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CAPITULO I, EN LA PLAYA
Ella se tendió boca abajo en la toalla que coloqué sobre la arena y me dispuse a aplicarle el bronceador. Para que no le quedaran las marcas blancas de las tiras del brasier, se las solté, dejando al descubierto toda su espalda. Ella estiró sus brazos rodeando su cabeza y esto permitía a cualquiera que pasara por su lado apreciar sus grandes senos aplastados contra la toalla. Le apliqué el bronceador en todo su cuerpo tratando de alcanzar sus glúteos también, para lo cual baje un poco su bikini, casi hasta que apareció la línea que divide sus nalgas. Una vez le apliqué el bronceador le di un beso en la boca, no se si se dio cuenta pues para ese momento ya estaba medio adormilada y me fui a meterme al mar. Me sentía feliz y tranquilo, respire profundo y me clavé de cabeza en la primera ola que llegó. Me abandoné a las olas y a mis pensamientos morbosos sobre situaciones imaginarias con Marcela. Me dejé alejar del sitio llevado por el vaivén de las olas, cuando me percaté me había arrastrado unos 20 metros del sitio donde estábamos ubicados.
Podrían haber transcurrido unos 30 minutos, así que decidí regresar al toldo a tomar una cerveza. Cuando estaba a unos 15 metros vi que un hombre estaba aplicando bronceador a mi esposa en su espalda. Me detuve al instante, quedé paralizado pero quise ver que desenlace tenía la escena. Pensé por un momento que talvez ella creía que era yo quien le aplicaba la crema, pero ese supuesto desapareció inmediatamente pues el acucioso galán le había traído un cóctel y en ese momento ella se levantó para tomar un trago y le sonrió, después volvió a su posición y su acompañante continuó aplicando el bronceador.
Yo quedé estupefacto, un torrente de sensaciones se tomaron mi mente y mi cuerpo, sentía una mezcla de rabia, celos y morbo al ver esta escena. Un tremendo corrientazo recorría mi cuerpo y sin poderlo evitar sentí como mi pene empezó a tener una fuerte erección que ya era visible a través de mi pantaloneta de baño. Sentí vergüenza pensando que alguien lo podía notar y decidí sentarme en el sitio para disimular y también para seguir mirando la perturbadora escena.
El visitante tendría unos 35 años, de contextura delgada y pelo largo medio ensortijado que le llegaba hasta los hombros y que ayudaba a mantener a raya con una balaca. Estaba sin camiseta y usaba unas playeras largas. Tenía un bronceado parejo. Vi como sus manos recorrían su espalda suavemente aplicando el bronceador, por unos momentos se desviaba y le aplicaba en los costadospasando sus manos por sus axilas y la parte descubierta de sus senos, ella no se inmutaba y yo estaba a punto de estallar. Unos instantes después él se acercó a su oído y le susurró algo, como respuesta, enseguida ella abrió un poco sus piernas y él empezó a aplicarle bronceador desde los pies hasta su entrepierna. La situación era alucinante para mí, la razón me decía que debía salir corriendo y armarle un escándalo, pero algo más fuerte dentro de mí me atornillaba al sitio y me proporcionaba un deleite inexplicable al ver la escena.
Después de unos minutos ella nuevamente se levantó para tomar otro trago de su cóctel, lo hacía sosteniendo su brasier suelto contra el pecho con su mano izquierda y con la otra tomaba el vaso, así permaneció un rato charlando con el extraño. A la distancia me moría por saber que estaban hablando. Decidí acercarme, caminé firmemente hacia ellos, cuando me vio, ella se asustó un poco pero mantuvo la calma. Me dijo; hola amor te presento a Carlos, es un amigo que acabo de conocer, está de paseo en Cartagena y es español.
El tipo me extendió la mano para saludar y sin darme tiempo a decir nada me dijo "vale que mujer tan guapa tienes, donde no llegues te la robo”, acto seguido rió y dejo en claro que era una broma. Lo saludé un poco serio, él lo notó y para distensionar la situación me ofreció una cerveza. Acepté y él se fue al kiosko más cercano a traerla. Le dije con tono de reclamo a Marcela; no pierdes el tiempo no?. Ella me dijo que no fuera bobito que estábamos en Cartagena, que me relajara y que el tipo era muy divertido y no vio nada de malo en que le aplicara el bronceador. Además, me dijo, yo sé que a ti este jueguito te gusta y me miró picaramente bajando sus gafas oscuras. Yo trataba de mantener una actitud de molestia, pero no podía disimular cierto grado de excitación y ella lo sabía. El tipo era agradable, se veía educado y a ella le había gustado. Le pregunté que si estaba dispuesta a todo, ella me sonrió y dijo coquetamente, esperemos a ver que pasa. Carlos regresó con dos cervezas, me entregó una y a Marcela le trajo otro cóctel, le pregunté que era y elle riendo me dijo que no sabía pero que estaba delicioso y que ya la tenía prendida.
Me mostré un poco más amable y le pedí a Carlos que se sentara, mientras le ayudaba a Marcela a apuntar su brasier. Nos sentamos los tres debajo del toldo y empezamos a hablar primero sobre temas banales como el sol, las playas. Después le pregunté por él. Nos contó que estaba en Cartagena por negocios, él y su socio tenían una empresa de finca raíz y estaban buscando proyectos para invertir en la ciudad. Habían llegado hace una semana y le parecía una ciudad maravillosa con gente muy alegre pero un poco recatada, según su criterio. Nos contó que había estado en playas del mediterráneo y en playas nudistas y que no era nada extraño que las personas ligaran todos los días.
Yo le dije que estábamos en un país muy conservador y aún muy recatado en esos temas.
Después de un par de cervezas más y de charlar por más de media hora donde le contamos algo de nosotros, nos dijo que tenía un apartamento alquilado frente a la playa y que le gustaría invitarnos a tomar algo en la noche y que era posible que su socio llevara otros amigos que habían conocido.
Le dije que lo íbamos a pensar y que le confirmaríamos. Le pedí el número del celular pero Marcela casi inconcientemente dijo, ya lo tengo amor, Carlos ya me lo había dado. La mire con sorna y volví hacia Carlos quien ya se despedía. Con su acento español dijo ¡Venga no dejes de llamarme, sé que la pasaremos bien!, acto seguido se despidió de Marcela con un beso en la mejilla, noté que el beso duró una centésima de segundo mas de lo usual y eso también me puso a mil. No fue el simple roce que se acostumbra sino que alcanzó a posar los labios sobre su mejilla.
Se alejó con su aire de ciudadano del mundo. Era más alto que yo y tenía que aceptar que era bien parecido.
CAPITULO II,EN EL APARTAMENTO