Guía Cereza
Publicado hace 16 años Categoría: Bisexuales 1K Vistas
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Historia de un esclavo sexual. Parte 5 El dí­a siguiente (sábado) El dí­a anterior (viernes) habí­a sido demasiado perturbador. Mi cerebro no era capaz de procesar todo lo que habí­a pasado y mi calentura no bajaba. Cuando me desperté, Alexandra ya se habí­a levantado, habí­a hablado con las niñas y con su mamá para organizar que ellas terminaran de pasar el fin de semana con ella (fin de semana que adicionalmente era largo porque el lunes era festivo), y por lo que supe después ya habí­a hablado con Luis y habí­a terminado de organizar la sorpresa que me darí­an ese sábado en la tarde. Después de almuerzo, y después de haber atendido algunas obligaciones que normalmente tenemos los sábados, llevamos las niñas a casa de la abuela y regresamos a casa pasadas un poco las 4 p.m. Alexandra subió al segundo piso diciéndome: ya vengo. Unos minutos después sonó el timbre de la puerta y Alexandra me pidió desde arriba que mirara quién era. Abrí­ la puerta y apareció Luis. Me saludó y lo dejé seguir. Soltó un paquete que traí­a sobre la mesa del comedor y, sin darme tiempo de nada, en un parpadeo, me tomó por la fuerza y, con unas esposas, me quitó cualquier posibilidad de reacción, uniendo mis manos atrás de mi espalda, me tiró al sofá, amarrando las esposas a una cadena que llevaba, con la cual amarró mis pies, dejándome sin ninguna posibilidad de moverme. Alexandra bajó en ese momento, vestida con un atuendo de cuero negro brillante, que he visto en pelí­culas porno de mujeres dominatrices, algo parecido al vestido de la mujer maravilla pero en cuero negro, que dejaba ver entonces sus provocadores muslos, el inicio de los cachetes de sus nalgas voluptuosas, y sus hombros descubiertos, dejando insinuar sensualmente sus senos, y con unas sandalias negras de tacón muy alto. Se acercó a él y se fundieron en un apasionado beso. Luis le masajeaba descaradamente las nalgas y se veí­a perfectamente como lo disfrutaba la muy puta. Luego Alexandra se dirigió a mi diciendo: Luis ha venido a tomar posesión de lo que le pertenece por derecho propio, por ser un macho de verdad, mi macho, y a enseñarte a ti, cabrón de mierda, que no te queda más remedio que someterte a mi voluntad y a la suya. Vas a ver lo que es un verdadero macho poseyendo a su hembra, y cómo se la hace gozar. La verdad, aunque al principio me dio mucha rabia que ese tipo me cogiera y me amarrara y Alexandra estuviera de acuerdo con esto, me estaba excitando la situación. Sin embargo le dije a Alexandra: Alexa, por favor suéltame que esto así­ no me gusta. Y Alexandra acercándose a mí­ respondió: y quién dijo que te tení­a que gustar o que tenas que estar de acuerdo, maldito cabrón. Te aconsejo que te portes bien o te va a ir muy mal. Voy a pasar un fin de semana delicioso con Luis, gústate o no, y no me lo vas a dañar. Si quieres lo puedes disfrutar o si prefieres lo sufres. En ese momento Luis se acercó, rodeando a Alexandra con su enorme brazo y dijo: es sencillo, vos sos un cabrón de mierda que ha gozado imaginando como otro tipo se tira a tu mujer, y le has creado esa inquietud a Alexandra, pues ahora ella encontró un hombre, de verdad, que la va a hacer gozar, de verdad, y no en la imaginación, y a vos no te queda más remedio que aceptar ser un cornudo cabrón. Ella dejó de ser tu mujer, ahora es mi hembra, y lo aceptas o lo aceptas. Desde ahora el macho de esta casa soy yo y vos sos simplemente un cabrón sometido. Vas a tener el lujo de ver gozar a tu mujer con un hombre de verdad. Luego cogió a Alexandra y la atrajo hacia él y la besó de nuevo apasionadamente. Yo podí­a ver cómo le metí­a la lengua y como le agarraba el culo. Alexandra claramente disfrutaba como nunca y lo rodeaba con sus dos brazos por el cuello, empinándose en las puntas de los pies para quedar a la altura adecuada de la boca de su macho. Rápidamente estaban con la excitación al máximo. A Luis se le veí­a el abultamiento en su jean. Alexandra pasó una de su manos por aquel bulto y desesperadamente empezó a desabrochar el pantalón de Luis para liberar esa bestia que luchaba por salir, y cuando lo tuvo libre, en sus ojos se notaba su asombro, aunque ya lo conociera, y el deseo que le producí­a la verga de Luis. Arrodillada lo tomó con sus manos y empezó a lamerlo de arriba a abajo, llegando hasta las pelotas y jugando con ellas entre su boca, subiendo de nuevo y llegando hasta la cabeza y tragándosela hasta donde más podí­a, que no era mucho porque esa pinga era demasiado grande para la boca de Alexandra. Luis apartó a Alexandra y le dijo: espera. Terminó de quitarse los zapatos y la ropa y se acercó a mí­, me tomó por el cabello y con fuerza llevó mi cabeza hacia su verga diciéndome: chúpala maricón, que yo se que te morí­s de ganas por hacerlo. No me quedó más remedio que abrir mi boca y recibir su pene, mientras Luis me moví­a la cabeza, en un mete y saca con mucha fuerza. Alexandra, arrodillada, miraba la escena y se veí­a que la disfrutaba. Muchas veces me habí­a dicho que verme sometido por otro hombre la excitarí­a mucho, y claramente estaba sucediendo así­. Mientras Luis me obligaba a mamársela, Alexandra se acercó a mi oí­do y me dijo: así­ te querí­a ver maricón, con una buena verga en tu boca. Cierto que te gusta mamar vergas, mariquita. Saliste premiado y te tocó una muy buena. Se incorporó y de nuevo besó a Luis, mientras le acariciaba el pecho, y yo, amarrado, tirado sobre el sofá, con la cabeza fuertemente agarrada por Luis, le chupaba la verga, y en ese momento, ya entregado a disfrutar lo que estaba pasando, sintiendo mucho morbo de sentirme completamente sometido. Luis me soltó y con una habilidad increí­ble desnudó a Alexandra en unos segundos, dejándole solamente las sandalias de tacón alto. La concha de Alexandra se veí­a completamente húmeda. La volteé, de pie, doblando su dorso para que su cara quedara junto a la mí­a en el sofá, y desde atrás la penetró. Alexandra gimió y pude ver de muy cerca su expresión de placer cuando le enterraron ese tronco. Luis dijo: mira cabrón cómo me clavo a tu mujer, y cómo le gusta. Enséñate a verla así­ gozando por cuenta mí­a, y Alexandra me miraba con esa mirada de picardí­a, de goce, sabiendo que me estaba humillando otro tipo, comiéndosela en mis narices, mientras ella lo disfrutaba sin ningún recato. Después de un rato de hacerla gritar de placer con las embestidas que le daba, sacó su verga de la cuca de Alexandra , me tomó de nuevo por el cabello y me obligó de nuevo a mamársela: te gusta chuparme la verga untadita de los jugos de la cuca de tu mujer, maldito cabrón. Y la verdad era que me sabí­a a cielo. Luis me levantó como si nada, tomándome de la cadena que amarraba mis manos a mis pies por detrás de mi espalda; quedé mirando hacia el suelo mientras subí­a las escalas, colgado como un bulto que el tipo moví­a con una facilidad increí­ble, y mis muñecas y tobillos me dolí­an, para luego, al llegar a nuestra habitación tirarme sobre la cama. Luis le dijo a Alexandra: desnudó al mariquita este que quiero ver que es lo que tiene para ofrecer. Alexandra obedeció y muy rápidamente, con la ayuda de Luis, que soltó la cadena y las esposas para permitir que saliera la ropa, me dejaron completamente desnudo. Luis se aseguró de que no pudiera oponer ninguna resistencia esposando mis manos arriba de mi cabeza y amarró mis pies con cadenas y grilletes a las patas de la cama, dejándome los pies separados, tirado boca abajo sobre la cama. Dijo: nunca se te va a olvidar el dí­a de hoy, porque hoy te voy a volver un completo maricón y vas a saber lo que es un hombre de verdad, no sólo viendo como hacen gozar a tu mujer, sino también desvirgándote ese culo, para que aprendas de una buena vez cual va a ser tu papel aquí­ de ahora en adelante, de mariquita sometido y cabrón. Mientras Luis hablaba Alexandra me untaba el culo de lubricante y supongo que le ayudaba a Luis a ponerse un condón y también a lubricarle la verga. Luis me tomó del pelo y levantó mi cabeza enseñándome un consolador, de tamaño pequeño, y diciendo: ¿cierto que deseas que te rompa ese culo de marica?, y acto seguido puso el consolador en mi ano, introduciéndolo lentamente. Pues es bueno que prepares ese culo porque te voy a dar sin misericordia, cabrón degenerado Y moví­a el consolador en mi ano. Yo estaba completamente confuso. Estar a completa merced de ese tipo, con mi mujer ayudándole a lograr su objetivo, sin ninguna posibilidad más que la de soportar cualquier cosa que quisiera hacerme, poní­a mi cerebro en total descontrol y la excitación y el placer no tardaron en llegar. Yo estaba al borde de la cama, con los pies separados, apoyados en el suelo y amarrados por cadenas a las patas de la cama, boca abajo, y con las manos esposadas arriba de mi cabeza y con un consolador entrando y saliendo de mi culo, agarrado del cabello con fuerza por una de las manos de Luis, que mientras, se deleitaba insultándome: un marica como vos merece que su mujer le ponga los cachos bien puestos con un hombre de verdad. Y luego, se paró detrás de mí­, sacó el consolador, puso su verga en la entrada de mi culo y empezó lentamente a introducir un poco y luego sacarlo, varias veces, haciendo que mi ano aflojara, mientras me decí­a: te gusta maricón, ¿cierto?, dime qué quieres que te clave. Yo ya habí­a empezado a gemir de placer y a mi mujer se le notaba la terrible excitación viendo aquella escena, tanto que no aguanté y le grité a Luis: perfórale de una buena vez el culo a ese marica, y le acariciaba el pecho y lo besaba. Luis seguí­a con su juego en mi culo e insistió: dime qué quieres que te clave, maricón, y yo que ya no podí­a más le pedí­ suplicante: quiero que me claves. Luis entonces, como poseí­do por el diablo, hundió su verga en mi culo con rabia. Yo grité y el empezó un movimiento vertiginoso y duro mientras me gritaba: sentí­ lo que es un verdadero macho, maricón de mierda. De ahora en adelante yo soy el macho de esta casa y vos no sos más que otra de mis puticas. Y vas a ver cómo me clavo a tu mujer y la hago gozar de verdad, como vos nunca lo has hecho ni lo podrás hacer, maricón, poco hombre, basura degenerada. Alexandra, excitadí­sima, se acercó a mi oí­do y me dijo: así­ te querí­a ver, mariquita, porque de ahora en adelante ya no tengo porque tener ningún respeto por el remedo de hombre que eres, y me voy a dedicar a gozar y a ponerte los cachos con hombres de verdad. No te van caber los cuernos en la cabeza. Ya no tienes derecho a objetar nada, basura, maldito cabrón, cornudo, gusano, maricón, y tomándome por el pelo, levantó mi cabeza de la cama y me escupió en la cara con rabia, diciéndole a Luis finalmente: acabé con ese marica, que eso es lo que siempre ha querido el muy pervertido. Resultó más puta que yo el mariquita este y le gustan más las vergas y el clavo que a mí­. Y Luis más duro me clavaba. Yo no paraba de gritar por el dolor y placer que me producí­a aquello, hasta que finalmente, gracias a que Luis ya no aguanté más la excitación, sacó su verga de mi culo, retiró el condón, me tomó con fuerza la cabeza e introdujo su enorme cosa en mi boca, vaciándome toda su leche, obligándome a tragármela y rociando sus últimos chorros en mi cara. Cuando Luis me soltó y se recostó en la cama, Alexandra se acercó y me dijo: mucho mariquita de mierda, y se recostó en el pecho de Luis, besándolo. Después de descansar un rato, y manosear a mi mujer como quiso, en mis narices, Luis se levantó, soltó las cadenas que me ataban a la cama, me sacó del cuarto y me amarró, aún esposado y tirado en el suelo, desnudo, a una baranda afuera de la puerta de nuestra alcoba. Dejó la puerta del cuarto entreabierta, de tal manera que desde el suelo sólo podí­a ver una porción de nuestra cama. Invitó a Alexandra a que entraran al baño, sin cerrar la puerta, pero desde donde yo estaba no podí­a ver nada. Sentí­ que abrí­an la ducha y tomaban un baño, y al cabo de un rato empezó Alexandra a gemir. Era claro que se la estaba comiendo en la ducha. Los gemidos fueron cada vez más fuertes. Escuchaba a Alexandra decir: rico papi, así­, no pares, y pedir más hasta que por todo el ruido que hizo fue evidente que Alexandra se corrió. Cerraron la ducha y pude ver que Luis llevaba a Alexandra a la cama, chorriando agua los dos, le separó las piernas y la penetró, mientras ella se retorcí­a de placer. Le dio y le dio clavo y la hací­a gritar como loca. Yo sólo podí­a ver parte de lo que sucedí­a y escuchar los gritos de Alexandra. Escuché que Luis le decí­a: dime que soy tu macho, y Alexandra le respondí­a: eres mi macho papi. Y Luis le dijo: quiero que el cabrón que tenés por marido sepa que soy tu macho, que conmigo es que gozas, que eres mí­a y que él sólo es un malparido cabrón degenerado que no te produce nada. Y Alexandra le respondí­a: si eres mi macho papito, sólo tú, y ese maricón, remedo de hombre, sólo me produce placer cuando lo veo bien ensartado por tu verga, porque eso sí­ me excita mucho. Y Luis le daba más duro, hasta que después de mucho rato y varios orgasmos de Alexandra, Luis le llenó la cuca con su semen. Luis acurrucó a Alexandra entre sus brazos, enredaron sus piernas, y así­ se quedaron dormidos, mientras yo permanecí­a esposado, amarrado con cadenas a una baranda afuera de la puerta de nuestra habitación, desnudo, tirado en el suelo y aún con dolor en el culo por la violenta clavada que me habí­a dado Luis, pero con una excitación que no cedí­a. Creo que al final me quedé dormido; y desperté, no sé a qué horas de la noche, cuando Alexandra me trajo una bebida para que me diera fuerzas y que ella misma me dio sin que me desataran. Luego se entró en el cuarto dejándome de nuevo allí­ afuera sin ninguna posibilidad de nada y esta vez ella cerré la puerta, antes de lo cual me dijo: quién te mandó a ser tan cabrón, ahora te va tocar aguantártelo, mariquita de mierda. Varias veces en la noche sentí­ los gemidos y gritos de Alexandra; el tipo ese se la comió todo lo que quiso y cuantas veces quiso, y parece que era incansable, y era claro que la muy puta se gozaba cada clavada y hasta pedí­a más. Mientras, yo afuera amarrado, desnudo, aguantaba frio y me tocaba sufrir con rabia y excitación cada grito de placer que el tipo le arrancaba. Eso era sólo el sábado: aún me esperaba un largo domingo y, para completar, el lunes festivo.
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