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Adiós...un sábado por la noche.

El bus salió del terminal a la hora fijada, muy noche ya. Doscientos metros adelante el chofer se orilló, antes de salir a la autopista, para recoger tres hombres muy borrachos. Los tipos se subieron y se acomodaron en las sillas de adelante, siguieron hablando y hablando puras babosadas. La chica que iba en la segunda fila, molesta, se trasladó tres filas más atrás, al puesto 17 al pie de la ventana. Avanzaba el bus y las pocas luces de la vía se mostraban en el interior del vehículo. Cerró la cortinilla y trató de dormir. Los borrachos se turnaban en la charla y cada uno era más baboso que los otros cuando hablaba. Uno de los tipos, en una ida al baño de atrás, descubrió a la muchacha y se le acomodó en el puesto contiguo, el que queda al pie del pasillo. Mamita, está solita? le dijo y ella no le contestó. El baboso alargó su mano para tocarle la pierna, suave primero y después apretó, trató de subirla a los pechos de la chica pero ésta le retiró la mano con fuerza y se cambió de puesto para evitar al borracho. Otro de los tipos se le acercó y como conciliador,le propuso lo dejara sentar junto a ella, para espantar a los otros dos borrachines. Llegaron a su destino al amanecer. El hombre se ofreció a acompañarla. Ella no conocía la ciudad y se dejó llevar. Él quiso meterla a un hostal por horas, en un sector frecuentado por prostitutas. Insistió y nada pudo hacer, ella tenía la dirección del Hotel Europa a donde quería llegar y allá fueron a parar. Con frustración el hombre la dejó en el hotel. Días después, el hombre volvió y ella, endeudada ya con el hotel, le pidió plata prestada mientras le pagaban, pues ya estaba trabajando, en un almacén de artículos religiosos, cerca de una inmensa iglesia y un batallón del ejército.

Algo de simpatía tuvo la muchacha con el señor que insistía en halagarla cuando se encontraban. Para su cumpleaños, ella aceptó la típica invitación de comer pollo en un asadero y luego entrar a una residencia u hostal de paso, a comerse la gallina. La muchacha unpoco tímida entró al cuarto y él la siguió. De una en una se fueron quitando las prendas y cuando ella se desnudó, él observó la gran cicatriz en el abdomen de la chica y las muy notorias estrías, señal que le habían practicado una cesárea. Con timidez le contó que había tenido una niña, que la había dejado con la abuela. Pero como no fueron a contar historias, ella le dijo que eso sí, nadie la había montado, ni el papá de su hija, que a ella más bien le gustaba montar. Le amasó los testículos con delicadeza, el pene se lo fue metiendo lentamente a la boca, succionó y masturbó a su maduro y lo montó, saltaba alegre con ese trozo de carne en la vagina, eso sí en la penumbra, pues tampoco le gustaba con la luz prendida. Celebró su cumpleaños ensartada por la vagina, completaron su faena y él la acompañó a un nuevo lugar donde vivía. Ella se fue relacionando con gente, por el sector donde trabajaba, entre la iglesia y el batallón. Las beatas y los soldados iban a comprar estampitas, rosarios e imágenes. El maduro iba a veces a acompañarla al salir del trabajo, después de las seis, el sitio no era nada recomendable, menos para una mujer bonita y menuda como ella. Nunca supieron cómo era la relación entre el maduro y ella. Se fueron aburriendo con el tiempo, mientras ella les echaba el ojo a los soldados del batallón. El hombre mayor se inventó como una despedida y se la llevó un sábado por la noche a una zona de tabernas. Entraron pidieron media de aguardiente y ambos bebieron. De pronto, la chica se desmayó, cayó en el piso y el personal de seguridad acudió a auxiliar a la dama y al señor que no podía con ella. Llegó el taxi, empezaron a dar vueltas, ni el maduro ni el taxista sabían si llevarla al hospital o seguir dando vueltas mientras ella se recuperaba. El hombre le pidió al taxista que lo llevara a la oficina en un edificio central, pues allá tenía dinero por si fuese necesario. La muchacha, arropada con la chaqueta de paño de su maduro, se fue recuperando y confesó que temprano se había tomado unas pastillas, pues a veces sufría convulsiones por su epilepsia. Indicó además que quería que la llevaran donde vivía. El maduro le dejo su fina chaqueta de paño y jamás regresó.

candido-bueno-rico

Soy hombre heterosexual

visitas: 1409
Categoria: Hetero: General
Fecha de Publicación: 2022-07-01 20:05:58
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