Guía Cereza
Publicado hace 17 años Categoría: Fantasías 830 Vistas
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Los gritos ininteligibles, las patadas a la puerta y la discusión en el cuarto de su madre la despertaron. Inmediatamente empezó a temblar aterrorizada; no tardó en abrirse violentamente la desvencijada puerta de su habitación y luego el olor, el odiado olor a aliento alcohólico y esa asquerosa sensación de la saliva caliente esparcida por una lengua anhelante y babosa. Se enrolló fuertemente con sus cobijas, intentó gritar, pero todo fue inútil; las cobijas fueron arrancadas violentamente y su boca fue acallada por una mano grande y poderosa que olía a genitales sucios; la otra mano ya empezaba a tocarla y a arrancarle su pijama nueva, la de ositos; por última vez trató de luchar contra el pesado cuerpo, pero un aterrador tirón de cabellos y un susurro horripilante: -Déjese hacer o ya sabe las consecuencias-, la hizo cerrar los ojos con fuerza y desear morir una vez más. Volvió a la realidad cuando su padrastro se levantó trastabillando y subiéndose los pantalones, salió dejando una peste a alcohol barato, semen y sudor agreste. Mirina se sentó en su catre y examinó su pijama destrozada, trató en vano de cerrarla, pero sin los botones y hecha jirones fue en vano. Vio entre sus piernas las huellas líquidas de la carnicería y sintió nauseas. Levantó la vista y advirtió la mirada aterrada de su hermanito de 6 años, acurrucado en el rincón había visto todo el espectáculo; con rabia y vergüenza le grito: -¡Jorgito acuéstese!, ¡debería estar durmiendo en vez de estar espiando a los mayores!-. Se limpió con rabia, se arropó con su cobija hecha de retazos y se acurrucó para llorar, pero por más que lo intentó no pudo. Sintiendo que por fin algo había cambiado en su interior, se levantó, envolvió en un trapo sus pertenencias: dos camisetas raídas, un pantalón que no soportaba más costuras, dos interiores que lavaba cada noche con agua helada y la muñeca imitación barata de Barbie que cuidaba con primor. Se vistió apresuradamente al oír que empezaban nuevamente las discusiones en la habitación contigua, se puso su jeans azules, sus botas de caucho con relieves de fresita, un suéter azul remendado con hilos de diferentes colores y encima su abrigo de lana roja, su más preciada posesión. Arropó a Jorgito y le dio un beso en la frente, -¿Para donde va Mirina?, yo quiero ir con usted-, ella lo acalló poniéndose el índice en sus carnosos labios rojos y murmurándole imperiosamente: -Cállese y duérmase, y si le preguntan que para adonde me fui, dígales que yo me morí-. Al marcharse, tomó el gorro de lana negro de su mama y la billetera de su padrastro, cerró la puerta tras de sí con cuidado, respiró el aire frio y negro de la noche y se sintió sola y desamparada; se acobardó y dio media vuelta para entrar, pero el grito de su padrastro: -¿Y donde mierda esta Mirina?- hizo que huyera sin rumbo, era preferible entregarse a los terrores de la oscuridad. Corrió con todas las fuerzas que sus piernitas de 12 años le permitieron, luego de un tiempo que le pareció una eternidad, se dio cuenta que se la había tragado la noche, que estaba en un lugar que no conocía. Instintivamente buscó refugio y lo halló debajo de un puente, se encogió lo mas que pudo tratando de calentarse y sin quererlo se durmió. Su vida transcurrió como la de la mayoría de las niñas de la calle, aprendió todo lo necesario para sobrevivir: mendigar, pedir, robar, defenderse a navajazos. A los dos años de estar vagando fue chantajeada por un proxeneta y empezó a trabajar en el viejo oficio, la mayoría de sus clientes eran borrachos que le traían malos recuerdos, pero al ver que ganaba más dinero que mendigando por las calles, se aguantó asqueada. Cuatro años más pasaron y Mirina se convirtió en una mujer. Ya no era la adolescente larguirucha y desgarbada, las hormonas y la genética habían hecho muy bien su trabajo, se convirtió en la mujer más apetecida del lupanar, su excelente físico, espléndida cara y su innegable experiencia, la habían convertido en la número uno. Un día, Leonardo, su alcahuete, la llamó aparte y le dijo: –Mi amor, hoy tienes otro encargo especial, hay un cliente, un duro, que oyó de tu fama y te quiere para todo el fin de semana, seguro te va a llevar a alguna isla del Caribe o algo así, aprovecha mi vida que si todo sale bien, es un jurgo de plata que nos vamos a ganar. Corre, ponte como una reina, que te van a pasar a recoger a las tres de la tarde-. Mirina entró a su habitación y luego de mucho escoger, se colocó un vestido verde claro de tela muy liviana, que flotaba a su alrededor al caminar, se puso sus joyas de oro y esmeraldas que hacían resaltar aún más, sus hermosos ojos verdes. Se sentó en el peinador y cepilló una y otra vez su largo cabello castaño claro, se maquilló muy suavemente y se quedó mirando su reflejo. Se sentía como un hermoso cascarón vacío y recordaba las tinieblas de la noche en que huyó de casa. Empezó a sentir otra vez ese puñetazo en la boca del estómago, que le daba siempre que se ponía a pensar que no era nadie, que no había hecho nada con su vida, que apenas sabía leer, que quizá hubiera sido mejor quedarse en casa, ¿que habría sido de Jorgito, su hermano?, a estas alturas ya tendría doce años, la misma edad que cuando ella huyó. Nuevamente hizo todo el esfuerzo del mundo para llorar, pero no pudo, en vez de eso la invadió la rabia, el odio a todos los que la habían poseído. Los recordaba a casi todos, algunos trataron de ser amables con ella, pero eso no la conmovió, es más, aumentó su odio a los hombres y sobre todo a ella misma. Se miró al espejo con los ojos inyectados de ira, Nuevamente pensó como aquel día en su casa, que debía escapar. Imaginó que el nuevo cliente podría ser su salvación, si tenía tanta plata y poder como decían, y si de pronto le gustaba lo suficiente, podría sacarla de aquella inmundicia y ponerla a estudiar en la universidad, quien sabe. Respiró profundo hasta calmarse, retocó su maquillaje, metió en la cartera su cédula nuevecita, su pasaporte (por si acaso), cien mil pesos, algo de maquillaje, condones, lubricante y en un bolsillo secreto, abajo del bolso, su navaja automática. Empezó a bajar y sonrió forzadamente ante los silbidos y piropos que le lanzaban sus compañeras, se sentó a esperar a su cliente especial en el gran sofá rojo del recibidor. El tipo llegó puntual, empezó sonar el pito de su auto insistentemente, Leonardo asomó la cabeza, apurando a Mirina y ella se levantó del sofá. Era una belleza, altísima, piel blanca, pechos exuberantes, cintura delgada, caderas de guitarra y un trasero levantado por la fuerza de la juventud. Caminó firme y lentamente por el corredor, los blancos muslos rozaban la fina tela del vestido que ya flotaba a su alrededor como en cámara lenta, los altos tacones golpeaban el suelo con vigor, sin poder hacer temblar las carnes de sus piernas. Al pasar al lado de Leonardo, éste la despidió con una bendición y cara de preocupación, mientras que el pito seguía sonando exasperante. Al llegar al lado de la camioneta, una Mercedes ML 350, se abrió la puerta y Mirina entró; se sorprendió al ver que el tipo no era lo ella esperaba ver; era muy joven, 20 años como máximo y muy bien parecido, -Igualito a Tom Cruise- pensó; además, se adivinaban bajo su camiseta negra, unos músculos bien trabajados. Mirina pensó que el trabajo no sería tan malo después de todo. –Hola Papi- saludó ella –¿Cómo te llamas mi amor?- El muchacho le contestó fríamente: -Lorenzo, ¿y tú?- -Mirina, y soy tuya, para lo que tú quieras Papi- -Listo, entonces cállate y ponte el cinturón- le ordenó autoritario Lorenzo y arrancó dejando neumático en el pavimento. Mirina, acostumbrada a obedecer los caprichos de los clientes especiales, se quedó callada, atravesaron la ciudad hacia el norte, a gran velocidad. Lorenzo manejaba temerariamente. A Mirina le pareció tan frio, tan distante, tan sin emociones, que un escalofrió le recorrió la espalda; tragó en seco, se acomodó en esa confortable silla y empezó a dormirse; mientras, el equipo de sonido del automóvil tronaba con Heavy Metal. Una brusca frenada la despertó, su cartera se deslizó por la falda y ella se apresuró a agarrarla. – ¿Ya llegamos Papi?- preguntó a Lorenzo, -Si- contestó él secamente mientras se bajaba de la camioneta y cerraba violentamente la puerta. Mirina se bajó por sus propios medios del auto, detrás se veía un camino de tierra muy largo y recto y frente a ellos se levantaba una construcción lujosa de mediano tamaño, tenía un estilo posmodernista que desentonaba con el ambiente rural; parecía un bloque de vidrio colocado entre el barro; al fondo se alcanzaba a ver una gran piscina. Lorenzo grito: -¡Muchachos, ya está aquí el encarguito!- En tropel, salieron por la puerta tres muchachos, aproximadamente de la misma edad y apariencia que Lorenzo, empujándose y riéndose entre bromas pesadas que terminaron abruptamente al ver a Mirina. -Mamacita, que buena está ésta putica- dijo el más alto y delgado. -Esta vez si la hiciste bien Lorenzo- repuso otro, el más fornido de todos que vestía solo una pantaloneta de baño negra. -Bueno, a darle que para mañana es tarde- dijo el último, un muchacho blanco como la leche y rubio. Lorenzo agarró a Mirina por el brazo y la condujo adentro, los demás hombres empezaron a manosearla, agarrándole sus redondos senos, irguiéndole los pezones, pellizcando sus nalgas para comprobar su increíble dureza, confirmando que esa cintura escultural era real. Mientras, ella fingía su mejor sonrisa, pensaba con disgusto, que no había traído suficientes condones y que además no le habían dicho nada de sexo grupal. Con éstos jóvenes, se veía que las jornadas iban a ser largas y tendidas. Los observó mejor, pensó que nunca en su vida había estado con cuatro jóvenes, todos atractivos. Decidió entonces relajarse, disfrutar los dos días de orgia y quién sabe, de pronto alguno de ellos se enamorara de ella, quien sabe. Los hombres le preguntaron casi a coro por su nombre, lo repetían una y otra vez mientras manoseaban su cuerpo, como tratando de memorizar el nombre y el tacto de aquella tremenda mujer. Llegaron por fin a la sala, tres de los hombres, agarraron una gran botella de champaña y empezaron a tomar directamente de ella, en medio de risas, le dieron de beber también a Mirina; la champaña se le escapó por las comisuras y empapó su vestido, dejando ver su hermosa ropa interior de encaje verde. Lorenzo se paró a mitad de la sala y le ordenó a Mirina quitarse la ropa, ella empezó a hacerles un strep tease de infarto, bailando frenéticamente al ritmo del Heavy Metal estridente. Jugó un rato con su falda mojada y de improviso, se sacó de golpe el vestido y lo arrojó con fuerza hacia los enajenados espectadores; luego, al ritmo de la música empezó a cimbrear su cuerpo en movimientos voluptuosos, acariciándose lascivamente e imitando constantemente los movimientos de la cópula. Su carita mostraba un gesto libidinoso, continuamente sacaba la lengua y la agitaba como una serpiente, se agachó contoneándose, abriendo y cerrando sus piernas, se acostó en el suelo con sus hermosos muslos abiertos y empezó a quitarse el sostén, los tipos aullaban. Se volteó poniéndose a gatas, mostrándoles su hermoso trasero, se contoneaba en esta posición frenéticamente, movía su cabello como un látigo, al ritmo de la infernal música y sus enormes y redondos senos se balanceaban y chocaban entre sí. En esta posición aprovechó para deslizar sus pantis hasta las rodillas, dejando a la vista su sexo rosado, voluptuoso y depilado. El joven fornido se acercó a ella con la botella de champaña, le dio un gran trago y luego la baño de la cabeza a los pies, inmediatamente todos los demás, presas de un frenesí sexual, se abalanzaron sobre ella, lamiendo el licor sobre su cuerpo. Mirina, como pocas veces en su vida, estaba excitada, la visión de aquellos cuerpos atléticos y caras de actores de cine, le hicieron olvidar su ira y su odio a los hombres; un calor que hacía mucho tiempo no sentía, empezó a invadirla, advertía las lenguas que la recorrían y su cuerpo que respondía a aquellas caricias, el fortachón se despojó de su pantaloneta y le introdujo un miembro de tamaño normal en la boca, mientras que seguía bañándola con champaña. Mirina sabía lo que tenía que hacer, empezó a succionar y a introducir aquel miembro profundamente en su garganta, agarrándose de las caderas del fortachón, se enloqueció al sentir aquellos músculos enormes contrayéndose entre sus manos. Los demás muchachos siguieron el ejemplo y se despojaron rápidamente de sus ropas, el tipo alto y delgado se acostó debajo de Mirina, se agarró de sus caderas y empezó a besarle su sexo. Hacía mucho tiempo no sentía esa húmeda caricia entre sus muslos, su primer orgasmo se veía venir incontenible. El blanquito terminó de quitarse sus jeans y su camiseta y se lanzó sobre el maravilloso cuerpo de Mirina, que a estas alturas, ya se retorcía de placer; se arrodilló detrás de ella y empezó a darle un beso negro profundo, tratando de introducir su lengua con fuerza. Ella al sentir esta caricia, no pudo soportarlo más y empezó a venirse, tuvo que sacarse el pene del fortachón y abrazarse fuertemente a su cadera para poder gemir a gusto y llegar en medio de incontenibles espasmos. -Vaya que buena puta que trajiste Lorenzo- gritó el fornido. -Esta buenísima y tras de eso, se corre la zorrita- gritó el rubio. Entre tanto Mirina terminaba de llegar arrodillada, recibiendo lametazos en sus dos orificios y abrazada fuertemente al hombre musculoso, abrió los ojos y vio a Lorenzo sentado en el sofá del centro, el que parecía un trono; no se había desvestido, no había tomado licor, ni participado de la bacanal de champaña vertida sobre ese envase maravilloso. Inquietantemente, observaba la escena impasible, con su mirada fría, sin un gesto, sin una palabra. La violenta penetración por parte del tipo alto, sacó a Mirina de su ensimismamiento, y la devolvió a la locura del placer, sintió como el hombre, arrodillado detrás de ella, sacaba totalmente su larguísimo miembro y luego lo introducía de golpe hasta el fondo de su vagina, agarrándola fuertemente de la cintura, mientras le gritaba una y otra vez: -Mirina eres mía, eres mía putica deliciosa-, al mismo tiempo, sintió que la lengua que había estado pugnando por entrar en su ano, había dado paso a un dedo un poco brusco, agradeció la saliva y la champaña que aún lubricaban esa entrada y empezó a darle sexo oral otra vez al fortachón, sentía que su ano se agrandaba con facilidad y decidió entregarse otra vez, al placer del orgasmo. El flaco alto se salió de ella y se acostó sobre la mullida alfombra, mientras las manos del forzudo la agarraban fuertemente la cabeza, empujándole con fiereza su pene dentro de la garganta, Mirina tuvo que cerrar sus ojos y hacer un esfuerzo para no vomitar. Las manos del alto la tomaron por la cintura haciéndola cabalgar sobre su miembro kilométrico. El blanquito por su parte, arrodillado tras ella, empezó a penetrar su ano. El fortachón se sentó en el piso frente a ella para que siguiera su excelente labor. Mirina estaba a punto de venirse, cuando un dolor violento entre sus nalgas, le quitó todo el placer acumulado. –Ay Papi, despacito que me dolió- le reclamó al rubio paliducho, pero éste le respondió: –Cállate Mirina, te voy a romper el culo con la verga más gruesa del mundo JA JA JA JA- Efectivamente, Mirina sentía que era penetrada por un grosor descomunal, que estiraba la piel de su ano hasta el límite. Se sacó otra vez el pene de la boca y empezó a respirar profundamente, tratando de relajar su esfínter; recogió sus rodillas lo que más pudo para que sus hermosas nalgas se separaran lo máximo posible. Mientras tanto, el fortachón se quejaba de que no lo atendían como era debido, poco a poco la piel y los músculos fueron cediendo, ayudados por la excitación que crecía nuevamente debido a las profundas penetraciones del alto, que además, estaba acariciando su clítoris fuertemente; de un momento a otro, se empezó a sentir cómoda otra vez y retomó la succión con más ahínco, al sentir el sabor salado del tipo fornido a punto de venirse. Un golpe de semen en su garganta, que ella escupió inmediatamente, la excitó de una manera antes inconcebible, siguió masturbando al tipo embadurnándose su hermosa cara, mientras el musculoso protestaba entre gemidos: -Porqué te… la sacaste… tenias que habértela… tragado… Mirina… Mirina…- La doble penetración, la llegada del otro en su boca, sentir el liquido caliente en la cara y oír su nombre en los labios de tres hombres al tiempo, la hicieron venirse en el orgasmo más fuerte de su vida, empezó a gritar sin control en tanto lo permitieran sus fuertes espasmos vaginales, todo su cuerpo temblaba, sus muslos se apretaban al cuerpo del alto y su ano aprisionaba en cada espasmo el pene grueso del blanco, provocándole dolor y placer con cada contracción. Los que la poseían, al ver y sentir semejante orgasmo, arreciaron sus embestidas, el blanco golpeaba fuertemente sus testículos contra las nalgas de Mirina y se vino gritando: –Mirina este culo es mío- El alto, luego de un empellón profundo sacó su pene por completo accidentalmente, Mirina instintivamente lo tomó con su mano para volver a introducírselo y fue entonces cuando se dio cuenta que el tipo no se había puesto condón, rápidamente llevó su mano hacia el pene del que estaba en sus nalgas y tampoco tenía, ¿Cómo pudo haberle pasado eso a ella que tenía tanta experiencia?. En fracciones de segundo, pensó en levantarse y terminar con todo, pero recapacitó que ya era demasiado tarde, total, el blanco ya le estaba llenando el ano de leche y empezaba a escurrir por entre sus nalgas, hacia su vulva; el alto, en ese momento, al sentir la gran cantidad de semen mojando sus testículos se corrió también repitiendo una y otra vez el nombre de Mirina, ella se vino junto con él, pues se había dado el placer de correrse otra vez casi de inmediato. Mirina se levantó, por entre sus piernas, por sus mejillas y entre sus senos se escurría el semen todavía cálido de los tres hombres, su verde mirada buscó a Lorenzo y lo encontró todavía en su trono, con su mirada fría, aunque esta vez parecía como hastiado. Sus compañeros también lo notaron y el blanquito le dijo: – Tranquilo viejo Loren ya te tocará el turno, pero déjanos gozarnos a esta vieja que está muy buena-. Dicho esto se le acercó a Mirina que se había sentado en el sofá de cuero negro a un lado de la sala y le introdujo su pene fláccido pero aún grueso, en la boca carnosa, ella sonrió y empezó a succionarlo, en pocos minutos la erección volvió y Mirina comprendió porque le había dolido tanto el ano, sus labios apenas podían abarcar la circunferencia de aquel pene. El alto y el musculoso se acercaron también, ella muy diligente, tomo a cada uno en una mano y no tardó en ponerlos a punto otra vez. Una vez los tres hombres estuvieron erectos nuevamente, tuvieron sexo con Mirina todo el día, en todas las habitaciones de la casa , en las camas, en el piso, en la ducha, al lado de la piscina, dentro de la piscina, la colocaron en todas las posiciones que se imaginaron, la penetraron por turnos en la boca, en el ano y en la vagina, intentaron penetrarla dos al tiempo por el ano y por la vagina pero les fue imposible a pesar de que ella estuvo dispuesta, eyacularon en su interior y sobre su cuerpo infinidad de veces, en tres ocasiones trataron de que se tragara el semen y ella en verdad lo intentó, pero no lo pudo lograr y terminó escupiéndolo sobre sus redondos senos. Los sorprendió la noche exhaustos, adoloridos, acostados en la mullida alfombra de la sala donde comenzó todo, pegajosos, embadurnados por una mescolanza de semen, sudor, fluidos vaginales, saliva, comida, agua de piscina y champaña. -Bueno creo que ya tienen suficiente, llegó mi turno- Dijo en voz alta y autoritaria Lorenzo, los tres hombres se levantaron como autómatas a pesar del intenso cansancio y la expresión de sus caras adquirió un gesto grave. Mirina pensó que no podría soportar más sexo, el dolor en sus orificios le impedía, por más que quisiera, siquiera pensar en hacer el amor otra vez, así fuera con el más atractivo de los cuatro, vio que los otros tres se vestían rápidamente y eso la alivió pensando que no tendría más faena con ellos, se levantó trabajosamente y agarró su bolso y su vestido, pensando en tomar un baño caliente e irse a dormir, le dijo a Lorenzo: –Ay Papi te lo suplico, es que me duelen todos mis huequitos, esos amigos tuyos fueron muy malos conmigo y me dejaron toda lastimadita, pero te prometo que mañana seré solo para ti para que me hagas lo que quieras y como quieras. ¿Sí?- -Lastimadita te voy a dejar yo- le dijo en la cara Lorenzo y soltó una sonora carcajada que heló la sangre de Mirina, su cuerpo se crispó al ver la expresión en el rostro de Lorenzo, instintivamente miró a todos lados buscando una ruta de escape, pero antes de que pudiera correr, seis fornidos brazos la atenazaban por sus extremidades inmovilizándola, -¡Que pasa, que hacen, muchachos no, suéltenme!- gritaba Mirina, una y otra vez sin comprender nada. Lorenzo dio media vuelta y se dirigió al garaje, los demás lo siguieron llevando a la mujer a rastras, al entrar, Mirina vio una mesa de madera en el centro, la llevaron hasta allí y la ataron de pies y manos, una vez estuvo inmovilizada, los tres esbirros se retiraron hacia las sombras, de éstas salió Lorenzo con guantes de latex y portando un afilado bisturí, la mirada fría y sin alma de antes se había transformado en una mirada de intensa excitación, tenía los ojos desorbitados, respiraba trabajosamente y constantemente se relamía temblorosamente. Mirina gritaba con todas sus fuerzas, pero esto parecía aumentar la excitación de Lorenzo, acercó lentamente el bisturí al seno derecho de Mirina y empezó a cortar cuidadosamente la piel por debajo de éste. Empezó a manar sangre de la herida y mientras Mirina daba alaridos realmente horrorosos, en ese preciso instante sonó el timbre de la puerta. Todos los hombres quedaron paralizados por un segundo. Lorenzo, frio otra vez, tomó el mando, ordenó al tipo alto atender la puerta y deshacerse de los invitados no deseados, al blanquito, que desatara a Mirina y la escondiera en el sótano, y que no se oyeran sus gritos y mandó al forzudo a flanquear a los visitantes por la derecha, dándole una de las dos Beretta 90two que siempre portaba, mientras que él hacía lo propio por la izquierda. El tipo pálido desató a Mirina, ella inmediatamente trató escaparse pero un fuerte puñetazo que destrozó su nariz, la dejó inconsciente, la cargó con facilidad y bajó las escaleras al sótano, la arrojó en un rincón y recordó que las ropas y la cartera habían quedado a la vista, además del pequeño charco de sangre en la mesa del garaje. Subió rápidamente las escaleras, recogió la cartera y las ropas y con ellas limpió la mesa, bajó veloz, recordando que había dejado a Mirina sin atar, con alivio la vio todavía tirada en el rincón inconsciente, le tiró el vestido y la cartera a la cara diciéndole: –Toma Mirina putica deliciosa, que lastima que éste Lorenzo esté tan loco-. El golpe en la cara la despertó, levantó la mirada y vio al blanquito que se le acercaba bajándose la cremallera y diciéndole: –Venga mamita, la última mamada, y ¡ay de ti si me muerdes puta!-. Mirina empezó a chupar aquel miembro blanco y grueso, al mismo tiempo agarró su bolso y en un movimiento rápido sacó la navaja de su bolsillo secreto, hundió el botón que liberó la afilada hoja, se levantó lamiendo el abdomen blanco del rubio, hasta que estuvo a la altura de sus ojos azules y le enterró y retorció con todas sus fuerzas la navaja en las entrañas, el blanquito incrédulo y acobardado por el dolor, cayó enroscado en el suelo, donde fue rematado infinidad de veces por Mirina. Cuando el blanquito dejó de dar señales de vida, se vistió rápidamente y puñal en mano, subió las escaleras. Mientras tanto, el larguirucho atendió la puerta, era una patrulla de la policía rural que pasaba por allí, escucharon los gritos y decidieron investigar, la situación estaba difícil para el larguirucho, eran cinco uniformados y estaban un poco nerviosos, les dijo que había sido la televisión, que habían estado viendo una película de terror y que estaba a todo volumen, pero que si querían entrar y revisar podían hacerlo sin problema. Al comandante de la patrulla le pareció lógica la explicación, miró desde la puerta toda la casa y se dispuso a retirarse disculpándose por la molestia cuando Mirina salió corriendo del sótano gritando. En ese momento, Lorenzo y el forzudo, empezaron a disparar, de inmediato cayeron muy mal heridos tres policías en la entrada, los otros dos uniformados echaron cuerpo a tierra salvando sus vidas, entraron arrastrándose y disparándole certeramente al tipo alto que ya huía, los agentes se atrincheraron dentro de la casa mientras Mirina se acurrucaba entre ellos sollozando. El comandante le acertó justo en medio de los ojos al fortachón, que imprudentemente se asomó para ver sus posiciones. Luego todo quedó en silencio, unos pasos lentos y determinados se escucharon alrededor de la casa, luego un sonido metálico y todo quedó a oscuras, los policías decidieron replegarse hasta su camioneta con el fin de huir y pedir refuerzos. Iban caminado agachados espalda con espalda, manteniendo a Mirina entre ellos, alcanzaron a salir y entonces corrieron hacia el vehículo, de pronto, la luz de una lámpara barrió el terreno y se detuvo justo en el pecho del comandante, seguida de una detonación y una explosión sanguinolenta en la espalda del pobre hombre. Mirina gritó aferrándose al agente sobreviviente, que llegó hasta la patrulla policial y logró subir a la cabina, encendió el motor y la luz de la lámpara se encendió otra vez y fue a posarse rápidamente en su frente, otra detonación…. Mirina sintió la sangre cálida que le salpicó su rostro y se estremeció, su mente trabajaba a mil por hora, la única idea que llenaba su cabeza era la de sobrevivir, tomó el revólver Llama.38 especial de las manos inertes del agente y corrió con todas sus fuerzas por el camino, destrozándose los pies, internándose en la oscuridad y extrañándose de que ahora tuviera el mismo terror, con la misma intensidad, que cuando escapó de casa. Miró de reojo por encima de su hombro y vio la luz de la linterna que afanosamente la buscaba por doquier, pensó que se había salvado, corrió con el alma, destrozó sus pies con las piedras y rastrojos del camino, corrió por horas apretando fuertemente la herida en su pecho que la desangraba lentamente, hasta que las fuerzas la abandonaron y tuvo que caminar cojeando y a punto de desfallecer, luego de caminar un rato y recuperar la energía, divisó a escasos trescientos metros, las luces de la autopista, intentó correr otra vez pero tenía los pies tan lastimados, que cayó de bruces entre el polvo y el fango. Se levantó y oyó con terror el ruido de la camioneta de Lorenzo que se acercaba a toda velocidad, corrió ignorando el dolor, pero se vio alcanzada rápidamente, la luz de los faros de Xenón, develó su figura, sintió detonaciones a su espalda y silbidos agudos a su alrededor, ya le faltaban solo cien metros para llegar a la autopista, cuando un impacto seco en su glúteo derecho la hizo trastabillar, perdió el control de su pierna derecha y cayó de rodillas, se volteó en esta posición y disparó hacia los potentes faros, uno de los focos estalló así como uno de los neumáticos y la camioneta se detuvo a cinco metros de ella, el tercer disparo se perdió en la nada y luego se escuchó un clic de munición agotada. De entre las luces, se recortó la figura de Lorenzo, indemne y que le apuntaba con la Beretta a la cabeza –Suelta el arma Mirina, necesito que me acompañes para terminar lo que empecé-, dijo con su habitual frialdad. Al sentir el frio metal del cañón en su frente, ella soltó el revólver, Lorenzo se rió para sí con esa risa macabra, diabólica, que fue interrumpida por un grito desgarrador. Mirina, en un hábil movimiento le había asestado un certero navajazo en la muñeca que sostenía el arma, sin perder tiempo, Mirina se abalanzó sobre la pistola y haló del gatillo… otra vez el odiado clic y ninguna detonación. Mientras tanto, Lorenzo gritaba de dolor y de rabia y se apuraba en detener la hemorragia, arrancando un jirón de su camisa y enrollándolo en su muñeca. Al levantar la mirada, había perdido de vista a Mirina, el cazador se había convertido en presa. Rápidamente corrió hacia la camioneta para buscar la linterna y la otra Beretta. Cuando se aferró a la puerta para abrirla, sintió un brazo delgado, rápido, que se deslizó de hombro a hombro por delante de su cuello, sintió un frio acerado, un ardor intenso en su garganta y un sabor metálico en la boca. Un liquido caliente brotaba a borbotones de su cuello, sintió mareos, nauseas, se le aflojaron las piernas y los esfínteres, cayó como un muñeco de trapo a los pies de Mirina, que sostenía su vieja y confiable navaja, sintió un escupitajo en el rostro y mientras perdía el conocimiento, en medio de un doloroso sopor, no entendió porque ella le decía: -Muere maldito viejo asqueroso, ya nunca volverás a abusar de las niñas-. Con el último hálito de vida, la vio alejarse, trastabillando y cojeando, hacia la luz de la autopista. Quince años después, Mirina se graduó de médica, y luego de buscar por tres años infructuosamente a su hermano, se fue a Africa como médica voluntaria, allí le perdí la pista y no he vuelto a saber de ella. Donde quiera que estés Mirina, deseo que la oscuridad jamás vuelva a envolverte, que la luz del conocimiento que con tanto esfuerzo conseguiste, ilumine tu vida y la de todos los que estén bajo tu amoroso cuidado. FIN
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🍒 Pregunta Cereza

Imagina que una persona con curiosidad te dice: "Quiero explorar algo nuevo y no sé por dónde empezar ¿Qué experiencia íntima le recomendarías vivir al menos una vez en la vida? ¡Comenta!


  • Ron, ¡qué interesante tu articulo! Muestra de esa mezcla nuestra de resignación y lucha en la que florecen los más bellos y delicados pétalos, luego de haber sobrevivido a las más duras situaciones. Como el maestro las llamó, las “flores de fango” brillan de los mil fuegos que se niegan a quienes nunca han faltado de nada. Linda es Mirina, y la haces más linda narrando tan bien son historia. ¡Sigues utilizando la libertad sexual de “guía” para expresar sentimientos que en otra literatura no serian nunca tan claros! Magnificas al sexo como medio de expresión, ¡bravo amigo!, ¡sigue!, ¡sigue!, ¡que no se seque la fuente de arte y buen gusto que eres!


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