continuación del relato:
https://guiacereza.com/relatosyexperiencias/ultimos-relatos/henry-el-mejor-amigo-de-antonio-mi-pareja
Antonio se comunicó conmigo por la noche y se dio cuenta de que algo andaba mal conmigo. Le dije que no era nada, que solo lo extrañaba mucho, que la conversación de la madrugada previa me había dejado caliente y así volvimos a tener sexo virtual. Yo me calenté, y mucho, pero en realidad no por lo que conversaba con él sino por el recuerdo de lo que había sucedido con su amigo Henry.
Estaba realmente confundido. No sabía qué hacer… Henry era un patán pero me había obsequiado un orgasmo formidable, tal vez el mejor de mi vida, y no podía dejar de pensar en él. Pasaron los días y yo estaba desesperado por tener sexo nuevamente con Henry. Así que una noche no pude más y luego de despedirme por teléfono de Antonio decidí buscar en su libreta el número de Henry. Lo encontré y lo llamé.
Henry respondió asustado. “¿Antonio? ¿Todo bien?”, dijo. Yo respondí diciéndole que no era Antonio, que era Santiago, su pareja, que Antonio aún no regresaba de Brasil. Henry sonrió y me dijo “habla, uón”. Sin pensarlo, le pregunté si no quería darse una vuelta por el depa, que era de noche y tenía un poco de miedo, y que necesitaba un hombre bien macho a mi lado para que me cuide. La respuesta de Henry me dejó de una sola pieza: “no, hoy no pasa nada, maricón”.
Solo atiné a cortar la llamada y a ponerme a llorar, no sé si por el rechazo o la arrechura frustrada. Estuve llorando un buen rato hasta que decidí meterme a la ducha; la situación me había quitado todo deseo sexual. Cuando terminé de bañarme escuché el timbre y acudí a abrir la puerta en toalla; total, ya iba a acostarme. Grande fue mi sorpresa cuando abrí la puerta y vi a Henry.
Él entró como Pedro por su casa y me preguntó si estaba “sola”. Le dije que sí, que estaba “solo”. Apenas cerré la puerta Henry me quitó la toalla con violencia y me agarró de un brazo. “Y estás calatita para mí”, dijo, y me metió un chape con la boca tan abierta que apenas podía yo respirar. Estuvo así un buen rato pero ya me estaba asfixiando, así que lo empujé un poco para que me dejara respirar. Henry me tiró una cachetada bastante sonora y me advirtió: “aquí el hombre soy yo”. Y me metió otro chape; esta vez yo abrí la boca por completo para que su lengua pueda entrar hasta mi garganta mientras su mano derecha apretaba mis nalgas y la izquierda pellizcaba mis tetillas. Dejaba de besarme y yo aprovechaba para respirar mientras él me lamía las tetillas, lo cual me llevaba al cielo. “¡Me estás haciendo sentir muy rico!”, le decía yo. La excitación me hacía decirle cosas como “qué rica lengüita tienes, papi”, “hazme tuya”, “llévame al cielo”… y entonces Henry me dio otra cachetada. “¡Cállate, puta! ¡Tú hablas cuando yo te ordene!”. Eso me afectó y me puso triste. “¿Por qué me tratas así?”, le pregunté. “Porque me provoca”, me dijo. Y me abrazó tiernamente, lo cual me confundió e hizo estallar en llanto. “Ya, cálmate; disculpa si te hice sentir mal. No es nada contigo, eres la pareja de mi mejor amigo y me gustas mucho. Solo que haces que salga mi instinto animal. Me haces sentir macho y quiero imponerme”, me decía mientras secaba mis lágrimas con sus dedazos.
Yo empecé a temblar de frío. Estaba desnudo y sentí que me había bajado la presión. Henry me abrazó y me decía cosas para tranquilizarme. “Ya, tranquilo, ya pasó todo”.
Nos sentamos en uno de los muebles de la sala; él me abrazó y acarició la cabeza. Yo seguía desnudo y puse mi cabeza sobre su pecho, más calmado. Él acariciaba mi espalda desde la nuca hasta la ranura de mi trasero, muy despacio. Al comienzo sentía cosquillas muy ricas pero luego sus caricias me arrancaron un gemido de arrechura.
Me miró a los ojos por unos segundos y me dio otro besos de aquellos… yo no podía más de la calentura y me colgué de su grueso cuello. Uno de sus dedos hurgaba en la entrada de mi culito. “Estás calientita”, dijo él. “Así me tienes”, dije yo. Y volvió a besarme mientras sacaba su pene del pantalón.
Me cogió con fuerza la cara y me dijo “ahora vas a obedecer a tu marido sino quieres que te caiga otra vez”. Yo le dije “mi marido es Antonio”, y Henry me abofeteó nuevamente. “¿Qué dijiste?”, preguntó furioso. “¡Antonio!”, dije yo. Me escupió en la cara y me embadurnó su saliva con la mano. “Ahora te voy a enseñar quién es tu macho de verdad”. Dicho esto, me obligó a chupársela.
Al comienzo me dejó hacer: se la mamé como había aprendido durante todos estos años y le arranqué gemidos de placer, pero al transcurrir los minutos me obligó a meterme todo su pájaro hasta la garganta, lo cual me hacía toser. Me cogía del pelo y me empujaba la cabeza hasta asfixiarme, “¡trágala y no soples, conchatumadre!”. Yo hacía mi mejor esfuerzo por alojar tremendo miembro en mi boca.
Estuvo violando mi tráquea como media hora hasta que decidió que era momento de penetrarme. Me tiró al suelo bocabajo y se puso encima de mí. Apuntó con su pene completamente duro y húmedo hacia mi huequito aún sin dilatar y me dijo “cómo quieres que te la meta, así o al hombro”. Yo traté de explicarle que mejor primero así y luego al hombro, porque al hombro me iba a doler cuando de repente el salvaje me clavó por completo la verga en el culo, arrancándome un grito desgarrador. “¡Idiota, me dueleeeee! ¡Salte, huevonazo!”. Pero Henry no se salió. El dolor era insoportable, pero me tenía bien cogido con sus brazos y piernas. “¡Cálmate, mi amor!”, me dijo, y me empezó a besar la nuca con ternura. El dolor seguía, pero lo cierto es que al cabo de cinco minutos ya no me dolía nada. Y empezó el mete y saca despacito, como solo sabía hacerlo él. Ahora, mientras lo hacía, sus manos acariciaban mis tetillas, su lengua lamía mi oreja, sus dientes mordían mi nuca, todo lo cual me hacía sentir en la gloria.
Henry sabía lo que hacía. Y debo decir que me daba más placer que Antonio, tal vez porque mezclaba delicadeza con brutalidad, mientras que Antonio me cachaba siempre con firmeza pero demostrando mucho respeto hacia mí (¡demasiado!). Henry no; él era un macho prepotente abusivo, sádico, vulgar, violento y dominante. Y me estaba volviendo loco. Se tomaba su tiempo: me lo hizo por hora y media.
De pronto, se anunció un orgasmo en mí y se lo hice saber. “Me estás haciendo tu mujer de nuevo”, dije y ya no pude más. Gritando, estallé y eyaculé con furia. Henry se quedó quieto encima de mí y luego reaccionó: “para variar, ya te llené como dos veces, pero me falta una tercera”. Y empezó a embestirme con demencia mientras me gritaba “¿te gusta así? ¿Así te lo hace Antonio?”. Y yo le dije la verdad: “¡no, Antonio no es tan macho como tú! ¡Tú eres más hombre! ¡Me haces sentir mujer!”.
Su mete y saca se volvía cada vez más y más brutal mientras me preguntaba “¿quién te lo hace mejor?”. Yo le decía que él. “¿Yo? ¿Y quién soy yo?”, preguntó. “¡Henry, mi semental, mi hombre, mi macho, mi marido, el padre de mis hijos…!”
“¡Aprieta el culo! ¡Sácame los hijos, rosquete conchatumadre!”, gritó Henry y me la empujó. Yo sentía las convulsiones de su gorda verga. “¡Eso, hazme tener hijos tuyos para que los críe Antonio pensando que son de él!”, grité mientras Henry vaciaba lo que le quedaba de leche dentro de mi culo.
Él soltó una carcajada ante la ocurrencia y, de los cabellos, me hizo voltear el cuello para darme otro beso con lengua. “Le estoy fabricando cuernos a Toñito”, dijo y se dejó caer sobre mí. “Voy a jatear con la cabeza dentro de tu culo, así si tengo ganas de mear, meo nomás”. Y se quedó dormido sobre mí, con su pene medio erecto dentro de mi culo. “