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Me he convertido en la madre de la caridad del sexo. Con la fabulosa ayuda de la internet, hombres de todos los puntos cardinales me buscan para que los calme. Escojo los que me gustan claro esta. Y los ayudo a venirse. Yo no me vengo, me pasmo, porque no los conozco, pero intuyo su necesidad básica insatisfecha, como la urgencia de ir al baño. Un extreñimiento sexual. Acudo como laxante para que fluya en ellos esa energía represada que tanto necesitan evacuar. Yo les ayudo y me exito pero poquito, la verdad es un acto de bondad... Quiero que duerman plácidamente, así que aunque no los conozco, intuyo y acierto en cuanto a la iguald en su género. Todos con las mismas angustiosas ansias, la misma petición de ayuda ahogada en sus gargantas. Todos lo quieren mostrar, todos lo quieren exhibir como "su precioso", su trofeo favorito, su dureza, su potencia y resistencia. No he visto alguno que se salve de su alegre perversión. Nacieron con esa debilidad, con esa carga larga y dura que los domina. Un pequeño fardo que se les crece desde su cerebro, a cada rato, o todo el tiempo, sin calma, sin pausa... Los acompaña hasta el fin de sus días, aunque por la vejez ya se les haya muerto en sus cuerpos, en su imaginación siguen intactas las ganas de meterlo, de poseer.
La misma locura colectiva los embarga y ellos no se dan cuenta pero yo sí. Soy la iluminada y vine para aliviarles sus trances antes de dormir. Generalmente los encuentro en su cuarto. Encerrados, aislados, cubiertos de sudor que intuyo huele a sexo reprimido. Entre las sabanas los veo con sus ojos abiertos, desorbitados, tan urgidos, tan perseguidos por sus propios pensamientos arrebatados. "Solo un poquito, mírame nada más, un ratito nada más. Déjame que te lo muestre, está duro por tí, aquí va la foto, no importa que no me los hayas pedido, es mi urgencia, mi vital urgencia, debo mostrartelo sin pudor".
Sexo urgido, sexo volcánico que necesita mi mecha, mi voz y mi atenta calma, porque necesitan que los mire, los observe hasta que por fin estallen y les llegue la anciosa paz escondida en mi regazo.