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Si el Júnior gana, te culeo, parte 3.

Había perdido la peor apuesta de mi vida, pensé en ese momento. Aunque no había querido apostar y ni siquiera sabía cómo había terminado metida en todo aquello. Lo único que sabía era que el Júnior había ganado contra Millos y yo había perdido la apuesta de dejarme comer por mi propio jefe. O en palabras de él: “Culiar”. ¿Qué quería decir eso? ¿Que me penetraría analmente? ¿Hablaba en serio?

Después del partido, todos los demás funcionarios se dirigían hacia sus carros para “seguirla” en casa del jefe, mientras me lanzaban miradas lujuriosas y le daban golpecitos de felicitación al alcalde. Yo creí que en la confusión podría huir, pero él me llevó de la muñeca hasta el carro, como si fuera una niña chiquita. Me hizo entrar al carro, con el conductor adentro. Yo había olvidado lo exageradamente insinuante que era mi apariencia hasta el momento de entrar al carro, cuando el conductor dijo: “Uuuuúúfff!!! Quién va poder manejar con esas teticas y esas piernas en el retrovisor!”

Como una tonta puse una mano sobre mis muslos y otra cruzada sobre el pecho, pero en ese momento, mi jefe entró a la silla de atrás junto a mi, apartó mi mano de los muslos, puso la suya, lanzó al aire un beso sonoro hacia mi y ordenó al conductor llevarnos a su casa. “Todos los funcionarios estarán allí” me dije. “No creo que vaya a comerme así, en público”, pensé queriendo calmarme, mientras él acariciaba mis muslos y hablaba por teléfono sobre temas de trabajo. El conductor me miraba insistentemente, sonriendo.

El celular en mi bolso vibraba. Estaba segura de que era mi marido. Fingí firmeza y confianza en mi misma. No podía revelarme intimidada. De eso se trataba esto: el jefe y toda la oficina poniéndome a prueba para ver si encajaba o me atemorizaba en un trabajo al que había llegado por palancas.

Contesté el celular, bajo la mirada escrutadora del alcalde y el conductor. Mi marido quería que fuera a celebrar con sus amigos. “No puedo” dije con firmeza. “Aposté en la oficina que Millos ganaría y ahora tengo que quedarme a la fiesta a ayudar por haber perdido”, continué y lancé una mirada pícara a mi jefe, que sonrió de inmediato. “Estoy descubriendo que el fútbol es más interesante de lo que imaginaba”, añadí incluso, esta vez, mordiéndome una uña infantilmente, bajo las miradas lujuriosas de mi jefe y su conductor.

“Rico, bebé! Voy a pedir un uniforme de porrista para que hagas barra” dijo el alcalde en susurros, relamiéndose a penas colgué. “Para que sacuda los pompones?” pregunte sonriente, meneando los hombros para que mis tetas se mecieran levemente, aún con la uña de mi dedo meñique entre los dientes. Mi jefe rió asintiendo. El conductor sonreía. Yo no me reconocía a mi misma. ¿Qué estaba haciendo?

Mi jefe tomó mi mano y empezó a lamer mi dedo meñique, justo el que yo mordizequeaba un segundo antes. En ese momento el conductor entró en el edificio y minutos más tarde, el elevador del edificio abría sus puertas en la sala del apartamento de mi jefe, yo llevada de la mano por él, modelando aunque con timidez. Él saludaba y me miraba de reojo.

Su esposa nos vio entrar y apenas nos ofreció atención. Sabía que él me estaba exhibiendo y parecía no importarle. Pero todos murmuraban unos a otros. Sentía que todo el mundo hablaba en susurros sobre mi. Yo intentaba sonreír. Mi verdadera apuesta aún estaba en juego.

Sin embargo, él no dejaba de soprenderme. Mientras me peresentaba a las personas de la fiesta que no eran de la oficina, me hacía modelar para ellas y yo, muerta de miedo, pero al mismo tiempo decidida a enfrentarlo, obedecí. Inclusive me senté en sus piernas frente a todos cuando él me lo ordenó. Sentí su pene inmenso, palpitante, durísimo, mientras el pasaba su mano por mi cintura, y me mantenía allí, sentada sobre sus piernas, acariciando las mías, como si yo fuera un juguete. Estaba muerta de nervios pero intentaba fingir.

Aunque algunas personas intentaban hablarle, él no respondía nada. Sólo acariciaba mi cuerpo, besaba mis hombros, me decía que era su perrita. Yo resistía. Sentía que parecía muy valiente y muy estúpida al mismo tiempo. Pero estaba decidida: no huria. En ese momento se puso en pié, sin soltarme, me besó, me manoseó frente a todos, me metió la lengua hasta la garganta, mordió mis labios suavemente mientras me nalgueaba y me encaminó, supuse, a una habitación de aquel apartamento inmenso.

Pero por el camino, su mujer nos detuvo, parándose frente a él. Ella era una mujer madura y despampanante. Pero la decisión y la gracia con la que lo encaró incrementaron su sex-appeal por un millón. “El marido de ella es mi primo. No le vas a hacer nada que ella no quiera, ya?”. Mi jefe asintió. Luego ella misma me miró y me dijo: “Él no te va a hacer nada que tu no quieras. Deja la puerta abierta y si necesitas cualquier cosa, me llamas”. Estaba tan sorprendida, que sólo atiné a asentir. Él sonrió, me miró y dijo: “No te preocupes, bebé. Vas a pasar rico” y me apretó una nalga con una mano gigantesca. Antes de dejarnos ir, la esposa se me acercó, contoneándose, casi modelando para todos los de la fiesta. Me tomó de la barbilla con dos dedos y me dijo: “Estás rica. La próxima te como yo misma” y me mordió el labio antes de dejarnos ir.

Sin beber, sin drogas, sin nada, sentía el mayor mareo de mi vida. Me sentí una prostituta total. Pero tengo que admitir que, al mismo tiempo, me sentí valiente, arriesgada. Sentía que todo era una ilusión. No podía creer que eso estuviera ocurriendo. A nuestro alrededor, parecía asomarse una orgía: todos se besaban, bailaban y manoseaban. Hombres con mujeres, mujeres con mujeres, hombres con hombres… Y yo, caminaba lentamente en la pinta mas insinuante que hasta entonces había usado hacia una habitación de aquel apartamento, cuya puerta permanecería abierta, mientras yo pagaba mi apuesta.

(¿Continuará?)


marcetvclst

Soy transexual, transito por el género

visitas: 715
Categoria: Fantasías
Fecha de Publicación: 2023-07-14 14:23:23
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