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Secuestro En Madrid, Cuarta Parte

Como es bien sabido el efecto del cloroformo pasa relativamente rápido y el prisionero pronto empezó a despertar de su forzoso sueño. Cuando hubo ganado un poco más de conciencia intentó moverse, en vano: sintió como cada uno de sus miembros estaba inmovilizado, asegurado con quién sabe que tipo de dispositivos. Nuevamente tenía bloqueada la visión y su boca estaba, como ya empezaba a ser costumbre, amordazada. Pero esta mordaza era diferente, por un lado sentía una protuberancia un poco suave que ocupaba buena parte de la porción anterior de su boca, y además, ayudándose de su lengua, detectó un orificio pequeño en el centro de esa protuberancia por el cual podía aspirar y expeler aire ¬–lo cual le trajo un poco de calma, por lo menos no moriría asfixiado. Ya no sabía que día era, ni siquiera que momento del día: ¿mañana, tarde o noche? Concluyó que lo mejor era concentrarse, intentar tener claro por lo menos lo último acontecido. Su Captor lo había alimentado, luego le había amordazado con tela y cinta, no con lo que sentía ahora en su boca. ¿En qué momento le había cambiado la mordaza? Recordó que después de amordazarle con la cinta había sentido contra su nariz la opresión de un trapo húmedo, probablemente impregnado con cloroformo porque hasta allí recordaba. Y ahora estaba aquí, en lo que con seguridad era una cama, pequeña además porque sus dedos alcanzaban a tocar los bordes del colchón a lado y lado. Su torso seguía desnudo pero conservaba el pantalón del pijama al igual que el collar que lo hacía sentirse como un pinche perro, también notó la falta de incomodidad en sus genitales, ¡ya no estaban amarrados! Contra la almohada que apoyaba su cabeza pudo sentir la nueva sensación producto del frote de su cabeza rapada contra la funda. “No había sido una pesadilla entonces cuando me rapó la cabeza el hijo de puta”, pensó. Sentía un poco de hambre pero no en exceso y, dado que tenía bien grabado en la memoria lo escaso que había comido antes, concluyó que no había pasado mucho tiempo desde el momento en que había sido alimentado o de lo contrario tendría ahora una sensación de hambre mucho mayor. El desespero empezaba a ganarle una vez más, intentó tirar con fuerza de sus ataduras, movió y forcejeó con brazos y piernas inútilmente. Ignoraba que su Captor estaba en otra habitación de la casa, durmiendo plácidamente y que aún faltaban varias horas para el amanecer. Después de un rato se sintió cansado pero con todo el estrés y ansiedad que llenaban su mente le era imposible dormir. Finalmente cayó en un estado de duermevela, sin poder lograr un sueño profundo pero tampoco estando totalmente despierto, por ende no descansando lo necesario, no lo que su ya maltratado cuerpo requería. Perdió cuenta del paso del tiempo, víctima de la oscuridad a que le obligaban sus ojos vendados y el silencio de un cuarto con aislamiento contra ruido. Las horas pasaron. Lo despertó el ruido proveniente de la manipulación de la cerradura de la puerta. “¡Buenos días! Espero hayas descansado”, le saludó amablemente su Captor, “hoy tenemos mucho por hacer”, sentenció. Alejandro masculló algo a través de su mordaza, animando aún más el ya buen amanecer de Iñigo. “Imagino que necesitas usar el baño primero”, acertó el Secuestrador. La urgencia por orinar era apremiante, más ahora que él lo había mencionado. Escuchó los pasos del Cazador al aproximarse a la cama, manipulando las ataduras que aseguraban sus brazos, liberándolos. Le ordenó que los estirara con gana, cosa que hizo al momento, sintiendo un descanso maravillo en sus adoloridos miembros superiores. Luego fueron nuevamente atados, encadenados mejor dicho, con unas esposas unidas por una cadena más larga de lo habitual, dando un mayor rango de movimientos al esposado. Una segunda cadena iba del punto medio de la que aseguraba las esposas hasta el collar que oprimía el cuello de la víctima. Luego fueron liberados los pies, pero estos a su vez también fueron limitados por otro par de esposas especiales para pies. Halándole de la cadena que se unía al collar, Iñigo puso de pie su prisionero. Le advirtió, como siempre, que ni se le ocurriera hacer alguna estupidez al tiempo que le daba un corto pero fuerte apretón en los huevos, haciendo retorcerse y gemir a Alejandro. Lo condujo al cuarto de baño, acercándolo al inodoro y sacándole la polla con ganas. “Ni siquiera te toques, orinarás mientras yo te la sostengo y te observo”, dijo el Captor. Para el prisionero el nivel de humillación iba de mal en peor, ahora hasta sus necesidades básicas estaban bajo total control de esta bruto y no había nada que pudiera hacer al respecto. De naturaleza algo tímida no creyó posible poder orinar en estas condiciones a pesar de las ganas que tenía. “Si no lo haces no tendrás otra oportunidad en muchas horas y terminarás orinándote encima. Es tu decisión”, le advirtió su Dueño, como si leyera su pensamiento. Dadas las circunstancias, y la advertencia, Alejandro no tuvo más remedio que tragarse su orgullo y pudor y soltar el chorro mientras otro hombre le sostenía la polla. Después de lavarse un poco pudo tomar el desayuno, siempre esposado y con los ojos vendados: un poco de yogur con cereal, jugo de naranja y una tostada con mermelada. Era el momento de iniciar el entrenamiento con el prisionero, Iñigo lo había planeado todo meticulosamente. Si quería romper la voluntad del latino tendría que recurrir a diversas técnicas de tortura física y mental para moldearlo poco a poco en el juguete sexual, el bondage toy boy que ansiaba desde hacía tanto tiempo. La lista era enorme: hacerle totalmente dependiente, obsesionarlo por el bondage, someterle, educarle, aumentar su resistencia física y mental, formarle, en fin, todo lo necesario para, partiendo de la materia prima que había conseguido, crear un maravilloso bondagero pasivo y sumiso. El Captor sabía que su meta era algo ambiciosa pero igualmente sabía que, como todo en su vida, esto también lo lograría a como diera lugar. Había decidido empezar el día con ejercicios básicos que, tenía la certeza, su nuevo juguete detestaría. La presa fue acostada nuevamente en la cama, esta vez sus manos fueron atadas a las esquinas superiores de la cabecera de la cama, cada tobillo fue firmemente asegurado a las esquinas inferiores. Su pijama fue bajado, arrastrando los bóxers con él, sus genitales fueron atados fuertemente, primero los huevos con varias vueltas del cordel, luego la polla. La víctima odiaba este tratamiento, sentirse tan expuesto lo asustaba mucho, huelga decir que el dolor agudo que sentía en sus pelotas no era algo que disfrutara. “¿Qué tenía en mente este maldito pervertido ahora?”, pensaba. La mordaza fue removida y sus labios acariciados con delicadeza y hasta ternura. Entonces fueron besados. Alejandro no pudo hacer otra cosa que reaccionar con la poca violencia que le permitía su inmovilidad, repudiando el beso, cerrando su boca y volteando su cara. La bofetada que recibió fue fuerte, pero no le hizo arrepentirse, jamás consentiría que el sujeto que lo estaba sometiendo a tan terrible situación lo besara o tuviera cualquier otro acercamiento de índole sexual para con él. Una mano agarró fuertemente su mentón, forzándole a mantener la boca abierta, la otra introdujo a las malas un trapo bastante oneroso. Se escuchó luego el ya familiar sonido de la cinta americana siendo desprendida del rollo, la cual fue enrollada apretadamente alrededor de su boca y cogote varias veces, casi diez. Escasamente podía el prisionero gemir, pero aún sus gemidos eran débiles, además sabía de buena cuenta que no valdría la pena. A continuación el Captor dispuso una especie de máscara, más bien lucía como una estrecha malla, de cuero que se ajustaba con correas a lo largo y ancho de la cabeza y que ostentaba varios anillos de metal. Luego, con paciencia, tejió un intrincado sistema de nudos entre los anillos y la cabecera de la cama. ¿El fin? Inmovilizar al máximo la cabeza la víctima. La incomodidad del prisionero sólo era superada por el miedo. Entonces sucedió. Fueron unos escasos segundos pero no recordaba Alejandro haberse sentido tan aterrado en toda su existencia. Con sus dedos el maldito le había apretado la nariz, cortando totalmente la respiración y provocando casi un ataque de pánico en la víctima. Fue justo en ese momento que el colombiano se percató de que su vida estaba en las manos de ese maniaco que le había secuestrado y llevado a un lugar desconocido. Su vida pasó por su mente, su familia, su país, sus sueños; sintió ganas de llorar pero no pudo, cuando estaba despidiéndose mentalmente del mundo su nariz fue liberada. Hubiera deseado tener unas fosas nasales mucho más grandes para haber inspirado una cantidad infinita de aire, lo cierto es que el que aspiró fue más que suficiente y se mareó un poco por la hiperventilación provocada por el ataque sufrido. ¿Está sería su vida ahora? Se negaba a creerlo. La tortura prosiguió por 15 minutos exactos. Cada vez la oclusión de la nariz de extendía un poco más, hasta llegar a los 15 segundos. Esos pocos segundos eran sentidos como una torturante eternidad por la presa, por momentos sentía enloquecerse, justo antes de que le fuera permitido respirar normalmente de nuevo. Por lo que había evaluado el Captor, ese era el lapso inicial máximo de resistencia segura en la víctima y no quería arriesgarse mucho para empezar. Lidiar con un cadáver era lo último que quería, ni que decir el perder tan preciada mercancía. Antes de dejarle en paz, retiró las ataduras que inmovilizaban la cabeza y le besó en la mejilla, notando para su satisfacción que no repudiaba su beso. “Ya vas aprendiendo cabroncito”, pensó el sonriente Iñigo y se retiró, cerrando y asegurando tras de sí la gruesa puerta que guarnecía su bien más preciado. El día apenas empezaba para Captor y prisionero.
el-alejo

Soy hombre heterosexual

visitas: 2188
Categoria: Sadomasoquismo
Fecha de Publicación: 2008-03-23 17:40:15
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1 Comentario

super interesante tu relato porfa continualo

2010-11-24 22:26:12