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Secuestro En Madrid

A duras penas ha podido Alejandro cambiarse de ropa y tirarse en la cama del hotel barato en que se hospeda en Madrid. Ha estado toda la noche de fiesta, desafortunadamente bebió mucho y ahora su cuerpo no da más. Pero valió la pena, las últimas dos horas las pasó en un agradable bar cerca al hotel, acompañado de algunos amigos nuevos, hablando y riendo mucho. Tan bien la pasaba que no se percató el inocente joven colombiano de que estaba siendo vigilado. Lo estaban siguiendo desde la medianoche, momento en que abandonó un pequeño restaurante donde comió con un amigo. Ya le tenían puesto el ojo y no habría escapatoria. Su cazador era Iñigo, hombre maduro de mediana estatura y buena apariencia. Le gustaban mucho los tíos como Alejandro, con una boca tan provocadora: dientes grandes y blancos, bien alineados, labios generosos. Ya había decidido que a como diera lugar este latino sería suyo, esa misma noche. Había llamado a dos amigotes con quienes a veces arreglaba ciertos asuntos no muy legales para que lo ayudaran en su cacería nocturna. Estaba ansioso pero se había mostrado totalmente tranquilo y sereno, disimulando muy bien además su interés, no quería arruinar todo el plan por un error estúpido. Estaba además seguro de que su futuro prisionero no se había enterado de nada. Los hoteles baratos ofrecen dos grandes ventajas, por lo menos para Iñigo: pobre vigilancia y empleados fácilmente corrompibles por un par de billetes. Ya estaba en el piso 4, al frente de la habitación 408 y en su mano tenía la llave. El pasillo y el hotel en general estaban bastante tranquilos. Con mucho cuidado abrió la puerta y entró. A pesar de que la luz estaba apagada, las luces de la calle, a través de la ventana, le permitieron a Iñigo una buena visión una vez se acostumbraron sus ojos al nuevo nivel de luz. Tomó un momento para contemplar a su presa. Alejandro estaba tirado en la cama, boca abajo, sin camiseta; sólo traía el pantalón del pijama, a cuadros, y calcetines cortos rojos. Se estremeció un poco Iñigo al sentir como su polla se estrechaba en sus pantalones vaqueros al disponerse a la acción. Descargó un morral mediano que traía a la espalda y lo abrió. Sacó un pequeño frasco de cloroformo, unas esposas, un blindfold de cuero, dos pañuelos, un gran rollo de cinta americana, una ball gag roja con gruesas tiras de cuero y cuatro trozos de cuerda de algodón de 3 metros cada uno. Todo estaba listo, Iñigo no podía creer la suerte que tenía esta noche. Haciendo el mínimo ruido se aproximó a la cama. Normalmente, en situaciones como esta, lo primero que haría nuestro Captor sería someter a su víctima con un pañuelo impregnado de cloroformo, pero Alejandro estaba bajo los efectos del alcohol y dormía profundamente, podía pues Iñigo actuar de otra forma. Tomó un trozo de cuerda y ató fuertemente los tobillos de Alejandro; años de experiencia como bondagero le habían servido bien. Podía hacer nudos perfectos con los ojos cerrados. Su víctima ni siquiera se movió, estaba totalmente ausente. De todos modos no quería el Captor tentar su suerte y esposó las manos de Alejandro a su espalda. Iñigo prefería las cuerdas sobre las esposas, pero ya tendría tiempo de asegurar bien su presa, por el momento lo importante era evitar sorpresas desagradables. Sonreía un poco Iñigo al notar que Alejandro seguía profundo, no se había percatado de nada. ¡Tamaña sorpresa se llevaría el pobre tío al despertar! Tomó el segundo trozo de cuerda y ató, de forma similar a cómo lo hizo con los tobillos, las piernas, a la altura de los muslos. En ese momento algo pareció reaccionar en Alejandro, su cuerpo estaba dando señales de alerta. Iñigo se apartó un poco, listo para el excitante momento por venir. Alejandro empezó a moverse, pero al no poder hacerlo correctamente, se despertó. Estaba totalmente confundido. Volteó y se revolcó en la cama, no comprendía. "¿Qué mierda es esto?", se dijo. Al voltear su rostro hacia la ventana vio la silueta de Iñigo. "¿Quién putas sos?", "¡Soltáme ya!", ordenó. Iñigo no se inmutó, aún no era momento. Al ver la falta de reacción de su victimario, Alejandro se asustó, decidió gritar. No había terminado de decir la palabra "Auxilio" cuando fue callado por la mano de Iñigo, fuertemente presionada sobre su boca. Intentó repeler a su Captor, pero Iñigo le agarró fuertemente por el cuello con su mano, sin dejar de amordazarlo con la otra. Al sentir la fuerte presión sobre su tráquea, que le cortaba seriamente la respiración, además de la circulación de sangre al cerebro, Alejandro se quedó quieto, casi temblando y con una mirada de terror en sus ojos. Iñigo estaba radiante, no podía creer cuán fácil estaba resultando todo esto. Soltó el cuello de su víctima y estiró su brazo, buscando uno de los pañuelos y la ball gag. Sentía que su polla iba a reventar, lo mejor estaba por llegar. Retiró la mano con que tenía amordazado a Alejandro y tomó el pañuelo, enrollándolo en una bola, aproximándolo a la boca de su víctima, quien al parecer se dio cuenta de sus intenciones porque apretó los dientes y los labios. El Captor sonrió, es linda la inocencia estúpida de algunos tíos. Usando sus dedos pulgar e índice cerró la nariz de Alejandro, impidiéndole respirar. Su víctima le miraba con terror y ansiedad pero no aguantó mucho, en el momento en que abrió la boca buscando aire, Iñigo introdujo el pañuelo y metió la pelota roja de la ball gag entre sus dientes, asegurando las correas de cuero al cogote. Nada es más precioso, pensaba Iñigo, que una boca delimitada por labios carnosos, como esta, y sellada con una buena mordaza. Su polla no podía más, máxime cuando Alejandro empezó a retorcerse en la cama, intentando mascullar alguna palabra a través de la mordaza. Acto inútil, en apariencia, porque sólo se escuchaban gemidos apagados, pero precisamente esos "gemidos amordazados" ponían a Iñigo como pocas cosas en el mundo. Después de unos minutos de esta hermosa sinfonía, Iñigo procedió a terminar la mordaza empezada. La quería perfecta, digna de este secuestrado. Tomó el rollo de cinta americana, levantó un poco la cabeza de Alejandro y empezó a dar vueltas ajustadas con la cinta alrededor de la boca y el cogote de su presa. Al contar la vuelta número 10, cortó la cinta y pegó el extremo sobrante sobre la mejilla izquierda de su nuevo prisionero. Alejandro no podía creer lo que sucedía, el estupor con que se había despertado hacía unos minutos, producto de la noche de fiesta, se había esfumado. Estaba muy asustado, su respiración estaba agitada y su boca seca porque su saliva era absorbida por el pañuelo recién introducido. Iñigo estaba muy satisfecho con la labor hecha hasta ahora, falta algo importante: las manos y brazos. Tomó los dos trozos de cuerda restante y a la fuerza volteó a su presa boca abajo, exponiendo su espalda y manos esposadas. Primero era necesario asegurar los brazos; con un trozo de cuerda los ató, en un punto intermedio entre el hombro y el codo, llevando la cuerda de un brazo al otro, y enrollándolo al torso, de forma que la movilidad quedara restringida al máximo. Ahora las manos, que hermoso, pensaba Iñigo, es el acto de juntar dos muñecas y asegurarlas con un buen trozo de cuerda. Sin retirar las esposas, y con el trozo de cuerda sobrante, hizo un sencillo pero hermoso judo alrededor de las muñecas de su prisionero cuidando, como buen bondagero, de no restringir la circulación de la sangre. Una vez revisó que el nudo estuviera listo y lejos del alcance de los dedos de su preso, retiró las esposas. Alejandro se sentía cada vez más perdido, más condenado en esta cruel escena de la que le estaban obligando a ser partícipe. Entonces vino lo peor. Vio como su atacante se acercaba a la cama, agarrándose el paquete y sobándolo con gusto por encima de sus vaqueros. Era evidente para Alejandro que tío estaba empalmado, y de que forma, y sintió ganas de llorar porque estaba seguro que le violaría. No pareció equivocarse. Iñigo soltó el botón de sus vaqueros y bajó la cremallera, al momento saltó una polla dura como roca, roja, húmeda y brillante. Alejandro lo miró directamente a los ojos, suplicando, era verdaderamente lastimera su mirada. Iñigo sonrió y empezó a masturbarse. Alejandro no lo sabía, pero el tío estaba excitado pero no por la idea de violarlo, eso hubiera sido demasiado vulgar. Para alguien como Iñigo el gusto es mucho más exquisito. Lo que lo ponía era ver al pobre latino luchando contra sus ataduras, totalmente sometido, pero sobretodo su boca amordazada, sellada con la cinta americana. Precisamente su boca, no su culo ni su polla, era el objetivo de Iñigo. Para Alejandro su boca había sido su perdición. Iñigo continuó masturbándose durante un buen rato hasta que no pudo más y descargó un chorro fenomenal de leche caliente sobre su víctima atada y amordazada. Limpió un poco sus manos y su polla con la sábana, guardó su polla, subió la cremallera y abotonó sus vaqueros. Tomó su teléfono móvil y marcó un número. Se dirigió al extremo opuesto de la habitación, hablando en voz baja, para Alejandro fue imposible descifrar lo dicho. Minutos después tocaban a la puerta. Iñigo la abrió y entraron dos tipos corpulentos vestidos de negro, llevaban consigo un baúl inmenso, forrado en cuero, que descargaron cerca a la cama. Hasta ese momento Iñigo no había pronunciado palabra alguna pero era ya momento de romper el silencio. Se sentó en la cama, acercando su boca al oído derecho de Alejandro, diciendo suavemente: "Ahora eres mío. Eres mi prisionero. Serás borrado del mundo, en Colombia y en España. Nadie te encontrará jamás. A partir de hoy tu vida y todo tu ser me pertenecen. En pro de tu propio bienestar será mejor que cooperes; de lo contrario me obligarás a quebrar tu voluntad y mira que tengo experiencia en todo tipo de técnicas, mentales y físicas, para lograr dicho cometido". Alejandro estaba paralizado, no podía creer lo que acababa de escuchar, "¿por qué a mí?", "¿qué mal he hecho?", pensaba, a punto de llorar. A una mirada de Iñigo, los grandulones abrieron el baúl y se acercaron a la cama. Al ver lo que se venía Alejandro decidió usar sus últimas fuerzas e intentar luchar. Iñigo, preparado para todo, tomó el cloroformo e impregnó un pañuelo con él. Se sentó a horcajadas sobre su víctima, apretando el pañuelo contra la nariz del resistente Alejandro. Este se movió unos segundos hasta que perdió la conciencia. Como toque final, tomó Iñigo el blindfold de cuero, cubriendo los ojos de su presa, cuando despertara no podría ver nada. Parecía que todo había terminado pero en realidad apenas empezaba. Los grandulones acomodaron a Alejandro en el baúl y lo cerraron, asegurando la tapa. Tomaron también sus maletas y empacaron todas las pertenencias que encontraron en la habitación. Iñigo tuvo especial cuidado de tomar su billetera y pasaporte y ponerlos a buen resguardo. Una vez tuvieron todo embalado, incluido el joven latino, salieron de la habitación, los grandulones cargando el baúl, Iñigo llevando dos maletas. Siguiendo las órdenes de Iñigo, uno de los grandulones se encargó de arreglar todo en la recepción del hotel, a nombre de su "buen amigo Alejandro", que estaba “muy mal por la noche de fiesta”. Dejó además una muy generosa propina al encargado, una suma que fácilmente podía igualar el salario de un mes del pobre empleado. Salieron los tres hombres con su preciosa mercancía a la calle, donde estaba aparcado un pequeño camión de mudanzas. Subieron el baúl y las maletas atrás y pusieron en marcha el motor. ¿El destino? Segovia, donde Iñigo tenía una bonita y aislada casa de campo, que ahora sería el lugar de cautiverio de su nueva y preciosa presa...
el-alejo

Soy hombre heterosexual

visitas: 1590
Categoria: Sadomasoquismo
Fecha de Publicación: 2008-01-06 21:05:15
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1 Comentario

Excelente historia, me encanta este tipo de aventuras

2008-03-03 09:06:15