Guía Cereza
Publicado hace 8 años Categoría: Hetero: General 222 Vistas
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Pensé mucho sobre cómo empezar este relato.

Pensé, por ejemplo, empezar diciendo que me duele todo el cuerpo (especialmente la mandíbula por morder cierto hombro) y que mi mamá al verme tan cansada y descompuesta cuando llegue a mi casa pensó que estaba exagerando con el ejercicio. En parte, tenía razón.

O también pensé en empezar con una frase que me dijo el protagonista de relato antes de despedirnos, algo que puede resumir muy bien lo que pasó: el deseo, el afecto, lo mucho que una persona pueda gustar se demuestra con fuerza ¡con ganas!, el sexo plano que ‘une corazones’ es un absurdo. Quizás él no lo vio, pero a mí se me iluminaron los ojos, jamás me he atrevido a decirlo tan claramente: sin buen sexo no hay relación buena (y, aquí entre nos,  que un tipo no me dé como corresponde es el inicio del fin de una relación… eso y los cachos, porque me da asquito). Si no hay ganas, no hay nada.

Con este hombre estoy rompiendo todas las reglas (¿las reglas de quién putas?), pero al mismo tiempo asumiendo todo eso que siempre quise hacer, decir, vivir y que había temido… guardé en estos relatos, en el silencio, en las películas porno con las que me masturbaba todo ese deseo del que siempre me sentí culpable. Me sentí mal durante años por saber de quienes hablaban mis compañeros del colegio cuando se referían a cine erótico y pornografía. Me culpé al sentir que la figura de una mujer semidesnuda me daba cosquillas, me mojaba. Lamenté tener la necesidad profunda de gritar de placer cuando me penetraban y me sonrojé, un millón de veces, ante mi reflejo pensando que podría levantar las vergas que quisiera mientras caminaba; muchas veces, incluso, me cambié de ropa.

Por eso romper las reglas con este hombre implica más que tener sexo con alguien que me gusta, no ir a clase, atravesar la ciudad y mandar relatos eróticos para despertar ganas. Implica que ¡por fin! estoy siendo lo que soy… siendo libre. Y me encanta.

Así que sí. Quería volver a ver al hombre del cerebro jugoso y los brazos fantásticos con el que me acosté en la primera cita y que, por desgracia, desperdició su semen lejos de mi boca la primera noche.

‘Ven a mi casa y tenemos sexo salvaje’, me dijo. Claro, directo, conciso (prefiero mil veces el tipo que me dice lo que quiere que el que la decora, uno sabe en qué se está metiendo) y yo me senté a esperar que me ‘convenciera’ mientras me tomaba un café. Entre mi ‘ya voy para allá’ y verlo pasó cerca de una hora. Sin saludos románticos ni ‘como estás de linda’ eso acá no va.

Justo en frente de la puerta de su casa me paré muy de él, cerquita, muy cerquita… y su mano rozó mi cintura y mi cadera… mis labios, sutiles, pasaron suavemente cerca de sus labios y besaron ligeramente su cuello. Volvió el olor de maderas, alcohol, ceniza de su cuerpo. Volví a sentir como el ritmo de su respiración cambiaba por la cercanía, y callé las voces en mi cabeza. Nada quería más que estar ahí, en ese momento.

El espacio conocido: su cuarto y las conversaciones circunstanciales: no importan. Hace parte del protocolo quitarse los zapatos por sí mismo y asumo que todo lo demás le corresponde al otro. Nuevamente los besos, y los labios que se encuentran como haciéndole un ritual previo a la batalla que luego vivirán los cuerpos. Él, sus brazos gruesos, su piel suave y sus manos expertas… ahí, en ese campo de lucha y fuerza que arman dos deseos que se buscan y se encuentran… dos cuerpos que luchan, a toda costa, por demostrar el poder que tienen sobre el otro mientras le propinan el mayor placer posible. Amo ese ritual.

‘Quiero terminar en tu boca’ ¡Cada segundo que me demoré escribiendo el relato anterior fue recompensado en esa frase!

Arrodillada, frente a él, empiezo a hacer una de las cosas que más disfruto: chupar una verga. No sé qué tal lo hago, jamás me han dicho nada ¡pero cómo me gusta!, quizás no es más que la sensación de poder que se me concede y que, el resto del tiempo, suele estar en manos del otro.

Inicio, un lengüetazo rápido por la punta y luego paso la lengua de los testículos a la glande tratando de no discriminar ni un centímetro. Él lo sostiene con su mano y yo meto lo que puedo a mi boca. Ejerzo presión con los dientes protegidos por mis labios en algunas partes del su falo, lo tomo y muevo la mano de arriba abajo. Repito el proceso varios minutos hasta que veo como de la punta va saliendo el primer líquido: disfruto de su sabor… salado, amargo, glorioso.

Siento su mano en mí cabeza, intenta tener control sobre algo y juega, desordena y jala mi pelo. Veo, desde abajo, cómodamente arrodillada ante él como sus ojos se inyectan de placer y miran al cielo, como su boca se abre ligeramente esperando recuperar el aire, quizás intentando decir algo. Lo miro desde ahí con los ojos llenos de deseo, el cuerpo fuerte e imponente disfruta gracias a mi lengua. Trato de meter su verga por completo en mi boca, y fracaso. Igual me siento todopoderosa. No quiero detenerme. Espero con ganas y, al mismo tiempo, ruego que se demore la advertencia de que va a venirse. ‘Llego’ es todo lo que escucho.

Entonces abandono el juego cíclico que venía disfrutando tanto y me dedico únicamente a la punta, la protejo bien en mi boca para que ni una sola gota de semen se desperdicie. Salado, amargo, glorioso… su orgasmo en mi boca.

‘Yo puedo’ es lo primero que escucho, me río y voy por la botella de agua que compré para la ocasión. Mientras le doy un par de sorbos y aún vestida pienso que sería el colmo si no lo hiciera… jamás dudé de sus capacidades de recuperación pero tengo que confesar que me sorprendió que en menos de tres minutos estaba completamente listo.

Retiro cualquier cosa que pudiera haber afirmado anteriormente sobre su ‘inmovilidad’ mientras yo estaba sobre él semanas antes. Un beso, beso que se desliza por mi cuello y termina en mis senos, cierro los ojos y me entrego a lo que él quiera. Su mano, baja a mi vagina y, nuevamente, demuestra su impresionante capacidad para provocar placer infinito, es precisa, rápida, mantiene la presión adecuada y sabe qué hacer en el momento indicado. Obviamente en mí sólo humedad y ganas ¡muchísimas ganas!

Acaricio su cabello, paso mi mano por su espalda ancha y sus hombros fuertes. Dejo que él se encargue, le confío mi placer. Adiós a mi pantalón y a su camiseta. Su mano continúa regalándome pequeños corrientazos que se van esparciendo por todo mi cuerpo, toman mis piernas, mi espalda, mi pecho. Su cuerpo sobre el mío, sudor, calor, humedad… los susurros en el oído que ahora no se pueden recordar: peticiones explícitas, manifestaciones de placer ¡cómo me gusta tu cuerpo, por Dios!

Él sobre mí, la respiración fuerte y entrecortada en mi oído. La punta de su pene juega con mi clítoris anticipándome lo que será una de las mejores embestidas de mi vida. Su falo entero entra de golpe sin ningún problema, un ligero gemido sale de mi boca, la humedad es tal que siento solo un poco de  la estrechez propia de no haber sido penetrada ¡y de tal manera! en dos meses. Su cuerpo entero funciona con la misma habilidad que sus manos. Toma mi cadera y empieza a penetrarme muy profundo, mis piernas lo rodean y mis brazos se aferran a él. Le susurro al oído que lo haga duro, muy duro… y él aumenta la velocidad, la respiración de los dos se agita y yo no puedo evitar gemir ligeramente ante el placer. Baja la velocidad nuevamente para darme algo mejor: su pene sale casi por completo y vuelve a entrar a mí cada vez con más fuerza. Toca todo mi cuerpo, lo acaricia sin reservas: nada está prohibido.

Entonces, bajo sus brazos, suplico que ese momento sea eterno, que jamás deje de darme y yo, jamás me canse de recibirlo. Más embestidas, más placer, más humedad. Lo abrazo con fuerza y mis uñas se entierran en su espalda: una estela de luz pasa por mis ojos cerrados e, invasivo como un trueno, una explosión de placer estalla en mi clítoris y se expande a cada parte de mi cuerpo, ahogo el grito…  mi primer orgasmo del día.

Pero, evidentemente, no quedó ahí.

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