Guía Cereza
por: Alejandro-12 Publicado hace 7 meses Categoría: Hetero: Infidelidad 1K Vistas
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La primera cornada






Blanca y David;




El verano de mis treinta años, con un cuerpo muy cuidado y la testosterona emanando por cada poro de mi piel, decidí buscar nuevas y morbosas experiencias. Empezando una nueva andadura que marcaría una época de mi vida.




Por medio de una página de contactos, contacté con un hombre que buscaba un macho para su mujer. Pedían una serie de características que encajaban conmigo a la perfección. Querían un texto de presentación, unas fotos y una dirección de mail.




Envíe a un correo lo que pedían y a los dos días recibí contestación. Me enviaron un mail en el que me pedían mi número de teléfono y un horario para poder llamarme. Respondí inmediatamente a ese mail con lo solicitado y esa misma tarde a las seis recibí una llamada en mi móvil.




David era el nombre del marido. Él era el encargado de la selección y su mujer no sabría nada de mí hasta el momento de la cita.




—Mi mujer es muy caliente y exigente en la cama. No le vale cualquiera.




—No te preocupes. No la defraudaré.— Respondí, seguro de mí mismo.




Siguió hablándome de ella. Tenía 48 años, era rubia, de ojos verdes, con un cuerpo con muchas curvas y muy acogedor, según me dijo. Me envió un par de fotos por mail y vi que tenía razón. Era una mujer madura y por lo que se podía ver, muy apetecible.




Pasó una semana hasta el día de la cita. Fue un viernes, el lugar elegido era su casa y la hora las ocho de la tarde.




Legué puntual a la cita y llamé al portero y una voz de mujer me respondió al instante:




—Ahora bajo, espera un momento.




—Ok. Espero. — Respondí, algo nervioso.




Yo pensaba que subiría directamente al apartamento y el encuentro sería solo eso, solo sexo. Pero no fue así.




Al cabo de cinco minutos apareció por la puerta la mujer a la que estaba esperando. Era una mujer muy guapa, de las que el paso del tiempo les ha sentado bien. Era idéntica a las fotos, por lo que reconocerla fue sencillo.




Yo estaba un poco alejado de portal y ella empezó a buscarme con la mirada. Era una calle bastante transitada y le costó centrar la mirada en mí. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, fije la mirada y una sonrisa de medio lado apareció en mi cara. Enseguida me acerqué a ella y la llamé por su nombre.




—Hola, Blanca. Encantado de conocerte. Eres mucho más guapa en persona que en las fotos. — Le dije, con tono seductor. — Me llamó Diego y si me lo permites, esta noche voy a ser tu acompañante.




—Hola Diego. Por supuesto que te lo permito. Espero que sea todo un placer …




Esa mujer rezumaba sensualidad por cada poro de su piel. Llevaba puesto un vestido corto y ligero de color gris oscuro que le quedaba como un guante. No era una mujer delgada, ni escultural. Pero su cuerpo resultaba muy sensual y apetecible.




—¿No vamos a subir ya?— Le pregunté.




—No. Mi marido me ha dicho que nos vayamos a tomar algo por ahí. Quiere que nos conozcamos antes.




—Bueno idea. No tengo mucha hambre, pero me encantará disfrutar de tu compañía.




Nos fuimos a un bar tipo Chillout a dos calles de su casa, nos sentamos en la terraza y allí empezó mi juego. Iba a tratar de calentar a esa hembra, para que llegara a su casa con ganas de arrancarme la ropa. No tenía previsto tener que cortejar a la madura esposa de David, pero la improvisación es uno de mis puntos fuertes.




Pedimos unos vinos blancos y tras brindar comenzó una conversación que se fue calentando por momentos.




—Te he traído un detalle para jugar contigo.




—¿Ah si? ¿Y qué es?




— Toma. — Le entregué un pequeño paquete envuelto en papel de regalo .— Ve al baño. Lo abres allí, te lo pones y sales.




—Muy bien guapo. A ver con que me sorprendes.




Se levantó y moviendo sus caderas de manera exagerada, se dirigió al baño, entró y no salió hasta pasados cinco minutos.




Volvía muy sonriente y contoneándose como una gata en celo.




—Buen regalo. Eres muy original, sí.




—Me alegro de que te guste, es un regalo que hago a todas mis amantes.




El regalo no era otra cosa que unas bolas chinas. Me encantaba jugar a meterlas y sacarlas para preparar el terreno antes de pasar a mayores, como parte de los preliminares.




—¿Qué otra sorpresa me tienes preparada para esta noche?— dijo, deslizando su mano por mi pierna hasta ponerla encima de mi paquete, que se estaba abultando por momentos.




—Toca y ya verás lo que te espera. Una noche de morbo y diversión.




—Eso espero, llevo unos días caliente con la idea de conocerte y las expectativas son altas.




Apuramos el vino y nos dispusimos a cambiar de local. Esta vez fue una taberna. Blanca pidió otros dos vimos blancos y una tabla de ahumados para acompañar la bebida. Era una mujer con clase y buen gusto, tenía un aire de mujer segura de sí misma que me estaba calentando todavía más.




—¿Y en la cama como te gusta ser? ¿Dominante o sumisa?— Le pregunté.




—En la cama me gusta que el macho me domine y me haga suya de manera brusca. Soy una señora en la calle, pero una zorra en la cama y me gusta que me traten así.




—Perfecto. Me encanta demostrar mi superioridad y dominar a la hembra, a mi antojo.




—Se me mojan las bragas solo de pensarlo.— Confesó mi amante.




—Pues si las llevas mojadas, ve al baño, quítatelas y tráemelas.— Le ordené, empezando el juego de dominación.




Muy obediente se levantó y fue al baño.




Al volver, me las pasó por debajo de la mesa. Por lo que pude ver y tocar era una braguita de encaje negra. Cerré el puño en torno a ella y me la llevé a la nariz. Quería oler la esencia de esa hembra, quería olerla antes de saborearla.




—Mmmmm. Huele a perra en celo.— le dije.




—Estoy en celo. Y quiero que me follen.




—¿Y quién quieres que te folle?




—Mi macho esta noche vas a ser tú. Así que tú, quiero que tú me folles, que me demuestres lo buen semental que eres.




—Vamos a tu casa. Tengo ganas de darte lo que te mereces.




Nos levantamos de la mesa y cuando salimos a la calle, me aseguré de que nadie nos veía. Le di un azote en el culo que sonó como suenan los culos duros y prietos. La cosa prometía y aún no había ni empezado.




—Tienes un buen culo, zorra.




—Esta noche es todo tuyo, puedes usarlo a tu antojo.




Caminando llegamos hasta el portal de su bloque de pisos. Nos montamos en el ascensor y cuando las puertas se cerraron, sus manos fueron directas a cogerme la polla. Su boca buscó la mía y empezó a devorar mis labios. Me mordía y succionaba de manera animal, mientras sus manos terminaban de endurecer mi masculinidad. Mis manos recorrían con urgencia sus curvas y palpaban el terreno donde momentos después iba a deleitarme, saboreando esa hembra




Salimos del ascensor y entramos en la puerta justo de enfrente. Era un piso amplio con decoración clásica. Un hogar con fotos de toda la familia por encima de los muebles, una casa muy acogedora.




Me llevó de la mano hasta el salón y me invitó a sentarme en el sofá de tres plazas que tenía, se fue a la cocina y volvió con dos copas de vino blanco.




—Por una noche, más que salvaje.— Dijo Blanca, levantando la copa y brindando conmigo.




—Por una noche que no olvidemos ninguno de los dos.— Completé su brindis.




Su mirada era puro fuego, la mía deseo y premura. Quería disfrutar de ese cuerpo cuanto antes.




—¿Y tu marido?— pregunté a Blanca.




—Tal vez venga luego. No me ha dicho nada, sorpresa…




Apuré mi copa de vino y comencé a besarle el cuello mientras ella saboreaba el último sorbo de la suya.




Se dejaba hacer, disfrutando de cada momento. Le bajé el vestido dejando su monumental cuerpo al descubierto.




—Vamos semental, todo esto es para ti.— Dijo, apretándose los pezones me miraba con miraba con lujuria.




Me desnudé y sujetando mi polla con la mano le dije:




—Todo esto es para tí.




—Mmmmmmmm. Lo voy a disfrutar ahora mismo.




Diciendo esto, se arrodilló, sujetó mi verga con una mano y agarrando mis testículos con la otra, se la metió en la boca, succionándola y jugando con su lengua. Era una maestra en el arte de la felación y me estaba llevando a un punto de excitación máxima, le sujeté el pelo con la mano como haciéndole una coleta y tiré de ella hacia arriba para que se levantara del suelo, la cogí del cuello y sujetándola con fuerza, la empecé a besar de una forma animal, mientras mi otra mano fue directa a estrujar sus pechos. Ella, que no había soltado mi miembro en ningún momento, lo empezó a estirar como si quisiera arrancármelo, haciendo que se hinchara todavía más.




—Ahora te voy a comer el coño, quiero degustarte. — Le dije, mientras la empujaba hacia atrás, haciendo que cayera de espaldas en el sofá. Llegando a un punto de excitación máxima.




Me quedé de pie mirándola y tocándome la polla, cuando ella abrió las piernas y me dijo:




—¿A qué estás esperando? Mira lo que tengo para tí.— Dijo, llevando una de sus manos hasta su vulva, de la cual asomaba el cordón de las bolas chinas que llevaba puestas. Entonces, se abrió los labios mostrando su hinchado clítoris.




Me puse de rodillas acercando mi cara hasta sus muslos y besándola por la cara interior de estos, llegué hasta donde los dos queríamos que llegara. Con los dientes estiré del cordón de las bolas, jugando hasta que la primera bola apareció, un gemido se escapó de su boca mientras me miraba a los ojos pidiendo más. Con otro tirón saqué la segunda bola, las dejé encima de la mesa y seguí donde lo había dejado. Mi experta lengua recorrió sus labios lentamente hasta llegar a su clítoris, que empezó a latir mientras mi boca lo succionaba. Blanca empezó a convulsionar, señal de que estaba llegando al orgasmo. Me agarró el pelo y enterró aún más mi cabeza en su intimidad.




No sé cuánto tiempo estuve así, pero fueron dos orgasmos lo que tardó en decidirse a cambiar de postura.




—Vamos a mi habitación. Quiero que me folles.— Levantándose, me dio la mano y me guío hasta su habitación.




—Te voy a follar bien follada.




Se puso en cuatro y volviendo la cabeza me dijo:




—Puedes follarme sin condón, no me puedo quedar embarazada. Lo dudé un momento, pero aún siendo consciente del riesgo, me puse detrás de ella y acomodando punta de mi verga entre sus labios vaginales, la enterré entera de un solo empujón.




—Dios, que buena. Qué gorda la tienes, vas a hacer que me corra en el acto. No respondí y empecé a follarla fuerte y profundo, hasta que sentía que mis huevos repletos de leche, golpeaban su vulva una y otra vez, cada vez con más violencia.




En esas estaba, cuando se oyó la puerta y su marido apareció detrás de nosotros.




—Hola, pareja. Parece que os lo estáis pasando muy bien ehhh. …— Dijo, mientras se sentaba en una silla a los pies de la cama.




—Hola, David.— Respondí yo, un poco cortado.




—Hola, cielo.— Respondió Blanca.




Seguí empujando aún más fuerte si cabe mientras el marido no se perdía detalle.




Empuje a Blanca hacia delante, de manera que quedará tumbada boca abajo, con el culo en pompa apuntando hacia mí. Entonces, repetí la misma operación. Esta vez le di un sonoro azote mientras con la otra mano sujetaba su pelo y tiraba de él. Se la volví a meter de un solo golpe. Mientras tanto, su marido se había desnudado y se dedicaba a masturbarse mientras nos miraba.




—Vamos, llénala de leche. Córrete dentro.— Me animaba.




—Sí, vamos. Lléname de leche semental. Quiero sentirte dentro.




Al oír aquello no pude más y empuje con todas mis fuerzas, mi polla se hinchó y un calor subió por mi vientre hasta que me corrí dentro de mi amante mientras ella contraía su vagina apretando mi verga. Señal de que había llegado al orgasmo a la vez que yo. Me quedé encima de ella con la polla dentro, hasta que empecé a notar como aflojaba mi erección, momento en el que salí de su interior. Al ver su dilatado coño, pude ver cómo el semen se escapaba de su interior.




—Vamos David, túmbate en la cama.— Ordenó blanca a su marido.




Una vez tumbado su obediente marido, Blanca se incorporó y se puso a horcajadas encima de la cara de David, haciendo que su vulva quedará justo encima de la boca de este, que sin ningún tipo de reparo la abrió para recibir todo lo que salía de la vagina de su mujer. Una vez situada, hizo fuerza con los músculos de su vagina hasta sacar todo el semen que tenía adentro. Su marido levantó la cabeza y lamió sus labios hasta agotar la última gota del néctar que fluía de su interior.




—Así me gusta. Que seas un buen cabrón cornudo.— Dijo Blanca bajándose de la cama, viniendo hasta donde estaba yo y dándome un beso. — Y tú, mi macho. Prepárate, que esto aún no ha terminado.




Tumbándose bocarriba, abrió las piernas y cogiendo las bolas chinas de encima de la mesilla, se las dio al marido y le dijo:




—Métemelas y fóllame con ellas puestas. Tú ponte de rodillas a mi lado y déjame tu polla que te la voy a chupar hasta que te explote.




Dicho y hecho. Había habido cambio de roles. Blanca había tomado el mando de la situación y nos utilizaba para su propio placer. Me arrodillé dejando mi verga a la altura de su boca, mientras observaba como su marido le estaba metiendo las bolas, jugando con ellas mientras le acariciaba el clítoris. Cuando estaba a punto de orgasmar, su marido se puso encima de ella y después de metérsela, empezó a bombear de manera salvaje. Blanca alcanzó un orgasmo tremendo mientras gritaba de puro placer.




—Dios, que gusto. Que bien me folláis cabrones.




David y yo, nos miramos con cara de aprobación y seguimos con nuestra faena. Yo amasaba sus pechos con fuerza mientras notaba los embates de su marido, que la follaba con fuerza. Al acabar de correrse, giró la cabeza y abriendo la boca, engulló mi polla hasta el fondo. La tenía toda adentro mientras amasaba mis bolas con gran maestría. La sacó y mirando me a los ojos me dijo:




—Quiero que te corras en mis tetas. Que me bañes en leche, semental.




—Vas a tener que buscar tu premio.— Le dije yo, con una sonrisa de medio lado en mi cara.




Agarró mi polla muy fuerte y comenzó a masturbarme con furia. Si seguía así, no tardaría mucho en correrme. Usaba la fuerza de su mano y la alternaba con succiones fuertes y húmedas en la punta de mi capullo. Su marido no se perdía detalle, mientras no paraba de empujar a su hembra. Estaba a punto de correrse, y así lo avisó:




—No tardaré en correrme. Mmmmm.




—Te correrás cuando yo te lo permita.— Respondió Blanca, de manera tajante.




David bajó el ritmo de la penetración, mientras que Blanca aceleraba el ritmo de la masturbación. Fue entonces, cuando mi polla empezó a lanzar chorros de semen. El primero fue a parar al cuello de Blanca, pero los sucesivos los dirigió a sus tetas, a sus pezones más concretamente. Miró a su marido y le dijo:




—Comételo. Vamos, límpiame perro.




Su marido, muy obediente, recogió todo el semen que embadurnaba el pecho de su mujer y lo guardo en la boca para, a continuación, compartirlo con ella en un beso húmedo, muy húmedo. Cuando estaban en ello, Blanca ordenó de nuevo.




—Vamos córrete, córrete ahora.




—Sííí, sí. Ahhhhhhhh




La corrida de David fue bestial. Se vació dentro de su esposa, que al sentirlo, tuvo un orgasmo instantáneo. Se quedaron juntos hasta que la flácida verga de David, abandonó el anegado coño de su mujer.




Blanca se sentó en la cama y abriendo las piernas se sacó las bolas chinas, que estaban llenas de semen y sin pensárselo mucho, las lamió hasta dejarlas limpias. Me miró con ojos de deseo y me dijo:




—Ven. Que ahora vamos a limpiar la polla.




Me puse de pie en la cama, dejando mi polla a la altura de su boca. No tardó en acercarse el marido y ayudando a su mujer, lamieron mi falo hasta dejarlo bien limpio.




Salimos al comedor y me senté en el sillón a descansar un poco, mis anfitriones fueron a la cocina a buscar unas copas de vino. Como tardaban en volver, fui a buscarlos. Los encontré metidos en faena, con Blanca sentada en la encimera. Mientras David, estando de cuclillas le comía el coño. Pasé a su lado, terminé de servir las copas de vino, les di una a cada uno y propuse un brindis:




—Por nosotros.




—Por follar así de bien.— Añadió David.




—Por los cuernos bien puestos.— Sentenció nuestra Hotwife.




Levantamos las copas y brindamos.




La noche se alargó hasta más de las tres de la madrugada. Momento en que volví a casa, con la satisfacción del deber cumplido.




Ese fue mi primer día como corneador. No solo, no me importaba que me vieran mientras follaba. Mi vena exhibicionista había hecho acto de presencia. Me gustaba ser observado. Eso, unido a la sensación de poder que me daba el estar con la mujer de otro, ya fuera en su presencia o no. Me hicieron comenzar mi andadura como Bull.






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Alejandro-12

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