Ya me había escrito varias veces. En su perfil de guía solo tenía una fotografía de su dorso desnudo. Sus mensajes los contesté inicialmente por cortesía, pero insistió en el tiempo y en sus maneras muy educadas pero sugestivas. No estaba segura de que él fuera quien decía o mejor se describía, y aún así no compartimos WhatsApp para evitar suspicacias.
Cuando accedí a encontrarme con él, pensé que sería un polvo, no pasaría de ser eso. Insistimos ambos en que no podía tratarse de un lugar público porque ambos eramos casados.
Cuando llegó, la sorpresa fue grata e ingrata al mismo tiempo. El chico resultó ser un amigo muy cercano de mi esposo, bueno, de los dos, porque ha sido cercano desde los primeros días y fue de los que más nos apoyaron. De hecho, vive bastante cerca.
Estabamos conversando y entre chistes y risas, se empezó a desnudar, dijo algo como "siempre me has enloquecido, no son solo ganas, y desde que vi el perfil estaba seguro que se trataba de ti, nada es tan anónimo". Definitivamente la foto de su dorso se correspondía con él y también su pene, con una sexy curva, y aunque no estaba del todo erecto, me percaté de que perfectamente duplica el de mi esposo. Eso siempre me ha excitado mucho.
Desnudo ya se sentó justo a mi lado, empezó a besarme. Me encanto la forma de decir a lo que vinimos. No habían pasado tres minutos y ya me tenía había desnudado a mi. Me masturbaba inquietamente, mientras me besaba, y mis senos que son pequeños, fueron su centro de atención por mucho rato. Después me bajo, y sin darme la oportunidad de poner mi boca en su pene, me penetró en misionero.
Mas que sexo fue evidente que me estaba haciendo el amor, y obviamente se notaba el deseo que tenía. Fue muy caliente todo y yo también le seguí el ritmo porque excitó demasiado sentirlo así, como salvaje y amoroso al mismo tiempo.
Cabalgue su deseo, hasta que llegué con un espasmo muy evidente, y el dándose cuenta me volteó de nuevo al misionero y siguió hasta hacerme llegar de nuevo. Cuando llegó los dedos de mis pies mis se contraen al borde del calambre hasta el músculo tibial, y en la sensación del dolor que empieza y el placer, tiemblo muy evidente.
El llegó cuando me tenía en cuatro, con la mano izquierda sostenía y bajaba la zona lumbar de mi espalda, y con la derecha se apalancaba en mi hombro. Sus embestidas constantes bajaron la velocidad, a medida que aumentaba la fuerza, empujándome tan lejos que casi se salía. Saco su pene lentamente y se quitó el condón, masturbándose dejó caer todo su semen entre mi espalda y mis glúteos, tibiedad que lentamente hasta mi vagina y cayó a las sábanas.
fue muy intenso y delicioso todo, pero también aterrador, fue justo en ese momento en que llegó, después de un jadeo inclusivo, mientras aún se masturbaba, dijo "ufff lo que más me gusta es que repetiremos muchas veces, no quiero que lo tomes como un chantaje, pero no queremos que tu esposo sepa".
Yo que aún estaba en cuatro, tenía mi rostro hacia él y mis ojos clavados en los suyos, podia ver cómo sonreía al decirlo y como era obvio que no se trataba de un chiste.
Tomé sus palabras como una sentencia radical a un error mío, era muy negligente no haberlo visto antes del encuentro. Ambos nos incorporamos, el de pie intentando tomar aire y refrescarse, yo sentada en el borde de la cama. Yo observaba su pene aún erecto aunque empezando a perder rigidez, sus hombros anchos, su sudor en la frente y pecho. Le pregunté "entonces... Me vas a chantajear?"
No lo tomes así, en serio, lo vamos a disfrutar los dos y -dijo acercándose y y poniendo sus manos a cada lado de mi cabeza -, será de vez en cuando no te preocupes. Yo que lo estaba mirando, y que había interpretado su gesto con la manos como muestra de cariño, no me había percatado de que tenía su pene justo al frente de mi rostro.
El me hizo un gesto para que bajara la mirada, mientras empujaba suavemente mi rostro. Instintivamente abrí mi boca, sabiendo que ni había terminado el encuentro ni sería el único. Había algo que me excitaba en sus palabras. Pero mientras fornicaba mi rostro, no podía dejar de pensar en que nunca calculé el verdadero riesgo de un encuentro casual con un desconocido.