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Tiquete De Entrada. La Realidad De Los Cines Porno En Medellín

Artículo: Nelson Matta Colorado, periodista

Foto: GuíaCereza.

Olvídese del perro caliente, las crispetas y la gaseosa. El combo emblemático de los cines porno es cerveza, cigarrillo y tetas.

En Medellín existen cuatro salas X comerciales ubicadas en el Centro, templos oscuros donde el pecado es la ley universal y la ofrenda ritual es la masturbación.

LA CHIVA se introdujo en el lascivo mundo de los cines porno. Estuvimos en el seno del Gran Cinema Villanueva, el Radio City, el teatro Sinfonía y Metro Cine. A diferencia de las salas convencionales, en estos sitios las butacas más apetecidas son las de los extremos laterales, recostadas a la pared. El centro siempre está vacío, todos le huyen para no perder el anonimato.

Adentro se puede fumar y tomar cerveza y no importa que al ingresar a la sala ya esté empezada la película.

En el interior, el tránsito es continuo. Las personas entran y salen del cinema con celeridad y se puede reconocer a los más tímidos porque en la silla hacen carrizo y de pie ocultan su erección dejándose la camisa por fuera. Ver aquí una mujer es todo un milagro. De vez en cuanto aparece un travesti.

El porno comienza su función en Medellín a las 11:00 a.m. y se va en "doble rotativo continuo" durante las siguientes 12 horas. En ese tiempo, la lujuria cobija a los herejes de la urbe y se abre el espacio para la venta de favores carnales y el coqueteo homosexual.

Bienvenido a la ciudad pornoEl Centro de Medellín detrás del telón

El aire dentro del Gran Cinema Villanueva es pesado y caliente. Sobre la cabeza del público el humo de los cigarrillos hace remolinos y la ropa se adhiere a la piel como presagio de la calentura.Llego a las 6:00 de la tarde, cuando el sol muere en el horizonte, para ver "El Baño Caliente" y "Sexo Desenfrenado", las películas de hoy.

Tras pagar la boleta, subo las escaleras hacia el segundo piso de la antigua edificación y desplazo la cortina negra del mundo prohibido.Hay cerca de 50 hombres en el cine, la mayoría supera visiblemente los 35 años. De hecho, la tercera parte de los "cineastas" son sujetos canosos y de cuerpo envejecido, encorvado.

La sala está dividida en tres secciones de butacas, de las cuales la central es la más vacía. Ocupo un puesto en las hileras de la derecha, mientras el granjero de la película le dice a su amante "lo haces mejor que mi vaca".

Sin tener en cuenta los "¡oh, ah, uh!" y los "¡ye, ye, ye!" del filme clásico italiano, en la sala lo único que se escucha son los chillidos de las butacas por la remoción de las nalgas y el sonido de las braguetas que se abren y cierran.

Pasados 23 minutos, las luces de neón se encienden bruscamente. En los cines porno el corte para intermedio no se hace de manera gradual para los ojos, como en un cinema convencional. No, aquí el fogonazo es de súbito y todos reaccionamos como vampiros que se queman con la luz. De inmediato, ¡braguetas arriba!

En medio de la abrumadora luz, todos nos miramos con los ojos rojos y el cabello enmarañado. La mayoría tiene apariencia de jubilado y con sorpresa distingo a un anciano concentrado en leer un periódico. Dos dudas me asaltan: primera, ¿quién viene a un cine porno a leer prensa?, y segunda, ¿por qué las nenas de las películas nunca se quitan los tacones?

Durante el intermedio se escuchan de fondo baladas instrumentales de los 60, hasta que las lámparas se apagan.Cuando en la pantalla aparece la presentación de "Sexo Desenfrenado", una mujer ingresa a la sala. Está vestida de camisa negra y pantalón rojo y se dedica a pasar de butaca en butaca cazando hombres a cambio de dinero.Cuando alguien acepta sus servicios, ella lo lleva a un rincón apartado y allí hunde la cabeza entre sus piernas. Tras un breve ajetreo, la chica de los pantalones rojos sale de la sala y regresa a los cinco minutos, buscando otro miembro del público.

Son las 6:43 p.m., y detrás de mí se sienta un trío conformado por dos hombres barrigones y una mujer.No tarda mucho para que la señora (entre 45 y 50 años) comience a tener en sexo con el compañero de su izquierda, mientras el otro acompañante aprovecha para abalanzarse con la boca sobre un seno que la mujer deja a la deriva fuera de su camisa.

La reacción es inmediata, cerca de 20 hombres rodean al trío salaz y comienzan a masturbarse, sentados y de pie. El calor y la lujuria son tan intensos, que todos los espectadores olvidamos la película y nos deleitamos apreciando esta escena de sexo en vivo. No valen los alaridos de la actriz italiana ni los 30 centrímetros del varón de turno, toda la atención es para la obra en vivo. Se vino al piso el filme italiano, ¡mejor a lo colombiano, carajo!

De vez en cuando, uno de los integrantes del trío levanta la cabeza para satisfacerse observando a los voyeristas. Cuando la acción termina y el rostro del barrigón se contorsiona en un grito silencioso, la señora escupe el derrame de pasión del amigo en el suelo y el escupitajo sobre la baldosa produce un extenso eco en la sala.Los voyeristas regresan a sus lugares y ni siquiera notan la presencia de un travesti elegante que se contonea atisbando parejo.

La jauría

Después de semejante escena, decido conocer el segundo nivel del cine. Para ascender hay que subir hasta el tercer piso, por fuera de la sala, y descorrer una nueva cortina.

Al ingresar, veo al fondo a una pareja de hombres con los calzones abajo "dándole duro" contra la pared. En esta plataforma solo había hombres y pronto comprendería que se trataba de territorio gay.Me siento en una de las butacas de atrás, en la sección lateral derecha. Tres hombres ubicados en frente me ven y luego se miran entre sí.

Uno de ellos se levanta y se postra a mi lado. El saludo aquí es lo de menos y el tipo me manda la mano a la entrepierna. Con cortesía y sin mediar palabra, se la aparto.

El atacante mira a los otros dos, los cuales se ubican detrás de mí. La cosa se pone fea, estoy rodeado, mejor me cambio de puesto.Pero el trío me sigue y de nuevo me rodea. Vuelvo a cambiar de silla y ellos también se desplazan junto a mí, igual que una batalla de ajedrez. Me siento conejo en medio de una jauría de hienas.

Me levanto a toda velocidad y voy al baño, fuera de la sala, la cueva del lobo. El piso está acuoso y sobre el lavamanos hay cuatro latas de cerveza. Son cuatro orinales y ocupo el del extremo derecho. De repente, una de las hienas ingresa al baño y va al orinal del extremo opuesto, sin quitarme la vista. Con tremenda agilidad, el sujeto se desplaza de orinal en orinal sin interrumpir el chorro y sin derramar una sola gota de orín en el suelo. Ya está junto a mí.

"Bien, entendí el mensaje", me digo, y abandono el Gran Cinema Villanueva ahuyentado como el cuervo del maizal.Afuera la luna está en su cenit y junto a la entrada del cine una "taberna-burdel" hace su agosto. Contemplo a las muchachas bailando "amasisao" con los borrachos.

Reconozco algunos que antes estaban en el cinema. En una de las paredes de la entrada hay tres letreros impresos: "No insista, no se reciben cheques", "Niña que salga sin permiso pierde su turno" y "Niña que no baile perderá el turno dos días".

El miedo al hoyo negro

La ruta del porno me conduce al Metro Cine, otra de las Salas X del Centro. Para ingresar hay que subir una escalas, que los transeúntes contemplan como si fueran un hoyo negro: una fuerte atracción los invita a penetrarlo, pero el pudor y el miedo los hace recular.

Esto es lo que siente Caliche, un pelao de 16 años que hace tiempo quiere entrar, pero nunca se ha atrevido."¿Y qué tal que me secuestren?", dice el muchacho mientras mira para todas partes, como observando que su mamá no esté "pistiando" desde una esquina.

Pues bien, hay que resolver las dudas. Penetro el hoyo negro y subo las escaleras hacia la sala.De nuevo enfrento el ritual de desplazar una cortina oscura. El humo del cigarro es una densa niebla muerta en el aire.Todos los espectadores son hombres, aunque dos están vestidos de mujer.

Por la distribución de las butacas y los espacios, el Metro Cine se asemeja más a una sala de teatro que a un típico cinema. Calculo que somos 20 espectadores de los cuales solo tres estamos sin pareja. El resto tiene los labios prendidos del cuello del vecino.

Mável, un sujeto andrógino vestido de mujer, se acerca y dice pacito "qué culicagao tan bonito".

Luego se presenta y confiesa que de vez en cuando viene a pasar rico al cinema.- "¿Aquí secuestran?", le traslado la inquietud de Caliche.- "Sólo a papacitos como vos. Mentiras, el cine es muy sano. Vienen pelaos bien, que se le vuelan a las novias con los novios, y veteranos a los que ya no se les para con la mujer", responde ella/él.Mável cobra 10.000 pesos por "escurrir el polvo" y, después de que rechazo la oferta, me dice al oído: "Nenita, salí que en la esquina está tu mamá con la lonchera".

Sinfonía, de caché

Lo primero que veo al ingresar a la sala del Teatro Sinfonía en un hombre en silla de ruedas, con las piernas amputadas y el férreo pene en su mano. "Menos mal no lo perdió", digo para mí.

De todos los cines X del Centro, este recinto es el más pequeño, limpio y "caché". El aire es puro, solo tiene una plataforma central de butacas y los baños están ubicados dentro de la sala, al costado izquierdo. Estoy a tiempo para ver la proyección de "Tetas Frescas 2" y en el lugar hay cerca de 30 hombres. Si bien hay algunos canosos, la mayoría de los espectadores son jóvenes con pinta de universitarios. Hoy sucede un fenómeno especial, parece ser la noche de los amantes frustrados. Tres muchachos van de sujeto en sujeto promocionando sus salaces placeres, pero siempre son rechazados. El más apetecido es un hombre entrado en años, canoso, sentado en la primera fila. ¿Mencioné que tiene una pierna enyesada y camina con bastón? Los tres muchachos, de uno en uno y en diferentes tiempos, le coquetean al señor, pero éste los despide con un ademán. Uno de ellos se sienta a mi lado y de una manda la mano al miembro viril.

Ya empiezo a acostumbrarme a este tipo de situaciones y lo detengo. "¿Qué pasa? Es solo una mamadita y ya, eso no vale la pena", expresa el pretendiente. Usa gorra y piercing en la oreja, a lo sumo tendrá 19 años. - "Lo siento, viejo, pero no", le digo sin mirarlo, concentrado en la mujer de la película gringa que volea sus opulentos senos para todas partes. El onanismo en el Sinfonía tiene un toque particular: es un acto nervioso y tímido. Cada hombre del lugar, salvo el de las piernas amputadas que está recostado contra la pared trasera, se asegura de que nadie lo esté mirando para bajar la bragueta. Revisan aquí y allá y se preocupan de no hacer mucho ruido. No les interesa satisfacer voyeristas, según parece.La forma en que se masturban es perezosa, lenta, tratando de no hacerse notar por el movimiento. El joven del piercing se levanta y regresa a donde el viejo enyesado. Hay una breve conversación y muchacho se inclina sobre el pecho del anciano, lo abraza. Triunfa. El sexo oral cumple su cometido, pero a las personas que rodean la pareja poco les importa.El Sinfonía es, en términos generales, el cine de los solitarios, de los que poco les interesa conseguir compañía. O al menos esta noche, cuando la Luna está sola, sin estrellas a su alrededor. Esta vez me quedo hasta el final de la función. Las sillas se desocupan lentamente y quien se va lo hace caminado de espaldas, viendo la pantalla, dándole "últimas" a las actrices rubias que "machacan" a su amante. Soy el último en salir y en la calle me encuentro con el tipo sin piernas. La función para él no ha terminado. Una prostituta empuja su silla de ruedas.

El Espíritu Santo vs. el porno

El Capitol fue, hasta el año pasado, una de las salas X más emblemáticas de la ciudad, pero hoy es un centro de congregación cristiano. Sufrió el mismo destino de otros cinemas tradicionales, como El Odeón, el Odeón 80 y el Capri, que pasaron de ser salas de cine comercial a templos de oración. El sendero del porno me conduce aquí, como remembranza de lo que fue y ya no es. Muchas generaciones de jóvenes perdieron su virginidad visual en este sitio, igual que nuestros abuelos lo hicieron en el Teatro Guadalupe, también desaparecido."No hay cine porno, pero podemos hacerlo en vivo", me provoca Estefanía, un travesti moreno de curvas perfectas que atrapa los clientes en la entrada del Capitol. Para entrevistarlo me cobra 10.000 pesos y me conduce a un lugar apartado. Bajamos por la calle 55 y un vendedor de aguacates me aconseja: "dale duro a esa ricura". A media cuadra del Capitol hay unas residencias, donde se llevan a cabo los encuentros sexuales de los travestis y sus mozuelos. Tras subir las escalas llegamos a una recepción, en la cual una chica de uniforme blanco nos recibe con un alegato. "Estefanía, las vez pasada me dejaste la pieza llena de mirellas, pilas que eso es muy difícil de lavar". La morena no le hace caso y me dice "papi, pague pues la pieza". La habitación cuesta 11.000 pesos e incluye un condón. "No me alcanza, solo tengo para pagarte a vos", digo con vergüenza. Hablamos en el umbral de las residencias y Estefanía confesó que la transformación del Capitol en centro evangélico afectó el flujo de clientes. Llegó al sector hace un año, en las postrimerías de las proyecciones porno y recuerda que muchos espectadores que salían del cine iban derechito hacia ellas. Ahora no. Sin embargo, el Capitol fue la pancarta publicitaria del sexo en la zona y aunque se transformó, el saldo para los travestis fueron clientes fijos que las visitan cada mes. Estefanía, por ejemplo, tiene un tinieblo que le paga 500.000 pesos mensuales. En un buen mes, su sueldo asciende a 2 millones de pesos. "Los cristianos son seriecitos y salen del Capitol derecho para su casa", comenta. Un peatón se aproxima por detrás y le dice al oído "¿ustedes no se cansan de estar tan buenas?", a lo cual ella responde con una sonrisita.

Estefanía se le mide a todo por plata, menos a tener sexo con una mujer. "Ni de riesgos", dice cuando me recibe el billete de 10.000 pesos y regresa a su esquina contoneando su apretada cadera. Quizá el Capitol ya no sea sala X, pero gracias a Estefanía y sus compañeras el porno no desaparecerá de esta esquina.

Olimpiadas de la autosatisfaccion

El último cine de este mapa mundano es el Radio City. En principio proyectaba películas comerciales, pero la crisis económica de los cines del Centro, generada por los multicinemas de los grandes centros comerciales a finales de los 90, lo obligó a transformarse en sala X. Esta noche presentan "Sexo Trivial y Animalesco" y "Enseñando sobre Sexo". Cuando ingreso a la sala tengo un fugaz recuerdo de la niñez, porque en este cine fue donde vi "Pinocho" cuando era pequeño. Ahora vería otro tipo de "narices". Sólo hay hombres, unos fumando, otros bebiendo cerveza. Me ubico en la fila más alejada de la pantalla, en la plataforma central de butacas. Un sujeto de cachucha blanca me echa el ojo. En estos cines hay una norma tácita de coqueteo: si alguien te mira con insistencia y vos no te cambiás de silla, estás abriendo la puerta de entrada para un contacto más próximo. Así que se postra junto a mí, a la derecha. "¿Te gusta el porno?", pregunta y yo asiento.- "Es bueno, pero a veces se vuelve repetitivo, ¿no?", dice, mientras se "arrejunta" más.El individuo pasa a la acción y pone su mano en mi rodilla. --"Me llamo William, ¿y vos?". -"Carlos", miento. El galán expele un fuerte olor a loción dulce y respira agitado. Comenta que tiene 39 años y que a menudo acude al Radio City. "¿Alguna vez has estado con un hombre?", pregunta y yo digo que no.-"No te creo. ¿No te da curiosidad?", expresa mientras desplaza su mano de mi rodilla hacia mi muslo. -"No es mi naturaleza, y pilas que esta pierna tiene dueña: mi novia", contesto apartándole los dedos de araña. Su reacción es un regaño, como si fuéramos pareja con años de conocidos. "¿Usted por qué es tan egoísta?, déme alguito", chilla y hace pucheros. Los cines porno son el oasis del mundo gay en la ciudad, según William. "Nos facilita conocer nuevos amigos y pasar buenos momentos". La oscuridad y la atmósfera de la sala X son perfectas para los que no han salido del "closet". William señala un tumulto de hombres que están en una esquina y dice "ahí hay una mujer". Luego aclara que no le interesan los tipos "pluma". "Solo me gusta molestar a los machitos, como hago con vos", y remata su galantería con este ofrecimiento: "Te doy 20.000 pesos si te lo dejás mamar". -"No, gracias, no es mi estilo". -"¡Egoísta! Aquí hay muchachos que lo maman por 2.000 ó 5.000 pesos, no sea difícil, si quiere le doy más", y tras rozarme un tetilla dirige su mano a mis partes nobles y de nuevo lo aparto. "¿Ves?, si me quitas la mano es porque sientes algo, arriésgate", insiste tratando de evangelizarme con la doctrina gay. De pronto señala a mi izquierda y dice "mirá, las olimpiadas de la masturbación". Sí, hay dos hombres masturbándose de cuenta del romanticismo de William. Me doy cuenta que ahora la película soy yo, como lo fue el trío del Cinema Villanueva. Los ojos de los onanistas se precipitan sobre mí y se "ahorcan el muñeco". "Buena suerte", le digo a William e inicio el abandono de la sala. Él me sigue, con un billete de 20.000 pesos en la mano. Fuera del recinto lo miro de frente. En la luz se ve más viejo de lo que parecía adentro. Vuelvo a despedirme y antes de desaparecer, escucho cómo se apaga su voz desesperada, agitando el billete. "Carlos, vení, Carlos, vení...".

© Nelson Matta Colorado (Publicado en el periódico La Chiva, con permiso para GuíaCereza)www.lachiva.com

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Soy hombre heterosexual

visitas: 15769
Categoria: Artículos GuiaCereza
Fecha de Publicación: 2010-04-24 16:52:15
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2 Comentarios

Bakanisimo, super buen trabajo, nos ayudaste a conocer un poco de lo. Que hay al interior de las salas x

2018-07-26 15:57:13

ke relato tan retro....

super me gusto y me kauso muxa risa...

2010-05-15 23:13:46