Guía Cereza
Publicado hace 16 años Categoría: Bisexuales 3K Vistas
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Historia de un esclavo sexual! Parte 1 El inicio (Primera Parte) Hola, soy Damián, 45 años, casado hace ya bastante rato con una hembra, en todo el sentido de la palabra, de 44 años. Ella, que es la razón de estos relatos, es trigueña, ojos cafés, pelo negro a media espalda, de 1.60 m. de estatura aproximadamente, con un cuerpo muy bien formado, caderas espectaculares, y piernas provocativas, y unos senos naturales que tienen la forma perfecta, que lo invitan a uno a chupar y chupar. Pero lo mejor de Alexandra es su forma de ser, como mujer y en la cama, donde no tiene ningún freno para el placer. Llevamos 20 años de casados oficialmente pero 24 años realmente a través de un pacto muy propio, 24 años fornicando con ella de una manera que muchos se quisieran. Prácticamente desde el comienzo me rondaron en la cabeza fantasí­as de sexo con ella y otras personas, y fueron apareciendo muchas donde ella estaba con otros hombres. No sé porque me excitaba esta situación, porque siempre fui muy celoso. Ahora también siento muchos celos, pero puede más el morbo que me producen las imágenes de ella con otros. En nuestras conversaciones se fueron introduciendo estas fantasí­as hasta que, finalmente, llegamos a dar el paso de hacerlas realidad con algunas parejas y algunos hombres. Estas experiencias tal vez las cuente más adelante, aunque prefiero que sea Alexandra quien las cuente, como me lo prometió. Yo contaré las últimas experiencias, de lo que estamos viviendo ahora. En uno de los últimos cumpleaños de Alexandra redactó, firmé y le di como regalo un contrato donde me poní­a en sus manos en materia sexual y ella obtení­a toda la libertad para tener todo el placer sexual que quisiera, con quien deseara, y cuando lo tuviera a bien, prácticamente sin ninguna restricción, mientras yo, por obra y gracia de este contrato, me convertí­a en su cornudo, al cual podí­a humillar como quisiera, poniéndole los cachos y dándole el placer de verla fornicar con otros. Pienso que cualquier mujer, por muchas consideraciones de cualquier tipo que tenga (moral, social, religioso, etc.), se debe excitar cuando su marido le da ví­a libre para ser lo puta que quiera y darse todo el gusto que le apetezca, y creo que a Alexandra así­ le sucedió, más cuando ya habí­a algunas experiencias de por medio que disfrutó mucho. Pero, sin embargo, en ese primer momento no entendió bien la magnitud del poder que tení­a y de lo que podí­a hacer y aún tení­a muchos frenos que le impedí­an hacer uso de ese poder. Sin embargo, la continua presencia de las fantasí­as, el ir haciendo explí­citos pensamientos y deseos, van dando el ánimo y la valentí­a para dar los pasos siguientes. Una de las fantasí­as recurrentes en los últimos meses era la de que Alexandra se consiguiera un amante, que le gustara bastante a ella y ella a él, con toda la adrenalina, celos, y sentimientos encontrados que ello genera, pero con todo el morbo que se puede obtener por todas las situaciones que se pueden llegar a presentar. Finalmente se llegó el dí­a en que la fantasma se volvió realidad. Empezó un jueves que quedamos de encontrarnos en un centro comercial, después del trabajo, para hacer algunas diligencias que tengamos pendientes. Cuando me dirigí­a al lugar que habí­amos acordado, después de parquear, vi que un hombre se acercaba a ella, que estaba sentada en una mesa de la zona de comidas del centro comercial. Como después me contó Alexandra, el hombre le dijo que lo disculpara y le permitiera sentarse con ella unos minutos y decirle algo que era importante para él. Ella, con algo de recelo, accedió. El hombre se sentó y le dijo que ya la habí­a visto varias veces tanto en ese mismo centro comercial como en la avenida donde a veces Alexandra sale a tomar el transporte, por donde él pasaba en su carro hacia el trabajo, y que, desde el primer momento, le habí­a parecido una mujer encantadora. Me contó Alexandra que en ese momento me vio y con una señal, que trató de que fuera imperceptible para él, me pidió que le diera un momento. Efectivamente cuando me acercaba hacia ellos, notó su señal y su mirada pecara, y entonces me dirigí­ hacia la mesa vací­a que habí­a enseguida de ellos, con la intención de quedar cerca y ver qué pasaba y, en lo posible, oí­r su conversación. Afortunadamente, para mí­, quede frente a Alexandra, con el hombre dándome la espalda, y escuchaba perfecto lo que decí­an. Él le dijo que no se asustara, que no tení­a ninguna mala intención, que simplemente pensó que, ya que siempre habí­a soñado con conocer una mujer como ella, y que ahora que se la habí­a encontrado, y durante tantas ocasiones la habí­a visto, como si el destino le estuviera dando esa oportunidad, no podí­a dejarla pasar sin, al menos, intentar hablar con ella. Alexandra sonreí­a y me lanzaba miradas furtivas llenas de picardí­a. Ella entonces le preguntó que cómo era la mujer con que habí­a soñado y por qué se imaginaba que ella era como la mujer de sus sueños. El contestó que ella se veí­a como una mujer muy centrada, seria, madura, muy femenina, y se veí­a ternura en su actuar, coqueta en su justa medida y muy sensual. Además - dijo -fí­sicamente, con todo el respeto, es el tipo de mujer que siempre he soñado, con un excelente cuerpo, su cabello, el color de su piel, sus ojos, su mirada. En resumen, como acostumbramos decirlo, y reiterándole que es con todo el respeto que se merece, usted es una mujer que está muy buena, está como quiere. En ese momento, conociendo a Alexandra, pensó que ya debí­a estar mojándose por las palabras de ese tipo, y en su mirada ya podí­a percibir lujuria. El hombre dijo: disculpe mi mala educación, ni siquiera me he presentado, soy Luis, ¿puedo saber su nombre? Alexandra contestó: mucho gusto Alexandra y le tendió su mano, lo que Luis aprovechó para besársela y tomarla entre sus dos manos, y mientras permanecí­a con la mano de Alexandra le dijo: me atreverí­a a afirmar que eres casada, porque algunas veces te he visto acompañada y con dos niñas, y Alexandra le contestó: ¿eso será algún problema para ti?, y Luis le dijo: pues fue la razón para abstenerme de acercármele, hasta que ya no pude contenerme más; y Alexandra dijo: Sí­, soy casada y efectivamente tengo dos niñas. Luis se apresuró entonces a decir: yo no quiero crearle ningún problema, ¿está esperando a alguien? ¿De pronto a su marido? Y ella dijo: Sí­. Entonces Luis dijo: entonces me debo ir. Insisto en que no quiero crearle ningún problema, pero me gustarí­a mucho, y le ruego, que me permita invitarla a que conversemos un rato, cuando usted pueda. Si quiere le dejo mi número celular y cuando usted pueda regalarme unos minutos me llama. Para mí­ serí­a el regalo más maravilloso que podrí­an darme. Entonces Alexandra le dijo: Bueno, arriesguémonos, deme su número celular y yo lo llamo. Entonces Luis sacó una tarjeta que le entregó y se despidió diciendo: muchas gracias Alexandra por estos minutos, no se alcanza a imaginar la felicidad que siente mi corazón. Después de que nos aseguramos que Luis no nos veí­a le dije a Alexandra que lo mejor era que fuésemos cada uno hacia el carro por caminos separados, y así­ lo hicimos. Alexandra se veí­a radiante. Hicimos las diligencias sin hablar mucho del tema porque Alexandra me dijo que mejor lo hablábamos en casa, en la noche. Ella estaba en un jean que se ajustaba perfectamente a su cuerpo y dejaba ver su figura femenina, su espectacular trasero que siempre atrae miradas, y un body que completaba el conjunto de su figura, resaltando sus provocativas tetas, con unas botas de tacón alto, que la hací­an ver dominante. Alexandra siempre ha aparentado menos edad que la que tiene, y así­ se veí­a muy juvenil. Mientras hací­amos vueltas y regresábamos a casa a mi me mataba la impaciencia por escuchar a Alexandra y saber qué pensaba y qué planeaba, mi cerebro estaba recalentado imaginando lo que podrí­a suceder, mientras sentí­a muchos celos por la manera como Alexandra le habí­a abierto las puertas a este desconocido, y porque el tipo superaba claramente lo que, muchas veces, en fantasí­as Alexandra me hablaba sobre el posible amante. Luis era alto, supongo que mí­nimo 1.80 m, que contra los 1.60 m. aproximadamente de Alexandra y los 1.64 m. mí­os son bastante diferencia, fornido, se veí­a que dedicaba mucho tiempo al gimnasio, porque los músculos de su pecho y de sus brazos así­ lo mostraban. Ese dí­a iba vestido también de jean y con una camiseta tipo polo que dejaba insinuar muy bien su musculatura, sus manos grandes y gruesas, su cara era varonil, muy bien afeitado, cabello lacio corto muy bien peinado, cejas gruesas, sus pestañas eran largas, seguramente muchas mujeres se las envidiarí­an, y sus ojos eran de un color un poco extraño, como verde oscuro un poco amarilloso, con una mirada profunda. Según me dijo Alexandra esa noche en sus propias palabras: “todo un papazote”. Me dijo Alexandra que mientras hablaba con él no podí­a evitar mirar sus labios que eran gruesos y muy provocativos, su piel trigueña, muy bien bronceada. Después de esperar a que las niñas se acostaran, con toda la impaciencia que me carcomí­a, ya desnudos en la cama (siempre dormimos desnudos), Alexandra empezó a masajearme el pito y hablarme al oí­do sobre sus planes: empezó por decirme que Luis era un papazote, y que con él se me iban a volver realidad todas mis fantasí­as, que si querí­a ser cornudo, pues que me alistara porque me iba a convertir en el mayor cornudo que alguna vez haya existido, porque con ese tipo iba a hacer de todo, todas las veces que pudiera. Mientras yo no aguantaba la excitación y su chocha estaba húmeda a más no poder, se fue montando en mi verga, mientras me decí­a: se van a comer a tu mujer como siempre has querido y ya no podrás hacer nada. No te va a quedar más remedio que gozar viendo como se gozan a tu mujer, porque con ese tipo te pongo todos los cuernos del mundo. Yo, en medio de semejante excitación, no podí­a decir más que: sí­ mamita, gózate a ese tipo. Ella dijo: mañana mismo lo llamo y salgo con él y voy dispuesta a todo, pero tranquilo mi cornudito, que voy a llevar la cámara de video y, si pasa algo, trato de convencerlo de que me permita filmarnos. Todo esto mientras me cabalgaba de una manera bestial, porque cuando Alexandra está excitada y quiere placer es toda instinto. En medio de la excitación seguí­a diciéndome al oí­do: un macho de verdad se va a clavar a tu mujercita, de eso puedes estar seguro, maldito cabrón, mientras explotaba en un orgasmo celestial y me hací­a correr en medio de la embriaguez de todo el morbo que suponga lo que iba a pasar y que ella se deleitaba en anticiparme. La tarjeta de Luis decí­a que era un médico cirujano plástico, que actuaba como gerente de una entidad muy reconocida en la ciudad. Al dí­a siguiente, viernes en la mañana, Alexandra me dijo que llamarí­a a Luis al celular y lo invitarí­a a salir en la noche. Yo le dije que al llamarle ella al celular desde el suyo él quedarí­a con el número y que siempre habí­amos evitado eso, que siempre ese tipo de llamadas las hací­amos desde mi celular, a lo que ella contestó, que, en el caso de Luis, la idea era que quedara con su número para que la llamara cuándo y todo lo que quisiera, porque se iba a asegurar de que Luis fuera de verdad su amante y me preguntó: ¿alguna objeción cabrón de mierda? Yo sentí­a rabia y celos pero finalmente estaba obteniendo lo que con mucho miedo deseaba y mi mujer estaba empezando a hacer uso de todo el poder que le habí­a dado mediante el contrato. Como a las 11 a.m. recibió una llamada de Alexandra a la oficina para decirme que ya habí­a hablado con Luis y acordado que se verí­an a las 8:30 p.m. Ya Alexandra tení­a todo planeado. Me dijo que para no levantar sospechas en las niñas saldrí­amos los dos a las 8:10, como otras veces hemos salido, pero que yo la llevarí­a hasta el lugar de encuentro a las 8:20, y la dejarí­a allí­ esperando a Luis, y que yo debí­a irme a un lugar de striptease que conocí­amos, para que la espera no se me hiciera eterna, y a la 1:00 a.m. la debí­a esperar afuera de ese lugar. No debí­a llevar carro sino que irí­amos en taxi. Debí­a esperarla allí­ y ella me recogerí­a, y agregó que no debí­a preguntar nada más. No me quedó más remedio que hacer lo que ella me ordenaba y la llevé hasta el sitio de encuentro con Luis en un taxi, la dejé allí­ y en el mismo taxi me seguí­ hasta el sitio de striptease que ella me habí­a escogido para esperarla. Ella, esa noche, después de regresar del trabajo se esmeró como nunca en su arreglo. Se puso un vestido morado, corto, que la hace lucir espectacular, con unas medias de malla que hacen ver sus piernas más voluptuosas y unos zapatos de tacón alto que la hacen lucir imponente. Su pelo suelto y con un perfume delicioso. Debajo no llevaba nada de ropa interior, sólo la media pantalón de malla, sin ningún calzón ni sujetador. Uno la veí­a y provocaba cogerla y comérsela sin misericordia allí­ mismo. Después de dejarla no soportaba los celos y la impaciencia me carcomí­a. En el bar de striptease me senté en una mesa donde pasara desapercibido, pero que pudiera ver los shows de las chicas. Pedí­ media botella de ron con mezclador y me dispuse a tratar de que transcurriera el tiempo lo más rápido posible para volver a encontrarme con ella. A medida que se iban presentando los shows, los cuerpos desnudos de las mujeres, sus movimientos sensuales, y su cercaní­a cuando pasaban a recoger su propina, me enervaban los sentidos, y con el paso del tiempo el licor hací­a más estragos en mi cerebro caliente, a pesar de que puse todo el empeño en tomar poco para estar con todos los sentidos en su punto cuando ella regresara. Veí­a su cuerpo voluptuoso en los cuerpos de las chicas y pasaban ráfagas de imágenes de ella en mi cabeza imaginando que seguramente la estaban besando, manoseando y seguramente hasta se la estaban clavando en algún motel, mientras ella lo disfrutaba sin ningún reparo. Hasta que finalmente, cuando se acercaba la una de la mañana, pagué la cuenta y decidí­ salir a esperarla. Esos últimos minutos se me hicieron eternos. Al fin apareció una camioneta lujosa, que paró cerca a mí­, se abrió la ventanilla del acompañante y se asomó ella indicándome que me montara en la silla de atrás. Así­ lo hice, al subir ella me saludó diciéndome: hola, te presento a Luis; dije mucho gusto; el tipo dijo: igualmente, y me tendió su mano, le di la mí­a y luego la retiró rápidamente. Ella dijo: vamos a ir un momento a un sitio aquí­ cerca donde podemos conversar con tranquilidad unos minutos, y nos tomamos un trago. Luis se dirigió entonces al sitio que era un pequeño bar que aún no tení­a intención de cerrar, nos bajamos del carro, habí­a suficientes mesas disponibles y discretas donde se podí­a hablar con tranquilidad sin que nadie escuchara, y Alexandra escogió una mesa cerca a un rincón, con luz muy tenue. Luis pidió media de ron con mezclador y una vez nos sirvieron Alexandra empezó a hablar: Damián, tú sabí­as muy bien que me iba a encontrar con Luis hoy y ya te habí­a contado cómo lo conocí­, y creo que intuí­as lo que podrí­a resultar. Pues bien, es importante que te contemos lo que acordamos Luis y yo y te quede claro cuál va a ser tu papel en esta relación. Ya Luis sabe que eres un cabrón que siempre ha querido que otro se tire a tu mujer, y sabes que yo estaba dispuesta a hacerte realidad tu fantasma, y sabes, por lo que te conté, que le gusto a Luis y por eso se me acercó en el centro comercial. Decidí­ que no le iba a dar vueltas al asunto y que le dirí­a a Luis lo que tú fantaseabas y lo que yo querí­a. Hemos acordado que a partir de hoy Luis y yo iniciamos una relación formal, y por lo tanto él adquiere ciertos derechos. Los derechos que los amantes adquieren sobre su pareja. Los dos somos ya lo suficientemente maduros para no necesitar darle muchas vueltas a estos asuntos, y largas, y hemos expresado claramente lo que cada uno quiere, y claro, como parte de esos derechos está el que podemos fornicar cuando lo queramos. Si Luis quiere fornicar conmigo me puede llamar y si yo lo deseo también, cosa que no dudes que será así­, pues lo haremos. Tú obtendrás el placer del pervertido cabrón que eres de saber que otro se está comiendo a tu mujer, como tanto lo fantaseaste, pero tendrás que pagar el precio por ello de no poder objetar nada. Te esperan varias sorpresas, pero para que te vayas preparando mentalmente, piensa que a partir de hoy mi macho es otro, pero no solamente el mí­o. Yo me sentí­a avergonzado sin poder mirar al tipo; miraba a Alexandra, pero casi siempre tení­a la cabeza agachada. Ella continuó: Quiero que esto quede lo suficientemente claro y formalizado, como lo hiciste en el contrato de cabrón que redactaste, quiero que hoy aquí­ des tu aceptación de la relación que establecí­ con Luis, que el vea que lo que le conté sobre lo cabrón que eres es cierto, y que puede tener tranquilidad para estar conmigo, hacerme suya, y someterte como te lo mereces. Me pediste muchas veces que te sometiera porque eso te excitaba, pues lograste más de lo que querí­as porque ya no sólo te someterás a mí­ sino también a Luis, pero antes de que digas algo te advierto que no tienes opción porque mi decisión ya está tomada: vas a ser el mayor cabrón, cornudo que pueda existir. Yo dije que querí­a saber que significaba eso, que era lo que implicaba aceptar ese sometimiento, y ella sin darme tiempo a más contestó: parece que no entendiste, no tienes derecho a objetar nada, a preguntar razones, ahora sólo queremos escuchar que te sometes y aceptas todo lo que se te viene y no hay más opciones. La situación producí­a en mí­ un embotamiento que nunca habí­a sentido: sentí­a excitación, vergüenza, humillación, rabia, celos, morbo. Mi cerebro estaba recalentado. Dije con una voz muy tenue: acepto. Alexandra dijo: quiero que digas que te sometes a ser mi cornudo cabrón sin objeciones y te sometes también a los deseos de mi macho, macho de verdad, Luis. Así­ lo repetí­. Era mucho más de lo que en mis calenturas imaginaba mientras me masturbaba. Finalmente Alexandra dijo: bien, nos vamos porque Luis no puede hoy trasnocharse mucho. Luis pagó la cuenta, subimos de nuevo al carro, y nos llevó a la unidad residencial donde vivimos. En el camino pensaba que se notaba que habí­an pasado muchas cosas, que el pelo de Alexandra mostraba que se lo habí­an revolcado y me mataba la ansiedad por saber que habí­a pasado esa noche. Cuando llegamos, Alexandra se acercó a Luis y él le tomo la cabeza con una de sus manos y la besó apasionadamente. Podí­a ver la lucha de sus lenguas y el placer que se reflejaba en la cara de Alexandra: También observó como una de las manos de Alexandra se dirigió al bulto de Luis, por encima del pantalón, y noté que su bulto se veí­a grande. Al terminar de besarse Alexandra le dijo: Buenas noches mi amor, y él le respondió mandándole la mano a las nalgas y masajeándoselas. A Alexandra no le importó para nada que yo estuviera allí­, ni que la pudieran ver. Yo me bajé también del carro, borracho de morbo y los segundos hasta la alcoba nuestra se me hicieron interminables. No podí­a esperar un segundo más para que Alexandra me contara lo que habí­a pasado.
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