Guía Cereza
por: HHelena Publicado hace 2 años Categoría: Fantasías 1K Vistas
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No conocía el patio de aquella casa, pero no podía perdérmelo. Sabía que en la habitación de servicio hay una ventana que da a un cobertizo en el patio, pero nunca imaginé que el patio estuviera a reventar de cachivaches. Como si tratara de Misión Imposible, puse una mano allí, otra mano allá y luego daba un paso. Cualquier ruido habría sonado claro en ese silencio absoluto. Mi

—Qué mala suerte, pensé al verla, ¡está alta! —dije para sí mismo desde un subnivel.

Para ver tendría que saltar. Mejor busqué un objeto para estar más alto. ¡Y lo encontré! Puse justo debajo de la ventana una caneca de pintura y alcancé, no fue tan difícil. Y en mi primer vistazo los vi allí adentro. De inmediato agaché.

Estaban hablando, no entendí qué les decía Marlene, ellos parecían insistentes. Volví arriba, la curiosidad me vencía, y la vi acostada en la cama. La botella con la que jugábamos hace un instante estaba en su mesa de noche y ella tuvo la precaución de ponerla en el suelo mientras Camilo se acomodó a su lado. Y se besaron.

Vi que Felipe ajustó la puerta, se quedó allí como un guardia, sin perder detalle. En realidad no les preocupa la mamá de Camilo, pues ella habría llegado después de las siet. Tan solo evitaban que yo, quien debería estar en la sala jugando Play, me diera cuenta de lo que hacían.

Mis piernas temblaban, parecía un cobarde. Temblaban por estar parado en puntas de pie para tener una mejor perspectiva, y sí, también por los nervios. ¡Temía ser descubierto!

Descansé un poco. Eché ojo alrededor buscando qué usar para estar más alto. En un rincón había un mueble que prometía darme más altura, así que fui a observarlo. Al tantearlo, me di cuenta que era muy pesado. Pero elegí que ese sería y empecé a moverlo lentamente, a pesar de mi afán.

Me tomó más tiempo del que imaginaba, pero conseguí estar más alto y más cómodo, como un árbitro de tenis, o como un espectador en VIP. Ya encima, cautelosamente me ubiqué a uno de los lados de la ventana para no ser pillado. Y vi claramente a Felipe encima de Marlene... Ya estaban haciéndolo. Este tenía su pantalón y el interior entorchados, debajo de las sus rodillas. La besaba en sus senos, que eran redondos, grandes, pero parecían más blancos que el resto de su piel. Él intentaba penetrarla, pero ella se aferró al botón de su short impidiendo que lo desabrochase.

En esto se me endureció, sentí que se movía muy necio en mi bóxer, como un globo de serpentina que se infla y se extiende. Yo respiraba rápido, muy rápido, tan rápido como me latía el corazón. Allá adentro Camilo estaba medio recostado entre cama y pared y, al igual que yo, anda empalmado, pero este se lo había sacado todo. Era un tanto perturbador, pues no se está uno mostrando el pene erecto entre amigos todos los días.

Marlene le pidió que fuera a revisar que yo estuviera en la sala y las puertas aseguradas. Se me ocurrió que podría estar necesitando algo de intimidad para quitarse el short… o en realidad está preocupada por la casa. Tal vez son las dos cosas. Igual, Camilo no quería salir de la habitación. Obvio, ¡quién va a tener ganas de salirse! Sin embargo, me abrumó el miedo. —¡Qué tal salga y se dé cuenta que no estoy!... o peor, ¡dónde estoy! —pensé mientras dudaba en saltar, pero habría sido torpe, pues sonaría fuerte la caída.

Bajé sigilosamente y afiné mi oído para percibir el sonido de la puerta. Estaba allí asustado y, sin embargo, la sensación de excitación no mermaba, sentía ese deseo entre mi garganta y el pecho, como una sed de algo, muy intensa, que me ahoga. Ansiaba empujar con mi pelvis, empujarlo adentro… —¡No!, tengo que serenarme, necesito mi mente lúcida, podría ser descubierto —pensé. Esperé un poco. Cada segundo se hizo eterno. Nadie salía y yo allí agachado, como un felino que acecha.

Pasaron un par de minutos, me puse en pie y decidí revisar allí, abajo. Sí, sí, ahí mismo. Aún me sorprendía cómo podía ponerse tan duro… tieso como un pan francés y sensible como lo más frágil. Su aspecto sugería cierta amenaza, como un cañón de guerra. Y ahí cerca, abajo de mi ombligo, donde había de estar aprisionado por el elástico de mi interior, había un rastro de humedad, cristalina y brillante…

Me subí ágilmente y dije para mí: —¡no pierdas tiempo! —Entonces vi a Camilo en una esquina estimulándose con su mano. Felipe, en cambio, tenía el privilegio de estar sobre ella. Este levantaba su torso, intentando calar su pene en el espacio entre el short y su muslo. Inclinó su cabeza para mirarle su entrepierna y afinar su puntería. Y ella, con su busto desnudo y la mirada puesta en la misma parte, abrió sus muslos y ayudó con sus dedos a correr su short y quizás su interior.

Sus gestos y movimientos ponían en evidencia la tensión de los dos, la obsesión y el empeño mutuo de hacerlo entrar. Y yo no resistí más, metí mi mano allí abajo para aliviar un poco mi ansiedad. Me costaba hacerlo despacio, no había lugar para preocupaciones ni recatos, ni modales ni elegancia. A nadie que me observara en ese momento le habría agradado, ni le habría parecido estéticamente aceptable esos gestos que habría tenido ni mi forma de hacérmela.

Yo estaba bajo el efecto de esa placentera agonía, del impulso obsesivo del sexo. Afortunadamente, ahí en el cobertizo estaba claroscuro y por lo mismo no dudé en sacármelo, quedando en pelotas, más o menos igual que aquellos que estaban adentro.

Fui de nuevo a la ventana. Po lo visto Felipe había encontrado el camino a la gloria.

Ella se agarraba de las sábanas, jadeaba, tensaba sus piernas desde los muslos hasta los dedos de los pies. Y él exhalaba fuerte, como un novillo que resopla cada vez que embiste contra ella. Se detuvieron algunas veces. Ella se movía con locura y a él se salía, de suerte que debía encajárselo de nuevo. Marlene se impacientó, pidió que se apartara un poco y en un santiamén se deshizo de su ropa, quedando por fin completamente desnuda.

Ese instante de esplendor se metió por mis retinas hasta lo más profundo de mi mente. Mi corazón retumbaba muy fuerte en mi pecho. Me quedé viéndola sin precaución. Galones de adrenalina corrían por mis venas. —¡Dónde quedó mi miedo! Qué me importa…Sus caderas de hembrota resaltaban su cintura. Su piel, que de golpe había parecido canela, ahora se lucía más pálida, especialmente en su pecho y el área del panty. Esa capa de algodón negro cubría su pubis, pero sus pliegues vaginales emergían entre este. Ese instante alucinante duró tan poco como una breve discusión entre Camilo y Felipe, que ya no se trataban con la misma paciencia como cuando se turnaban para besarla en la sala.

Felipe se impusoy continuó encima de Marlene. Ella cerró sus ojos y abrió su boca para que escapara un gemido, con lo cual dejó saber que ya estaba recibiéndolo adentro, plenamente. Todo me colmaba de excitación. Me la froté tanto tanto que mi abdomen se retrajo fuertemente, como enconchando mi entrepierna, y tuve irresistibles contracciones que empujaron mi pelvis hacia adelante. Así, súbitamente salieron disparados unos chirretes de denso y blanco semen que se estrellaron contra la pared y se fueron escurriendo, como también escurrieron algunas gotas de mi pene. ¡Qué alivio! ¡Qué sensación tan plancentera!

Recobré la lucidez en breve, volví en sí. Me asomé a la ventana y vi a Felipe penetrándola. Se lo hacía duro, como un taladro hidráulico rompiendo concreto, y de la nada dejó escapar un largo y sordo gemido que anunció su orgasmo. Que lo dejó medio muerto, con su rostro en el cuello de ella. En seguida se puso en pie y su pene ya no tenía aquel aspecto de hace un rato, pero a Marlene le importaba poco su precocidad, pues tenía a su lado a un impaciente pretendiente, que solo le dio tiempo para limpiarse con una prenda que encontró a la mano.

Contemplé con éxtasis el cuerpo de esa mujer... Tendría unos diez años más que nosotros, tal vez veintiocho. Sin importar su trabajo doméstico, era sexy, tenía una sonrisa linda, impecable. —¡Cuántas mujeres envidiarían su figura! —pensé. Esta vez ella tomó con sus manos sus canillas y llevó sus muslos contra su abdomen. Mi pene, que estaba caído, hinchado pero blandengue, se entumeció otra vez cuando vi su sexo perfecto, con esa vellosidad natural y sus labios vaginales como un clavel florecido. Aquella abertura rosada, como carne viva y ardorosa, bellamente dilatada, estaba hambrienta.

Sin tregua, dedicando poco tiempo para admirarla, Camilo se lo puso en ese hueco. Su cabeza se hundió muy fácil, le entró todo de inmediato, como el sable en una funda, y así empezó a hurgarla desesperadamente. Un afán muy complaciente para esa dama que aún estaba a medio atender y que ya deseaba tales brusquedades. De suerte que, con las mismas ganas que gemía, sujetaba sus piernas para plegarlas y abrirse, abrirse lo más posible, tanto que pudiera recibirlo dentro, muy dentro, todo. Y yo, que deseaba y no deseaba estar allí, que deliraba por poseerla y a la vez temía que me viera, me masturbé sin tapujos, de pie, con mis piernas temblorosas, el pulso agitadísimo y mi costado arqueado.

Pronto surgió un estremecimiento entre mi vientre y la raíz de mis testículos y de nuevo despidió unas descargas de semen que se escurrieron por mi mano. ¡Qué emocionante y placentero! Quedé saciado enteramente. No sé cuánto tiempo pasé allí, pero las imágenes carreteaban rápido por mi mente. Casi no podía creerlo. Era de ensueño. Loquísimo.

Así, exhausto, me cercioré de que nadie estuviera viéndome. Rápido me bajé del mueble, acomodé todo en su lugar. Entonces decidí regresar a la sala, donde apagué los aparatos y desconecté todo. Y finalmente me marché, sin que nadie lo notara me fui a mi casa. Nunca se habrían imaginado que me di cuenta cómo terminó aquel jueguito de la botella, con sus verdades y penitencias.

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