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Vaquero

Ataque Vaquero Hola. Mi nombre es Roberto y relataré la experiencia que marcó mi adolescencia –y mi vida. La cuento porque me gusta recordar cada detalle de ese encuentro, que aunque al principio fue traumático, luego disfruté y terminó siendo mi estilo de vida. Hacía pocos meses había cumplido 15 años, era el típico adolescente larguirucho y delgado, pero nada feo debo decir. Tenía el cabello castaño, un poco largo, mis ojos oscuros jugaban desde entonces un papel preponderante en mi expresión y gracias a ser delgado había logrado marcar levemente mis músculos. Soy hijo único, mi padre es funcionario público y mi madre va feliz de taller de artesanías a taller de cocina y ese tipo de cosas, siempre con sus amigas. El fin de semana que se acercaba era puente, así que el viernes en la tarde los tres viajamos a la finca de la abuela, a dos horas de Medellín. Mi papá tiene cinco hermanos (tres mujeres y dos hombres). En la finca únicamente estaba el tío Luis, algo menor que mi papá, creo que tendría 30 años en ese entonces. Precisamente es mi tío Luis el protagonista de esta historia. Él era muy simpático aunque a veces podía ser algo pesado, le gustaba jugar con todos sus sobrinos (incluido quien esto escribe) a la lucha libre y todo tipo de actividades bruscas y de “hombres”. Era muy alto, aproximadamente 183 cm., y fuerte, sólo se quitaba su sombrero de vaquero para dormir y sus jeans lucían acabados por el trabajo de campo. No era precisamente un adonis, pero las mujeres lo buscaban mucho. Salía con una y con otra pero nunca se había establecido en una relación seria y duradera. En pocas palabras, era el típico “perro”. El sábado, poco después del medio día, mis papás me invitaron a visitar una vieja amiga de ellos, que vivía a hora y media. Yo no tenía intención de hacer visitas, además era seguro que el asunto era de amanecida. Decidí pues quedarme solo con el tío Luis. Cuando mis papás se fueron, yo me retiré a mi cuarto a leer un libro, tarea del colegio. A los pocos minutos el tío Luis tocó la puerta y entró. Al ver en que me ocupaba me invitó a salir afuera, porque según él un joven de mi edad debería estar buscando mujeres o bebiendo y parrandeando, no leyendo un libro como ratón de biblioteca. Yo le hice una mueca de “no me importa” y seguí en la lectura. Obviamente lo que logré fue invitarlo a molestarme. Se sentó en la cama y empezó a saltar como un niño pequeño, como yo seguía desinteresado me arrebató el libro de las manos, arrojándolo lejos, me tomó por los pies y me tiró al suelo de un solo movimiento. En este punto ya estaba yo molesto, y se lo hice saber, explicándole que tenía que leer ese libro para el martes. “Si me vences, me largo”, fue su respuesta. Me parecía el colmo que un hombre tan grande se comportara como un muchachito, pero no podía hacer nada. Sin poder evitarlo se sentó encima de mí y me provocó para la lucha. Mi rabia era tal que luché en serio, pero sin grandes resultados. Mi fuerza no era nada comparada con la suya. Forcejeamos de lo lindo por unos cinco minutos, de pronto el tío se puso demasiado violento, me asustó incluso. Se levantó y me levantó a mí con él de un tirón, yo preferí no hacer nada para no provocarlo más. Prácticamente me arrastró hasta su habitación y cerró la puerta con seguro. Yo le dije que era suficiente y no quería seguir jugando, él se limitó a empujarme y tirarme al suelo. Nuevamente lo tenía encima de mí, sentado en mi pecho y dificultando mi respiración. Estiró su mano derecha debajo de la cama, sacando una cuerda blanca, larga y gruesa. Yo pensé que ya estaba fuera de control, y le repetí que no quería seguir con el juego, pero el maldito no hizo caso. Me levantó de un golpe y me tiró a la cama, se lanzó encima de mí, y rápidamente ató mis manos a la cabecera. Yo empecé a gritar en serio pidiendo ayuda, él sacó su pañuelo y me lo metió en la boca, tomó otro igual de su mesita de noche y lo ató alrededor de mi boca, amordazándome fuertemente. Yo no podía creer lo que pasaba. Con su brutalidad característica me quitó los pantalones y los pantaloncillos. Salió del cuarto, dándome tiempo de analizar la situación. Traté en vano de liberar mis manos, pero lo que logré fue ajustar más mis ataduras. ¿Qué quería el tío? Yo aún no había tenido relaciones genitales (ni con mujeres ni con hombres), si bien cuando me masturbaba recurría a imágenes masculinas: amigos cercanos o primos; pero no me había resuelto a tener experiencias reales, tampoco estaba definido como homosexual. Yo creía que mi mente estaba confundida con todo el influjo hormonal de esa edad. Y ahora esto, él tenía todas las intenciones de abusar de mí. No puedo decir que estuviera cómodo con la situación, y la leve erección que mi pene logró durante la lucha, se había ido con el susto que en este momento experimentaba. ¿Qué iba a ser de mí? ¿Por qué el tío estaba haciendo esto, si el era todo un “macho”? ¿Qué pasaría si mis padres llegaran justo en este momento y nos encontraran así? Sólo sabía que no tenía en claro nada. Escuché sus pasos por las escaleras y entró de nuevo al cuarto. Traía en sus manos un palo de escoba, yo no tenía ni idea qué iba a hacer con eso. Pero sí se que me asustó más, si eso era posible. Él parecía disfrutar mucho todo esto, sobretodo el terror que seguramente reflejaba mi rostro. Se acercó a los pies de la cama y ató cada pierna, por el tobillo, a un extremo del palo, dejándome en una posición bastante incómoda: desnudo de la cintura para abajo y con las piernas bien abiertas. Él se levantó de la cama, y poco a poco se desnudó. Yo ya había visto su cuerpo en la piscina y ocasiones semejantes, pero ahora relucía como nunca, con todos sus músculos contraídos y brillantes por el sudor, listos para el fatal ataque. Cuando finalmente se quitó los pantaloncillos, blancos y húmedos en el frente, pude ver por primera vez su inmensa verga acompañada por esas pelotas tan perfectas y macizas. Por lo menos la verga era gigante comparada con la mía. Estaba erecta al máximo, golpeando por poco su propio vientre. Era cabezona y gruesa, y relucía en su punta líquido lubricante. Las pelotas oscuras y pesadas, afeitadas, sólo dejaba un poco de vello en la raíz de la verga. Por un momento el tío me miró a los ojos y pareció vacilar, pero pronto venció sus dudas y se acercó a mí. Yo sólo pude gemir, mordiendo con fuerza mi mordaza. Esto tenía que ser una pesadilla. Se posó lentamente en la cama, arrodillado, levantó mis piernas inmovilizadas con total delicadeza y puso el palo de la escoba por encima de su cabeza, posándolo encima de su cuello. Ya entendía cuál era el propósito de atar así mis piernas: libre acceso a mi culo virgen. Su rostro estaba transfigurado, nunca lo había visto así. De pronto cerró sus ojos y la embestida comenzó. Llevó los dedos de su mano derecha a la boca y los mojó de saliva uno por uno. También uno por uno los introdujo en mi culo, dilatándolo con paciencia de conocedor. Se vio muy feliz cuando pudo meter cuatro dedos a la vez, dándoles vuelta y retorciéndolos en mi interior, provocándome un dolor terrible pero también un extraño placer. Él se daba cuenta de ello, y como no hacerlo si mi verga estaba respondiendo a esta estimulación, yo no quería pero mi cuerpo estaba actuando por sí solo. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Con cuidado llevó su boca a mi verga, lamiéndola y chupándola con increíble maestría. Yo ya no podía contenerme, continué gimiendo, pero no de dolor, sino de gusto. Nunca había recibido una mamada, y jamás hubiera imaginado que se sintiera tan bien. Era el paraíso. Pero luego de reconfortarme por un largo rato, acercó la cabeza de su verga a mi culo. Untó mucha saliva con sus dedos, tanto a la verga como al culo, y fue introduciéndola despacio. Al principio mi clímax aumentó pero en la medida en que el cuerpo de su verga se metía en mi interior el dolor aumentó. Yo quería gritar pero estaba imposibilitado para eso por la mordaza. El tío dejó de mamar mi verga y se ocupó de lo suyo, moviendo su pelvis con fuerza, metiendo y sacando su verga de mi culo. Afortunadamente para mí el dolor se convirtió en indescriptible placer. Él si podía gritar y vaya que lo hizo, aprovechando la soledad de la amplia casa. Estuvo perforando mis entrañas por unos 10 minutos, tiempo durante el cual mi cuerpo experimentó la más increíble combinación de sensaciones de placer y dolor. De repente, sin previo aviso pero con un rostro apretado y enrojecido, descargó su inmenso, fuerte chorro de leche caliente dentro de mí. Justo en ese momento, y sin requerir estimulación directa en mi verga, yo también eyaculé, con sacudidas violentas de mi pelvis y en un orgasmo que aún recuerdo y jamás olvidaré, salpicando mi leche en su rostro y en la cama. Después de unos pocos minutos de reposo, el tío Luis se levantó y se metió en la ducha, estuvo encerrado casi por una hora, tiempo que yo pasé atado a la cama, casi en shock por lo ocurrido, pero con la seguridad de haber disfrutado todo y no arrepentirme de nada. Desafortunadamente el tío sí estaba mal, al salir de la ducha me liberó sin decir palabra. Cuando por fin se decidió a hablar, me hizo jurar que nunca la diría a alguien lo que él me había hecho, y que por favor lo perdonara. ¿Perdonarte tío? Por favor, no me alcanzará la vida para agradecerte; claro que no le dije esto, no fui capaz de modular palabra, sólo asentí con la cabeza y me retiré a mi habitación. Tome un baño caliente y dormí hasta el día siguiente. No volvió a ocurrir nada entre los dos, incluso el tío se alejó un poco de mí. Yo tampoco lo busqué. Tiempo después quise contactar otros hombres, fueron muchas las experiencias pero ninguna tan buena como la primera. De vez en cuando busco un tipo alto y fuerte, de apariencia tosca, que me ate a la cama, me amordace y me haga sentir en el cielo.
el-alejo

Soy hombre heterosexual

visitas: 1247
Categoria: Sadomasoquismo
Fecha de Publicación: 2007-10-21 09:46:15
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1 Comentario

Me gusto bastante.

2013-10-09 23:55:50