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Eyaculó copiosamente, debajo de sus raidos pantalones. Él sintió vergüenza. Pasaba toda vez que la veía, la deseaba de forma animal y sexual, así sin más; el instinto no tiene nada que ver con belleza, a uno le para la verga, lo que le para la verga y punto, y ella hacía que se le parara. Eyacular en presencia de alguien o algo que le produzca esa reacción no debe ser una experiencia desafortunada a pesar de que el orgasmo y la eyaculación no son sinónimos del placer masculino, y que el tiempo fue relativamente corto entre el impulso erótico y la respuesta eyaculatoria.
La situación le avergonzaba por el lugar donde se produjo, el bus de la línea circular, una ruta que como su nombre lo indica circula literal y jodidamente, por toda la puta ciudad. En un recorrido aburrido y abrumador, hasta llegar a su destino. Ella seguía ahí, de pie, él la miraba de soslayo de forma alternativa, adivinando la forma de sus piernas, el pelo de su pubis y las olas de su abdomen.
El ruido del ambiente y los vendedores de dulces, hacían que el calor fuera más insoportable, y acentuaba los olores humanos, a pedo, grajo, perfume y a mierda revueltos, y ahora debería agregar el agrio aroma a semen, de su semen.
Ella no sabría nunca que él eyaculaba con solo verla, así sin más, desconocería que era el fetiche de alguien, que tenía su pervertido particular, su eyaculador masturbador compulsivo. Ella ignoraría que ese tipo, anodino y atractivo al que ella miraba a hurtadillas, eyaculaba solo con verla. Él nunca le dijo nada, absolutamente nada. Pudieron haber sido felices. ¿Y a quien le importa?