Recuerdo que fue más o menos a los 14 cuando me picó el bichito de la curiosidad por los temas sexuales, mis amigas del colegio todo el tiempo hablaban de su primera vez y yo me sentía como un caldero de hormonas, esperando a explotar. Era la única virgen de ese grupo de chicas, pues todas eran mayores, y yo, lejos de sentir orgullo por ser una niña recatada, sentía vergüenza por ser tan lenta. No hablaba con nadie sobre educación sexual, pues quería pasar de la teoría a la práctica sin tener que esperar. 

Mi mente solo repetía sexo. Entrar al baño ya se me estaba convirtiendo en un problema, pues no podía ni tomar una ducha sin sentirme excitada.

Por esos días las directivas del colegio iniciaron una campaña de salud sexual, que no era para nada educativa. Mostraban imágenes amarillistas sobre ets, exponían casos de adolescentes cuyos sueños se veían frustrados por el embarazo y nos pintaban un futuro maravilloso si simplemente nos absteníamos de tener relaciones sexuales.

Se llegó el tan esperado día de desflorar mi margarita, y… ¡ups! Mi chico sacó un condón. Al principio todo fluyó, pero al terminar empecé a sentir ardor. - ¿Qué pasó? Al parecer soy alérgica al látex, material con el que fabrican los condones. De verdad estaba muy ansiosa y me moría por seguir haciéndolo, así que le dije que en los próximos encuentros lo hiciéramos sin protección, porque yo llevaba cuentas de mis días fértiles y él no tenía problema con venirse afuera, así que nos relajamos y así lo hicimos muchas veces más.

La sorpresa llegó unos días después, cuando una serie de verrugas me alertaron sobre el Virus del Papiloma Humano que había contraído en esas escapaditas sin usar condón. No podía hacerle reclamos a mi “pareja”, pues obvio no éramos nada serio, y yo fui quien pidió hacerlo sin protección. Ni modo, me tocó contarle tooodo a mi mamá y pedirle ayuda para que me llevara al ginecólogo.

En definitiva, esa no es la historia que quisiera contar sobre mi primera vez, pero si es la historia de algo que hubiera podido prevenir si hubiera tenido más información, como por ejemplo que también hay condones en materiales diferentes al látex que te permitirán estar protegido, mientras disfrutas de tu encuentro sexual.

Me hubiera gustado tener más y mejor información. Los programas académicos que se dictan sobre salud sexual en escuelas y colegios siguen apuntándole a la abstinencia, por eso mi consejo es acudir a instituciones especializadas para recibir asesoría, no solo en temas de planificación, sino en métodos de cuidado y prevención de ETS o ITS.

Desde mi perspectiva, como una joven mal orientada, que contrajo una ets, puedo decir que no hay mejor campaña que hablar sin dar tantos rodeos. Llamando a las cosas por su nombre. Eso, lejos de promover la promiscuidad, es una manera de empoderar a los adolescentes sobre su cuerpo, hacerlos realmente responsables de las decisiones que tomen y brindarles herramientas útiles para que vivan plenamente su sexualidad.

Debí contar con un profesional que resolviera todas mis dudas. Si tú también tienes dudas, que es lo más normal del mundo, te recomiendo asistir a los siguientes lugares:

1. Tu EPS. Allí puedes pedir asesoría gratuita y, si es el caso, solicitar exámenes de laboratorio o métodos de planificación y protección que se adapten a tus necesidades.
2. Profamilia Esta es una institución especializada que brinda atención a toda la población. Pedir una cita es fácil.
3. Programas locales de atención integral de adolescentes y jóvenes. Estos programas son operados por las alcaldías y tienen la obligación de asistir a los menores en temas de salud sexual y reproductiva.

Por último, busca siempre asesoría de expertos. No te guíes por las experiencias de los demás y si aún no tienes un tema claro, infórmate antes de tomar una decisión, para que el sexo te acelere el corazón de placer y no de miedo al contraer una ets.