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Mi cuñada

Marcela, mi cuñada, es una mujer de unos cuarenta años, 1,70 mts de estatura, cuerpo bien cuidado, cara agradable, separada con razón por parte del exmarido, cuenta ella, y con una invariable buena disposición al sexo, al menos hacia mí. Pero, aunque en el pasado ella me hizo un par de insinuaciones y aproximaciones sexuales, yo siempre procuré mantenerla alejada de mí. No porque no me gustara, sino porque me parecía muy arriesgado. No obstante, ella nunca perdió la oportunidad para dejarme claro que que estaba a mi total disposición. Esta situación sin embargo cambió, y esa es la historia que voy a narrar a continuación

Hace unos meses mi esposa me sorprendió con esta propuesta: me preguntó si podíamos contratar a Marcela para que nos hiciera, en nuestro apartamento, una jornada de aseo una vez por semana. Con esto le ayudaríamos a ella porque esta actualmente desempleada, y a la vez nos ayudaría a nosotros para permitir que mi esposa quedara liberada en las mañanas del sábado de las labores de aseo, para poder ir al gimnasio. Yo no puse ninguna objeción. Quedamos en que ella vendría todos los sábados en la mañana. Normalmente yo trabajo los sábados en la mañana, con lo cual Marcela iba a estar sola en nuestro apartamento. La primera semana todo transcurrió normal. Cuando yo llegué al apartamento no estaban ni Marcela, quien ya había terminado su labor, ni mi esposa, quien no había regresado del gimnasio. Pero la segunda semana fue distinto. Yo regresé un poco mas temprano, y me encontré a Marcela haciendo sus labores. Mi esposa aún no había regresado. La saludé y rápidamente me fui para mi habitación con la idea de esperar allá hasta que Marcela terminara sus labores. Pero ella no tardó en aparecer en la habitación con la excusa de que le faltaba hacer algo allí. Mientras ella limpiaba algunas cosas, observé con atención la belleza de su cuerpo, forjado seguramente con la ayuda de muchas horas de gimnasio. Sus senos se movían sensualmente bajo su camiseta apretada, y obviamente sin la atadura de un brasier. Sus piernas, que sobresalían de una ajustada pantaloneta, se veían fuertes y bien definidas. Allí empezamos una conversación intrascendente. Luego ella hizo algo muy propio de su modo de ser. Mientras yo estaba recostado en la cama viendo TV, ella se fue acercando a la cama, se sentó y en forma decidida puso su mano sobre mi muslo mientras me decía:

-No necesitas nada de mi? Recuerda que en este momento soy tu empleada, y estoy dispuesta a servirte en lo que tu quieras-

La miré con cara de interrogación. Aunque sabía perfectamente de que estaba hablando, no me decidía a dar el paso. Sentía que era demasiado alto el riesgo. Pero ella no estaba dispuesta a ser ignorada.

-Acaso es que no te gusta como estoy vestida?- dijo mientras tensaba su camiseta sobre sus senos.

La tentación y las ganas de ver hasta donde llegaría ella me ganaron y entonces le dije retadoramente: 

-Esa camiseta no te queda del todo bien, deberías quitártela-

Ella arqueó sus cejas y me miró con algo de sorpresa por mi observación. 

-Recuerda que eres mi empleada en este momento. Puedo opinar sobre sobre tu vestimenta-le dije yo, recordándole sus propias palabras.

Ella, aceptó el reto sin reticencias. Se incorporó de la cama y se quitó con una gran habilidad la camiseta dejando en libertad absoluta sus magníficos senos. Eran hermosos. Ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Estaban coronados por una gran aureola color miel que contrastaba con la claridad de sus senos. 

-Te parece mejor así?- dijo ella 

-Pués la verdad es que esa pantaloneta tampoco me gusta, es muy fea- dije yo. Ya en ese punto el deseo superaba la prudencia.

Ella sonrió, y sin dudar ni por un instante se quitó la pantaloneta, quedando solo con una diminuta tanga. Posó así, altiva y orgullosa de su cuerpo, exhibiéndose ante mi sin ningún pudor. 

-Que tal así?- pregunto ella. Aunque ya ella sabía la respuesta. Sabía plenamente que me estaba seduciendo con éxito. Yo miraba ensimismado ese cuerpo fantástico. 

-Date vuelta, por favor- le dije en un tono que fue intencionalmente autoritario. Ella aceptó sin protestar. Sus caderas no decepcionaban para nada. Eran preciosas. Marcela a sus 40 años tiene un cuerpo espectacular, bien proporcionado y firme.

Solo después de unos instantes de estarla observando con deleite, me incorporé, me acerqué y le acaricié todo su cuerpo. Me deleité con el contacto de mis manos sobre sus caderas y sus senos. La abracé y ella pudo sentir el bulto de mi pene excitado bajo mi ropa. Cuando ella intentó besarme, la detuve. La volteé con algo de brusquedad y la recliné sobre la cama hasta que quedó arrodillada en el piso y con su tronco recostado sobre la cama, con su fabuloso trasero totalmente a mi disposición. Le arranque entonces con algo de brusquedad su tanga, me abrí mis pantalones y así, sin siquiera desnudarme, procedí a penetrarla por su vagina. La agarré de sus caderas para regular mejor el ritmo al cual mi pene entraba y salía e inicié un ritmo violento. Ella gemía de placer. Lo estaba disfrutando. Entonces cambié el objetivo. Introduje mi dedo índice en su ano, que lucía provocativo, y comencé a dilatarlo. Ella miró con cara de susto como queriendo decir, “que piensas hacer?”, pero yo no le di tiempo de negarse y empecé a introducir muy lentamente mi pene en su ano. Ella entonces empezó a literalmente gritar. Ya no eran los gemidos de placer de hace unos instante. Ya eran gritos. Cuando logré introducirlo totalmente, inicié a embestirla con un ritmo que se fue acelerando poco a poco. Estuvimos así solo unos pocos minutos. Llegué rápido. Eyaculé totalmente dentro de su magnífico culo. Cuando me retiré, de su ano emergieron chorros de mi esperma. La solté y ella se quedó allí acurrucada contra el borde de la cama recuperándose, mientras yo me fui para el baño para asearme. 

Vístete, no quiero que tu hermana te encuentre así- le dije antes de entrar al baño. Cuando salí, ya ella se había ido. Posteriormente no intenté hablarle.

Mi comportamiento brusco y casi grosero con ella no fue algo premeditado. Analizándolo con posterioridad, llegué a la conclusión que lo hice, de un modo no del todo consciente, como una forma de “castigar” a Marcela por interferir en el matrimonio de su hermana, y de “asegurar” que Marcela no quedaría a gusto. Así, esperaba yo, ella no me volvería a buscar.

Pero estaba equivocado con mi suposición. Extrañamente para mi el, resultado fue exactamente el contrario. A Marcela no solo le gustó mi trato brusco, sino que, desde ese día, se volvió mucho mas explícita en sus insinuaciones. Me rogaba que nos viéramos. Yo intentaba mantenerme alejado, pero ese demonio que llevamos dentro a veces me convencía de volver a verla. Volvía los sábados mas temprano, y entonces teníamos nuestros encuentros. Pero no eran encuentros “normales”. Eran relaciones de dominación donde yo la trataba como si fuera mi esclava sexual. Y ella asumía gustosa ese rol. En ocasiones solo le permitía que me hiciera sexo oral. Le exigía desnudarse, ponerse de rodillas, y hacerme una felación hasta que me descargaba en su boca. Le exigía que se tragara mi semen. En otras ocasiones le hacía sexo anal. No me importaba el nivel de sus gritos por el dolor de la penetración en su ano. Es mas, entre mas gritaba, mas me excitaba. Pero esto se fue saliendo de control. Me di cuenta de ello el día que le di una palmada muy fuerte en su rostro, como parte del ritual de dominación. Eso me asustó. Yo nunca había sido violento con nadie. Ella quedó con su rostro marcado por mi agresión y creo que también quedó muy asustada. Después de eso no volvimos, a vernos por mutuo consentimiento no expresado. No volví a propiciar los encuentros y ella no volvió a insinuarlos. Ambos comprendimos, sin haberlo discutido, que esa relación no era viable. 

Jot

Soy hombre heterosexual

visitas: 2120
Categoria: Hetero: General
Fecha de Publicación: 2021-02-01 17:33:24
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1 Comentario

Como loco

2021-04-19 21:40:12