama. Sacó unas cuerdas del armario y empezó a atarme. En ese momento sentí un huracán pasando por mi interior, una cascada de sensaciones indescriptible pero tremendamente placentera. No lo podía creer. Cuando terminó de atarme, se puso en la tarea que más le gustaba: chuparme el pene. Yo estaba casi en un estado de gloria, por lo menos así lo recuerdo. Y algo que también recuerdo bien fue mi insistencia en pedirle que por favor me amordazara, cosa que no hizo. Eso no importó, la cuestión es que este episodio partió en dos mi vida en el mundo del BDSM: fue mi primera experiencia real.

Posteriormente, de vez en cuando trataba de convencer a mis amigos para jugar algo que implicara atar y amordazar a alguien. Era independiente si la víctima era yo u otro. Luego, con el paso del tiempo, alcancé la temida adolescencia y con el despertar hormonal de mi cuerpo fue apenas lógico que todo mi deseo y excitación sexual se vinculara definitivamente a las prácticas BDSM. Cuando me masturbaba recurría a fantasías en las cuales era atado y usado. Frecuentemente ataba mis manos, mis genitales y me amordazaba para masturbarme con mayor placer. Desafortunadamente justo en este período recién iniciado sufrí un gran trauma en mi vida que me postró y me aisló del mundo por algunos años.

Con el paso del tiempo, y gracias a una recuperación relativamente exitosa, terminé el colegio e ingresé a la universidad. Vino entonces todo el proceso de aceptarme como hombre gay y trabajar aquello con mi familia y allegados, cosa que salió adelante prácticamente sin tropiezos. Fue la época de mis primeras experiencias sexuales. Lógicamente con algunas de mis parejas conversaba sobre esta perversioncilla mía, y unos pocos aceptaban jugar. No, ninguno me ofreció exactamente lo que yo estaba buscando. Cuando no se tiene la actitud, el deseo genuino, las cosas no pasan de un jugueteo en pareja.

Un domingo en la mañana, estaba en mi casa bastante desocupado. Ingresé al chat de una página gay para pasar el rato. Después de estar allí cerca de media hora, noté que ingresó un personaje con un apodo bastante diciente, no recuerdo exactamente pero era algo así como Amo_Fuerte . El caso es que me animé y le abrí una ventana privada. Conversamos un rato, él se mostró muy interesado en lo que yo buscaba "ser atado y dominado, y propuso un encuentro real en la tarde. Yo dudé mucho, pero pudo más el deseo y la curiosidad que el miedo. Nos encontramos en una estación del Metro en el Centro, y me invitó a conversar mientas tomábamos algo en una cafetería cercana. Era un hombre grueso, no muy alto, con alrededor de 35 años. Me contó de sus experiencias y gustos, era bastante dominante y disfrutaba provocando humillación y dolor. Le expliqué que eso no me animaba mucho pero que tampoco había probado. Finalmente, y sin que él tuviera que esforzarse mucho, terminé aceptando su invitación a tener una sesión. Acordamos sí que en el momento en que yo quisiera se detenía la sesión, es decir cuando ya no aguantara más. Pagó en la cafetería y salimos. Caminamos media cuadra y de repente entré, detrás de él, a una de esas infames residencias que pululan en el centro de la ciudad.

Cada vez estaba yo más nervioso y ansioso, luchaba entre irme y quedarme, y me quedé. Entramos a la habitación, en realidad cómoda y limpia, con cuarto de baño. Entonces empezó mi primera sesión con un Amo experimentado. "Quítese todo lo que tiene puesto", fue su primera orden. Yo dudé unos segundos, pero al escucharlo por segunda vez en un tono de voz más bien fuerte empecé a desnudarme. Él se acercó, me miró por todos los ángulos, y luego ató mis manos a mi espalda. Yo sentía una mezcla de ansiedad, miedo y excitación como nunca antes. A empujones me condujo a la ducha, "arrodíllese ahí", dijo. Luego abrió el grifo y me dejó allí unos minutos, empapándome con el agua fría. Al regresar cerró el grifo y sin previo aviso empezó a azotarme la espalda con su cinturón de cuero. No tuvo misericordia. Los golpes iban y venía uno tras otro, yo sólo gritaba con cada uno, pero no le pedí que se detuviera. Luego de este suplicio, que había logrado disminuir bastante mi excitación y aumentar mucho más mi ansiedad, me levantó y me empujó hacía la cama. Allí desató mis manos, me acostó boca arriba, atando cada extremidad a una esquina de la cama. Me preparé para lo peor.

Me dio la espalda un momento, escuché que encendió un fósforo, cuando me dio de nuevo la cara tenía una vela en su mano. Con mucha lentitud empezó a dejar caer gotas de cera caliente en mi torso y genitales. Puso una almohada sobre mi rostro para apagar mis quejas. El dolor era intenso, luego de los azotes, algunos de los cuales había cubierto mi pecho, sentir la cera caliente sobre la piel lastimada era algo terrible. ¿Sentirla en los genitales? No tengo palabras para describirlo. Tampoco aquí le pedí que se detuviera. ¿Imbécil? Totalmente, pero no quería quedar como un cobarde que se arrepentía a mitad del proceso. Cuando terminó con la bendita vela, y después de darme unos segundos de reposo, agarró mis pezones. Con sus gruesos dedos pellizcaba fuertemente aquí y allá, provocándome un dolor horrible, el peor que me había hecho sentir en ese rato. Tanto que estaba a punto de llorar, incluso algunas lágrimas ya corrían por mis mejillas. No, tampoco aquí le pedí que se detuviera. Total imbécil. La constante en que se convirtieron mis gemidos y gritos, apagados por la almohada, lo excitaban cada vez más. Así, se masturbó. No duró mucho, por fortuna para mí. Dejo caer el producto de estimulación sobre mi abdomen, y por fin me dejó en paz.

Se retiró al baño a limpiarse, regresó, soltó mis ataduras. Me pidió que me masturbara, pero yo estaba tan adolorido y cansado que fue imposible. "No hay problema, no te preocupes por eso", dijo mi Amo. Nos vestimos y abandonamos la residencia. En la calle sucedió algo medianamente chistoso, me dijo "La pase muy bien, espero repetirlo. Tengo tu número, te llamaré". Sí, como no. Por favor, era la típica frase de cualquier tipo con quien se tiene sexo casual. Obviamente nunca volvimos a tener contacto, jamás llamó. Tampoco hubiera podido yo resistir otra sesión con este hombre. Al día siguiente, y por varios días más, mi cuerpo se encargó de recordarme lo que había ocurrido: moretones y dolor por toda la espalda y el tórax, las tetillas "las que más sufrieron, me dolían con el mero roce de la ropa. Ducharme fue una odisea de casi una semana de duración.

¿Encontré lo que buscaba? Sí y no. Este episodio me sirvió para definir, con base en la (terrible) experiencia, lo que me gusta y lo que no. A pesar de todo el dolor y la tortura, no me arrepiento de lo ocurrido. Es algo que miro como un aprendizaje, muy productivo. Pude definir, gracias a esto, aquello que me da placer: el bondage (ser atado, inmovilizado) y en parte la dominación. El dolor quedó definitivamente por fuera de mi universo erótico. Desde entonces han sido muchas y muy buenas las sesiones que he tenido, si bien no es nada fácil encontrar aquí compañeros de juego. Los pocos que se encuentran consideran indispensable la participación del dolor y/o la penetración anal, a lo que tampoco le voy. El asunto es que en una ciudad tan poco cosmopolita como Medellín se manejan muchos tabúes con relación al sexo. Incluso dentro del medio homosexual, mirado por la sociedad como perverso, libertino y liberado, las prácticas BDSM son algo exótico y extraño, cosa de locos. Por el momento aquí sigo, viviendo y contactando gente que suele desaparecer en cuanto saben de qué se trata el cuento. En fin, así es la vida. Espero que algún día se conforme una comunidad BDSM fuerte en la ciudad, que brinde posibilidades seguras y reales para aquellos genuinamente interesados.

GuiaCereza

Premium
Verificado icon
Featured icon

Este usuario es

Premium icon
Premium
Verificado icon
Verificado
Featured icon
Destacado
Staff de GuiaCereza Ver Perfil Leer más artículos de GuiaCereza