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CAPITULO III, EN LA DISCOTECA
Después de terminar el trago nos dispusimos a salir, Carlos había separado una mesa en una discoteca de moda. Nos dividimos en dos grupos y cada uno tomo un taxi. Nosotros nos fuimos con Antonio, en el viaje no paró de hablar y como buen español no tenía pelos en la lengua y no pudo evitar contar, no se si con segundas intenciones, que su amigo Carlos era todo un don Juan y que tenía mucho éxito con las mujeres.
Llegamos a la discoteca y nos organizamos en una mesa circular muy amplia que nos dio sitio para todos, después de acomodarnos y ordenar whisky para los hombres y ron para las mujeres, tratábamos de hablar pero el nivel de la música era muy alto y hacía imposible llevar alguna conversación, así que invité a Marcela a bailar. El sitio era muy grande, había mucha gente y la pista de baile quedaba alejada de nuestra mesa. Bailamos una tanda de canciones de merengue y salsa y volvimos a la mesa donde permanecían sentados los españoles solos, los paisas habían salido también a bailar.
Carlos confesó que no era muy bueno para el baile y esto me hizo sentir por primera vez un cierto aire de superioridad, orgullo que no me duró mucho pues Marcela se encargó de aterrizarme, cuando se ofreció gustosa para enseñarle y lo fue tomando de la mano jalándolo hacia la pista, él no se hizo rogar mucho y aceptó encantado, había empezado a sonar una de esas salsas suaves con las que hemos bailado muchas veces y se que a ella le gusta bailar muy juntos. Empezó el martirio para mí, me senté y casi acabo el trago de un sorbo, Antonio me vio y dijo algo en tono de burla que no pude entender por el ruido. Los paisas llegaron y como ya estaba mas acostumbrado al ruido, podía escuchar mejor y empezamos a hablar y a conocernos. Después que pasaron varias canciones me disculpé para ir al baño con la segunda intención de saber de mi mujer. Me acerqué tanto como pude a la pista sin que ellos me vieran y mis presentimientos no estaban lejos de la realidad. En medio de las luces violetas del neón que resaltaban la camisa blanca de Carlos, no me fue difícil ubicarlos, ella le rodeaba el cuello con sus brazos, casi como si estuviera colgando, pues él era mas alto, él a su vez la abrazaba y posaba una de sus manos en la espalda y la otra donde empezaba la prominencia de su cola. Sentí un escalofrío y supe que no había marcha atrás. Ella sonreía casi todo el tiempo mientras él susurraba cosas a su oído y aprovechaba para darle besitos imperceptibles en su cuello, además el tipo, contrario a lo que había dicho, bailaba bien. Seguí hacia el baño y aunque iba solo a orinar me encerré en un inodoro, traté de orinar pero no podía, la tremenda erección que tenía me lo impedía.
Yo era conciente que ambos estábamos buscando esa situación y que nuestro viaje a Cartagena tenía ese tácito deseo de los dos, así nunca lo hubiéramos hablado de frente. Sabía en que ibaa terminar todo esto, pero lo que no me gustaba nada era aparecer como un idiota delante de Antonio y de sus amigos paisas. Salí del baño y regresé a la mesa, Marcela y Carlos ya habían vuelto y estaban hablando alegremente con el grupo. Le dije al oído que necesitaba hablar con ella, así que ella se levantó y me pidió que la acompañara al baño. Caminamos tomados de la mano y nos dirigimos al baño que estaba alejado y la música no se oía tan fuerte. Le dije que los había visto bailando y que estaban muy pegados y que la estaba viendo muy entusiasmada. No me lo negó, por el contrario me dijo que le fascinaba y que no veía la hora de estar con él. Tu sabes que eso a mi también me excita pero que no quiero aparecer como un cornudo frente a sus amigos, así que le dije que hablara con él y le propusiera escaparse para ir a nuestro apartamento. Así lo acordamos y volvimos a la mesa.
Durante las siguientes dos horas ella bailó con Antonio y con los paisas yo igual lo hice con Erika, la mujer que venía con ellos. No veía la hora de desaparecer del sitio para ir a consumar nuestra fantasía, ella estoy seguro estaba igual, pero queríamos pasar otro rato para no ser tan evidentes con nuestros acompañantes.
Ya sobre las 2 de la mañana empezamos a despedirnos, los paisas y Antonio querían ir a otro sitio, nosotros nos disculpamos alegando que estábamos cansados y que queríamos ir a dormir. Carlos quien previamente ya había sido enterado de nuestros planes por Marcela también dijo que quería irse a descansar, así que nos despedimos y salimos con Carlos a buscar un taxi.
Una vez en el carro la situación ya era muy evidente, ella quiso que yo me fuera adelante con el conductor mientras que ella se acomodó en la silla de atrás con Carlos. Aunque lo sospechaba, quise voltear mi cabeza para comprobar lo inevitable. Estaban fundidos en un apasionado beso, ni siquiera notaban mi presencia, él acariciaba las piernas de Marcela y ella le correspondía abriendo su compás para darle libre acceso a los juguetones dedos de Carlos.
El trayecto a nuestro apartamento era corto así que no tuvieron tiempo de seguir avanzando. Pagué el taxi y nos dispusimos a subir al apartamento. Ella subió de la mano de él.
CAPITULO IV, EN NUESTRO APARTAMENTO