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Si el Júnior gana, te culeo… Segunda parte.

El alcalde me hizo sentar junto a él durante el partido, ante un televisor de pantalla gigante, con todos los demás funcionarios alrededor. Era evidente que lo había hecho a propósito. Quería ufanarse de tenerme bajo su control y estaba seguro de que ganaría la apuesta. Yo no sé nada de fútbol, pero sabía que me habían obligado a apostar que millonarios ganaría por dos a uno. Si ese era el resultado, me liberaría del cobro del alcalde. Él esbozaba una sonrisa inmensa y no paraba de mirarme de la forma más morbosa posible. Reía a carcajadas y celebraba cada buena jugada del Júnior, mientras los funcionarios de la alcaldía gritaban: “El Señor alcalde va a coronar esta noche!”, con gritos de júbilo y miradas sexuales, incluso las mujeres.

Yo estaba muerta de miedo. Lo único que entiendo del fútbol son los goles y temblaba cada vez que jugadores del Júnior se acercaban a hacer uno. Si los intentos de gol fallaban, el alcalde de todas formas se inclinaba sobre mí, pasando su mano por mi espalda o mis muslos desnudos, a sabiendas de que yo me apartaría ligeramente, dando un salto. Entonces murmuraba en mi oído: “Espero que hayas traído algo para morder, porque ese culito tuyo es virgen y no voy a tener piedad!” y reía con estruendo, mientras el resto de la oficina aplaudía el partido, tomaba cerveza y cantaba “Júnior tu papá”.

Al llegar el medio tiempo, intenté levantarme a tomar agua, pero él reaccionó de inmediato, tomándome de la muñeca, sin lastimarme, pero con firmeza. Sin ponerse de pié, me atrajo hacia sí, me miró de pies a cabeza, su nariz casi en mis tetas. Sonrió y dijo: “No te vayas muy lejos, que verte a ti es mejor que cualquier partido” y se puso la mano en la verga, aún evidentemente dura bajo el pantalón.

Durante el primer tiempo estuve nerviosa, pero en ese momento, lo estuve aún más y casi quise salir corriendo, cuando me dio una nalgada justo después de soltarme la muñeca, al darme la vuelta para ir a la nevera.

Como una tonta asentí, mientras alguien gritaba: “Estás listica pa perder, mámiiiiiiiii!!!” y resonaban risas y aplausos en la sala, celebrando la actitud morbosa del alcalde. Si lo que estaba sucediendo me parecía imposible, admito que mi nerviosismo estaba acompañado de intriga. Había llegado allí decidida a enfrentarme a esa situación, a desafiar a todos. No sólo al alcalde, sino a toda la oficina. Creía que todo sería pantalla, que no se atreverían. Pero la última nalgada me sorprendió. No la vi venir. Me quedé de pié como una tonta. Cuando reaccioné, débilmente tartamudeando un “Q-q-qué?”, el alcalde me estaba diciendo que podía ir tranquila, y las risas de todos continuaban.

Como no sé nada de fútbol, nunca entendí si el partido había sido bueno o malo. Pero estaba uno a uno en el segundo tiempo. Yo había ido a demostrar que no tenía miedo de la intimidación, pero a esa altura creía que cualquier cosa pasaría y hacía fuerza desesperada para que Millos marcara. Me aferraba a la silla con cada jugada y daba grititos de tonta, sin darme cuenta. Todo el mundo reía de mi, pero al mismo tiempo, no paraban de mirar mis piernas, de gritarle al alcalde que coronaría. Pero él también necesitaba otro gol para ganar la apuesta.

Y el gol de Júnior llegó. Cuando lo metieron yo estaba de pié frente al televisor gritando. En una explosión de aplausos y gritos alrededor, sentí que de repente me levantaban en el aire abrazada, un brazo tomándome de la cintura, una mano gigantesca apretándome una teta, que casi se me sale de la blusa. Era el alcalde que me había tomado en sus brazos y levantado como una pluma. Al hacerlo también me levantó el vestido y quedé por un par de segundos en ropa interior frente a todos.

Entonces los nervios tomaron control de mi. Los últimos pocos minutos sólo quería salir corriendo de allí. Mi cabeza era un remolino. Si salia de allí corriendo y todo era sólo una broma pesada, entonces quedaría como una tonta asustadiza. ¿Pero si me quedaba allí y no era sólo amague, cómo me libraría del alcalde? ¿Qué le diría a mi marido? ¿Se lo diría? ¿Se enteraría? ¿Realmente el alcalde me iba a comer? ¿O era solo pantalla? ¿En qué me había metido?

Al terminar el partido, el alcalde a gritos dijo que la seguirían en su casa y todos empezaron a salir. Yo creí que sería una oportunidad para escabullirme y tomé mi bolso en silencio, mientras las demás personas celebraban y prometían encontrarse en casa del alcalde.

Pero antes de poder irme, el alcalde alcanzó a tomarme de nuevo por la muñeca, esta vez con mas fuerza aún. Me haló hacia sí, me abrazó e intentó besarme. Yo logré apartar los labios por un pelo y el sonrió, diciendo: “Un besito, bebé! Así es mas rica la culiada...” y mientras me apresaba por la cintura bajaba una mano a mis nalgas y con un dedo intentaba presionar mi ano. Todos lo vieron y gritaron: “Éééeeeesssssssóóóooooooo!!!!!”.

Yo intenté zafarme, pero esta vez el logró poner sus labios sobre los míos. Temblé. Supe que era en serio. El alcalde estaba decidido a cobrar la apuesta.

(Continuará?).

Primera parte:Si el Júnior gana, te dejas culear”, dijo mi jefe el día del partido. Historia de ficción (¿Parte 1?).

Soy de la capital. Una capitalina de esas que se sonrojan por cualquier cosa, porque crecí en una familia mojigata. Pero hace un par de años vivo en Barranquilla, porque me casé muy joven y mi marido me trajo a vivir aquí. Conseguí un trabajo en la alcaldía, aunque mi esposo insistía en que no era necesario que trabajara. Pronto descubrí que los hombres aquí son muy directos, siempre están excitados por una mujer joven y atractiva y, por eso, mi marido no quería que trabajara fuera de casa. Pero como buena capitalina, quise ser autónoma, sin saber en lo que me metía.

Fue así que llegué a trabajar en la alcaldía, por palancas de mi marido. Y no demoré en darme cuenta de lo difícil que es estar sometida a las miradas lujuriosas de los hombres todo el tiempo. Aunque no me morbosean sólo a mi, tal vez la curiosidad por una forastera les aumenta el deseo. Además, por rola e ingenua, empecé a ir al trabajo con faldas muy cortas y blusas muy ligeras, para aliviar el calor. Pero mis intentos por aclimatarme fueron leídos como un estilo sexy de vestir.

Los piropos eran constantes y rayaban en la morbosidad. Cuando menos lo esperaba, un saludo en broma venía con doble sentido y yo caía en la trampa. “¡Uy, Buenos días! Mucho tráfico hoy, ¿no? ¿En qué te viniste?”, me preguntó un día el secretario municipal de gobierno. “En un taxi” respondí yo estúpidamente. “Me imagino que se lo paraste al taxista de una... ¡El taxi, claro!!!” y todo el mundo reventaba en carcajadas sin que yo pudiera evitar sonrojarme.

Esos piropos tan atrevidos me llevaron al límite de la timidez en el trabajo. Después de unas semanas, no sabía responder un saludo sin sonrojarme. Llegaba a la oficina nerviosa y salía peor.

Además, nunca aprendí nada de fútbol. Pero un día, en la oficina, hicieron una polla por un partido entre el Júnior y Millos. Estando a punto de iniciar una reunión con el alcalde y su equipo, uno de los funcionarios invitó a todos a participar en la apuesta. Sacó un cuaderno y empezó a preguntar a cada uno el resultado del juego: “Júnior uno, Millos cero” decían unos, “Júnior dos, Millos uno”, dictaban otros. De repente me llegó mi turno y yo dije que no apostaba. Retumbó un quejido colectivo: “¡Aaaaayyyy!!! ¡Noooo!!!” , dijo el secretario municipal de salud secundado por todos. “¡Vas a tener que apostar por Millos, nena!!” dijo la secretaria de educación. Yo respondí que no sabía nada de eso, que no era hincha de ninguno e intenté una excusa, pero me quedé titubeando.

De repente, el alcalde se aclaró la garganta, como si fuera a exigir silencio para el inicio de la reunión. No era un hombre atractivo. Era un poco barrigón, aunque no exactamente gordo. Pero su estatura estaba muy por encima del promedio y su voz era muy gruesa.

Y justo en ese momento, me miró autoritariamente y dijo para que todos escucharan: “¡Aquí todo el mundo apuesta y tú también!” y mientras yo balbuceaba una protesta, sin quitarme la mirada de encima, apuntó con el índice al funcionario de la polla y le dijo: “Anota dos a uno a favor de Millonarios a nombre de Paula, que ella es cachaquita. Si gana, se lleva todo. Pero Paula, óyeme...” e hizo una pausa para garantizar que todos los presentes entendieran exactamente lo que me iba a decir, antes de añadir: “¡Si el Júnior gana, te culeo!”

Creí que me desmayaría de la impresión al oírlo decir eso. Creí que alguien protestaría a mi favor. En cambio, todos los presentes prorrumpieron en un grito de júbilo, en aplausos y aullidos: “Uuuuuuuuuyyyyyyy!!!!” gritaban unos y “Eeeeessssoooo!!!” aplaudían otros.

“¡Todos vamos a ver el partido de mañana aquí en la oficina! Vengan preparados para responder por lo que apostaron. Empecemos la reunión...” cerró diciendo, mientras me lanzaba una mirada morbosa y se acomodaba los genitales en un gesto obsceno.

Yo no podía creer lo que había ocurrido, temblaba de nervios y sudaba en una oficina con aire acondicionado a 16 grados. ¿Lo había dicho en serio? ¿O era sólo una burla? ¿Cómo era posible que los demás funcionarios participaran de ese chiste? Fui incapaz de mencionarlo a mi marido, de la pena.

Pero una parte de mi sentía una combinación de curiosidad y emoción por entender lo que ocurría. ¿Era un juego perverso de poner nerviosas a las funcionarias nuevas para ver si se adaptaban al ambiente masculino? ¿Qué estaba ocurriendo a mi alrededor?

Decidí entender qué estaba ocurriendo y hasta dónde llegaría este “chistecito”. Salí de la oficina directo al salón de belleza y le pedí a la estilista que me hiciera el mejor arreglo del pelo posible y las uñas también. Dormí con los cuidados necesarios para no estropear mi cabello y a la mañana siguiente madrugé, me depilé hasta el último rincón, me maquillé como si fuera a un evento de gala y escogí la ropa más ligera e insinuante que pude.

Esparcí mi mejor perfume con cuidado. Calcé los tacones negros mas finos que tenía, vestí una tanga negra con transparencias, con encaje en el elástico y un lacito en el coxis. Usé bra de encaje y transparencias. Y finalmente me puse un vestido muy fino, ligero, sedoso, con transparencias en el busto y los antebrazos. Me adorné con pulseras y aretes brillantes y pedí un taxi, cuyo conductor no paró de morbosearme las piernas descubiertas en el viaje.

Cuando llegué temblando de nervios a la oficina, todo el mundo estaba de uniforme del equipo local, menos yo. Al pasar con dignidad y actitud desafiante, todos gritaban: “¡Uuuuuuuuuuyyyyyy!!!! ¡Hoy el alcalde va a cobrar, nojodaaaaaaa!!!!”. Y tuve que escuchar eso cada vez que alguien pasaba cerca a mi escritorio, mientras temblaba de nervios. Ni siquiera pude almorzar.

Finalmente llegó la hora del partido, que transmitirían en la sala de juntas, a la que todos entramos. El alcalde me estaba esperando en la primera fila frente a la pantalla plana, con una silla para mí, ubicada a su derecha. Me acerqué caminando muy lentamente, queriendo mostrarle valentía, pero muerta de miedo por dentro. Él me ofreció la silla y, al sentarme, vi de reojo que su pene estaba erecto y palpitando bajo la tela del pantalón. El bulto se veía demasiado prominente para ser cierto y me pregunté si era efecto de la posición en que se sentaba, o de mis propios nervios.

En ese momento, el árbitro pitó el inicio del juego…

marcetvclst

Soy transexual, transito por el género

visitas: 1177
Categoria: Fantasías
Fecha de Publicación: 2023-02-01 20:00:50
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1 Comentario

Nooooooooooo esto no tiene perdón de Dios llevamos esperando varios meses la continuación del relato y nos dejas así no es justo pon el resto por favor.

2023-02-03 09:31:41