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En muchas ocasiones he fantaseado con ponerle los cuernos a mi marido. Muchas veces, mientras hacemos el amor, le relato fantasías donde fornico con otros en sus narices, y otras donde me voy sola con otros tipos. La verdad es que disfruto mucho estas fantasías pero la que más deseaba hacer realidad era la de irme sola con un hombre y luego llegar a casa bien fornicada y satisfecha, con mi cuca llena del semen de otro macho, y obligar a mi marido a que me limpiara el coño con su boca, mientras le relato cómo me hicieron gozar de rico y cómo otro hombre se comió a su mujercita sin misericordia. Ya he tenido la fortuna de estar con otro hombre en presencia de mi cornudo marido, y a fe que lo he disfrutado mucho, sin ningún arrepentimiento ni consideración con mi maridito. Pero eso de irse sola con otro, libre de hacer y decir lo que quiera, y que me hagan y digan lo quieran, sin ningún temor o consideración por la presencia de mi marido, y saber que mientras tanto el cornudo, muerto de celos, pero empalmado a más no poder, y ansioso por mi regreso, se imagina morbosamente qué y cómo me estarán haciendo y qué y cómo estoy haciendo yo, eso me produce el morbo más grande que pueda sentirse, me excita muchísimo y me haría gozar sin medida, sabiendo que el muy cabrón seguro no aguanta las ganas de masturbarse imaginándome bien clavada por otro macho. Soy afortunada de contar con un marido que goza siendo cabrón, que no ve la hora de que le haga crecer esos cuernos, y que me alienta a que me goce la vida follando con todo el que quiera. La verdad es que soy yo la que he sido una tonta y no he aprovechado esto. A veces pienso que si me voy sola por ahí con otro puedo estropear mi matrimonio de tantos años y la verdad es que amo profundamente al cornudo de mi marido y me la paso muy bien con él. Pero de tanto alentarme a ponerle unos cachos bien puestos pues se llegó el día en que se presentó la oportunidad y fue mejor de lo que yo esperaba y me imaginaba, y los cuernos de mi maridito se multiplicaron por dos. Una mañana llegaron dos hombres a la empresa donde trabajo interesados en adquirir unos productos de los que se elaboran allá y me tocó atenderlos. Eran padre e hijo. El papá, don Pedro, es un señor de 48 años, muy bien vividos, porque su cuerpo es atlético, y aparenta un poco menos edad. Su pelo muy bien cortado, con algunas canas que lo hacen ver muy interesante. Siempre me han gustado los hombres con canas. Alto, fornido, de manos grandes y brazos gruesos y fuertes. Muy culto, me trataba de una manera muy amable. Su loción olía delicioso. Fue quien habló la mayor parte del tiempo de lo que necesitaban. Su hijo, Darwin, también atlético, se veía que frecuentaba mucho el gimnasio. Pechos amplios, brazos desarrollados, abdomen plano, muy atractivo. También era delicado en el trato hacia mí. 26 añitos que lo hacían ver ya todo un macho. Pensé que venían de otra ciudad, pero no, son de mi ciudad. Después de mirar varias versiones de los productos y hablar sobre sus necesidades, don Pedro me pidió que los dejara discutir en la tarde sobre lo que habían visto y que los acompañara a cenar en la noche en el restaurante de un hotel conocido de la ciudad, para contarme su decisión de compra y hablar algunos detalles más del proceso de adquisición de los productos, debido a que tenían que tomar una decisión rápida y debían contar con los productos que eligieran en el menor tiempo posible. Todo esto debido a que tenían que atender otros asuntos en la mañana y no les daba tiempo para terminar inmediatamente de hablar de esos temas y también para tomar con un poco más de calma la decisión sobre los productos que elegirían. No me quedó más remedio que aceptar la invitación, teniendo en mente que podría cerrar un muy buen negocio. Pensé rápidamente en qué haría para atender esta cita en la noche sabiendo de antemano que mi marido ese día debía estar en la oficina hasta un poco más tarde, por lo que no podría ni acompañarme a la hora que me habían citado ni llevarme a la cita al menos. Hablé con él, le expliqué lo que se había presentado y él entendió y bromeó pícaramente sobre mi cita. En la noche entonces me dediqué a arreglarme muy bien. Tomé una ducha y elegí lo mejor que pude qué me pondría y me esmeré en estar bonita. Me entusiasmaba la idea de salir con dos hombres tan atractivos. Era la primera vez que me tocaba atender una cita de trabajo fuera de la oficina, a esas horas, y en un lugar como al que me habían citado. Tenía claro que era sólo una cita de trabajo y que seguramente no irían ellos solos, sino que irían acompañados de la esposa de don Pedro, pero sin embargo sentía mucho entusiasmo con la situación, y hasta pasaron pensamientos morbosos y lujuriosos por mi cabeza. Estos pensamientos morbosos me hicieron pensar en llevar la pequeña cámara de video en mi cartera, por si algo pudiera suceder, aunque inmediatamente desechaba estas imágenes de mi cabeza por absurdas. Sin embargo la cámara fue a dar a mi cartera. Acudí a la cita muy puntual, 7:00 p.m., y en el restaurante ya estaban ellos esperándome. Sólo estaban ellos dos, no había nadie más que los acompañara. Fui recibida con mucha efusividad y halagos. Me sentía una reina en medio de aquellos dos hombres que se veían muy bien para mi gusto. Hablamos del negocio. Me contaron su elección. Un muy buen negocio para la empresa. Me pidieron que les contara sobre el procedimiento a seguir e insistieron mucho sobre la urgencia en la fabricación de esos productos. Finalmente cenamos, y en la cena sugirieron celebrar el negocio con un poco de vino. Hablamos muy amistosamente y ellos empezaron a halagarme con piropos y comentarios sobre mi persona, de lo linda que les parecía. Don Pedro, siempre con mucho tacto, hacía observaciones sobre lo afortunado que era mi marido por tenerme, y su hijo, un poco más atrevido, pero con mucho respeto, comentó sobre lo buena que estaba, comentario este que hizo que don Pedro le reclamara por dirigirse así a una dama. Yo les dije que cuando se recibían estos comentarios de manera tan respetuosa, y viniendo de quienes venía, eran muy halagadores. Indagué un poco sobre ellos y supe que don Pedro era separado, que vivía sólo y su hijo también tenía su apartamento de soltero, que consideraba que a esa edad ya no debía vivir con sus padres. Ellos quisieron saber sobre mi marido y les conté algo sobre la excelente relación que tenemos y la forma abierta en que la llevamos. Aunque no conté mucho, para no comprometerme, no sé si esto los animó, pero noté que a medida que pasaba el tiempo, y las copas de vino, ellos se animaban más y eran más directos y atrevidos. Llegó el momento en que el mismo don Pedro, con mucha educación, pero de manera directa, me dijo que no me ofendiera, pero que sería delicioso terminar la celebración del negocio en una habitación del hotel. Inmediatamente sentí algo líquido corriendo por mi entrepierna, no sabía qué hacer. Por primera vez se me presentaba una oportunidad como esta, de estar con otro hombre, qué digo, con dos hombres, diferentes a mi marido, sola, y dedicarme al más lujurioso placer. Cualquier mujer en esa situación, con esos dos ejemplares masculinos tan atractivos, no lo dudaría en aceptar, por más frenos morales que tuviera en su cabeza. Pensé en mi marido, si se enojaría. Recordé todas la veces que, en medio de su calentura, cuando hacíamos el amor, me instaba a ponerle los cachos, y pensé que no podía dejar pasar esa oportunidad. Les dije que me atraía mucho la idea porque ellos seguramente sabían que eran hombres muy atractivos, pero que me era difícil tomar una decisión así y esa propuesta me tomaba completamente por sorpresa. Darwin dijo que muchas veces resultaban mejor las cosas así, sin planearse, y que insistía en la propuesta de su papá. Yo estaba excitadísima con sólo la propuesta. Con algo de timidez, pero decidida a gozar, acepté. Les dije que tenía que ir al baño y ellos respondieron que mientras tanto cancelarían la cuenta y pedirían una habitación. Me fui al baño y llamé a mi marido al celular. Eran ya las 9 de la noche. Me preguntó cómo me iba y si ya regresaba para la casa. Tomé fuerza y le contesté: te sugiero que no me esperes despierto porque me demoro. Hoy vas a ser el cabrón más cornudo que pueda existir sobre la faz de la tierra. A falta de uno, dos machos de verdad se van a comer a tu mujercita. Él, desesperado, quería saber detalles de lo que estaba pasando, pero le dije que no podía ni quería demorarme, que estaba desesperada por estar en brazos de esos dos machos, que no se preocupara porque le grabaría la mejor película porno que alguna vez hubiese visto en su vida. Indagaba si tenía todo preparado desde antes y la razón por la que tenía la cámara de video. Le dije que no tenía nada preparado pero que había sido precavida por lo que pudiera pasar. Me reclamó por no haberle contado mis planes o lo que pensaba y le respondí que recordara que él me había insistido mucho en que le pusiera los cuernos, y que eso era lo que iba a obtener, que ya no había vuelta atrás y que me iba a gozar como la puta más puta la mejor clavada de mi vida, y le recomendé que, para que se le calmaran esos celos estúpidos, se hiciera una buena paja imaginándome en medio de esos dos machos, gimiendo como loca y pidiendo más clavo como la puta más puta de todas, porque eso era lo que iba a hacer, pedirles que me dieran clavo sin misericordia, y me despedí de él. Sabía que debía haber quedado en medio de una confusión de celos y excitación, pero también sabía que cuando regresara a casa me esperaba una desesperada fornicada de mi marido, que me estaría esperando, arrecho como un toro. Salí de ese baño dispuesta a gozarme a esos dos machos sin ningún remordimiento y a entregármeles para que hicieran conmigo todo lo que desearan. Me estaban esperando en el lobby, ya habían organizado todo. Subimos a la habitación, era amplia, con una pequeña sala y una cama grande. Darwin se abalanzó sobre mí inmediatamente entramos y, sin ningún preámbulo, me dio un apasionado beso, mientras sus manos masajeaban mis nalgas. Yo estaba aturdida. Su lengua se movía en todas direcciones. Mi excitación subía y subía, sus manos se movían por mis muslos debajo de mi vestido y pronto descubrieron la humedad entre mis piernas. Yo lo abrazaba con fuerza. Descubrí que mientras su hijo me manoseaba como quería, don Pedro se desnudó y se masturbaba, mientras nos observaba con mucho morbo en su mirada. Recordé la cámara de video y me solté como pude de los brazos de Darwin, y les dije que quería filmar todo para regodearme luego, recordando aquella velada que no se presentaba todos los días, y además para ver la cara de cabrón de mi marido cuando me viera en sus brazos gozando. Aceptaron sin ningún reparo y Darwin me ayudó a ubicarla y ponerla a grabar. Mientras él estaba ocupado con la cámara, don Pedro me tomó con seguridad, y me besó apasionadamente. La belleza de verga que tenía estaba lista, y la sentía dura al nivel de mi vientre, mientras me besaba muy apasionado pero muy dulcemente, tomando mi cabeza entre sus manos. Yo no me resistí a mis impulsos y empecé a bajar besándolo suavemente en su cuello, su pecho, jugué un momento con sus tetillas y bajé por su abdomen hasta encontrarme con esa deliciosa verga, que no dudé un segundo en meter en mi boca todo lo que pude y chuparla como el más delicioso bombón, mientras pensaba morbosamente en lo rico que se sentiría en mi vagina, porque era grande y gruesa, como siempre deseé tener una. Anticipaba en mi mente ese enorme trozo de carne llenándome el coño y haciéndome gritar de placer. Mientras estaba ocupada con el papá, Darwin se desvistió, y se acercó por detrás de mí, dándome besos en la espalda y agarrando mis tetas con una mano mientras con la otra agarraba mi culo. Después de unos minutos Darwin me separó del delicioso bombón que estaba chupando y me incorporó para desvestirme. Don Pedro le ayudó, y rápidamente estaba desnuda, a su completa merced. Me llevaron a la cama y Darwin se apoderó de mi concha, lamiendo, besando y chupando de una manera que me llevaba al delirio. Mordisqueaba mi clítoris y me hacía retorcer de placer. Su padre me acercó la verga a la boca para que continuara el trabajo que le había iniciado, y yo, como una posesa, me agarré de esa deliciosa verga y la chupé con fruición. Me sentía en el cielo. Don Pedro masajeaba mis tetas y me chupaba los pezones, mientras su inquieto hijo chupaba mi clítoris y metía sus dedos en mi rajita y empezaba a hurgar en mi agujero posterior. Me sentía la más afortunada de todas las putas. No aguanté mucho y exploté en un intenso orgasmo, que me hizo retorcer y manotear con desespero. Fue una sensación indescriptible de placer sexual, como nunca la había sentido. Ellos no pararon en su trabajo, sosteniéndome con fuerza, pero yo ya no resistía el roce en mi clítoris. Entonces le pedí a Darwin: métemela por favor, no me tortures más, y él, gustoso, se incorporó, separó mis piernas dejando despejado el camino hacia mi vulva y, sin ningún obstáculo, introdujo su pene en mi coño de un solo empujón. No era tan gruesa como la de su papá, pero era grande, y el movimiento impetuoso que le imprimía me hacía gemir, sintiendo las delicias de ser poseída por un macho, mientras disfrutaba la enorme verga de su papá en mi boca. Qué más le podía pedir a la vida en aquel momento, dos machos como esos, hermosos ejemplares masculinos, toditos para mi sola, ocupados en darme placer, y cuándo me iba a imaginar tener a papá e hijo comiéndome. Era una situación muy morbosa. Darwin me volteó, me puso en cuatro y me penetró desde atrás, mientras su papá, tomando mi cabeza por el cabello, me obligaba a seguir el movimiento de mi boca sobre su enorme falo, que se intensificaba con cada embestida de su hijo. Aquello era el delirio para mí. Don Pedro le dijo a su hijo: no te vas a correr todavía guevón, que a una hembra como esta hay que darle todo el placer que se merece. Dale duro, mirá como goza la muy putica. Seguro el cabrón de su marido nunca la ha hecho sentir hembra de verdad. Yo estaba asombrada por las palabras de don Pedro, siempre tan culto, pero en una situación así todo se vale, y a mí me encanta que me traten como a una perra en la cama, cuando estoy tan excitada como en ese momento. Darwin aceleraba el ritmo de sus embestidas y al rato volvía a hacerlo lento, supongo conteniéndose para no correrse aún. En cambio yo no pude contenerme y, gritando como una loca, me corrí de nuevo. Don Pedro me sostenía con fuerza y su hijo me clavaba más duro. Qué delicia Dios mío. Darwin me decía: eso puta, córrete. Así te quería ver, perra. Don Pedro le indicó a su hijo que parara, se acostó en la cama y me hizo sentarme en su enorme verga. Fue una sensación espectacular la que sentí mientras entraba ese enorme trozo de carne en mis entrañas. Cuando ya lo tuve todo adentro, me empecé a mover suavemente, disfrutando cada centímetro de esa belleza de pene en mi coño, sintiéndome toda llena, y me incliné a besar apasionadamente a ese macho. Él me susurraba al oído: ¿te gusta estar ensartada en verga, zorrita?, y yo le contesté, también al oído: lo deseaba con ansias incontenibles, quería ser tuya, papito. Él se movía dentro de mí, chupaba mis tetas, me decía: de ahora en adelante vas a ser mi putica, y yo le contestaba: sí, por favor, quiero seguir siendo tuya, quiero seguir sintiendo tu verga dentro de mí. Me movía desesperada, gozaba como nunca había gozado. Él me susurró: ¿el cabrón de tu marido no te hace gozar así?, y yo le dije: nunca, por eso quiero que me sigas cogiendo tú y me hagas sentir hembra plena. Quiero ser tu hembra. Y la verdad era que después de tanto placer eso era lo que deseaba. Mientras yo gozaba, sin remordimiento, ensartada en la verga de su papá, Darwin había traído un lubricante y me estaba preparando mi agujerito de atrás. No es lo que más he disfrutado, pero estaba segura que ensartada, en un sánduche, en medio de esos dos papacitos, iba a sentir lo que nunca había sentido en mi vida, así que me dejé hacer. Muy rápido, Darwin, con su ímpetu juvenil, estaba tratando de meter su verga en mi culo, mientras la gran verga de su padre me tenía llena toda la cuca, casi a punto de abrirme en dos. Su padre le dijo: hazlo con cuidado, no le vas a hacer daño a esta delicia de hembra. Pero Darwin estaba desesperado por coronar mi estrecho culo, y finalmente lo logró. Sentí su miembro abriéndose paso y el ardor que esto produce. Pero Darwin quería clavármela como si fuera en la vagina, y empezó un mete y saca sin ninguna consideración, que me hacía gritar. Parece que ellos pensaron que gritaba de placer y entre los dos me dieron la clavada más animal, más bestial, que macho alguno me haya dado. Al poco rato, efectivamente, mis gritos ya no eran de dolor, sino por el placer tan salvaje que me estaban propinando. Me hacían sentir toda su masculinidad, su fuerza, su hombría. En sus brazos era como una niña que manejaban a su antojo. Yo gritaba, arañaba, mordía, pero esto los excitaba más, porque con más fuerza me daban, mientras me decían toda clase de insultos: como sos de puta, gritá zorra malparida, me dijo Darwin, y su Padre le dijo: es verdad que es la puta más puta que me he comido, pero no le digas esas palabras. Y Darwin le contestó: ¿pero no ves papá como goza la zorra degenerada esta?, ¿no ves que le gusta que la traten así a la muy puta? Don Pedro se dirigió a mí y me preguntó: ¿te gusta cómo te estamos tratando?, y yo le dije: sí, trátenme como su puta, por favor, no paren. Darwin me aprisionó, con mucha fuerza, contra el pecho de su padre, casi ahogándome, para que mi culo le quedara en mejor posición, y se empezó a mover dentro de mí a una velocidad alucinante. Mi placer no tenía límite, me sentía en un éxtasis infinito y empecé mis movimientos convulsivos de un nuevo orgasmo, a lo que ellos respondieron dándome más duro y evitando que me moviera. Fue desesperante. Era como una muñeca a merced de esos dos hermosos machos. Darwin tampoco pudo más y llenó mis entrañas con su leche. Sentí esa deliciosa explosión de semen dentro de mi culo y el alivio de la lubricación que producía. Mientras se corría Darwin me gritaba: puta, contále al cornudo de tu marido que te gocé por el culo y te lo llené de leche, perra hijueputa. Y su papá completó diciendo: el cabrón, malparido ese hoy si va a quedar como el más cornudo de todos los cornudos. Cuando su hijo se retiró de mi culo, don Pedro me puso al borde de la cama y, él de pie, me penetró, con mis piernas rodeando su cuello por encima de sus hombros. Sentía su gran verga en lo más profundo de mi coño, me clavaba con fuerza. Yo me retorcía, agarrada de sus fuertes brazos. Le pedía que no parara. Él me decía: nunca en tu vida vas a olvidar esta clavada que te estamos dando, puta degenerada. Y de verdad nunca iba a olvidar algo tan delicioso como aquello. Aceleró sus movimientos. Con una de sus manos me tomó con fuerza por el cuello, casi ahogándome, y con la otra sostenía mis piernas en el aire, penetrándome con rabia, mientras me gritaba: córrete puta, y más duro me clavaba. Hizo esto muchas veces, me hundía su tronco con fuerza, me insultaba: zorra degenerada, quiero que te corrás, y con más fuerza me penetraba. Nunca pensé que eso me excitara tanto, pero finalmente así me arrancó un intenso orgasmo. En medio de mis gritos y mi llanto (de placer, no de dolor) sentí su leche llenando mi cuca, mientras jadeaba fuerte, como un toro. Se dejó caer sobre mí sin dejar de moverse, aunque más despacio, mientras sentía los espasmos de su verga en mi coño, y me susurró al oído: mi putica deliciosa. El sonido de su voz varonil tan cerca de mi oído disparó algo dentro de mí, y sentí como si tuviera un nuevo orgasmo, sin aún terminar las sensaciones del anterior. Me corrí en sus brazos, gimiendo sin vergüenza, con su enorme cuerpo de macho de verdad encima de mí, cubriéndome completamente. Es lo más sublime que le puede suceder a una hembra. Qué delicia de fornicada la que me habían dado. Finalmente se quitó de encima de mí, me tomó con fuerza por el cabello y dirigió mi boca hacia su verga chorreante de fluidos y me obligó a mamársela hasta dejársela completamente limpia. Lo hice con tanto gusto. Luego me atrajo hacia su amplio pecho y me acurrucó entre sus brazos, me besó con ternura y me dijo: quiero seguir teniéndote. Su hijo se acostó detrás de mí y me acariciaba la espalda y el culo. Por fin el cornudo de mi marido tenía los cuernos que siempre quiso, y mucho más de los que yo soñé ponerle. Sólo pensaba en que pudiera repetirlo muchas veces, y en el regalito que le llevaría al cabrón de mi maridito: toda la leche de macho que me habían inyectado y que obligaría al cornudo a tomar directamente de mi coño con su boca, hasta enloquecerlo. --------------------------------------------------------------------------------------------------------