Ya hace varios años que visito clubs sw, digamos que he escogido ese como el hobby o entretenimiento de mi vida adulta. Además de sexo, el cual a veces no es tan fácil obtenerlo, se viven experiencias divertidas, eróticas, emocionalmente interesantes y cada vez es algo diferente. Clubs sw hay de muchas clases, desde los típicos antros mal olientes y desvencijados hasta los estrato tres mil que a veces llegan a ser sosos. Esta experiencia trata sobre uno nivel medio, un lugar ubicado en una zona comercial cercana al centro de la ciudad, en la cual las casas grandes convertidas ahora en oficinas o almacenes, dejan todavía apreciar restos de una arquitectura señorial propia de los años 70. Prefiero ir los días entre semana y temprano en la tarde, de esta forma aseguro que hay poca gente y se logra disfrutar del sol que da sobre la terraza del segundo piso. Allí puedo asolearme, tomar algo, disfrutar un poco del exhibicionismo y estar muy atento a ver quién llega al club.
El calor en la calle inspiraba apurar el paso para entrar por una cerveza bien fría, con algo de agitación logré alcanzar los últimos escalones que llegan a la puerta y tocar el timbre de la entrada. El sobresalto que provoca escuchar ese timbre es el abrebocas para un pequeño nerviosismo que se apodera de ese eterno instante en el cual aparece alguien para permitir el ingreso. Cruzar el vano de la puerta es dejar detrás un sujeto de cómodas formas sociales y permitir que surja un lado oscuro algo más perverso.
Después de desnudarme y proceder a vestir la pinta oficial del club, una tolla y sandalias, pase por mi cerveza y comencé a recorrer las instalaciones tratando de buscar donde había acción. No fue difícil encontrarla, en el tercer piso había varios hombres apoyados a la entrada de una de las habitaciones mirando hacia el interior en clara señal de que algo se cocinaba adentro. La luz de un televisor me permitió divisar sobre la cama redonda una mujer rodeada por 4 hombres de pie, dos con sus penes flácidos en las manos y los otros con las erecciones en pleno apogeo se masturbaban sin afanes. Desde mi ubicación podía verla claramente, estaba en cuatro sobre la cama descansando sobre uno de sus hombros, con el pelo recogido tenía gotas de sudor sobre su sien. Aquello y su sonrisa de mujer complacida me indicaban que la faena había terminado, algunos hombres murmuraban frases como “estuvo muy bueno”, “que rica una mujer así”, “que cosota de hembra”. Su pareja, un hombre cuarenton se encontraba sentado muy cerca de ella, con una sonrisa de ánimo triunfalista, acariciaba suavemente con la yema de dos dedos la espalda de su compañera.
La nena tiene unos 28 años, su cara aunque de rasgos finos está marcada por unos labios gruesos que confirman su ascendencia negra. No tiene ropa interior, tampoco está desnuda, su piel tostada está adornada por unas correas delgadas de cuero decoradas con taches que comienzan marcando sus caderas y suben para cruzar los senos formando un triángulo sobre sus bordes para terminar en una sola correa que atrapa el cuello con una pequeña hebilla en la nuca. Su piel se ve delicada y cuidada, no hay marcas o cicatrices, solo un tatuaje en la parte baja de la espalda. Sus senos sin ser muy grandes son sugestivos y aún conservan la firmeza de la edad, los pezones grandes y oscuros muestran aun la excitación del momento. Lo que más llamó mi atención fueron sus piernas torneadas y gruesas que soportaban una cola grande, con nalgas macizas y firmes. Un típico mujeron caleño, muy poco común en un lugar como este.
La frustración de haber llegado tarde paso rápidamente, en medio de tanto hombres hambrientos, debía pensar una forma de acercarme a ellos, alguna excusa para poder hacerme notar entre los demás, algo que me permitiera hacer manifiesto mi deseo de conocerlos y discretamente mi interés de acostarme con ella. En medio del barullo, algunos hombres se fueron retirando, los más persistentes se quedaron inmóviles mientras ella pasaba, de la mano de su hombre, rumbo a la ducha ubicada en el cuarto de baño junto a una ventana al final de un pequeño pasillo.
Esa ventana es el único sitio en el segundo piso donde se permite fumar justo al lado de un letrero que gráficamente lo prohíbe. Me dispuse a contemplar los techos de las casas vecinas y entre bocanadas de humo imaginaba la sesión que antes había terminado, pensaba sobre la forma como los deseos exhibicionistas y vouyeristas fueron satisfechos en un cruce de pieles, poses y gemidos.
Los sentidos cuando se excitan juntos se complementan, integran imágenes más completas de lo que nos rodea. El olor a perfume de mujer llego justo después del sonido de la puerta al abrirse. Habían salido y se disponían a bajar cuando me vieron fumando. El compañero se acercó y pidió que lo dejara quedarse ahí, compartiendo el humo de un cigarrillo que ya no fuma. Me comenta que hace 4 años no lo hace, pero satisface su deseo con el olor que expide algún fumador cercano. Hablamos del cigarrillo, de lo difícil que es sustraerse a ese vicio. La conversación avanzo hacia trivialidades y preguntas comunes en sitios asi, ¿hace cuánto vienen?, ¿Qué les parece el sitio?, ¿son pareja?, acompañando todo esto con las presentación de rigor. De miradas discretas hacia la morena pase a admirar su cuerpo, su color y suavidad de la piel. Le digo directamente que huele delicioso y miro a su compañero para pedirle permiso de poder acercarme a cuello y podrá impregnarme de su olor. ¡Dale! ¡No hay problema!, responde su compañero. Ella dibuja una sonrisa, me mira a los ojos e inclina un poco su cabeza ofreciéndome todo el costado izquierdo del cuello para aspirar su aroma. Paso una mano por la espalda, la poso suavemente y con mis labios doy un pequeño roce sobre su cuello. ¡Lo siento!, exclame, justificándome en que la tentación era muy grande.