Guía Cereza
Publicado hace 13 años Categoría: Hetero: Infidelidad 1K Vistas
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Los días son comunes, pasan siempre entre las mismas personas en los mismos espacios. Me levanto en la mañana con el sonido del celular que me anuncia un día más. En menos de media hora alimento mi gato y desayuno, me baño y me arreglo para salir a estudiar, al medio día regreso, me arruncho un rato con mi felino amigo y veo tele mientras el almuerzo se termina de calentar/preparar, luego salgo rumbo al trabajo. Un bus, un tren, caminar 2 cuadras y llegar. Dejar pasar el reloj mientras tecleo información en un computador y respondo las llamadas de gente que quiere hablar con mi jefe, la que más llama es su esposa… una pequeño burguesa de ojos azules y cabello rubio a la fuerza que me trata como una inmigrante ilegal. Cuando no está, o no quiere pasar, tira el teléfono. No tengo la culpa de que ya ni él la soporte.

Al terminar el día camino las mismas 2 cuadras, tomo el tren y el bus llego a mi casa, hablo unos minutos con mi novio sobre el día y sus matices (Siempre grises) y muero casi de inmediato sobre el mi cama. Los días más emocionantes son aquellos en que están dando algo bueno en la tele, quizás una película interesante, ahí Morfeo me ataca en el sofá y me despierto con dolor de espalda mientras una dama con sorpresa fingida intenta venderme unos zapatos para bajar de peso.

Esa mañana, me desperté diferente, al mirarme al espejo después de la ducha me sentí una mujer hermosa. Soy una colombiana en Buenos Aires, es decir una extranjera con un acento que calienta a muchos, lindos ojos verdes y un caminadito latino que contrasta ante tanta frigidez de las locales. Me sentí guapa, sexy, linda, interesante. Me demoré un poco más en vestirme y arreglarme, un vestido rojo con un delicado cinto, zapatos con un tacón sutil, perfume de lindo olor, un maquillaje prolijo. Salí a clase y al entrar al salón (tarde, por supuesto, porque el demorarme más frente al espejo pasó su cuenta de cobro en mi apretado horario) sentí como había una tonelada de miradas sobre mis curvas, un culo redondo, pechos firmes y mi tatuaje en la espalda fueron seguidos por casi todos los ojos masculinos y algunos femeninos, en los primeros se veía deseo, en los segundos: envidia. Llegué al trabajo, mi jefe salió de la oficina a entregarme unos papeles y se quedó mirándome, profundamente.

- Estas muy linda hoy Angie.

- Gracias Daniel.

- Te espero en mi oficina, debo dictarte una carta.

- Sí señor, en un segundo voy.

Los ojos de Daniel, mi jefe, se quedaron fijos en mi nuevamente, entre sorpresa y lujuria quedó pasmada su mirada. Yo jamás había visto a Daniel como más que mi jefe, respetaba profundamente su relación con la serpiente venenosa de su esposa y también respetaba a mi novio, pero esa tarde los ojos azules de Daniel, tan comunes en los porteños, y ese cabello ya con algunas canas me pareció sexy; todas las mujeres en algún momento tenemos deseos de estar con alguien mayor que nosotras, quizás porque aporta experiencia tanto sexual como vivencial. Bueno, tuve miles de excusas en el momento en que ví a Daniel como un sexy hombre maduro y no sólo como mi jefe, así que sabiendo que no tenía mucho que perder, más que mi empleo, decidí jugar con fuego. Estaba dispuesta a quemarme.

Cuando me senté frente a Daniel, con la libreta y el esfero en las manos esperando a que iniciara lo miré directamente a los ojos mientras cruzaba las piernas, él corrió rápidamente los ojos de mi vista y empezó a dictarme la idea básica de lo que quería escribir. Al terminar, luego de un silencio en el que yo terminé, me quedé nuevamente mirándolo.

- ¿Harás algo está noche Ángela?

- No señor.

- ¿Por qué andas tan arreglada?

- Realmente, me desperté con ganas de verme linda.

- Vos siempre te vez linda Ángela. Sólo que ese vestido, te ayuda.

- Gracias Daniel. Eres muy amable. ¿Precisas algo más?

- Sí, tráeme por favor un café, bien oscuro.

Minutos después entré con el café en las manos, se lo dejé sobre la mesa y aún de pie le pregunte si quería algo más.

- No puedo pedirte lo que quiero, pero sólo tú puedes dármelo.

- Disculpa Daniel, no te entiendo.

- No te hagas drama Angela, luego será. Puedes retirarte.

El resto de la tarde no fue más que miradas cruzadas profundas y deseosas que no llevaron a más que una despedida un poco menos cordial que la de costumbre. De ahí en adelante  mis noches de películas y zapatos para bajar de peso fueron cambiadas por mis dedos jugando en mi vagina inspirados por la imagen de Daniel. Quería que su pene experimentado entrara y saliera de mi con rapidez descontrolada. Cada mañana me vestía aún más linda, más sexy, compré vestidos más cortos y blusas más escotadas, seducir a Daniel se transformó en una obsesión y él al parecer no me era indiferente.

Con el paso de los días mi relación con Daniel se hacía más cercana, entre los cruces de pierna sugestivos mientras preparábamos algún informe, las miradas picantes cuando le llevaba el café a su oficina y la distancia que disminuía con cada conversación, a veces casi llegaba a un susurro en los labios del otro. Un par de veces noté entre sus piernas erecciones que intentaba disimular sentándose tras su escritorio. El deseo cada día era mayor y yo solía salir de su oficina con la entrepierna empapada, con corrientasos de placer que endurecían mis pezones, confieso que un par de noches luego de que mi novio terminara dentro de mi cerraba los ojos pensando en cómo sería cabalgándole la verga a mi jefe.

Una tarde Daniel me dio la noticia más feliz de la década, a la noche siguiente tendría que asistir a una reunión de negocios y me pedía que fuera como su asistente por si encontraba algún contacto estratégico para su negocio. El evento requería que estuviera especialmente bien organizada, excusa perfecta para arreglarme “para matar”.

La noche siguiente Daniel pasó por mi casa pasadas las 10pm, yo vestida completamente de negro, falda larga con abertura, escote profundo en la espalda y cabello recogido, mis ojos verdes destellando. Su mirada me marcó, tenía ese brillo que dice todo y nada al tiempo. “Gracias por acompañarme, con todo respeto, estás preciosa”. Luego en el carro hablamos de cosas sencillas con silencios incomodos. Me preguntó por mi relación y le confesé que estaba un poco cansada, implicaba pocos retos aunque era agradable.

- Sos una mujer muy bella Ángie, mereces un hombre que te engrandezca, te llene de presentes, te cuide.

- Sí, creo que es lo que toda mujer se merece, pero no siempre llega.

- Disculpa, pero si fueras mi novia, con todo respeto, tendrías más ocasiones para usar ese vestido tan hermoso que llevas puesto, no permitiría que te cansaras de mi jamás.

- Todo eso lo hace la experiencia, supongo, creo que estamos muy jóvenes y estamos aprendiendo a amar.

- Bueno, sí, eso es cierto. Pero el pibe no hace su mejor intento, sino no estarías cansada.

- Eres muy dulce, Dani. Le dije agarrándole una pierna con suavidad y la retiré inmediatamente por miedo.

El silencio cubrió todo de nuevo, y luego en medio de ese silencio fue él quien posó su mano sobre mis piernas y empezó a acariciar con suavidad. No dije nada, sólo disfruté su mano grande y tibia deslizándose por la tela de mi vestido, desee que ese momento fuera eterno. Cuando me bajé del carro fue que empezó la magia, lo que empezó con un cruce de roses pasó a ser, en medio de la fiesta, una provocación explícita, él no perdía oportunidad en pasar su mano rodeando mi cadera o mi cola, cada vez que detallaba su mirada sus ojos estaban apuntando a mis senos. Yo no me quedaba atrás, en cada oportunidad cruzaba miradas cargadas de lujuria, miradas que gritaban ¡CÓMEME YA! Y en los últimos momentos de la noche, restregaba mi cola sin contemplaciones en ese falo erecto que me apretaba con la excusa de la multitud o el baile. Justo en ese momento, mientras nos manoseabamos lujuriosos en la pista de baile fue que no aguanté más y le susurré luego de lamerle la oreja: “Te espero en 5 minutos en el baño”.

No más de 10 minutos después estaba sentada en el inodoro del baño mamandole la verga a mi jefe, tocándole las piernas y la cola mientras él empujaba mi cabeza más profundo para que lo metiera totalmente en mi boca, el cierre del vestido bajó dejando a merced de mi jefe mi cuerpo, el cual lo deseaba desde hace muchas semanas. “No te imaginas las ganas que tenía de clavártela mientras mi esposa me lo mamaba” empecé a tocarme para él, lamer mis senos y masturbarme mientras él me miraba y susurraba “Estás más rica de lo que te soñé”, “Qué culo delicioso ese que tienes”. Su pene pasó entre mis tetas, golpeó con la punta mis pezones y jugó con ellos mientras yo pasaba la lengua por la punta de su delicioso falo. Me dí la vuelta dejando a su disposición mi culo, todo esto fue una proeza tomando cuenta lo reducido del espacio. Él prefirió ir por delante y gracias a lo mojado de mi conchita su pene entró de una sola envestida con la cual no pude evitar largar un gemido lleno de placer. Era mejor que en mis más lujuriosas noches de masturbación, se movía delicioso, sabía lo que hacía y como, no demoré en llegar gracias a sus fuertes y rítmicos movimientos de cadera acompañados por palmadas en mis nalgas y frases lujuriosas. No alcanzaron a pasar 2 minutos cuando sentí un segundo orgasmo luego de escucharlo decirme “Esas falditas, esos escotes, esa manera de caminar… Dios, las ganas que tenía de violarte sobre mi escritorio”. Luego sentí esa corriente caliente dentro de mi vagina acompañada por una disminución de la velocidad y un suspiro profundo. “Ahora me puedes violar donde quieras, cuando quieras… jefesito”.

Nada más se dijo, Daniel salió primero. Yo me quedé intentando acomodar el vestido y la conciencia. ¡Mierda! Como me culpaba la imagen de mi novio con rosas en la mano, pero como me agradecía mi cuerpo por aquel momento que le había regalado de la mano de Daniel. Las cosas no quedaron sólo en aquella experiencia en el baño, esa noche cuando mi jefe me llevó a mi casa luego de la reunión me hizo el amor nuevamente en la misma cama donde tantas noches había llegado de mano de mi novio. Me beso y acarició toda, con tal experticia y suavidad, con tal delicadeza que me hacía sentir única… que me dejó pasmada mientras me tocaba y no me permitía reaccionar, con cada beso que nos entregábamos me clavaba más en él y él en mi. De ahí en adelante cualquier lugar fue susceptible para que hacer el amor con mi jefe. En el baño de su oficina, sobre su escritorio, en cualquier cantidad de hoteles de lujo o moteles bizarros, la verdad poco o nada me importaba el lugar… sólo me importaba esa dosis de vergazos acompañados de caricias y cariño que sólo mi jefe me entregaba. La culpa no se hizo esperar y a medida que me convertía en “La moza de mi jefe” también me transformé en su amiga, luego de que los dos cansados ante el inmenso orgasmo en la garganta nos recostábamos a descansar, hablábamos horas y horas de cosas sencillas y profundas, de lo cansados que estábamos de ser parte de la sociedad maniaca o recitábamos rimas de Beccer. Me estaba enamorando de mi jefe, locamente. Peleaba con mi lógica a diario mientras más me alejaba de mi pareja, él lo notaba, sus ojos tristes estaban llenos de las dudas que no me formulaba, un día, llegando con una caja de chocolates y pizza para comer a la luz de las velas, hablamos… sin valentía de confesarle nada lloré como una niña en su pecho y le pedí perdón de mil formas, con cada lágrima. No podía más con la carga, mi mente y mi corazón entraron en una balanza donde alguna de las dos tenía que perder.

Esa mañana de Lunes me desperté con un ataque de “locura lógica” y justo cuando Daniel llegó a la oficina pedí hablar con él, sin dudar y quizás adivinando en mis ojos lo que pretendía me invitó a pasar de inmediato.

- Cuéntame Ángela. ¿En qué te puedo ayudar?

- Me voy, Dani.

- ¿Necesitas un permiso especial para algún turno médico?

- No Dani, viajo a Colombia por las fiestas y por tanto renuncio.

- ¿Regresarás a Argentina?

- Sí.

- ¿Volverás a laburar conmigo?

- No.

- ¿Por qué? – Se notó algo de nostalgia en la forma que formuló la pregunta.

- No es correcto seguir con esto Dani. Tu esposa y mi novio no se merecen lo que estamos haciendo, si yo regreso a esta oficina seguiría alimentando pasiones que no deben existir más. Te agradezco todo lo que aprendí, todo lo que tu cuerpo me enseñó y todo lo que tus labios me inspiraron pero me voy.

Acto seguido Daniel se puso de píe y caminó hasta donde me encontraba parada, me abrazo fuerte, apretándome contra el pecho y susurró en medio de un suspiro cortado: “Vos, me regresaste la vida, el que debe agradecer soy yo”. Le di un beso suave en los labios, luego pasé la mano por su rostro donde los años empezaban a dejar marcas, luego todo fue silencio.

Nunca supe nada más de él.

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