No sé si es el cerebro o el cuerpo el que nos bloquea el dolor durante el sexo.

En dos ocasiones sentía que me taladraban la cabeza o que me golpeaban las piernas. En la más reciente, la fiebre me hacía delirar. Pero en todas, al momento de la penetración el dolor se fundía con el placer hasta el punto de no sentir algo distinto a desear más y más.

Cada clímax era mejor que el anterior y más fuerte. Lo que aprendí fue que resistirme era inútil. Temía quedar a mitad de camino, ustedes entienden, salir calceta.

No fueron mis mejores desempeños, pero sí llegué a asombrar a mis amantes.

La primera vez sí se quitó el dolor de cabeza.

La segunda, las piernas seguían temblando.

La tercera, al día siguiente estaba en el hospital.

Y en todas, calmé las ganas.