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Secuestro En Madrid, Tercera Parte

Ya caía la medianoche y la penumbra en la sala de estar sólo era rota por la luz proveniente del fuego que ardía en la chimenea. Alejandro, la presa, estaba inconsciente, sentado en una silla de madera a la que había sido fuertemente atado con metros y metros de cuerda de algodón que recorrían y aseguraban tobillos, muslos, abdomen, pecho, brazos, muñecas y cuello. Sus ojos estaban cubiertos por parches oftalmológicos, gruesos trozos de cinta americana sellaban su boca. Su cabeza, que antes exhibía una negra y brillante melena ahora estaba calva, rapada por la mano hábil de Iñigo, su Captor. Ya daba señales de vida otra vez. Después de haberle rapado, en la mañana, le había sido inyectado un tranquilizante intramuscular en el brazo así que había estado dormido por muchas horas. El Captor se mostraba satisfecho, complacido. Sentado a pocos metros de su víctima, saboreando una copa de vino, admiraba tanto la calidad de su presa como el trabajo de cuerdas que había aplicado sobre el rebelde latino. El toque final de haberle rapado le daba un toque adicional de indefensión y humillación que le venían muy bien. Costara lo que le costara doblegaría la voluntad de Alejandro, convirtiéndolo en poco más que un animal de su propiedad. El camino no sería ni corto ni fácil pero paciencia era lo que tenía. Dio una rápida mirada al reloj y decidió que era ya momento de prepararse para pasar la noche. Tenía que alimentar su víctima antes. De la cocina trajo un poco de queso, fruta y helado; también un vaso con agua. En situaciones como esta era mejor usar alimentos altos en calorías y dar pequeñas porciones: mantener un prisionero con una constante pero ligera sensación de hambre aseguraba su atención y estado de alerta. Se acercó a Alejandro. Retiró uno a uno los trozos de cinta americana que fungían de amordaza. Le llamó la atención que su presa ni siquiera intentara mascullar una palabra ahora cuando momentos antes se hubiera soltado en una cascada de improperios y ruegos inútiles. “Muy buena señal”, pensó el cazador experto, “Se está adaptando a su nueva situación”. Acariciándole la cabeza rapada le explicó que lo iba a alimentar antes de dormir: “No será mucho pero calmará tu apetito y podrás dormir”. Siguiendo una secuencia de movimientos mecánicos, iba con una cuchara del plato a la boca, de la boca al plato. Y vaya que estaba hambriento el prisionero. Si bien su nivel de miedo seguía igual, ya llevaba muchas horas sin alimentarse y sin beber líquidos. En pocos minutos devoró todo lo que su Captor le ofreció, finalmente bebió de sopetón el agua y pareció quedar expectante, ¿a la espera de más? Iñigo rió con ganas mientras le limpiaba la boca con una servilleta. Su animalillo no recibiría más comida por hoy. Llevó los trastos a la cocina y regresó con un tazón y enjuague bucal. “Vamos a limpiarte esa boca antes de sellarla de nuevo”, dijo. Alejandro siguió las órdenes dadas, enjuagó su boca, tomó un poco más de agua y esperó. ¿Qué mordaza aplicaría ahora? Decidió suplicar nuevamente, por lo menos que dejara su boca en paz esta noche: “Por favor, no hay necesidad de…”. La fuerte cachetada que sintió en su mejilla izquierda lo silenció de inmediato. “Tú no hablas a menos que te autorice expresamente a hacerlo, ¿entendido?”, sentenció con dureza su nuevo Dueño. Para evitar más tropezones como este, se apresuró Iñigo a amordazar de nuevo a su víctima. Primero tomó un trozo largo de tela blanca, con un grueso nudo en la mitad, mismo que introdujo entre los dientes de Alejandro, anudando las puntas al cogote. Luego tomó otro trozo de la misma tela y, cubriendo el nudo entre los dientes, también la aseguró al cogote. Como toque final tomó su querida cinta americana y dio cinco vueltas alrededor de la boca, cubriendo la mordaza de tela. Siendo las mordazas su pasión no podía bastar una mordaza simple, entre más elaboradas fueran, más le excitaban. Estiró su brazo derecho para alcanzar el frasco de cloroformo; impregnó un trapo y cubrió la nariz de Alejandro. Tenía que acomodar a su presa en la cama y era mejor evitar malos ratos. Uno a uno desató los nudos que aseguraban su presa a la silla, aprovechó la inconciencia para retirar los parches de los ojos y cubrirlos con una gruesa venda negra. Con mucho cuidado arrastró entonces el prisionero hasta la habitación, calabozo mejor, que había acondicionado: un pequeño cuarto de 4 por 4 metros, con las ventanas clausuradas, aire acondicionado y calefacción. Tenía también un baño anexo que incluía lavado, sanitario y ducha. Tanto paredes como puertas tenían aislamiento contra ruido. Los únicos muebles que ocupaban el espacio eran una estrecha cama metálica, una pequeña cómoda de cinco cajones, también metálica, y una silla de madera. Ni cuadros ni libros, mucho menos algún reloj en la pared, la austeridad era máxima. Haciendo un último esfuerzo el Captor acomodó a su presa en la cama. Usando implementos de cuero, aseguró primero los pies, uno a cada esquina inferior de la cama. Luego los brazos, acomodados a los lados, fijados en dos puntos: brazos y muñecas. Si bien la posición en spread eagle era una de las favoritas de Iñigo, en el tiempo era poco tolerada y estaba preparando a Alejandro para que pasara la noche, por eso había optado por dejar los brazos cómodamente atados a los lados. Era una posición de sueño más natural. No había necesidad de mantas ya que la temperatura del cuarto era la indicada para la fría noche. Ya se disponía a salir cuando recordó un importante detalle. En todo el día, si bien lo había pasado en estado de inconciencia, Alejandro no había usado el baño. Preparado para todo, se aproximó el Captor a la cómoda, abriendo el cajón superior. Sustrajo un equipo de sondas urológicas, gasas, un par de frascos y una jeringa. Bajó el pijama y los bóxers del prisionero, primero desinfectó escrupulosamente los genitales con una solución yodada, haciendo especial énfasis en el glande, luego tomó una sonda de calibre mediano, la embadurnó en gel y la introdujo delicadamente por la uretra. El extremo externo de la sonda estaba inmerso en un tazón mediano. Cuando la punta de la sonda traspasó el esfínter, alcanzando la vejiga, el flujo de orina amarilla y caliente casi no para. “Una buena miada te estabas aguantando, estúpido”, dijo en voz baja Iñigo. Al terminar de evacuar, retiró la sonda, pasó una gasa seca por los genitales, retirando el exceso de solución yodada y subió bóxers y pijama. Inyectó luego su presa en un brazo con antibióticos con el ánimo de evitar alguna infección producto de la manipulación con la sonda. Definitivamente sabía bien lo que hacía. La imagen que tenía ahora ante sí lo descontroló, sintió crecer y endurecerse su polla entre los pantalones, quería salir y quería jugar. "¿Por qué no?", pensó, de hecho dormiría mejor después de una buena paja. Desabotonó su pantalón, bajó la cremallera y sacó su mástil duro y ganoso. Se acomodó en la silla de madera, obteniendo el mejor ángulo de su víctima indefensa y se masturbó. No le tomó mucho tiempo y el chorro de leche caliente que vertió fue impresionante, definitivamente el latino lo traía loco. Entró al cuarto de baño y se limpió. Luego, del segundo cajón de la cómoda extrajo una mordaza tipo plug en cuero, pero esta tenía una perforación en el centro, de modo que permitía la libre circulación de aire por la boca en caso de que la nariz sufriera algún tipo de obstrucción. Era la mejor opción para amordazar a alguien y dejarle así por horas, sobre todo si dormía, máxime si estaba inconsciente. Con cuidado retiró la elaborada mordaza de cinta y tela que había puesto antes y que lo había calentado tanto y la reemplazó con la plug gag. Así, dejando todo listo en relación con su presa, se retiró el agotado pero satisfecho Captor a sus propios aposentos para una merecida noche de sueño.
el-alejo

Soy hombre heterosexual

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Categoria: Sadomasoquismo
Fecha de Publicación: 2008-03-20 18:33:15
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