Yo no estaba acostumbrado a esperar y mi esposasiempre ha respondido muy bien a mis deseos. Le encantaba sentir mismanos seguras en su cintura. Me gustaba abrazarla por la espalda, mientras lavaba los platos del almuerzo. « ¡Gus, ¿qué haces papi?!»,me gritaba asustada por la disimuladasorpresa. « ¡Detente, amor!», Me sonreía,salpicándome la cara con los restos del jabón de platos que resbalaban por sus dedos húmedos.Mientras,pegabala curvatura de su espalda a mi cuerpo.

Me complacía quedarme allí detrás, muy apretado, siguiendo el compás de sus nalgas mientras enjuagaba los platos, cacerolas y vasos, iniciando una frotada de verga bajo mi pantaloneta con las que tanteaba su disposición al manoseo previo .

« Ya, Gus, por Dios», Me suplicaba, cogiendo una de mis manos, ya caliente, y dirigiéndola a su sexo. Yo se lo apretaba entero y luego con dos dedos recorríasus labios cerrados. Frotaba mis dedos sobre su vulva y clítoris, sobaba cada centímetro de su cueva vaginal, antes de comenzar la presión por el centro de vagina, haciendo que empezara a soltar gemidos entrecortados. Mis suaves y delicadas caricias clitorianas eran la llave que abría todas las puertas.

«entra por mi colita , mi amor», Me pedía entoncesinclinándose sobre el mesón de la cocina y tirando hacia abajo supantalón de la pijama, unas tangas de algodón y yorespirándoley susurrandomi excitación al oído. No existía una tarde mejor de domingo. Yo, entonces, resbalaba dos dedos en su vagina en busca de su miel, y los sacaba mojados ydispuestos a dilatarle el culo. Ella solo gemía suavemente «Despacito por favor, despacio», Merepetía siemprea pesar de todos esos años de vivir juntos «Despacio, Papi, despacio, por favor», Me repetíacada vez , como en un ceremonial antes de la culiada , empujando el culo hacia mí, y yo entonces frotaba la punta de mi verga gorda y gruesa en su entrada analcon furia sexual , como si no escuchara loque me acababa de pedir . Es maravilloso contradecirse en confianza de los que se aman desde la entrega y la atención mutua. «Despacio, mi amor», Me pedía una vez más, mientras yo a agarraba sus caderas y empujando mi cuerpo contra ella, antesdedeslizarme dentro de la estrechez de su anillo dilatado y apretado.

La dejaba moverse a su ritmo mientrasrestregaba mis dedos sobre su vulva. Seguía masajeando yfrotando su clítoris en círculos suaves unas veces y pulsaciones más intensas en otras. Sentía mi dureza, elcalor subiendo y bajando de su culo en intensas oleadas de verga, despertando en ella escalofríosque le subían por la espina dorsal. Se le erizaba la piel de la espalda, sus pezones subían y bajaban erectos y su vientre se tensionaba como si estuviera a punto de estallar. Mis dedos aumentaban el ritmo de fricción. Clítoris y ano conectados en un profundo deseo incontrolable de placer, que parecían uno solo. El tiempode mis embestidas crecía y aceleraba. Nuestras respiraciones acompasadas en un fuerte ritmo de gemidos y susurros eróticos, con palabras obscenasde ambos. Sus gritos entonces pedían como loca «Dame fuerte. Ahora, papi. Fuerte», le escuchaba decir casi al final cuando el placer la inundaba en la agonía de sus primeros orgasmos.

Me apresuraba a satisfacer cada uno de sus deseos, a riesgo de llenar su culo de leche, antes de lo que le gustaba. La tensión de sus piernas, el temblor de sus muslos y las contracciones internas que la abordaban en cada uno de esos orgasmos clito-anales que disfrutaba en esos instantes, <>, sus gemidos duraban largos segundos. Entonces yo aprovechaba para descansar y tomar aire, antes de tomarlaintensamente de su cintura y llenarle el culo con mi verga enteray luego un fuerte metisaca,así, sin barreras ni restricciones. Cuánto le gustabaque la culiara así en la cocina. Y cuandoterminaba llenándole el culo de leche, ella solo gemíaen un susurro, mi amor, eres todo un maestro anal.