Guía Cereza
Publicado hace 15 años Categoría: Fantasías 792 Vistas
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Era sábado por la noche y a las dos jovencitas su grupo de amigos les habí­a dado plantón. Habí­an comprado bebidas, preparado algunos platos con patatas fritas y cosas por el estilo, preparándose para una buena fiesta. Y justo en el último momento las habí­an llamado para decirles que habí­a un concierto y que no irí­an a la fiesta. Lucí­a y Marta estaban decepcionadas, la casa de Marta estaba sola por primera vez en mucho tiempo y por un simple concierto iban a perderse la oportunidad de pasar una noche de ensueño. Lucí­a habí­a cumplido 18 años hací­a unos dí­as y todaví­a no habí­a tenido oportunidad de celebrarlo y se sentí­a muy triste, se habí­a puesto una peligrosa minifalda al estilo colegiala, unos calcetines blancos hasta la rodilla con zapatos de tacón y un top negro que no dejaba nada a la imaginación. Su amiga Marta de 23 años la habí­a maquillado y parecí­a una diva de pelí­cula porno, aunque quedaba un poco infantil comparada con ella, que se habí­a puesto un explosivo vestido rojo. Lucí­a se miró en el espejo, tení­a la piel blanca, el pelo negro y muy largo, recogido en dos coletas, los ojos tan negros como su pelo, unas tetas pequeñitas pero redondas y cintura de avispa. Tení­a la esperanza de que esta noche viniera Toño, un chico con el que le apetecí­a pegar el polvo de su vida. Suspiró acariciándose las caderas mientras miraba a Marta. Ella si que era un ángel venido del cielo; rubia, de grandes tetas, con una profunda mirada azul y sonrisa de no haber roto nunca un plato. Marta se le acercó con dos enormes cubatas llenos hasta los bordes y brindaron en honor de la no celebrada fiesta, riendo y procurando apartar el mal humor. Pronto la primera copa se convirtió en una segunda y así­ hasta que la botella de vodka que habí­an estado consumiendo se quedó seca. Las mejillas de ambas estaban ya rojas y habí­an perdido un poco el sentido del ridí­culo, además, estaban solas y habí­a confianza. Pusieron la tele ya que no eran horas de tener la música muy alta. Pronto toparon con el canal regional que empezaba con su semanal emisión del porno más duro que Lucí­a hubiera visto en toda su vida. Dos tí­os enormes estaban rompiendo a una jovencita que parecí­a incluso más joven que ella, haciéndola gemir como una posesa dándole por el culo y haciéndola chupar una verga de un tamaño descomunal. Ambas se quedaron prendadas del televisor, sus ojos no podí­an mirar otra cosa y el calor de los cuerpos de las chicas y su olor a excitación impregnó la habitación. Lucí­a distinguió unos gemidos diferentes a los de la chica de la pelí­cula y vio como su amiga Marta habí­a empezado a tocarse el coño descaradamente, su cara era la viva expresión del placer y sus jadeos se hací­an cada vez más altos. Lucí­a se sintió tan tentada que, contemplando de nuevo la pelí­cula comenzó a tocarse los pechos, sacándolos fuera del top, viendo que sus pezones estaban duros como piedras. Apenas habí­a comenzado a pellizcarse los pezones cuando Lucí­a sintió el cuerpo de su amiga abalanzándose sobre el suyo. No supo como reaccionar, dándole tiempo a Marta a poner su boca pintada de rojo sobre la de ella, dándole primero unos pequeños y húmedos besitos, haciendo que abriera su pequeña boca inconscientemente hasta que tuvo espacio para meterle la lengua. La lengua de Marta se sentí­a tibia y húmeda y comenzó a responderle al agradable beso que hací­a que su tanga se empapara por segundos. La mente de Lucí­a estaba totalmente ida, entregada al cálido beso, tumbada en el suelo con su amiga a horcajadas sobre ella y las tetas fuera del top, como una putilla barata y ofrecida. Marta dejó de besarla repentinamente y su boca se lanzó a devorar los duros pezones de la jovencita. Las manos apretaban las tetas y las sobaban mientras la lengua hacia cí­rculos sobre los oscuros pezones. Lucí­a estaba en el séptimo cielo, jamás habí­a sentido algo tan delicioso, se estiraba suavemente de las coletas mientras su amiga le mordí­a y succionaba los pezones, haciéndola gemir. Sus tetas estaban ya brillantes de saliva y la cara de Marta estaba transformada en una máscara de vicio indescriptible. Usaba a la pequeña Lucí­a como una muñeca y en realidad eso era lo que más excitaba a la más joven. Actuaba como un animal en celo y no tardó en levantarle las piernas y quitarle el tanga, dejando al descubierto el coñito mojado y depilado de Lucí­a. Se relamió humedeciéndose los labios y se abalanzó a por el pequeño coño. En ese momento Lucí­a empezó a pensar que quizás habí­an llegado demasiado lejos y tomó con sus manos la cabeza de Marta intentando apartarla con un quejido lastimero, pero su amiga la tení­a bien agarrada de las caderas y devoraba su coño de un modo tan salvaje que los quejidos volvieron a convertirse en gemidos. Marta sintió como su propio coño chorreaba tan sólo con ver el de su pequeña amiga, ahora juguete. Tení­a unos labios apretaditos, rosados. Se dispuso a abrirlos introduciendo su lengua entre ellos, abriéndose camino, sintiendo la calidez y la humedad. Primero sólo con la puntita y luego introduciendo la lengua dentro inició un lameteo de arriba a abajo, llenando de saliva todo el coñito que le sabí­a a dulce. Pronto fijó la atención en el hinchado clí­toris y comenzó a torturarlo lamiéndolo en cí­rculos, haciendo que las caderas de Lucí­a botaran. No pudo resistirlo, ese agujerito caliente la llamaba. No hací­a falta ensalivarlos, dos de sus dedos se introdujeron rápidamente hasta el fondo y comenzaron a follar a su amiga, arrancándole largos gemidos, mientras su boca no dejaba de prestarle atención al clí­toris. Pronto los dos dedos se convirtieron en tres y empezaron un mete-saca rápido e infernal que consiguieron que Lucí­a se corriera, temblando, aullando de placer. Lucí­a se habí­a dejado los pezones rojos de tanto estirárselos mientras su amiga le habí­a comido el coño. Respiraba con fuerza, creyendo que todo habí­a pasado, pero se equivocaba. Marta la cogió de un brazo y la obligó a levantarse sin mediar palabra y la arrastró hasta la habitación. Con un gesto duro la tumbó en la cama y la miró sonriendo. Su amiga le devolvió la sonrisa, volviéndose a sentir cachonda creyendo que Marta volverí­a a comerle el coño. Lo habí­a sentido tan rico que querí­a más, casi le habí­a sabido a poco. Marta con un solo gesto se quitó el vestido y quedó desnuda ante la joven que todaví­a llevaba los calcetines, la falda y el arrugado top a la cintura. Quiso imitar a su amiga y desnudarse pero ésta se lo prohibió. "Me gustas más con la ropita arrugada como una putita barata cariño", le dijo. Y sin decir nada más abrió un cajón del que sacó un arnés que se colocó alrededor de la cintura. La expresión de Lucí­a estaba a medias entre terror y excitación cuando vio que del arnés colgaba una polla de tamaño bastante considerable. Con aire autoritario Marta puso a la ya sumisa Lucí­a a cuatro patas en la cama, le arremangó la falda y disfrutó por unos segundos de las preciosas vistas, las nalgas perfectas, un culito apretado y las tetas colgando como campanas. Metiendo cuatro dedos en su boca ensalivó la verga de silicona que le colgaba ahora de entre las piernas y la apuntó en el coño de su amiga. Disfrutó unos segundos sintiendo los gemidos suplicantes de más placer de la jovencita introduciendo y sacado sólo la puntita de la polla. La sentí­a suya, como si también le diera placer. Con sólo la punta apoyada decidió jugar un poco y azotó un par de veces ese culito pálido que tan a cien la estaba poniendo. Lucí­a gimió lastimera, pero no se rebeló. Marta se encorvó un poco para pellizcar y manosear los pechos de su nueva perrita. Sintió como gemí­a con los estirones que le estaba dando a los pezones, sabí­a que la tení­a concentrada en el placer que le hací­a sentir en los pechos, así­ que mordiéndose los labios por el éxtasis dio un fuerte empujón y le enterró la polla a su putita hasta las entrañas. La espalda de Lucí­a se arqueó mientras gemí­a como una loca. Se sentí­a rellena de polla como nunca, se le caí­a un hilillo de saliva de tanto vicio y placer. Sin soltarle las tetas Marta inició un bombeo frenético, estaba demasiado cachonda como para andarse con delicadezas y se dejó llevar. Oí­a el ruido del coño de su amiga chapotear, se agarró a la falda arrugada para ayudarse a bombear más hondo, sentí­a casi como si ella misma se corriera sólo al ver como temblaban las nalgas de Lucí­a con sus embestidas. Para Lucí­a el tiempo se habí­a parado, para ella sólo existí­a esa enorme polla de plástico en su coño, entrando y saliendo, haciéndola sentir la mas perra del mundo. Notó los dedos de su amiga frotándole el clí­toris como si se lo quisiera arrancar y su coñito estrecho se estremeció. Finalmente aulló como una loba cuando se corrió, escurriéndose sus jugos por los muslos y esa infernal polla que no bajaba el ritmo. Marta continuó follándola unos minutos más y luego sacó la polla, le tiró del pelo obligándola a darse la vuelta y sin dejarla protestar se la metió en la boca. Como era una niña buena Lucí­a chupó la polla de plástico, mirando con cara de putita buena a su amiga que la sonreí­a con satisfacción mientras, sin saber Lucí­a como sacaba un enorme consolador y le decí­a. "Bueno, creo que ahora es mi turno"
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