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Inconfundible. La mujer que entró al café por la puerta de vidrio se veía igual a la mujer de la foto, lo cual fue un descanso. Felipe había conocido a otras personas antes, tan sólo para descubrir que estas mujeres le enviaron fotos de alguien completamente diferente. A él no le importaba el aspecto físico, dentro de lo razonable claro, pero ellas habían, de entrada, violado la única regla en la que él insistía – honestidad.
La mujer que acababa de llegar llegó hasta el mostrador y pidió una bebida. Volteó y con la mirada, empezó a buscar entre las mesas.
Tiempo después, él le diría a Lulú que su descripción virtual había sido modesta, tal vez demasiado. La mujer esperando en el mostrador no se acercaba a la descripción de “simple” que hacía de ella misma. En la foto de su perfil en internet, se veía sólo la cabeza hasta los hombros, el pelo rubio oscuro aparecía recogido de su cara, pero ahora lo tenía suelto y caía por su cara con rizos brillantes. Su piel era muy clara, del tipo que se quema rápido bajo el sol. Ella tenía un abrigo largo y negro hasta las rodillas, un saco delgado de lana por debajo y una falda negra de prenses. Felipe sospechó, acertadamente, que era una de esas personas que sentía el frío intensamente. A pesar de las medias veladas oscuras, él podía ver que ocultaban unas bonitas piernas y sus pies, guardados primorosamente dentro de unos zapatos de tacón negros.
El empleado detrás del mostrador le entregó la bebida, pero ella seguía revisando las mesas. No era educado dejarla parada buscándolo, pero era difícil resistir el placer de mirarla, antes de que todo cambiara después de las formalidades. Casi resistiéndose, Felipe caminó hacia el mostrador.
- “¿Eres Lulú”?
Ella sonrió nerviosamente. “¡Sí! ¿Felipe?”
“Efectivamente”. Él extendió su mano y ella la tomó. Su pequeña mano estaba fría y apretó sólo un poco mientras él la sostenía. “¿Nos sentamos”?
- “Sí, claro. Por favor”.
¿Nerviosa? No, ella estaba asustada, asustada de él. A él, esto le dolía un poco, le confesó meses después, pensar que cualquier mujer pudiera estar asustada de él de este modo, incluso si él entendía que el mundo es a veces un lugar peligroso y ella era probablemente una mujer estúpida que no lo pensó dos veces antes de conocer a un extraño por internet.
Él había dejado un mensaje en una página de clasificados personales. Fue muy cuidadoso en presentarse de una forma muy clara pero no agresiva, al describir qué era exactamente lo que buscaba. Incluso puso su propia foto en el mensaje. A ella le gustó esto, que él quisiera ser escrupulosamente honesto acerca de quién era, merecía el mismo trato a cambio.
Se sentaron y ella miró el vaso de cartón, le quitó la etiqueta con la uña. Sonrió, sólo un poco y dijo, “no sé qué decir, no estoy segura. Nunca hice esto antes. Yo… yo no sé…”
- “Lulú. Mírame”. Ella levantó su mirada, dudosamente. “Lamento que esta sea una situación tan incómoda. Sé lo difícil que es para ti, quiero que entiendas eso. ¿Está bien?"
Ella asintió y respiró. “Está bien”.
- “Estás asustada, ¿verdad?”
Ella asintió con energía. “Sí, lo estoy. En verdad lo estoy”.
- “Yo podría decirte que no tienes razón para estarlo, que soy exactamente quien digo que soy y que quiero exactamente lo que dije que quiero; pero tú eres una mujer inteligente. Lo que yo diga o deje de decir, no haría ninguna diferencia”.
Él extendió su mano con la palma hacia arriba, en la superficie de la mesa. Ella la miró, luego a él y de nuevo a su mano. Llena de dudas, claramente, ella puso su mano encima de la de él y ahí la dejó por un momento. Felipe sintió lo fría que estaba, su propio calor escapaba para llenarla. Él cerró la mano con gentileza.
“Lo único que puede hacer la diferencia es el tiempo. Y lo tenemos de sobra”.
Los dedos de ella reaccionaron con un apretón pequeño, tembloroso. Lo hizo sonreír. “¿Puedo preguntarte algo? dijo Felipe. No tienes que responder si no quieres”.
“Pregunta”. Aún había una tremenda tensión en su cara, pero le sostuvo la mirada.
“Considerando lo difícil que es hacer esto, ¿por qué lo hiciste?
Lulú abrió y cerró su boca, varias veces, antes de que saliera cualquier palabra. “Es muy difícil de explicar. No sé si pueda. Tuve una…”Las palabras se secaron, ella sacudió su cabeza en señal de frustración.
Él seguía mirando en silencio y esperó.
“Hace mucho tiempo, tuve una experiencia con alguien. Fue algo casual, ¿sabes? Pero sentí algo… diferente.”
Ella pasaba la punta de los dedos sobre su boca, pensando. Él le contaría después que mirar su lucha interna buscando verbalizar lo que pensaba, era al mismo tiempo incómodo y extremadamente erótico.
“Pienso mucho, pienso demasiado. Algunas veces pienso que mi vida va a pasarme por el lado, mientras estoy ocupada analizando los primeros quince años de la misma. No puedo parar. No encuentro la paz. No puedo dejar de reparar cada pequeño detalle de la realidad. Algunas veces creo que me volverá loca”. Las palabras de Lulú ahora salían como una cascada.
“Una vez, conocí a este hombre. Hmm, hace cinco, siete años. Umm…”Su mano apretó a Felipe, ahora ella hablaba casi en susurro. “Él... no estábamos en una relación o algo parecido, fue en unas vacaciones, ¿sabes?. Él…”
“Él encontró la salida?”, ofreció Felipe.
“¡Sí! Él encontró la salida. De repente todo estaba…”
“¿Tranquilo?"
“¡Sí! Tranquilo”. Parte de la tensión en su cara desapareció. “Al principio, bueno, durante mucho tiempo, no pude entender qué fue lo que él hizo, que me hizo encontrar con la tranquilidad. Era un hombre muy diferente a cualquiera con los que había estado antes, eso me asustaba. No era como estar con alguien normal. ¡Es tan difícil de explicar!”
“Y a me explica ste todo, hiciste un buen trabajo, Lulú. Gracias”. Felipe cubrió la mano de Lulú, con su mano libre y apretó. “Lo hiciste muy bien”.
- “¿Sí me entendiste?”
“Completamente”. Él ya había hablado de esto antes, a través de mensajes por internet, con otras mujeres. Algunas fueron más directas, con un lenguaje mucho más gráfico, acerca de qué era lo que buscaban exactamente, pero pocas podían explicar porqué lo querían”. Esto era importante para él: necesitaba saber si esta parte de ellas no estaba completamente desconectada del resto de sus vidas. Él no estaba interesado en una sesión de dominación y sumisión pasajera, casual en cualquier cuarto de hotel. Él buscaba compañía, una relación a largo plazo.
- “¿Hay algo que quisieras preguntarme?”
La mirada de Lulú se desvió y se deslizó hacia afuera de las ventanas del café, hacia la calle. ¿”Crees que estoy buscando en el lugar correcto”?
- “No sé.”
- “¿Por qué haces esto?" Preguntó Lulú. No puede ser fácil para ti tampoco”.
- “No. No es fácil. Aunque yo no necesito estar tan preocupado por mi seguridad física como tú.”
Él se dio cuenta de que no había respondido apropiadamente a la pregunta de Lulú y ella merecía una. “Lo hago porque, sin esto, no sé para donde voy.”
- “Ah.”
Felipe sonrió y respondió, como un eco. “Ah.”
- “¿Y ahora qué?”
- "Seguimos encontrándonos aquí, hasta que te sientas segura.”
Lulú asintió y se quedó en silencio por un minuto. Finalmente dijo “Nunca me voy a sentir segura, hasta que sepa que lo estoy”. Sus ojos se desviaron de nuevo hacia la ventana. “Y nunca voy a sentir eso aquí.”
Esa no era la respuesta que él estaba esperando y lo tomó por sorpresa. “¿Estás segura?”
- “Sí.”
- “Entonces, ¿en dónde te gustaría que nos encontráramos de nuevo”?
Durante la conversación, él vio lo controlada que estaba. El miedo aún estaba ahí, incluso en ese momento. Pero claramente, era una de esas raras personas que podían conservar la calma ante casi cualquier tipo de situación. Sería todo un reto para él. El prospecto de estar con ella lo excitaba profundamente.
- “¿El viernes?”
- “El viernes está bien. Quieres que reserve un hotel o… ¿dónde te sentirías más cómoda?”
- “En tu casa, si te parece bien”.
* * * * * * *
El timbre de Felipe sonó a las 4:00 de la tarde en punto. Cuando abrió la puerta, la vio en la entrada, igual de nerviosa como la primera vez que se conocieron. Pero cuando la invitó a entrar, ella lo hizo sin dudar. Era como si su mente y su cuerpo estuvieran en lugares completamente diferentes y ciertamente era su mente la que estaba a cargo en ese momento.
Aún así, él la tomó de la mano, intentando que el momento inicial, el peor y el más incómodo, pasara más rápido. Era el tipo de vulnerabilidad más intrigante que pudiera recordar.
- “¿Estás bien?”
- “Eso creo.”
- “Dime si te sientes incómoda.”
- “Lo haré.”
“¿Lo prometes?” Preguntó, subiendo una de sus cejas, con cara de regaño.
- “Lo prometo”, contestó Lulú ofreciendo una pequeña sonrisa.
Felipe levantó su mano y la puso sobre la cara de Lulú. Esperaba algún tipo de reacción negativa, algún reflejo. Los primeros contactos siempre fueron incómodos, hasta que la gente comienza a comunicarse físicamente. Su autocontrol era impresionante. Se quedó absolutamente quieta, dejando que él le acariciara la cara, con los dedos acercándose hacia su cuello. Bajo su mano, el pulso del cuello de Lulú se sentía inquieto, palpitante.
- “¿Puedo tomar tu abrigo?”
- “¿Ya empezó?"
Felipe miró confundido y luego se rió. “Sí y no”, dijo, ayudándola a quitarse el saco y colgándolo cerca de la puerta. “Primero, tenemos que establecer unas reglas básicas.”
La acomodó en el sofá de la sala. Ella se sentó muy organizada, con las rodillas y los muslos juntos y presionados. Felipe le ofreció un vaso de vino y ella lo probó mientras él le explicaba sobre las palabras de seguridad. Acordaron que la palabra de seguridad sería “capital”. Él se aseguró de que Lulú entendiera que usar esa palabra, no era motivo de vergüenza o causante de castigos.
Felipe se sentó a su lado mientras hablaban, sosteniendo su mano. Sintió que la tensión cedía mientras el vino entraba en su torrente sanguíneo, los dedos de Lulú se relajaban mientras él los sostenía con la mano. Aunque sabía que el vino lo haría más fácil para ella, no le quiso ofrecer un segundo vaso. Ella tendría que atravesar la barrera bajo su propia voluntad; mucho alcohol cuestionaría la legitimidad de sus decisiones. A pesar del deseo que sentía por ella, no quería que fuera de ese modo.
- “Listo, creo que eso es todo.”
- “¿Quieres que te llame 'Señor' o 'Amo' o algo así?” Era una pequeña pregunta, una pregunta de niña.
Él le tocó la cara de nuevo y sonrió por un segundo. "Puedes llamarme como quieras. Me vas a llamar así cuando estés lista”.
- “Y cómo…¿cómo voy a saber?”
“Lo sabrás”. Felipe se levantó. “Ahora, me gustaría que te pusieras de pie, por favor”.
Ella lo miró y el miedo regresó a sus ojos. “¿Ya empezó?”
“Sí… ya empezó”.
Lulú puso su vaso de vino en la mesa y se paró frente a él. Su postura era natural, erguida. La diferencia de estaturas no era dramática, pero sí la suficiente para que él se sintiera protector, una sensación que disfrutaba. Felipe dejó que ella se pusiera de pie y dejó que el silencio llenara el espacio, hasta que vio un tenue temblor en los tendones de su cuello.
Y la tocó – sólo en el brazo. “Relájate”. Dejó que su mano fuera subiendo y se quedara en su cuello. “Voy a probarte”.
Se agachó y la besó, cuidadoso de asegurarse de que el contacto fuera sólo con su boca. Sus labios se templaban tensionados mientras él los cubría, probando el sabor del vino en su suavidad. Bajo el sabor del vino había algo más caliente, tibio, infinitesimalmente salado, como nuez moscada. Felipe se preguntó si todo su cuerpo sabría del mismo modo. Quería saberlo.
La pasividad de ella no era natural. Él lo supo mientras se alimentaba de su boca. Sospechó que ella estaba tensa, amarrada con una cuerda invisible. Quería saber cuántos nudos invisibles había que desatar para liberarla, para encenderla. Ella no sentía nada por él y sin embargo lo dejaba pasar por sus barreras, todo para que ella encontrara lo que buscaba según su conversación inicial, algo completamente esotérico, indescriptible. Esto no le preocupó a Felipe quien mientras la besaba, no sintió pasión. Pero la habría.
- “Quítate la ropa, por favor”. Dijo mientras interrumpía el beso.
Lulú lo miró por un momento y aceptó. Felipe se sentó en una silla para mirarla. Quería ver su cuerpo, aunque este no era el motivo por el cual le estaba pidiendo que se expusiera de ese modo. Quería saber si ella sería capaz de dudar o de negarse.
Los delgados dedos de Lulú lucharon con los botones de la blusa. En un momento, ella miró hacia la ventana, distraída, mientras desabotonaba el último y se quitaba la camisa. Ahí estaba de nuevo la pared de ladrillos invisibles que lo mantenía por fuera – desconexión, bloquéandola de lo que sería su reto principal, impidiéndole encontrar que busca. Ella tenía un brasier blanco por debajo, el cual se quitó al desabrocharlo de atrás con su brazo y luego empezó a desabotonarse la falda. La piel de su pecho era muy blanca. Sus pechos, ni muy grandes ni muy pequeños, no demostraban signos de orgullo o vergüenza al exponerlos frente a un perfecto extraño. Los pezones estaban erectos, tal vez por el frío, tal vez por la excitación o tal vez por el miedo. Felipe no era tan tonto como para intentar averiguar en ese momento por qué.
Lulú dejó que la falda se deslizara hasta sus talones, revelando unos panties blancos que hacían juego con el brasier y un par de medias veladas sin liguero. Él consideró pedirle que se dejara las medias puestas, pero decidió que la exposición total era más importante para ella y estuvo satisfecho con su decisión; después de quitarse los zapatos y de agacharse para enrollar las medias, ella miró de nuevo por la ventana mientras se quitaba los panties y los dejaba caer en el piso.
Ante sus ojos, ella era casi perfecta. Casi. Sus caderas, su mandíbula y su boca eran un poco anchas y esto, a los ojos de Felipe, la salvaron de la banalidad de la perfección. Eran atributos que la hacían única e interesante ante él.
Ella aún estaba perdida, distraída en el mundo afuera de la ventana hasta que Felipe se paró y caminó hacia ella. Tomó su mandíbula y sintió un mínimo reflejo de resistencia antes de que permitiera que guiara su cabeza hacia donde él estaba.
- “¿Cómo te sientes?”
“Bien.” Esa respuesta llegó demasiado rápido.
“No digas mentiras,” dijo Felipe calmadamente.
“Lo siento.” Un susurro.
- “¿Cómo te sientes?”
- “Desnuda… nerviosa… con frio… adentro.”
- “Gracias.”
Se acercó a ella y la besó otra vez. Es increíble cómo la desnudez cambia las cosas. Su boca era receptiva, sus labios respondieron. Él no se engañó a sí mismo pensando que eso era pasión; era la búsqueda instintiva de correspondencia.
Felipe retrocedió y bajó sus dedos por el cuello, hasta que llegó a su seno izquierdo, cubriéndolo con la palma de la mano. Escuchó cómo respiraba y sus ojos no se despegaron de su cara. Ella contuvo la respiración con los ojos cerrados mientras él la masajeaba.
- “Abre los ojos, por favor”.
Ella respondió letárgicamente y el efecto era verdaderamente erótico; sus pupilas dilatadas brillaron y se encogieron de nuevo. El pene de Felipe respondió, en apreciación al momento.
“Tus senos son hermosos”, murmuró mientras sus dedos tomaban un pezón entre su pulgar y su índice, masajeándolo. Un pequeño nervio en el labio superior de Lulú respondió. Ella estaba peleando con la sensación. No importaba, pensó Felipe, ella no podría pelear más de una sensación al tiempo. Con la mano que le quedaba libre, acarició su vulva, moldeando sus dedos en las curvas. No estaba afeitada totalmente, tenía un pequeño caminito de vellos, cuidadosamente recortados. Ella tembló un poco y entonces –pasó lo que él estaba esperando- un pequeño ruido escapó por su garganta.
Felipe le acarició con sus dedos los labios exteriores de la vagina, jugando. Y los dedos que estaban apretando el pezón de Lulú, presionaban cada vez con más fuerza, lentamente, sutilmente. Incluso se permitió una sonrisa privada, para él mismo. La mirada de Lulú se distrajo por un momento y buscó la seguridad de la luz afuera de la ventana, que lentamente se apagaba.
- “No, Lulú.No mires afuera. Mírame a los ojos, por favor”.
Ella aceptó y lo miró. Él le dio una sonrisa para animarla. La confianza que ella le mostraba era increíble y él estaba completamente consciente de lo que le costaba. Ella tendría su recompensa.
Entre sus piernas, sus dedos trabajaban de una forma lenta pero diligente, acariciándola, sus labios vaginales exteriores se iban llenando de sangre hasta que se hincharon e hicieron más fácil su paso. Entonces, mientras incrementaba la presión en su pezón, deslizó un dedo en la entrada de su vagina, concentrándose en el pequeño botón que había en el centro.
“¡Ah-h!” Mitad suspiro, mitad gemido.
“Ah, efectivamente”. Susurró él. El pene de Felipe comenzaba a despertar.
Las pupilas de Lulú se abrieron gradualmente mientras él la tocaba, deslizó su dedo gentilmente entre las piernas de ella para jugar con la humedad que había empezado a concentrarse. La presión que ejercía en su pezón era considerable, pero aún no había ninguna señal de dolor en sus ojos. Esa era la sensación que ella había escogido bloquear al parecer, entonces él soltó su mano y la movió hacia su cara, acariciando sus mejillas y poniendo su pulgar sobre los labios de ella.
Ya estaba mojada, sus dedos ahora se movían con fluidez, masturbándola inmisericordemente. Su clítoris se inflamó, emergiendo de su capucha buscando sus atenciones. Felipe estaba seguro de que el corazón de Lulú iba a mil en ese momento, el rojo que subió a sus mejillas desde el cuello era la señal que esperaba. Tan sólo con ver esto y con sentir el ritmo incrementado de su respiración, lo hizo salivar. Pero lo que lo hizo poner duro, de una forma casi dolorosa, fueron sus labios entreabiertos. Él aprovechó para deslizar su pulgar entre ellos, hacia el calor de su boca que lo esperaba.
Él no tuvo que decir nada. Lulú empezó a chuparle su pulgar de una forma hermosa, ansiosa. Sus labios rosados envolvían a su pulgar mientras él penetraba su boca lentamente.
Más abajo, presionó dos dedos adentro de ella mientras atormentaba a su clítoris con el pulgar. Sus líquidos fluían, él los sentía en su mano y goteaban entre sus piernas.
Ella gemía mientras seguía chupando el dedo pulgar de Felipe, hambrienta. Sus caderas empezaron a templar y enviaron calambres por todo su cuerpo.
Finalmente le sacó el dedo pulgar de la boca. Necesitaba esa mano para sostenerla desde atrás mientras se acercaba, hasta que sus cuerpos se tocaron. Felipe puso su mano alrededor de ella y la besó.
Ahora, en la cúspide de su excitación, su boca estaba abierta y hambrienta. Él reemplazó su pulgar con su lengua. Ella respondió instantáneamente, disfrutándola, quejándose del placer.
Sus piernas se fueron abriendo cada vez más y sus caderas se movían al compás de las embestidas que recibía con los dedos. Felipe sintió las contracciones vaginales con sus dedos, mientras ella empezaba a tener un orgasmo.
Él presionó sus labios en la oreja de ella, llevándola al límite. “Buena chica”, murmuró. “Qué buena chica”.
“Ay-y… ¡por favor!” rogó ella.
Él la llenó con sus dedos una y otra vez, mientras ella se convulsionaba contra él, murmurando palabras sin sentido sobre su hombro.
Cuando la última de las réplicas terminó, sacó sus dedos cuidadosamente y la abrazó.
“Buena chica” dijo de nuevo y la besó en la frente.
Ella ronroneó y puso su cara en el pecho de él como respuesta.
Entonces, él la soltó y puso sus manos sobre los hombros de ella y la volteó de manera que le diera la espalda y presionó hacia abajo.
“Ponte en cuatro por favor.”
Ella ya se estaba agachando. Lo dudó por un segundo antes de agacharse hacia adelante y sostenerse con las manos.
Felipe caminó alrededor de ella, apreciando la escena. Se agachó para organizarle el pelo hacia atrás y deslizar sus dedos a través de su espina dorsal. El cuerpo de Lulú tembló con sólo tocarlo.
“No te muevas, Lulú. Dijo en una voz calmada pero firme”.
Felipe dejó el cuarto y caminó hacia su closet a buscar lo que necesitaba: dos pedazos cortos de cuerda, una almohada, un acostumbrador anal y un condón.
Él la quería desesperadamente y le hubiera gustado tenerla en ese mismo instante, mirándola a la cara, pero no era lo que ella necesitaba. Eso tendría que esperar.
Regresó a donde la había dejado y estaba exactamente igual a como la dejó, excepto que había bajado su cuerpo al piso. No valía la pena castigarla, no en esta etapa de su entrenamiento.
Se arrodilló al lado de ella y la acarició de un lado. “¿Estás bien, Lulú?
Ella lo miró, sus ojos estaban un poco llorosos y asintió con la cabeza.
- “¿Estás segura?”
- “Sí. Estoy segura,” ella susurró.
- “¿Cuál es la palabra de seguridad, Lulú?”
- “Ca… capital.”
“La usas si lo necesitas,” Felipe dijo gentilmente.
Ella cerró sus ojos y sonrió. “No la voy a necesitar.”
- “Entonces ponte en cuatro, por favor.”
Ella asumió la posición que tenía originalmente. Felipe deslizó una almohada entre sus manos y con la mano detrás de su cuello, presionó gentilmente hacia abajo, hastaque su cabeza descansaba de lado, en la almohada. Ella miraba mientras él hacía esto, con sus ojos llenos de confianza.
“Deja caer tus brazos en el piso, por favor, con tus manos tocando tus piernas.”
Mientras ella obedecía, Felipe estaba casi seguro de que había visto una pequeña sonrisa cruzar sus labios. Acarició su espalda de nuevo antes de tomar cada una de sus muñecas y atarlas suavemente a sus pantorrillas. Las ataduras difícilmente podrían calificarse de firmes. Si ella se sentía incómoda, hubiera podido liberarse fácilmente. El propósito de estas era mantener su cabeza abajo y su trasero arriba. Como posición, era deliciosa desde el punto de vista de un dominante, ofrecía buen acceso y era muy satisfactoria para la sumisa.
Cuando él terminó de atarla, acarició de nuevo su espalda para tranquilizarla, pero esto no era necesario. Ella se acomodó en la posición con un sonido muy placentero.
Felipe se puso de pie y se desvistió, asegurándose de que ella lo viera mientras lo hacía. Se movió detrás de ella y separó sus piernas, lo suficiente para tener acceso a su vagina. Estaba encharcada por el anterior orgasmo. Metió sus dedos, reiniciando la excitación y mojándola de nuevo por dentro. Ella ronroneó con su cabeza en la almohada y separó sus piernas y rodillas aún más.
Siguió trabajándola con sus dedos hasta que los fluidos empezaron a salir de nuevo y comenzó a esparcirlos hacia arriba, sobre su ano. Al principio, ella tuvo un pequeño espasmo cuando él presionó sobre el pequeño y apretado hoyo con su dedo mojado. Con su otra mano, acarició su vagina y dejó que un dedo se deslizara, para invitarla a que se abriera aún más. Con los dedos de una mano sobre su clítoris, presionó el dedo índice de la otra en su ano, hasta que logró enterrar la punta. Ella se movió y soltó un gemido. Con cada movimiento de cadera, se empalaba un poco más en su dedo hasta que ya la mitad estaba adentro. Él estaba siendo muy cuidadoso, de no dejarla llegar aún al orgasmo. Seguía masajeando su clítoris, la tocaba y no la tocaba por turnos.
Cuando comenzó a meter un segundo dedo dentro de su trasero, empezó a dilatarla hasta que sintió que estaba lista. Entonces, sacó sus dedos y le puso el acostumbrador anal, que era más grande. Al principio se quejó y sus piernas se sacudieron, pero un poco más de atención al clítoris logró que entrara del todo.
- “¿Te quieres venir”?
- “Sí… por favor.”
- “Quiero que te vengas en mi verga.”
Ella suspiró y sacudió su cadera de nuevo. “Sí… ¡Uy, sí!”
Felipe sacó el condón de su paquete y lo enrolló en el pene. Se sentía fresco y placentero contra su piel, que estaba ardiendo. Se posicionó detrás de ella, con el pene en la mano y con la cabeza, masajeó la entrada de sus labios vaginales. De nuevo, deseó poder verle la cara a ella mientras hacía esto. Le habría dado un inmenso placer verla, mientras la penetraba por primera vez.
Lentamente, deslizó la cabeza de su pene dentro de su vagina y escuchó el más delicioso gemido por parte de Lulú. Estaba hirviendo, estaba apretada y penetrarla se sentía... perfecto. Miró hacia abajo para ver el acostumbrador anal llenando su otro hoyo y empezó a bombearla, lento y con ritmo.
Ella presionaba hacia atrás mientras él la llenaba, suspirando en cada movimiento. Él hundió su pene profundo y mientras lo hacía, su hueso pélvico forzaba al acostumbrador anal a entrar aún más en su culo.
El contraste de su pelo encima de su espalda blanca, lo incitaban a agarrarlo y jalarlo mientras la bombeaba. Lo hizo y los gruñidos que ella hacía, le indicaban que la parte civilizada que a ella le quedaba, desaparecía en cada empujón.
Se dobló sobre ella y buscó un seno con las manos, tomó un pezón entre sus dedos y apretó duro. Ella respondió y movió más sus caderas, los músculos vaginales lo apretaban, deseosos de lo que estaban siendo alimentados.
“Puta” gritó ella.“No vayas a parar… por favor.”
“No voy a parar… no hasta que estés ahí.” Él no estaba hablando del orgasmo y estaba seguro de que ella entendía.
Soltó el pezón que tenía agarrado y la tomó del cuello.Presionó su cara contra la almohada, duro y empezó a taladrarla.
Entonces, de repente, él sintió que el cuerpo que estaba bajo él estaba cambiando.El ritmo de sus ondulaciones se volvió fluido y ella estaba abriendo sus piernas completamente, hasta que no daban más.
“Así… así…” Rogaba ella. Sus ojos estaban abiertos, pero no miraban a ninguna parte. Estaban vacíos. Sonreía.
Ella estaba ahí, donde quería estar desde hace tanto tiempo. Él escuchaba los sonidos animales que Lulú empezaba a hacer, cada vez más fuerte. Bajó la intensidad de las embestidas y empezó a penetrarla profundamente, esto lo llevó al límite hasta que no pudo aguantar más. La empaló duro y la sostuvo mientras disparaba su semen caliente adentro de ella.
Cuando sacó el pene, cuidadoso con el preservativo, ella no hizo ningún ruido. Tampoco lo hizo cuando removieron el acostumbrador anal. Mientras desataba los nudos en sus muñecas, fue igual. No hubo ruido, ninguna pista de reconocimiento en sus ojos. Sacó una sábana de la silla y la cubrió con ella.
Gradualmente, casi diez minutos después, ella se volteó y lo tocó la mano.
“Gracias,” murmuró.
- “¿Fue como lo recordabas?”
Lulú asintió con la cabeza y cerró los ojos.Se quedó dormida en segundos.