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Sexo público: Reconciliación y aventuras

Llevábamos más de dos años de conocernos, y más o menos un año de novios. Habíamos discutido fuertemente unas tres semanas antes de los eventos que voy a narrarles a continuación. No recuerdo el motivo de la discución, pero recuerdo que era un poco grave, y no nos habíamos visto en dos semanas. Pensábamos que era quizá la última vez que nos veríamos, así que yo había llegado preparado: Buen bohemio yo, llevaba una botella de un vino que nos gustaba tomar por ahí.

Una banda de Medallo que ahora suena mucho en Colombia estaba forjándose. El guitarrista, buen amigo mío, me invitó al toque que se iba a realizar en un Teatro en Bello, al norte de Medellín. Yo había estado pensando en ir, y cuando ella me confirmó que sí nos íbamos a ver, decidimos que el motivo fuera el tal toque.

Era uno de esos días en los que uno se levanta con la impresión de que puede hacerlo todo. Yo había estado tomando cervezas, porque ella siempre llegaba tarde a todo. Y me entoné, y esa sensación se intensificó en mí.

Nos encontramos a las dos o tres de la tarde en la salida de la estación Bello, del Metro de Medellín; ahí estaba yo tomando vino, sentado en una banca, cuando apareció ella con su sonrisa espectacular, su piel, como dice Juanes, color rojo atardecer y esos ojazos. Una mamasita. La vi y me dije: "No podés perderla." Se veía tan espectacular, sencilla, pero sexy, con una blusita y un pantalón apretadito.

Anocheció, y dando tumbos, llegamos al tal Teatro, una casa, en realidad, dispuesta de tal forma. Llegamos muy temprano para el evento, y nos sentamos a tomar más mientras empezaba. Tras el vino y mucha conversa en la que, si bien, seguíamos discordes, ya la complicidad, las miradas, el gusto y las ganas, se sentían, yo empecé a querer besarla, empecé a desearla, pero no se daba. Ella seguía molesta. La gente empezaba a notar la tensión en torno a nuestra conversación. No recuerdo las palabras, pero, brindamos, tomamos polas, y ella fue al baño. Ahí, noté que realmente había muy poca gente. Los dos del mostrador y otra mesa ocupada. Me dije: "Es mi momento."

Dejé mi bolso muy confiado en la mesa, le hice una última mirada a todo, y tipo nueve de la noche me fui al pasillo del baño, toqué en el de mujeres, y abrí la puerta del de los hombres. Ella abrió y me miró sorprendida, pero con ésa carita que inspira morbo, y en un movimiento la jalé, la entré al baño de hombres, y le dije con la respiración ya acelerada: "Perdona, pero esto tiene que ser rápido". Gimió pasito al escucharlo. Me decía que no, que no; y yo la miraba fijamente y le decía que sí. Empecé a besarla, a tocarla, a tomarla de las manos para que no se resistiera y a morderle el cuello. De esa manera, empecé a calentarla tanto como lo estaba yo. Empezó a darme besos ricos, a lamerme la boca, me tomó de la nuca con una mano y con la otra empezó a agarrármelo por encima del pantalón. "Qué rico como lo tiene de duro, dios mío, jajajajaja". Unas risas, y ya todo estaba dispuesto.

La tomé fuertecito de la cadera, de tal forma que su culo quedara a mi disposición, con mi mano derecha le desabroché la correa y con la izquierda le bajé de un tirón todo hasta las rodillas. La besé nuevamente y le agarré esas nalgas grandes, las agarraba con fuerza mientras ella me correspondía agarrándome el pene (aún encima del pantalón) y con ésos besos y ese toqueteo de unos minutos se terminó de forjar el camino al placer: La puse contra la pared, me bajé el pantalón hasta los muslos, y se lo metí. Traté de ser cuidadoso, de meterlo lento, pero, ella estaba tan mojada, que no hubo necesidad de ser prudente. Terminé de penetrarla y lo saqué completamente. Tras unas dos o tres repeticiones más así, ella me miró y con esa esa su mirada fija sobre mí, y mordiéndose los labios, empecé a embestir con más fuerza. La música afuera nos ayudaba (el baño daba al exterior del bar-Teatro ése). Serían las nueve y diez minutos de la noche.

Empezó a gemir y también yo. Recuerdo que se tomaba la boca con fuerza y ponía carita de sufrimiento y gozo al mismo tiempo. Era muy excitante hacerlo así, de la nada, peleados, en un lugar público, y con la adrenalina de saber que te pueden descubrir. Así que aceleré todavía más; le abrí un poco más las piernas para tener más facilidad, y dándole unas nalgadas no muy fuertes para que no nos oyeran, terminé de entregarme al placer desaforado. En cierto momento, tras haber aguantado gemidos prolongadamente, ella empezó a girar su cara para verme cogérmela, y a asentir y a morderse los labios. Se había venido. Estaba tan mojada que mi pene se deslizaba con la facilidad más absurda, y yo, aunque bastante caliente, estaba demasiado excitado como para evitar venirme. Yo sabía que le estaba gustando mucho, que le hacía tanta falta como a mí, porque se inclinó un poco más, se acomodó bien y me paró su culito para que la penetrara en una variación más comoda de la pose. Yo sabía que pronto me iba a venir, estaba muy caliente, y ella empezó a agarrarme de la cintura para darle todavía más ímpetu a cada nueva arremetida de mi pene hinchado. Llevábamos ya alrededor de diez o quince minutos ahí, cuando mis testículos se contrajeron, y sentí que me venía. Lo saqué y me vine en el lavamanos. Alta risa. Me lavé ahí mismo, junto con lo que por ahí se ensució, jaboncito, y peinada. Respirar profundo y agradecer a la vida por semejante polvo.

Nos besamos, nos reímos, y con la risa y las miradas: Adiós tensiones, por lo menos las más asperas.

Salimos y afortunamente, sin incidentes ni sospechas evidentes, regresamos a nuestra mesa. El trago nos había puesto muy calientes, y muy ariscos a esa altura de la noche. El sexo no implica necesariamente arreglar un problema de relación, pero, sí ayuda mucho, por supuesto. Sin embargo, aún no estábamos bien, no. Había que resolver cosas que marcaron un punto de inflexión en nuestra relación.

El toque estuvo bien, y tras el mismo, con la banda y la gente del evento nos fuimos al parque de Bello. Allá estuvimos hablando toda la madrugada, resolviendo, poco a poco, y tomando vino, y fumando ganjah. Como a las dos o tres de la mañana, tomamos nuestro rumbo, caminando, hacia la estación Bello, punto de partida de esta historia.

Más o menos a las tres y media la mañana estábamos en la estación. Tratando de evitar el peligro, nos hicimos en una banca alejada, para evitar que cualquiera, tombo o ladrón, nos viera por ahí dando papaya, con lo que quedaba de otra botella de vino, esperando a que el Metro empezara a prestar servicio para ir a mi casa. Hablamos, y nos abrazamos, y nos compadecimos del otro. Nos agradecimos mutuamente por haber soportado tanto para poder volver a estar bien.

Entonces, con lo que quedaba de madrugada, y a causa del frío, con mi humor particular, le pedí que me calentara el pene, con la excusa de que se me estaba congelando. Yo esperaba una sonrisa y continuar nuestra borrachera, pero ella terminó accediendo sin contemplaciones. A mí me encanta el sexo en lugares públicos, es uno de mis fetiches, y lo acontecido en el baño, me había dejado con el deseo sexual en las nubes. La única persona a la vista era un vigilante a unos cincuenta metros,a quien descubrimos por el humo del cigarro. Puse mi bolso y lo ubiqué en una superficie anexa a la banca, de tal forma que la visual del hombre se redujera.

Ella empezó a tocarme sin miramientos, yo me desabroché el pantalón, y ella, sobre el bóxer, y a menudo sin él, me iba haciendo una paja muy despacito. Yo sólo atinaba a decir cuánto me estaba gustando sentir su manito caliente, para no delatarnos, mientras ella lo hacía sin prisa, pero sin pausa. Yo le tocaba sus senos y le apretaba las piernas una vez que el vigilante se perdió de vista. Empezamos a besarnos, esta vez, ya con amor. Y entonces, dándonos besos y manoseándonos, nos abrazamos nuevamente y arreglamos nuestras diferencias definitivamente. Supe que no quería perderla, y en ese momento se hizo más vívido ese deseo. A menudo ya se veía circular a una u otra persona, y se llegaron las cinco, de repente. Nos tocó dejarnos iniciados. Ahí, me dije: "Cuando llegues, debes hacerle el amor a tu chica."

Es una hora y media de viaje hasta la estación de destino. En ese periódo de tiempo, y aprovechando que era domingo en la madrugada, no perdí oportunidad para pedirle que me lo agarrara, que me manoseara en público cada vez que se pudiese. Ella obedecía. Mientras íbamos hablando de pie, abrazados, y contra la puerta del vagón del extremo,  con una de sus manos me acariaba el abdomen y con la otra me deleitaba el glande, ocultando su accionar con una bufanda.

Una vez que llegamos a nuestra estación, tomamos el bus hacia mi casa, con tan buena suerte de que, como era de esperarse, éramos los únicos pasajeros que subían. Una vez hubieron descendido del vehículo todos los desgraciados que trabajaban ese domingo, nos ubicamos en la mitad del automotor, en el costado izquierdo, unos cinco puestos detrás del conductor.

El tipo iba amargado, pareció no notarnos. Esperó sus quince minutos obligatorios antes de poder ser despachado por su colega, tiempo en el cual mi chica ya había podido, por fin, sentirse libre de miradas ajenas para poder masturbarme como se lo había pedido yo unas horas antes. En ese momento, ya tenía el buso en el regazo, y bajo él, mi pene venoso y palpitante por la excitación, recibía las caricias de sus dedos, de sus dos manitos. Me masajeaba el glande con la yema de los dedos, y con el líquido preseminal y la delicadeza de su tacto, me empecé a excitar de tal forma que sentía ganas de clavármela allí, en el bus.

Pero lo que pasó fue todavía mejor: Tras haber estado cumpliendo con la tarea de forma bastante placentera, relevó su mano con su boquita, y sin esperarlo, sentí como se atragantó con él de un solo movimiento y se lo sacó y se lo metió otra vez, y empezó a darme un sexo oral increíble a las seis de la mañana en el bus. Yo estaba agradecido con ella, y con el universo, con la vida. Una fantasía cumplida. Miraba a menudo al conductor por el retrovisor, pero con mirada y gesto inmutable, seguía la ruta con la actitud del desgraciado que trabaja un domingo. Yo, en cambio, estaba en el éxtasis más puro, mi pene palpitaba de lo duro, y me incomodaba no poder sacarlo completamente a causa del asiento estrecho. Tenía ganas de introducirlo hasta su garganta, pero, no hubo forma de hacer nada. Miraba a los transeúntes, a la gente madrugadora, y mientras tanto, mi chica continúaba con su mamada espectacular, dándome un placer sin igual. Nunca he disfrutado tanto una mamada. A pesar de la incomodidad de las sillas del bus, ella se las arregló y estuvo chupándolo hasta que se hizo momento de bajarnos.

Cuando pisé tierra firme sentí que se me iba a explotar el miembro de lo duro que lo llevaba. Dolía. Nos apresuramos a llegar a casa; hacía sueño, frío y muchas ganas de coger.

Lo primero que hicimos al llegar fue ingresar a la pieza y besarnos rico. Prendimos un porro, y empezamos a decirnos cuán raro y especial había sido ése día. Puse rockcito suave, y entre el humo, la música, y la traba, nos dispusimos a cerrar con broche de oro la aventura sexual de ese fin de semana.

Aprovechando la oportunidad de poder hacerlo sin prisa, nos besamos hasta el astío, le deslizaba mis dientes con suavidad y lentitud por la espalda, sobre la blusa, y se la levantaba para hacer lo propio en sus caderas, mientras tanto, ella me aruñaba la espalda y me mordía el cuello. Empezamos a quitamos las ropas. Yo quedé desnudo, y ella quedó en su ropa interior: unas bragas y sus brasieres. La acosté. Le quité los brasieres y empecé a chuparle sus senos, mientras le iba pasando mi mano por su vagina mojadita sobre sus bragas. A menudo, le retiraba las braguitas, para darme vía libre con mi mano hábil, y fui rozando y apretando su vaginita contra mi mano. Ya sabía qué le gustaba, y lo puse todo en práctica. En pocos minutos, empezó a gemir, y tuvo un orgasmo con sólo estimular sus senos con mi boca, y tocarla un poco.

Entonces me besó una vez más. Sabía que ya estaba hecho, que era mía otra vez, indiscutiblemente. Estaba agradecido, y quise darle a ella, todo mi agradecimiento. Posicioné mi cabeza a la altura de su ombligo y besé su abdomen, mordí sus caderas, y lamí cuidadosamente su pierna derecha. La miré fijamente, y la volteé, y volví a lamerle la misma pierna, esta vez de arriba a abajo y esta vez en la contraparte... cuando llegué a su nalgas, mordí su muslo izquierdo muy cerquita a su vaginita,que ya se mostraba lista. Con ese mordisco, gimió, y yo me sentí invitado, y di el próximo mordisco en sus labios, acompañado de una lamida suave y firme para su clítoris. Se retorció y gimió más fuerte. La tomé de las caderas y la puse en cuatro, y metí mi cara en su culo, y empecé a comerme a besos y lamidas su vagina deliciosa. Estuve ahí varios minutos, sintiendo con mis ojos cerrados y mi mente trabada, la delicia de su sabor, la delicia de sus gemidos y sus movimientos al sentir como la masticaba pacito, como la lamía completica, como le metía mi lengua hasta lo más profundo que podía, y como a menudo, la sacaba para ocuparme esta vez de su ano. Me encantó chuparle el culito, también. Estaba en una especie de éxtasis sexual por lo que estaba hacíendole,  cuando ella no pudo más y se volteó brúscamente, aparentemente se había venido una vez más.

Yo la miré irreverente y quise regresar a chupar, pero me lo impidió poniendo su mano entre mis labios y su vagina: "Venga", me dijo, mientras me hacía una señal con su mano invitándome a besarla. Mientras me dirigía a su boca, ella me lo agarró y después de lamerme los labios y mordérmelos, me dijo pacito, pero con carácter: "Métamelo." Era como una orden. Y se tumbo nuevamente y me observó introducirlo.

Obediente, la penetré con delicadeza, y la sensación de mi pene mojándose en esa vagina tras haber sido estimulada por mi boca fue sencillamente deliciosa. Besándonos, la penetraba mientras nos apretábamos las manos y nos perdíamos en el placer de amarnos. Luego de cucharita, y luego de misionero otra vez. Por último, ya muy cansado, saqué mis últimas energías para embestirla en cuatro, después de que se inclinó completamente contra la cama para permitir que mi miembro pudiera entrar casi por completo.

Fue delicioso acelerar de esa manera, y poder sentirse tan adentro de su vagina caliente, y ella, muy condescendiente, hacía resistencia con la pared para intensificar cada golpe. "¿Hasta dónde me lo quiere meter, por dios?", me preguntaba excitada, mientras paraba más el culito, demostrándome que le gustaba, también, sentirlo tan adentro.

Fue poco a poco incrementando dicha potencia de cada nueva penetración hasta que mis gemidos se fueron increcentando y mis huevos, una vez más, fueron encongiéndose, augurando una venida cargada. "Me voy a venir", le dije. "Qué rico, sí, sí, véngase adentro, sí", me decía mientras, deseosa por mi semen, me tomaba de las manos y me jalaba hacia abajo, ayudándome a darle aún más fuerza al vaivén salvaje... Y así fue. Me vine adentro de su deliciosa vagina y caí, ipso facto, rendido, trabado, y bendecido, a su lado.

Ella se fue al baño. Al regresar, yo ya esperaba con otro porro. Fumamos, hablamos, y el sueño nos fue encontrando a éso de las 8 de la manaña.

"Hemos cumplido", fue lo último que me dije antes de dormir abrazado, aferrado, por fin, una vez más a ella.

PaisaOscuro99

Soy hombre heterosexual

visitas: 1067
Categoria: Hetero: General
Fecha de Publicación: 2020-11-04 05:07:19
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1 Comentario

Demasiado largo y agotador la parola que generó al principio se convirtio en una aburrida lectura.

2020-11-23 00:46:15