Guía Cereza
Publicado hace 12 años Categoría: Fantasías 1K Vistas
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Cafeína, marihuana, vino, cerveza, quizás ron. Fin de mis recuerdos de la noche anterior, Me levanté a la mañana con un dolor de cabeza que me partía en dos: “Éste techo no es mío y esa espalda no es la de mi novio”, fue mi primer pensamiento de la mañana… me levanté, algo angustiada y nerviosa, tratando de levantar del piso lo poco que tenía de dignidad… y el vestido. Este vestido tenía la propiedad de que cada vez que me lo ponía era quitado a la noche por unas manos que no eran las mías. Azul, demasiado corto y strapless, una maravilla para el ojo masculino y mi perfecto disfraz de puta.

La noche anterior había salido en plan de amigas, el vestido había sido más por casualidad que por intención (De ahora en adelante tengo que tener cuidado cuando lo use). Recuerdo estar en la terraza de aquel bar disfrutando la noche de primavera mientras que Zeppelin sonaba de fondo, luego a mi mano llegó el porro… fumé tranquila, jamás había estado fuera de mi misma cuando fumaba, todo lo decidía con la lógica de una madre (Una madre drogada, pero una madre) por eso a “Las chicas” les gustaba salir conmigo, en más de una ocasión las salvé de terminar en camas desconocidas – O un barranco. Desconozco que pasó después, el vino, el ron, había tomado demasiado café en el día… no soy una mala chica, siempre estoy en mis sentidos y sólo me desordeno un poco una vez cada dos o tres meses, luego mi cuerpo me pasa factura por semanas… así que pienso mucho en volver a hacerlo.

-  ¿Tu nombre? Me sorprendió una voz que venía desde la cama. Salté. Estaba profundamente sumida en mi cabeza, o las dos partes de ella.

-  Laura – mentí mientras me ponía las sandalias. No me interesaba saber el nombre de mi interlocutor, yo sólo quería salir de ahí.

-  Manuela, un gusto. Me respondió la voz. En medio del delirio de mis pensamientos no me había dado cuenta que la espalda a mi derecha esa mañana no era de un hombre sino de una tal Manuela que ahora me hablaba con naturalidad.

Mi mente frenó en seco: ¡Pero si soy heterosexual! ¿Qué hago despertándome al lado de una mujer?, me volteé tratando de confirmar que quien me hablaba era realmente una dama y no un hombre con carencia de testosterona. Manuela estaba sentada en la cama, cabello negro muy corto, impresionantes ojos azules y un tono de piel canela, con el torso desnudo, dejando ver unos redondos y delicados senos, solamente se cubría con una sábana sobre las piernas.

-  Tranquila, dijo con tono suave. Eres bastante más grande que yo, no puedo hacerte daño y según la angustia de tu rostro sé que no recuerdas nada. Así que siéntate, te traigo un café.

Se puso en píe y caminó unos pasos fuera de la habitación, era un departamento pequeño, mientras el café se preparaba empezamos a hablar.

- Dime la verdad: ¿Recuerdas algo, Laura? – Empezó preguntando mientras yo detallaba el entorno que me rodeaba, libros, un par de hojas en el suelo, una tele, varios cds.

-  Sinceramente nada. Sólo sé que estaba con mis amigas, fumé algo de marihuana y.. no mucho más que eso, supongo que me superó el licor.

- No eres presa fácil, Laura. Totalmente salida de ti rechazaste a todas y cada una de las propuestas que recibiste. Te miré toda la noche, estaba perdida en lo espontaneo de tus movimientos.

-  ¿Y si rechacé todo tipo de propuestas porque estoy ésta mañana acostada al lado de una perfecta extraña? ¡Hasta hace 10 minutos era heterosexual!

- Muy cerca de la madrugada un extraño empezó a propasarse contigo. Yo sencillamente lo retiré y te traje acá conmigo. En mi casa no te pasaría nada y yo por lo menos podría saber tu nombre.

-   Pero ¿Y luego?, ¿Por qué las dos estábamos desnudas en la misma cama?

-  ¿Quieres detalles o te conformas con el hecho de saber que tuviste tu primera experiencia homosexual con una perfecta extraña que ahora te prepara café? – Me dijo entregándome la taza humeante.

Balbuseé un segundo. Aunque era declarada heterosexual, siempre rondó por mi cabeza la duda de cómo sería estar con una mujer. Había tenido mi primera vez absolutamente ebria con una perfecta desconocida, que según su versión, me había salvado de un “malvado”. Creo que merecía escuchar cómo fue que sucedió todo.

-  Llegaste, sobre el sofá de la sala entre ebria y drogada hablabas sobre las alas, alas que se intentaban desplegar aunque estuvieran pegadas a los costados de tu cuerpo, esas ganas de volar y ser libre. Hablabas, durante 15 minutos todo tipo de reflexiones salieron de tus labios, yo te escuché paciente, tienes un tono de voz muy agradable. Cuando decidiste recostarte en el sofá besé tus labios, no pretendía nada más. Pero tú me respondiste y suavemente tus manos se engancharon en mi cuello. Cuando intentamos detenernos era demasiado tarde para las dos, así que disfruté como tus manos acariciaban mi cara, mi cuello y mi nuca, empecé a acariciar tus piernas, me sorprendió la suavidad de ellas… me quedé enganchada a tus labios, al baile de tu lengua en mi boca y a la delicadeza de la piel de tus piernas. Tus manos empezaron a bajar por mi espalda hasta encontrarse con el final de la blusa, ahí empezaron a subir lentamente… empezaron a dibujar círculos por mi columna y luego aplicar algo de fuerza en mi cintura. Algo de mi sabía que nunca habías estado con una mujer, pero conocías tanto lo que te gustaba que te hicieran, que me asumiste como tu reflejo.

La respiración de Manuela se tornó algo cortada, su pecho se movía entre suspiros, al parecer lo sucedido horas atrás estaba demasiado fresco en su memoria y vivía cada beso nuevamente mientras lo narraba. Yo guardé silencio y me dediqué a verla y escucharla, como trataba de ocultar de mis ojos el placer que evidentemente le generaba. Ella continuó:

-  Susurraste algunas palabras a mi oído, no recuerdo exactamente qué. Sólo sé que minutos después estábamos en ésta misma cama, recostadas una al lado de la otra besándonos y recorriéndonos con las manos, tus piernas estaban entrelazadas con las mías, tus manos bajaban por mi espalda, mi cola, mis piernas mientras que las mías hacían lo mismo – Susupiró delicadamente mientras agarraba con fuerza la sábana que la cubría -  Me quitaste la blusa casi sin que me diera cuenta y empezaste a besar la parte alta da mi pecho con ternura, eran besos suaves y lentos un tipo indeterminado de caricias con tus labios, no recuerdo nunca antes haber recibido tanta dulzura y erotismo en un beso. Luego desnudaste completamente mi torso y tu lengua empezó a bajar suavemente por medio de mis senos, tus manos acariciaban mis pezones. Mientras tú disfrutabas de mí, yo empecé a quitarte ese vestido que llevabas, aunque la verdad, a esa altura sólo cubría tu cintura: tu cadera y tus senos ya habían quedado totalmente expuestos, sólo quería más comodidad, poder besarte en absoluta desnudez. Me sacaste la falda con la misma suavidad que me dejaste sin blusa hace unos instantes; recuerdo la textura de tus manos arrastrando la tela hasta mis pies, estábamos ahí las dos únicamente cubiertas por el cuerpo de la otra y una pequeña tanguita, tus labios delicados recorriendome. Te mandé debajo de mí y mis besos fueron bajando por tu cuello, pecho, senos, abdomen, me quedé un rato en tu ombligo mientras tú acariciabas mi cabeza, dejando que fuera yo quien manejara el ritmo. Tus piernas se abrieron, invitándome a pasar, moví con mi mano tu ropa interior y empecé a saborearte, mi lengua se movía por tu clítoris duro, tu vagina completamente húmeda tenía un sabor indescriptible, un sabor salado y delicioso que generaba un doble placer en mí, primero la sensación celestial al sentirte en mí lengua y el sonido maravilloso que salía de tus labios cuando te mordía, un gemido casi angelical que retumbaba en la habitación. Tu humedad y la textura magnífica que mis dedos encontraron en tu vagina fueron el paraíso, tocar el cielo por segundos.

Manuela tuvo que detenerse un segundo y tomar aire en la cocina con la excusa de llevar las dos tazas de café vacías, su desnudez hacía más evidente la excitación que le generaba narrar aquella historia. Su piel erizada, su respiración agitada y la dureza de sus pezones eran los signos. ¿Qué habría pasado esa mañana si Manuela hubiera sabido que mientras ella me contaba los hechos de la noche anterior mi vagina completamente húmeda ardía en deseos de volver a tener aquella “primera vez”? Empecé a contraer mi abdomen y así generar algo de presión en mi vagina, respirar profundo y tratar de concentrarme en no lanzarme sobre la delgada estructura del cuerpo de Manuela. Jamás sabré que hubiera pasado si durante esa narración la taza de café hubiera terminado derramada en el piso y ella en mis brazos, yo sólo cumplo con imaginarlo.

Luego de volver de la cocina, el relato continuó, las manos le temblaban:

“Disfruté un rato metida entre tus piernas me apartaste, la humedad de tu vagina, la dureza de tu clítoris eran la mejor evidencia de que no era la única que se sentía completamente excitada. En un momento, empezaste a excusarte (de antemano) porque no sabías si lo que harías estaría bien hecho. Ahí empezó a bajar tu lengua por mi cuello mientras que tu mano acariciaba con suavidad mi cintura y mis caderas, tu cuerpo empezó a bajar y en medio de un suspiro tus dientes hacían maravillas en mis pezones y tus manos tocaban mi clítoris, tus dedos entraban y salían de mi vagina mientras que yo sólo cerraba los ojos y arqueaba la espalda disfrutando lo que hacías – Suspiró nuevamente -. Tus manos se posaron al final en mi cadera y te sumergiste durante minutos en mi vagina… te sentía lamer, pasar, rozar, morder suavemente. Te detuve y te pedí que te acomodaras de tal manera que pudiera hacer lo mismo contigo, durante un tiempo indeterminado no nos despegamos del sabor de la otra, la humedad de la parte sur de nuestros cuerpos se confundía con la saliva y el sudor del momento, deseé profundamente Laura que ese momento fuera eterno. Entrelazaste tus piernas con las mías y nuestro clítoris empezó a rozar, ligeramente fuerte y sensual, los movimientos de tu cadera y la mía conformaban una sinfonía perfecta. En ese momento me di cuenta de qué hablabas al inicio de la noche, sentí como tus alas me rodeaban y me hacían tocar el cielo, volé mientras tú volabas y te vi alcanzar el cielo en ese grito que ahogaste mientras tu espalda se arqueaba y tocabas tus senos con fuerza y mis manos tocaban tu abdomen. Fuiste lo que querías ser, eso te hizo absolutamente libre, en mis brazos. – Guardó silencio unos instantes esperando una respuesta de mi parte, yo silenciosa de alguna manera me negaba a creer que había estado con otra mujer la noche anterior y me reprochaba del mismo modo, no recordar nada -.  Luego nos cubrimos y despertaste a mi lado.

No supe que decirle, la besé delicadamente, agradecí la narración y me despedí, sin palabras ni promesas de reencuentros me dejó ir apenas cubierta con una sábana en el filo de la puerta, di media vuelta en la esquina jurando jamás olvidar aquello que no recordaba y deseando profundamente jamás olvidar a la extraña de piel canela y ojos azules.

Desde ese día, algunas noches, me pongo el vestido azul, ese que tiene magia,  y alisto mis alas, esperando volar junto a Manuela nuevamente.  
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