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Y ahí estaba ella, de pie completamente desnuda frente a mí; yo contemplando desde la cama toda su feminidad cómo si de una obra de arte tallada por los dioses se tratara. Se acercó lentamente, con un movimiento sensual que hacía una melodía con la luz tenue de la habitación; yo en ese momento no despegaba la mirada de sus grandes senos y sus ambiciosas curvas, mientras me erectaba hasta el alma. Se acercó a mí a gatas sobre la cama, con la mirada fija en mis ojos, acerco sus labios, esos labios de miel que empezaron a recorrer todo de mi. Su lengua tan juguetona y pícara mojaba mis bolas y mis piernas, un movimiento que ningún ser haría en la naturaleza. Probó todo de mi hasta que en su boca eché todo mi semen, lo saboreó con la lengua y los dedos, lo tragó y pidió mucho más.