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“Si el Júnior gana, te dejas culear”, dijo mi jefe el día del partido. Historia de ficción (¿Parte 1?).

Soy de la capital. Una capitalina de esas que se sonrojan por cualquier cosa, porque crecí en una familia mojigata. Pero hace un par de años vivo en Barranquilla, porque me casé muy joven y mi marido me trajo a vivir aquí. Conseguí un trabajo en la alcaldía, aunque mi esposo insistía en que no era necesario que trabajara. Pronto descubrí que los hombres aquí son muy directos, siempre están excitados por una mujer joven y atractiva y, por eso, mi marido no quería que trabajara fuera de casa. Pero como buena capitalina, quise ser autónoma, sin saber en lo que me metía.

Fue así que llegué a trabajar en la alcaldía, por palancas de mi marido. Y no demoré en darme cuenta de lo difícil que es estar sometida a las miradas lujuriosas de los hombres todo el tiempo. Aunque no me morbosean sólo a mi, tal vez la curiosidad por una forastera les aumenta el deseo. Además, por rola e ingenua, empecé a ir al trabajo con faldas muy cortas y blusas muy ligeras, para aliviar el calor. Pero mis intentos por aclimatarme fueron leídos como un estilo sexy de vestir.

Los piropos eran constantes y rayaban en la morbosidad. Cuando menos lo esperaba, un saludo en broma venía con doble sentido y yo caía en la trampa. “¡Uy, Buenos días! Mucho tráfico hoy, ¿no? ¿En qué te viniste?”, me preguntó un día el secretario municipal de gobierno. “En un taxi” respondí yo estúpidamente. “Me imagino que se lo paraste al taxista de una... ¡El taxi, claro!!!” y todo el mundo reventaba en carcajadas sin que yo pudiera evitar sonrojarme.

Esos piropos tan atrevidos me llevaron al límite de la timidez en el trabajo. Después de unas semanas, no sabía responder un saludo sin sonrojarme. Llegaba a la oficina nerviosa y salía peor.

Además, nunca aprendí nada de fútbol. Pero un día, en la oficina, hicieron una polla por un partido entre el Júnior y Millos. Estando a punto de iniciar una reunión con el alcalde y su equipo, uno de los funcionarios invitó a todos a participar en la apuesta. Sacó un cuaderno y empezó a preguntar a cada uno el resultado del juego: “Júnior uno, Millos cero” decían unos, “Júnior dos, Millos uno”, dictaban otros. De repente me llegó mi turno y yo dije que no apostaba. Retumbó un quejido colectivo: “¡Aaaaayyyy!!! ¡Noooo!!!” , dijo el secretario municipal de salud secundado por todos. “¡Vas a tener que apostar por Millos, nena!!” dijo la secretaria de educación. Yo respondí que no sabía nada de eso, que no era hincha de ninguno e intenté una excusa, pero me quedé titubeando.

De repente, el alcalde se aclaró la garganta, como si fuera a exigir silencio para el inicio de la reunión. No era un hombre atractivo. Era un poco barrigón, aunque no exactamente gordo. Pero su estatura estaba muy por encima del promedio y su voz era muy gruesa.

Y justo en ese momento, me miró autoritariamente y dijo para que todos escucharan: “¡Aquí todo el mundo apuesta y tú también!” y mientras yo balbuceaba una protesta, sin quitarme la mirada de encima, apuntó con el índice al funcionario de la polla y le dijo: “Anota dos a uno a favor de Millonarios a nombre de Paula, que ella es cachaquita. Si gana, se lleva todo. Pero Paula, óyeme...” e hizo una pausa para garantizar que todos los presentes entendieran exactamente lo que me iba a decir, antes de añadir: “¡Si el Júnior gana, te culeo!”

Creí que me desmayaría de la impresión al oírlo decir eso. Creí que alguien protestaría a mi favor. En cambio, todos los presentes prorrumpieron en un grito de júbilo, en aplausos y aullidos: “Uuuuuuuuuyyyyyyy!!!!” gritaban unos y “Eeeeessssoooo!!!” aplaudían otros.

“¡Todos vamos a ver el partido de mañana aquí en la oficina! Vengan preparados para responder por lo que apostaron. Empecemos al reunión...” cerró diciendo, mientras me lanzaba una mirada morbosa y se acomodaba los genitales en un gesto obsceno.

Yo no podía creer lo que había ocurrido, temblaba de nervios y sudaba en una oficina con aire acondicionado a 16 grados. ¿Lo había dicho en serio? ¿O era sólo una burla? ¿Cómo era posible que los demás funcionarios participaran de ese chiste? Fui incapaz de mencionarlo a mi marido, de la pena.

Pero una parte de mi sentía una combinación de curiosidad y emoción por entender lo que ocurría. ¿Era un juego perverso de poner nerviosas a las funcionarias nuevas para ver si se adaptaban al ambiente masculino? ¿Qué estaba ocurriendo a mi alrededor?

Decidí entender qué estaba ocurriendo y hasta dónde llegaría este “chistecito”. Salí de la oficina directo al salón de belleza y le pedí a la estilista que me hiciera el mejor arreglo del pelo posible y las uñas también. Dormí con los cuidados necesarios para no estropear mi cabello y a la mañana siguiente madrugé, me depilé hasta el último rincón, me maquillé como si fuera a un evento de gala y escogí la ropa más ligera e insinuante que pude.

Esparcí mi mejor perfume con cuidado. Calcé los tacones negros mas finos que tenía, vestí una tanga negra con transparencias, con encaje en el elástico y un lacito en el coxis. Usé bra de encaje y transparencias. Y finalmente me puse un vestido muy fino, ligero, sedoso, con transparencias en el busto y los antebrazos. Me adorné con pulseras y aretes brillantes y pedí un taxi, cuyo conductor no paró de morbosearme las piernas descubiertas en el viaje.

Cuando llegué temblando de nervios a la oficina, todo el mundo estaba de uniforme del equipo local, menos yo. Al pasar con dignidad y actitud desafiante, todos gritaban: “¡Uuuuuuuuuuyyyyyy!!!! ¡Hoy el alcalde va a cobrar, nojodaaaaaaa!!!!”. Y tuve que escuchar eso cada vez que alguien pasaba cerca a mi escritorio, mientras temblaba de nervios. Ni siquiera pude almorzar.

Finalmente llegó la hora del partido, que transmitirían en la sala de juntas, a la que todos entramos. El alcalde me estaba esperando en la primera fila frente a la pantalla plana, con una silla para mí, ubicada a su derecha. Me acerqué caminando muy lentamente, queriendo mostrarle valentía, pero muerta de miedo por dentro. Él me ofreció la silla y, al sentarme, vi de reojo que su pene estaba erecto y palpitando bajo la tela del pantalón. El bulto se veía demasiado prominente para ser cierto y me pregunté si era efecto de la posición en que se sentaba, o de mis propios nervios.

En ese momento, el árbitro pitó el inicio del juego…

(Continuará: https://guiacereza.com/experiencias/post/68531/si-el-junior-gana-te-culeo-segunda-parte).

marcetvclst

Soy transexual, transito por el género

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Categoria: Fantasías
Fecha de Publicación: 2022-03-05 00:03:00
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1 Comentario

Chevere

2022-03-21 10:09:41

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