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Sara Me Inicia A La Dialéctica Eterna Del Placer Con Dolor

Doña Sara gustaba jugar de manera muy fuerte con su esposo sin ocultarse de nosotros. Él le daba golpes “horribles” para mí, en los muslos o en las nalgas, lo que entre los gemidos de dolor le producían risitas de excitación. En sus charlas me contaba como le quedaban morados y cuando hablaba de ellos sus ojos brillaban con lujuria. Estas conversaciones me excitaban de una manera nueva, completamente desconocida, puesto que nunca antes había pensado que se sintiera placer proporcionando dolor o sintiéndolo. No sería en mi modesta Tuluá que encontraría yo literatura sobre las relaciones de sumisa o de dominante o cualquier otra manifestación sádica o masoquista.

Cuando ya hacíamos el amor ella no se limitaba a mostrarme los morados dejados por su esposo, sino que se ponía un poco brusca y le gustaba que yo la “forzara” para penetrarla. Luchaba como negándose a ser penetrada, pero si tocaban a la puerta se arreglaba muy inocente, atendía a la persona que llamaba y regresaba donde yo estaba para seguir con el juego. Si yo simplemente accedía a sus negaciones, me besaba y simplemente me decía que no le creyera nunca a lo que dice una mujer, especialmente si ella dice “no”.

Una vez, después de haber hecho el amor con ella sobre mí, vestida de la cintura para arriba por si llegaba alguien y yo desnudo completamente, al ver que yo no había eyaculado, ella me preguntó lo que yo quería para venirme. Le pedí desde luego su “chiquito” y ella obediente se acostó boca abajo a mi lado. Me puse encima de ella, entre sus piernas abiertas, me aceité bien el pene con mi saliva y lo llevé a la entrada de su ano. En ese momento el diablo del sadismo se apoderó de mi espíritu y de un solo empujón se lo metí hasta el fondo en menos de un segundo. Ella emitió un grito de dolor y a pesar de tener todo mi peso sobre ella, enderezó la mitad superior de su cuerpo, levantándome completamente, con una mueca de dolor intenso, a la sola fuerza de sus brazos. Para evitar que pudiera desmontarme, lo que habría sido un final poco glorioso y completamente lleno con los deseos de hacerla sufrir, barrí sus manos con el brazo derecho mientras que con el izquierdo me aferraba a su cintura de avispa.

Sin dejar de entrar y salir de su ano observaba su cara y terminé por ver como su ceño fruncido se deshacía al tiempo que su respiración se aceleraba. Llegó el momento en que ella me daba besitos y sus nalguitas comenzaban a moverse de manera a intensificar mis movimientos. Sus manos se aferraron de la cobija y no tardó en emitir un gritico, menos fuerte que el de dolor minutos antes al unísono que sintiéndome apretado en su vaina calida la acompañé en su orgasmo.

Nuestros encuentros anales tomaron la forma de la brusquedad, ella decía “no” con sus risitas, se colocaba en posición para recibirme por su jardín trasero y la muequita de dolor ya no le quitaba la sonrisa de satisfacción de la cara. Ahora comprendo que en posición “perrito” o de pie, ella agachada, si hubiese querido habría podido evitar o suavizar mis embestidas y que si las recibía en toda su potencia era porque no le eran, en el fondo, desagradables.

Cuando todos dormían en la casa, los dos nos encontrábamos en uno de los baños y, a veces, ella de espaldas a mí, se sentaba entre mis piernas abiertas, dirigiéndome con su mano a su chiquito adorado. Yo, cruel, la apoyaba en sus hombros para vencer la fuerza contraria que ella ejercía con sus manos sobre mis muslos. Una vez yo bien instalado en sus intestinos, sus divinas nalguitas acariciando mi estomago, el juego cruel era meter mis dedos en su vagina para sentirme ir y venir, pero cuando ella comenzaba a frotar su clítoris contra la palma de mi mano, yo simplemente la retiraba para negarle ese placer. Es la única vez que he observado orgasmos ¡debidos a la negación de una caricia!

Cuando podíamos hacer el amor en toda tranquilidad, siempre terminábamos por una sodomía y la parte final era, que ya ella vestida, lista para irse, yo la tomaba por fuerza, le bajaba los pantalones (también comprendo ahora porqué nunca traía falda para esos encuentros, lo que nos habría facilitado todo) y la penetraba por su ano que en realidad ya había quedado dilatado por mis penetraciones anteriores. Arrodillada en el suelo, la mitad de su cuerpo sobre la cama, sus pantalones a medio muslo, me recibía protestando, que le dolía, que ya se iba, pero no por eso dejaba de venir cada que podíamos estar solos por suficiente tiempo, ni sus besos eran menos dulces al separarnos.

Subimos un grado en el masoquismo cuando comencé a morderle sus nalguitas divinas hasta el punto de dejarle morados enormes que luego le tocaba a ella ocultarlos de su esposo. En nuestros juegos en los que se juntaba el riesgo, nos divertía que detrás de una puerta o cuando la ausencia de los otros, ya que estuvieran en la sala o en el patio trasero, ella desnudaba su culito para mostrarme los morados dejados por mis mordiscos. Me encantaba su carita de “no, por favor” acompañada de sus ojos brillantes y de su risita cortica, por pedacitos, que indicaban su excitación.

Desde el punto de vista puramente intelectual, aceptó retomar sus estudios y durante los años que duró nuestra relación, nunca protestó por el esfuerzo que representaba para ella madrugar para preparar los desayunos para todos, luego correr a mi cama para darnos gustos adulterinos, seguir después con sus oficios e incluso la siesta, después de haber hecho el almuerzo, servirlo y lavar los platos, todos los otros miembros de la casa fuera, venir para comenzar otra sesión de delicioso adulterio y a las 6 PM salir para el colegio donde había comenzado su bachillerato. Al regresar a las 11 PM, me parecía contenta y me miraba como ofreciéndome sus sacrificios. Cuando delante de todos nos sentábamos para revisar sus cursos, si ella bostezaba discretamente con su mirada fija en la mía con malicia y complicidad, yo serio le decía que estábamos estudiando, que dormiría otro día y siempre en voz baja me respondía “¿y no hay nada mejor para hacer en lugar de dormir?”

Lamento no haber conocido nada sobre el BDSM, porque imagino, por ejemplo, las delicias mentales si hubiese podido atarla e inmovilizarla por unas cuantas horas, acercándome a ella solo para que su boca me reciba en una caricia o para invadirla, por delante o por detrás, para no aburrirnos… Ni siquiera había imaginado un instante qué hubiese podido pasar si una fusta se hubiese unido a nuestros encuentros para convertirse en sesiones tórridas… Agradezco a las amigas y amigos de la sala BDSM de Guía el haberme permitido comprender esa parte de mi vida que me extrañaba con una buena dosis de remordimientos.

gerardo91000

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Categoria: Sadomasoquismo
Fecha de Publicación: 2011-01-26 15:32:18
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