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Encontrándonos en la soledad de un apartamento completamente vacío y con nuestras energías llenas de fervoroso placer, iniciamos un ritual de besos y abrazos; dejando caer poco a poco cada prenda en aquellos pisos hasta encontrarnos en nuestra deliciosa desnudez. Unimos nuestros cuerpos en una fascinante encuentro no solo sexual, sino espiritual, al límite de mojar cada poro de nuestra piel con las gotas de sudor que caían sin cesar, sumidos en esa explosión fantástica. Dejamos que el clímax se apoderara de nuestro ser y en un instante mágico y fugaz llegamos al tiempo en un coito lleno de furor incandescente.