Guía Cereza
Publicado hace 16 años Categoría: Bisexuales 3K Vistas
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Historia de un esclavo sexual! Parte 7 El lunes de cierre (Lunes) En la mañana del lunes me despertó Luis cuando empezó a susurrarme al oí­do: te gusta mucho que te claven mariquita, ¿cierto? Y a mí­ me gusta clavarte. Y me tomó la cabeza, me acercó hacia él y me besó apasionadamente. Me agarraba con fuerza y meta su lengua, y empezó a sobarme el pito. Se sentí­a delicioso lo que estaba haciendo: su mano en mi verga y su lengua invadiendo mi boca y recorriendo mis labios. Luego me giró un poco, quedando boca abajo, y sentí­ su verga dura buscando camino entre mis nalgas, y luego no pude contener mis gemidos cuando su herramienta empezó a entrar y salir. Sentí­a esa mezcla deliciosa de dolor y placer. Alexandra se despertó e inmediatamente dijo: eso papi, rómpele el culo a ese maricón, no sabes cómo me excita eso, y le acariciaba el pecho. Luis me decí­a: ves mariquita que ni tu mujer te respeta, y se acercaba a mí­ y me besaba las orejas y el cuello, sin parar su movimiento, que me tení­a al borde de la locura. Sentí­a como su gran tranca invadí­a mis entrañas y me producí­a un placer enorme, que uno no se imagina que se pueda sentir siendo poseí­do por otro hombre. Me entregué a lo que quisiera hacer conmigo y a disfrutarlo, aunque no tení­a muchas opciones dada su fuerza y como se aseguraba de que yo no pudiera oponer resistencia. Someterme de esa manera le producí­a morbo a Luis, y se veí­a que lo disfrutaba. Le gustaba que Alexandra lo viera en su rol de macho dominante tirándose a su marido, como para mostrarle que él era quien merecí­a poseerla y hacerla su mujer y que yo no era más que un guiñapo de hombre que se retorcí­a de placer con su verga en mi culo, y que por lo tanto no tení­a nada para hacerla sentir hembra de verdad. Ya se habí­a dado cuenta que a Alexandra le encantan los machos fuertes, que en la cama la posean sin compasión, y que de esa forma ella se siente plena, hembra, mujer en todo el sentido de la palabra. Se aseguraba de que ella notara que el verdadero hombre era él y que por lo tanto a él era a quien debí­a entregarse y darle todos sus encantos. Y que él sí­ la harí­a sentir una verdadera hembra en brazos de un macho de verdad. Alexandra se acercaba a mi oí­do y me decí­a: qué marica el que tengo por marido, apuesto a que le gusta más el clavo que a mí­ al muy maricón; te voy a poner cachos con todo el que me guste, porque me toca buscar machos afuera, porque un mariquita como vos no tiene nada de macho que darme. Y cuando gemí­a decí­a: eso, papi, dale bien duro a ese maricón. Alexandra me habí­a dicho muchas veces que verme cogido por otro hombre serí­a de las situaciones más excitantes y morbosas para ella, y de verdad se notaba, por la humedad en su vulva y su mirada lujuriosa, que lo que estaba sucediendo la poní­a a mil. Luis me bombeaba cada vez más rápido y con más fuerza y era deliciosa la sensación de placer mezclado con dolor que me producí­a, y estar a su completa merced, porque me sujetaba con fuerza y me daba con rabia. Estar en esa situación de sometimiento por otro hombre, con el placer que me producí­a su penetración, y siendo humillado por mi mujer y su amante, con ella, mi diosa, obteniendo placer con la situación, era la cosa más deliciosa que me podí­a estar sucediendo, no querí­a que acabara nunca. A Luis también le gustaba, porque me susurraba al oí­do, mientras me mordisqueaba la oreja y me introducí­a su lengua, tratando de que Alexandra no lo escuchara: un dí­a de estos te quiero para mí­ solito, para cogerte de cuenta mí­a y gozarte dándote duro por ese culo delicioso de mariquita que tenés. Después de mucho rato de romperme el culo y soportar con placer todas las palabras obscenas e insultos de Luis y de Alexandra y de verlos besarse y manosearse mientras Luis me clavaba, cuando Luis estuvo a punto de venirse, sacó su verga de mi culo, se retiró el condón, y luego me penetró de nuevo con fuerza, y, después de unas cuantas profundas arremetidas, descargó toda su leche en mis entrañas. Sentir esa tibia descarga en mi trasero fue delicioso, y a la vez un alivio, porque lubricó mi culo y su enorme verga deslizaba más suavemente. Alexandra decí­a: eso, inyéctale toda tu leche en su culo de marica, a ver si así­ se le pega un poquito de macho, a ese poco hombre, maricón. Vas a ver los cuernos que te voy a poner, buscando afuera lo que un mariquita como vos no es capaz de darme en la casa, maricón de mierda. Y me dio una bofetada con rabia. Y agarrándome por el cabello se aseguró que limpiara hasta la última gota de semen de la majestuosa verga de Luis. Mientras hací­a esto, Alexandra observé cómo salí­a el semen de Luis de mi culo, y dijo: definitivamente este sí­ es mucho marica, como le sale leche de macho de su culo de maricón. Cuando terminó el último espasmo de Luis, y que hube limpiado hasta la última gota de su semen, él tomó a Alexandra por el talle y le dijo: ven mamita tomemos un baño juntos, dejemos a este maricón que ya tuvo su merecido. Y se entraron al baño, mientras yo me quedé tirado en la cama, saboreando la leche de Luis y añorando su verga en mi culo. Fue tanto el placer que sentí­ que me daba envidia de Alexandra que habí­a recibido tanta verga de él e iba a seguir recibiendo seguramente a montones. En el baño, Alexandra que estaba súper caliente y excitadí­sima, porque ver que un macho me culea, como dije, la pone a mil, y siempre quiso ver eso, no le dio tregua a Luis y empezó a enjabonarlo y besarlo y tocarlo por todas partes, mientras le susurraba: me encantas papito, lo único que deseo es que me estás clavando siempre, que me hagas tuya, ser tu hembra, tu putica, y Luis, que se morfa por esa hembra y la deseaba con todas sus fuerzas respondí­a manoseándola y besándola apasionadamente en la boca, orejas, cuello y tetas. En la bañera la puso de tal manera que su vulva quedara accesible a su boca y se la chupó con tales ganas que Alexandra gemí­a como loca; le mordisqueaba el clí­toris, le introducí­a dos dedos y otro más se abrí­a paso en su culo. Así­ la tuvo un buen rato hasta que Alexandra, manoteando desesperada, le halaba la cabeza tomándolo del pelo, porque tuvo un orgasmo monumental y ya no aguantaba más el roce de su boca en el clí­toris. Entonces Luis la puso de pie, y, ya con su pene erecto y listo para atacar, la penetró por el culo, haciendo que Alexandra gritara de dolor y placer, y él, sin ninguna misericordia, la bombeé con fuerza y le decí­a: ahora eres mi mujer, mi putica, y te voy a poseer por todos tus agujeros, mamacita, para que no queden dudas que yo soy tu macho. Alexandra se retorcí­a y él la agarraba con fuerza para inmovilizarla y más duro le daba. Luis continuaba diciéndole: quiero que sientas a un macho de verdad porque ese mariquita que te tocó por marido, estoy seguro que nunca te ha hecho sentirlo, porque de macho no tiene nada; quiero que sepas lo que es sentirse hembra en brazos de un hombre de verdad, que te desea con todo su morbo. Alexandra, en medio de gemidos, le decí­a: soy tuya papi, soy tu putica, póseme como quieras, y gritaba como loca. Yo los observaba parado en la puerta del baño, y me masturbaba viendo como se comí­an a mi mujer y su cara de morbo y placer a cada embestida de Luis. Después de un rato de hacerla sufrir sin misericordia, la tomé en sus brazos, la sacó del baño y la depositó en la cama boca arriba, con su cabeza recostada en mi pecho, que habí­a corrido hacia la cama cuando los vi venir, le levantó las piernas y la penetró en su vagina de una sola estocada. La cuca de Alexandra chorreaba de lo excitada que estaba. La empezó a clavar fortí­simo y a un ritmo vertiginoso. Alexandra chillaba de gozo y en su cara se reflejaba un placer y un morbo que nunca habí­a visto. Luis me dijo: miré bien, cabrón de mierda, mariquita hijueputa, que no te queden dudas de que esta mujer es mi hembra, que yo soy el que la hago gozar, y que vos ya no tení­a ningún derecho sobre ella. Vos, maricón, me las vas a tener que cuidar cuando yo no esté y me tenis que responder por ella, y yo me la voy a gozar y la voy a hacer gozar como vos nunca vas a ser capaz, remedo de hombre, marica. Alexandra contestaba: sí­ papacito, soy tuya, sólo tuya, este maricón no le sirve a una hembra para nada. No ves que sólo es una puta degenerada que le gusta que le rompan ese culo de maricón, y eso es justo lo que va a obtener de ahora en adelante el muy mariquita. Ay papi, sí­gueme dando así­, no pares. Y le agarraba su cabeza cruzando sus manos alrededor de su cuello para atraerlo y besarlo, sin parar de gemir. Luis levantó la cadera de Alexandra, poniendo las piernas de ella alrededor de su cintura, y así­, prácticamente levantada, sólo su cabeza a veces se apoyaba en mi pecho con los empujones que le daba Luis, la penetró violentamente, a un ritmo increí­ble, que hizo que de nuevo Alexandra estallara en un largo orgasmo, tanto que Luis me ordenó sostenerle las manos y servirle de apoyo, porque ella, desesperada por todas las sensaciones que le estaban produciendo, se retorcí­a, arañaba, golpeaba, queriendo soltarse de la tremenda cogida que le estaba propinando Luis, y él aún no querí­a terminar y se proponí­a “castigarla” con su verga para que no se le olvidara nunca esa fornicada y muy pronto quisiera volver a tenerla dentro de ella. Luis, muy hábilmente, giré a Alexandra, poniéndola en cuatro al borde la cama, y desde atrás siguió con sus embestidas furiosas, mientras ella gritaba sintiendo esa enorme tranca en su cuca, que no le daba tregua. Con una de sus fuertes manos apretó la espalda de Alexandra contra la cama, quedando aprisionada y medio aplastada, haciendo difí­cil su respiración, y con su culo parado y expuesto, de tal manera que Luis podí­a penetrarla más profundo. Con la otra mano le dio un par de nalgadas sin parar de hundirle su verga con fuerza, y Alexandra, casi sin respiración le gritaba: malparido, hijueputa, me vas a acabar. A lo que Luis le respondió: sí­ mi putica, hoy te voy a acabar a punta de verga; ¿no era eso lo que querí­as y que nunca te habí­an dado?; y Alexandra respondí­a: mira maricón como se están comiendo a tu mujer y vos no haces nada, cabrón hijueputa; y gritaba de placer. Yo le sostení­a las manos para que no pudiera arañar, porque estaba como una loca, porque ya no aguantaba más tanta verga. Luis le dijo: salí­ premiado porque la mujer de la que me enamoré resultó ser la puta más deliciosa; y continuaba su vertiginoso mete y saca. Alexandra me gritaba: soltame maricón hijueputa, no ves que van a acabar con tu mujer, y yo más placer sentí­a viéndola así­, impotente, recibiendo todo el clavo que nunca imaginé recibir. Después de mucho rato Luis me ordenó sostenerle las manos con fuerza y ayudarle a girarla, quedando boca arriba. Mientras yo le sostení­a las manos, el separó sus piernas y la penetró de nuevo, en la posición de misionero, quedando con sus manos libres para manosearle las tetas. Se inclinaba y la besaba y luego bajaba a sus senos y los chupaba con muchas ganas. El tipo se estaba dando un banquete con mi mujer, como nunca imaginé posible dárselo. Le masajeaba el clí­toris y ella se retorcí­a y gritaba: soltame malparido que ya no puedo más. Y me tocaba agarrarle las manos con más fuerza. Luis seguí­a comiéndosela a su antojo. La besaba, le chupaba las tetas, la manoseaba por todas partes, le agarraba ese culo majestuoso, sin parar de clavarla. Le decí­a: sos una puta, una deliciosa puta, y como querí­as verga, verga de verdad, verga te estoy dando mamita. Y ella furiosa: malparido hijueputa, vos también no sos más que un maldito cabrón, que trae a sus amigos para que se coman a tu mujer, cornudo guevón, ya no aguanto más, y lloraba. Su tensión volvió a subir al máximo y las convulsiones de un orgasmo eterno la invadieron. Viéndola en ese momento sublime de máximo placer, le liberó las manos y ella cruzó sus piernas alrededor de la cadera de Luis, y lo abrazó con fuerza buscando su boca, y mordiendo sus labios ahogó los gritos y gemidos incontenibles de ese momento sublime del clí­max. Ver y sentir a Alexandra así­, fue el disparador para Luis, y no se demoró en dejarse ir, o mejor venir, descargando su cálida leche en las entrañas de Alexandra, retorciéndose y agarrándola con fuerza, y empujando con furia su verga, como si quisiera entrar completo en la vagina de Alexandra, como si quisiera ser tragado por ese delicioso pozo. Los espasmos del orgasmo de ambos duraron su buen rato, mientras se besaban y se acariciaban, ya no con furia, sino con una inmensa ternura. Luis luego se retiró de la vagina de Alexandra y la abrazó, acurrucándola en su varonil pecho, mientras le acariciaba la cabeza y la besaba, o besaba sus orejas, y le susurraba al oí­do: te adoro mi putica linda, eres lo mejor que me pudo haber pasado. Después de un buen rato, en que Alexandra parece se quedó dormida o perdió el conocimiento, se levantaron, Luis tomó un baño, Alexandra preparó desayuno, desayunamos y Luis se despidió, diciéndome a mí­: ella es la mujer más adorable y deliciosa que pude haber conocido; me la tienes que cuidar, y no quiero que le falte nada, lo que necesite se lo das, y me entregó unos billetes, y luego, dirigiéndose a ella, la abrazó con fuerza, con ternura, y la besó apasionadamente, y le dijo: se que inmediatamente salga de aquí­ voy a estar ansioso por volverte a ver; te adoro mamacita. Y con un largo beso, acompañado del respectivo manoseo, se despidieron. Alexandra me dijo: quiero tomar una ducha y recostarme a descansar un poco, pero antes, como es tu obligación, debes limpiar mi coño con tu lengua. Y así­ terminó uno de los más deliciosos fines de semana que he tenido, lamiendo la cuca de Alexandra, limpiando con mi lengua todo el estropicio que dejó Luis en ella después de semejante fornicada. Alexandra me dijo: pero si la tienes bien dura, y no te has corrido mi cabroncito, y empezó a mamármela deliciosamente. Era tanta la tensión que habí­a acumulado que no fue muy difí­cil para Alexandra lograr que me corriera, y con sus lamidas y sus chupadas, me hizo explotar en un orgasmo largamente contenido, y se tragó toda mi leche, cual experta puta, diciéndome: goza papito, mi cabroncito, dame toda tu lechita, y yo pegado de su exquisita vulva, y yo feliz disfrutando de mi diosa.
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