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Si el Júnior gana, te culeo, Final.

Cuando entramos en aquella habitación, estaba claro para mi que la expresión: “Si el Júnior gana, te culeo” no era una metáfora. Era una afirmación literal.

Mi corazón latía sin control de los nervios y mi mente daba vueltas a un millón de revoluciones. En ella se mezclaba la vergüenza, la duda, el miedo y la emoción de hacer algo que nunca había imaginado que haría. No puedo decir que me sintiera sexualmente excitada en ese momento. Mi jefe no calificaría como un hombre lindo. No era atlético. No era viejo, pero tampoco joven. No era elegante, a pesar de que le escogieran la ropa para aparecer en público. En suma, él no era físicamente lindo. Pero me sentía al mismo tiempo intimidada y atraída hacia su actitud resuelta y mandona, sus manos grandes y fuertes y su voz profunda.

Entré llevada de la mano, casi arrastrada por él, que caminaba apresurado, como si ya no quisiera esperar más. Sin cerrar la puerta, medio llevándome de la mano, medio empujándome me condujo hacia el centro de la habitación, que no era un dormitorio, sino un estudio. No había cama, sólo un sofá grande. De pié ante el sofá, mientras el se servía vino, sin dejar de observarme, pregunté medio tartamuda si lo haríamos allí. Él tomó un trago de vino, se puso una mano en la entrepierna acomodando una erección evidente y me dijo que diera una vuelta.

“Qué?” pregunté confundida.

“Dále!” ordenó de nuevo. “Modélame!”

Obedecí, casi temblando. Dí una vuelta tímidamente. Caminé hacia una ventana, lentamente. “De verdad me obligará a pagar una apuesta con sexo?”, insistí incrédula, pero también resignada. “Apuesta es apuesta, Bebé”, respondió con toda la naturalidad del mundo, mientras se relamía mirando.

Me detuve ante la ventana, de espaldas a él. Podía verlo mirándome en el reflejo del vidrio. Él dejó la copa sobre la mesa y vino casi sobre mí. Mi respiración aceleró. Estaba dispuesta a dejarlo ocurrir, pero no sabía qué hacer. No importó, porque él se encargó de guiar.

Besó mi cuello mientras me abrazaba, con una mano en una de mis tetas y otra en mis caderas. Sentí sus dedos acariciar mis caderas, subiendo hacia mi cintura y lo escuché decirme al oído, casi en susurros: “Reina, nunca te han dado verga por ese culito tan lindo que tienes?”. Un miedo recorrió mi cuerpo y me tensioné de inmediato, intentando con mis manos apartar las suyas, pero él mantuvo el control y yo sólo conseguí gemir.

Mi mente consciente quería dejar que ocurriese. Quería sentirme aventurera, libre, atrevida y descarada. Mi mente inconsciente conservaba una mezcla de miedo y deseo.

“N-nunca”, respondí con otro gemido.

“Uyyyy!!! Que rrrrico, Nena!” dijo el, apretando mi piel en sus manos y haciéndome tensionar aún más. Que me llamara “Bebé”, “Nena”, “Reina”, “Mámi” (acentuando en “ma”) me parecía tan vulgar y, al mismo tiempo, sentía que me excitaba.

Entonces me obligó darme vuelta hacia él tomándome firme de los antebrazos y una vez giré, puso su nariz contra la mía y me hizo sentir su aliento diciendo: “Qué rico hueles, Mámi!” En ese momento me besó, suave y con ritmo, me apretó contra él haciéndome sentir su erección, mordió mis labios entreabiertos y empezó a jugar con su lengua en la mía. Me arrancó un gemido de sorpresa y eso lo excitó aún mas. Su pene palpitó contra mi y me abrazó con sus manos apretando mis nalgas, respirando con fuerza contra mi. No tuvo que esforzarse mucho para quitarme el vestido, porque era tan ligero que a penas lo deslizó por mis hombros, cayó al piso, dejándome en ropa interior y tacones.

Cuando pasó de mis labios a besar mis orejas y mis hombros empecé a besarlo en las mejillas y sentí que eso lo excitó mucho, porque me apretó aún mas contra sí mismo, asfixiándome un poco con la fuerza. Su respiración se aceleró aún mas y la mía era tan fuerte que casi gemía con cada exhalación. Por segundos, se detuvo sólo para ver mi silueta en ropa interior reflejada en el vidrio de la ventana y me dijo al oído: “Te pusiste esa tanguita sexy para arrecharme, verdad? Viniste con ganas de que tu Papi te culiara? Dime la verdad, princesa!”.

Escucharlo decirme eso me dio una mezcla de vergüenza, mal genio y deseo. En ese momento quise dejarme hacer lo que le diera la gana, pero también estaba muerta de nervios y quería salir corriendo. De reojo vi a algunas personas espiarnos por la puerta abierta.

Besando mis hombros deslizó las tiras de mi bra para descubrir mis pezones y empezó a lamerlos. Yo no resistí un gemido de “Jefe!” como una tonta. Luego me cargó, como a una niña chiquita, haciéndome abrazar a él con brazos y piernas y me obligó a chupar su dedo medio antes de llevarlo a mis nalgas y presionar mi ano hasta meter la punta del dedo. Me aferré a él abrazándolo con fuerza para controlar mi cuerpo que parecía querer salir corriendo. “Espera-ah!” gemí débilmente, pero no hice nada para evitar que me diera dedo.

A partir de ahí fui como una muñeca de trapo. Él me lamió por todas partes, me puso en el sofá, lamió mi vagina de mil formas, lamió mi clítoris, metió su lengua en mi vagina. Jugó con su lengua en mis labios vaginales, pasó su lengua y besó mi ano como un sediento comería piña. Sacó un pene tieso enorme y me obligó a besarlo de rodillas, a lamerlo lentamente y luego a chupar, primero lento, luego con fuerza.

Yo sabía y no sabía lo que estaba pasando. Era como si una parte de mi estuviera fuera de mi cuerpo viéndome hacer todo, como fuera de mi misma. Pero era yo… y me estaba gustando. Dejé de gemir por sorpresa y empecé a gemir por placer. Y con cada beso, lamida o chupada, la palabra “Jefe” salía de mi boca mas alto, en gemidos mas agudos.

El me “clavó”, como el mismo decía, en diferentes posiciones, cada una mas vulgar que la otra: “Ponte en pollito asado!”, dijo primero. “Ahora en cuatro!” dijo después. “Ahora boca abajo!”, “Ahora ábreme las piernas!”, “Ahora cabalga”, decía y me nalgueaba al mismo tiempo gritando: “Así! Que rico Reinaaaaa!!!”. Perdí la noción de lo que sucedía afuera, pero sabía que todos escuchaban y se asomaban para vernos.

Pensé que estaba satisfecho cuando, estando boca arriba, yo con las piernas abiertas y con él sobre mi, clavándome y gritando, sentí su semen llenar mi vagina y su pene palpitar. Quedé paralizada, creyendo que se levantaría y se iría. Pero el me advirtió al oído: “No creas que se acabó. Falta pagar la apuesta”.

Me puso en cucharita. Me empezó a dar dedo en la vagina y a besar el cuello. Su pene, que había salido de mi vagina medio flácido y mojado en semen, poco a poco se puso enorme, tieso y palpitante de nuevo. Entonces chupó su propio dedo, mojado por mi vagina. Me puso totalmente boca abajo, escupió en mi ano y me montó, presionando su pene contra mi ano, que se resistía a abrirse a pesar de que él me había dado dedo suavemente.

Mientras más apretaba mi ano, del miedo que sentía a la penetración, más fuerte él gritaba, “SSSSIIIIII!!! PUTAAAA!! RICAAAA!!! RRRIIIICCCAAAA!!!”. Con un grito así, la punta de su verga abrió mi culito como de golpe y yo sentí una mezcla de asombro y miedo. Pero él escupió en su propia mano y lubricó nuevamente, mientras yo apretaba un cojín del sofá entre los dientes y gemía. Entonces empezó a entrar todo el falo en mi culito, mientras yo pataleaba y gritaba: “Jéfe! Jéfééééééhhh!!!”. El por su vez gritaba también: “SIIII!!! SIIII!!! BEBÉÉÉ!!! RICAAAA!!!”. Tomó en sus manos mis muñecas, se acostó sobre mi, puso sus labios sobre mis mejillas y empezó a embestir desenfrenadamente, haciendo sonar mis nalgas como palmadas con cada empujón. Y con cada golpe, él gritaba: “ASÍ! ASÍ! ASÍ!”. Y yo respondía como tonta: “AH! AH! AAAHHHH!”.

Esa última arremetida pareció durar para siempre. Perdí el aliento con las embestidas y me sentí empapada de la mezcla de su sudor con el mio. Escuchaba risas afuera pero no podía ver mas que sus labios y su barba sobre mi cara.

Pero en el punto en que el cansancio parecía que iba a acabar conmigo, sentí la fuerza con la que su pene palpitaba dentro de mi ano y el reventaba en un segundo orgasmo con un grito aún mayor.

Cuando el orgasmo terminó, me abrazó, me besó y resopló en mi oído de cansancio, sin decir palabra, hasta que su pene perdió la erección y salió de mi por si solo. Yo guardé silencio también, petrificada, medio avergonzada y medio excitada aún, con mi cara hundida en los cojines del sofá por temor a verlo a la cara.

Él se puso en pie, me agradeció y me dijo que usara el baño del estudio, si quería bañarme y que me quedara a la fiesta hasta la hora que quisiera. Que invitara a mi marido si quería y que el chofer me esperaría para llevarme a casa, si quería. Le dije que quería que me llevaran a la casa. Casi no podía creer que hubiera ocurrido todo eso.

Tomé una ducha allí y otra en casa, para que mi esposo no se diera cuenta. Me metí a la cama muerta del miedo y fingí dormir, mientras mi marido, que llegó de rumba, se acostó junto a mi y empezó a tocarme. Lo abracé y lo besé y le hice el amor con furia desesperada, en la mezcla de deseo que me había quedado encendido porque, de miedo, no logré desinhibirme con mi jefe. No podía dejar de pensar en haberme sentido tan excitada con él. Y con mi marido montándome, tuve un orgasmo increíble.

Todo esto ocurrió hace poco. Nadie en la oficina mencionó el asunto, ni siquiera mi jefe. Comentarios atrevidos continúan ocurriendo ocasionalmente. Si antes me sonrojaba con ellos, ahora me sonrojo aún más, por sentimiento de culpa. Pero, mientras más en el pasado está aquello, más dispuesta estoy a admitir que una parte de mi lo disfrutó.

Este fin de semana juega el Júnior contra Millos de nuevo. En la oficina están apostando y yo dije que no lo haría. El jefe me miró con una sonrisa morbosa, pero les dijo a todos: “Si Paula no quiere apostar, no la obliguen” y nadie me insistió más. Pero … y si esta vez intento recuperar lo que perdí en la última apuesta? Será que debo apostar...? Como dicen en Barranquilla, será que me quedó gustando?


marcetvclst

Soy transexual, transito por el género

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Categoria: Fantasías
Fecha de Publicación: 2023-10-05 06:39:56
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